martes, 9 de octubre de 2007

¿Aló? (cuento)


-Por favor, un trago y sírvase otro para usted, yo lo pago. Necesito brindar y celebrar con alguien esta dicha que no me cabe en el pecho. -¿Qué porqué estoy tan contenta? Más que contenta creo que voy a comerme el mundo. Acaban de seleccionarme para un trabajo en una constructora. Por primera vez podré trabajar como arquitecta. Van a pagarme $1’500.000= y aunque antes me ganaba un promedio de $3’500.000=, no dejo de estar muy feliz. -¿Qué si me despidieron del trabajo anterior? No. -¿Qué si me obligaron a dejarlo? Tampoco. -¿Qué cómo puedo entonces estar feliz, si voy a ganar menos de la mitad? Ya se lo dije, voy a trabajar como arquitecta. Voy a ejercer la profesión para la cual me formé. -¿Qué que hacía antes? Nada, trabajaba en un call center, en uno de esos calientes, usted sabe. -¿No? ¿No lo sabe? Bueno, es algo así como convertirse en puta, pero por teléfono. Es como tener sexo con un tipo invisible. Puede ser rubio, pelinegro, moreno, blanco, rojo, que sé yo... Puede tener 20 o 70 años, puedo ser un gigante o un enano; a veces uno se lo imagina por el tono de la voz, o por la forma de expresarse. Aunque es bastante ambiguo, porque cuando están arrechos, casi todos hablan de la misma forma; es cuando la diferencia de clases sociales se reduce a su mínima expresión y la educación, si es que la tienen, desaparece. No digo que sea cierto en todos los casos, pero casi tres años en este camello me hicieron un poco psicóloga. Aunque es verdad que para echarse un polvo así, hay que tener lana y de la buena. No es un placer barato, ¿sabe? No, si ya sé que no sabe. Es sólo una forma de hablar. Porque hablar fue lo que aprendí en ese puteadero telefónico. Además los tipos una vez que se arriesgan a llamar una vez, ya no pueden parar. Se les convierte en una obsesión. Entre más llaman, más adictos son. Porque el sexo telefónico, es una adicción ¿sabía? No, ya sé que no. Sólo déjeme que le cuente, a ver si me saco la verraquera que tengo dentro. No se imagina la cantidad de pervertidos a los que tuve que atender. A medida que el tiempo pasaba conocía de aberraciones que nunca hubiese imaginado que podían existir. Aunque no todos llaman para que uno los excite y les ofrezca el cielo, la tierra, el paraíso y el infierno. Hay muchos que llaman sólo para hablar con alguien. Y es que en este puto mundo, en esta ciudad de casi 7 millones de habitantes, hay mucha soledad. Una soledad que hiela la sangre, que carcome los huesos, que deja a la gente vacía. Entre los que llamaban solo para hablar, había algunos que decían ser políticos. Diputados, alcaldes, hasta senadores. ¡Imagínese! El poder en manos de hombres que necesitan deshogarse con una mujer que está al otro lado de una línea caliente. Y es que vivir, para muchos hombres, es una lucha diaria que a diario pierden. Y entre mas ganan, mas solos se sienten. Hay otros que lo hacen porque han experimentado de todo y ya nada los satisface. Otros, simplemente porque ya no les funciona, porque ya no se les para con nada; y antes de hacer el oso, pues buscan una mujer que no les pueda ver la angustia que les produce el fracaso de su guerrero en eterno descanso.

Esa palabra “guerrero” la aprendí con un japonés que me llamaba casi todos los días. No sé si para aprender el español, o para escuchar una voz amiga, o en verdad porque yo lo excitaba hasta el punto que lograba, según él, que su guerrero descansase después de la batalla; o sea después de haberme escuchado decir todas las barbaridades del mundo, con tal de que él lograra un orgasmo. Cada vez que llamaba, me decía: “soy flío por fuela, pelo fuego por dentlo”, ya sabe, ellos no pronuncian la r ni la rr, así que eso me hacía reír. Porque en un trabajo tan jodido, si uno no se ríe, se muere. Había que encontrar entonces espacios para la risa. De no haber sido así creo que me hubiese enloquecido. Había otro que decía ser el dueño de una fábrica textilera y que además tenía mucho dinero. Cada vez que llamaba me pedía que nos viéramos, que era muy rico. Llegó a ofrecerme $2’000.000= por una noche, siempre y cuando aceptase pasar con él una noche, en uno de los mejores hoteles de la capital. Imagínese la tentación, si al mes yo ganaba 3 y medio. Pero ganaba bien, eso me salvó. También me salvó que si yo hacía ese trabajo era porque quería a toda costa terminar mi carrera. Eso lo tenía muy claro. Por otra parte tengo mis principios, muy bien infundados además. ¿Qué como terminé en ese trabajo? Muy simple. Como muchas de las mujeres de este país. No crea, porque somos un montón de mujeres desesperadas. Como en la película de Almodóvar. Todas por razones diferentes. Sus maridos las abandonaron o los mataron y hay bocas que alimentar. Porque no han estudiado y tienen que ganarse la vida y llevar dinero a casa. Otras, porque son profesionales, pero no encuentran un trabajo bien remunerado; en fín, razones todas las que quiera. Algunas trabajan como vendedoras o secretarias, pero se ganan el mínimo, y con eso no se come. En el fondo la razón es la misma: carencia de dinero.

Mi caso no difiere mucho al de todas ellas. Mi familia, si bien nunca tuvo dinero, si era acomodada. Mis hermanos y yo asistimos a colegios privados, no los más caros, por supuesto, pero buenos colegios. A medida que terminábamos el bachillerato, ingresábamos a la universidad. Pero éramos cuatro, ¡imagínese! Un batallón. Y nos cogió la crisis de los ‘90. Para acabar de completar yo quedé en embarazo de mi novio. Mi novio, por decirle de alguna forma, porque como ya se imaginará, apenas le conté que estaba encinta, me dijo que eso no estaba en sus planes, que lo mejor era que abortara. Como me negué a hacerlo, simplemente cogió las de villadiego... y hasta el sol de hoy. Un cobarde, como muchos en este país. Y luego van a misa, comulgan y todo, sin confesarse. Así que decidí seguir adelante. En casa ni siquiera conté quien era el responsable de mi estado. ¿Qué habría podido decir? Que era un pobre bicho que no merecía ni siquiera la pena de ser aplastado. Borrón y cuenta nueva. Con un niño a cuestas y con un padre con dificultades para pagar las facturas cada mes ¿Qué quería que hiciera? Pues dejar la universidad, cuando sólo me faltaban tres semestres para terminar la carrera. No había otra alternativa, al menos para mí. Había que trabajar, urgentemente, un niño no da espera. Pero tenía que ser un trabajo en casa. Los niños exigen que trabajemos, pero a la vez debemos ocuparnos de ellos. Son nuestros pequeños y maravillosos tiranos. Creía que un trabajo así era imposible encontrarlo. Eso creía yo, porque nunca me había dedicado a mirar las ofertas de empleo que aparecen en el periódico. Hay de todo. Lo que pasa es que uno no da la medida para todo. Y de pronto, ¡Bingo! Un call center ofrecía trabajo a las mujeres y desde su propia casa. Así que me presenté. Fue entonces cuando estaba esperando para ser entrevistada que me di cuenta de la clase de trabajo que tendría que llevar a cabo. Había mujeres de todas las condiciones sociales. Feas, bonitas, jovencitas o entradas en años, flacas o gordas. Todo un zoológico. Para todos los gustos. Único requisito: tener una voz sensual y ser desinhibida. Lo primero no es difícil de lograr, en cuanto a lo segundo tendría que aprender a soltar la lengua. Pasada la entrevista, me hicieron una prueba, debía atender a un cliente. Pasé a la cabina y hable con él cinco minutos. La cabeza me daba vueltas y quería trasbocar. Creía que iba a desmayarme. Pero me aguanté. Y me quedé con el empleo. $1’500.000= fijos al mes. ¡Imagínese!, cuando en este país el salario mínimo está en $400.000=, más las comisiones que podría ganar si lograba alargar las conversaciones. Entre más tiempo entretuviera al cliente, más podría ganar.

A los pocos días instalaron el teléfono en mi casa. Sólo era para recibir llamadas del trabajo, de ahí no se podía llamar. Cuando sonó ese maldito aparato, yo estaba preparando una compota para mi hijo, y de pronto debía poner la voz más erótica posible. Tratar de poner caliente a alguien que no se tiene al lado, no es fácil. Porque si pensaba en el que había sido mi novio, lo que menos tenía eran ganas de tener sexo. Más bien me daban ganas de romperle la cara. Así que decidí ilustrarme un poco. Por rara que parezca la palabra: ilustrarme. Me fui a la biblioteca y leí algunos libros de poesía erótica. Hay unos poemas que a cualquiera le ponen la piel de gallina, por no decir que cualquier mujer se humedece y que cualquier hombre siente como su vara se yergue. Para la muestra, un botón:

“Yo te vine a dar placer, florida vulva mía/paladarcito inferior mío./Tengo gran deseo/del Rey Axayacatito./Mira por favor mis cantaritos floridos, /Mira por favor mis cantaritos floridos: /¡son mis pechos!”.

Quien lo creyera, es poesía náhuatl. Ya se lo había dicho, no siempre hablé así, con tanto desparpajo. Eso lo aprendí en el call. Mis compañeras, con las que debía encontrarme de cuando en cuando, sobre todo el día de la paga, me enseñaron un vocabulario que no estaba en mi disco duro. Por ellas supe que para aprender a “atender” a los clientes, lo que hacían era ver películas de varias x. Alguna vez lo intenté, pero no pude aguantar ni 3 minutos. La poesía me salvó, por ella no enloquecí. Cuando los clientes llamaban, y lo hacían todo el tiempo, yo lo que hacía era repetir los versos, pero con mis propias palabras y con un tono de sensualidad que los mandaba a la estratosfera. Eso fue lo que me hizo ganar tanto dinero, la literatura ¡imagínese! ¡quién lo creyera! Si siempre dicen que los poetas y los artistas se mueren de hambre.

Cuando comencé a ganar tanto dinero, mi familia comenzó a hacer preguntas. No entendían como podía salir adelante, sola y con un hijo pequeño, si siempre estaba en casa. Creían que estaba en malos pasos... Uno de esos sofismas con los que buscamos disfrazar la verdad que no queremos ver. Así que me inventé cualquier cosa, algo que fuera creíble. Les dije que vendía artículos por catálogo, y como este país está lleno de vendedoras que no salen de sus casas, pues la mentira terminó por ser creída. ¿A quién se le ocurre que su hija del alma está metida de puta por teléfono? A nadie. Como ganaba bien y gastaba poco, pronto tuve el dinero que necesitaba para terminar de pagar mis estudios. Seguí en el call un tiempo, trabajaba por horas. Ganaba menos, pero podía seguir sosteniendo a mi hijo y podía asistir a la U, no al partido, ¡válgame dios!, sino a la universidad. Por lo que aquí estoy. Pasado el tiempo terminé por graduarme y encontré un empleo como arquitecta. No importa que gane menos. Al menos me siento bien conmigo misma y puedo mirar cara a cara a mi hijo. Eso no hay plata que lo compre. Por eso estoy aquí contándole mi historia, hacerlo me libera de unas cadenas que me ataban al pasado y me limpia la suciedad que tenía en la piel y en el alma.

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