viernes, 7 de septiembre de 2007

LAS BRUJAS EN LA HISTORIA DE OCCIDENTE (ensayo)

LAS BRUJAS EN LA HISTORIA DE OCCIDENTE

El próximo 31 de octubre se celebra el día de las brujas, una conmemoración que ha sido importada de Estados Unidos, pero que ya hace parte de las fiestas importantes de nuestros niños y niñas, pero pocas veces nos detenemos a pensar en quienes han sido verdaderamente esos personajes y cual ha sido el rol que han desempeñado a todo lo largo de la historia. Por otra parte la bruja, como personaje histórico y literario, me ha llamado siempre poderosamente la atención; es por ello que el presente artículo hace una breve reseña de esa mágica figura por la que a veces sentimos miedo o atracción.

La bruja o hechicera es un personaje legendario, se remonta incluso a la época de los faraones griegos. En el libro “Las Sociedades Secretas”, de Peter Gitlitz, se menciona un papiro encontrado en una de las pirámides, donde se puede observar al faraón Ramsés III con punciones en diversas partes del cuerpo, exactamente donde el faraón decía sentir dolencias. Según el papiro ésto habría sucedido en el año 1.100 a. de J.C.

En la Grecia antigua también se practicaba el oficio de la brujería. Los autores clásicos hacen alusión a ellas y a sus pócimas mágicas. Teócrito nos habla de ellas en su obra “Idilios” Y Horacio hace referencia a una mujer de nombre Canidia, cuyo oficio era la preparación de perfumes y de bebedizos para rendir culto a Príapo, el dios del sexo.

Pero las brujas de la antigüedad estaban muy lejos de ser consideradas como los seres maléficos del medioevo. En el mundo antiguo, como ocurre aún hoy en día en los llamados “pueblos naturales”, no se hacía una clara distinción entre magia y religión. La preparación de bebedizos y el ejercicio de la magia estaban reservados a personas que gozaban de gran prestigio dentro de la comunidad. Por otra parte sólo podía trabajar en el oficio la persona que hubiese cumplido con largos y penosos años de aprendizaje.

La persecución de las brujas sólo se inició en el siglo XIV. En realidad las mujeres que serían posteriormente perseguidas, torturadas y asesinadas en la hoguera o ahogadas en los ríos, eran sacerdotisas al servicio de diosas de antiguas religiones precristianas, religiones en su gran mayoría de origen panteísta. Su gran crimen fue seguir profesando las creencias de sus antepasados, en una época donde el cristianismo luchaba por asegurar su dominio como única religión monoteísta en territorio europeo.

En la Alta Edad Media, las brujas eran aquellas mujeres campesinas que conocían muy bien su entorno, sabían que plantas eran benéficas para las diversas enfermedades que aquejaban a su familia y comunidad. Pero por este conocimiento, que además era un oficio ejercido por los judíos (a quienes sólo se les permitía ejercer los oficios concernientes a la medicina, al comercio y a la de prestamistas), serían perseguidas implacablemente por la Santa Inquisición. El manejo de las pócimas curativas, es decir las primeras nociones científicas, no podían ser del dominio femenino. A las brujas se las comenzó a quemar, supuestamente, por herejes, pero la razón verdadera era por ser amantes del conocimiento. No solamente se les quemaba, sino que se les sometía a torturas y vejámenes sin límites; para lo cual se desarrollaron aparatos de una alta sofisticación como la Dama de Nuremberg. Pero de todas las torturas la peor era la psicológica, la persecución que se les infligía llegaba a límites tan insoportables que sucumbían rápidamente en la histeria colectiva, lo que agravaba aún más su situación, puesto que sus torturadores podían aludir que estaban poseídas por el diablo. En Alemania, por ejemplo, la caza de brujas llegó a cotas tan altas, que en muchos poblados se quedaron sin mujeres. Solo en Bamberg, la cacería condujo al asesinato de 600 personas, la mayoría de ellas mujeres, incluyendo a las niñas y algunas veces a los hombres; por otra parte hay que tener en cuenta que los poblados rara vez superaban los 2000 o 3000 habitantes. Pero el juicio más famoso lo es sin duda la cacería de brujas emprendida en Salem (Estados Unidos), en el invierno de 1.602; y llevada magistralmente a las tablas por el dramaturgo Arthur Miller. Las acusadas, al menos en un principio, pertenecían a las clases menos favorecidas, la primera en ser acusada fue una esclava llamada Tituba, que además carecía de cualquier derecho otorgado a los habitantes del pueblo. Le siguieron una pobre mendiga, y una mujer que convivía en unión libre con un funcionario. Estas mujeres eran consideradas como una mancha para la comunidad puritana de su tiempo, se salían de los convencionalismos exigidos por la época, por lo tanto no encajaban dentro de su comunidad. La cacería sólo paró cuando llegó a las capas más importantes de la sociedad, 18 meses después de haberse iniciado. Había dejado 19 muertes, entre ellas la de un hombre. Frente a las muertes de Europa, especialmente Alemania, esta cifra parece ridícula, no obstante dejó una herida profunda en la sociedad norteamericana; y si Arthur Miller no hubiera exorcizado ese dolor, es muy posible que la herida nunca hubiese cerrado del todo. Se cree que la razón verdadera que motivó todo el juicio, era una disputa concerniente a la posesión de tierras.

¿Pero quiénes eran en realidad estas mujeres llamadas brujas? Después de la persecución emprendida por la Santa Inquisición, a las brujas se les ha identificado siempre con el mal, con las fuerzas ocultas y con el culto a Satanás. La cacería de brujas corresponde a la represión religiosa y sexual, ésta última derivada de un fuerte sentimiento de misoginia, que ha caracterizado la tradición judeocristiana. La represión si bien había comenzado desde el siglo XIV no es sino hasta el año de 1.560 cuando se pondrá en marcha la gran maquinaria de horror e ignominia en contra de las mujeres conocidas como brujas. Dicha persecución obedecerá a oscuros sentimientos de poder político y ambición económica. Por supuesto que había una creencia generalizada en cuanto a la existencia de la hechicería se refiere, hechicería que era mal comprendida, puesto que las mujeres que la practicaban eran generalmente curanderas y parteras; que por su mismo oficio, como se anotaba anteriormente, conocían muy bien su entorno natural, algo que podía parecer insólito para el escaso o nulo conocimiento científico de su tiempo. Cuando la cacería se desató, cualquier acontecimiento que supuestamente se saliera de lo normal, era considerado de origen satánico: Una enfermedad, la muerte de un ser querido o de un animal, una sequía o una inundación... Si una mujer auxiliaba a alguien con hambre y éste moría poco tiempo después, la mujer en cuestión podía ser acusada de poseer poderes maléficos. Es de suponer que estas creencias que simplemente correspondían a la ignorancia que se tenían sobre la ciencia o sobre las fuerzas naturales, contribuyeron al ejercicio de venganzas personales. Pero también “cazar” brujas otorgaba poder político dentro de la comunidad a la que se pertenecía, puesto que el “cazador” ganaba “respeto”, un respeto que como es fácil suponerlo era más bien derivado del temor a ser también acusado de prácticas de hechicería. El oficio de “cazador” llegó a ser verdaderamente lucrativo desde todo punto de vista, ésto incluía la edición de manuales que enseñaban como combatir la brujería. El más famoso de todos fue el Malleus Malificarum. En Francia, el juez que mandase a la hoguera o a la horca a cierto número de brujas, adquiría prestigio dentro de su profesión y en el seno de la sociedad de su tiempo.
Los hombres que también cayeron dentro de esta ignominia, generalmente habían sufrido en carne propia la persecución de sus hijas, sus esposas, hermanas o madres; es decir habían caído en desgracia ante su comunidad. Se estima que entre 1.560 y 1.760 murieron asesinadas en territorio europeo más de 100.000 "Brujas". Para entonces cualquier rescoldo de religiones paganas había sido sofocado por las Iglesias Católica y Protestante. Pero lo que es verdaderamente insólito es que en el ocaso del siglo XX las comunidades campesinas europeas aún seguían perpetuando imaginarios que supuestamente habrían desaparecido. Me refiero a la condena a la hoguera de la cual fue víctima Estaricha Yokanovich, una mujer serbia de 71 años, quien fuera golpeada con un hacha por su yerno y nieta para evitar que huyera de la hoguera donde finalmente moriría. Estaricha había sido víctima del mandato empleado por la Inquisición siglos atrás: “No dejes con vida a la hechicera”. Y si bien este relato pareciese haber ocurrido en el siglo XVI, fue tan solo en el año de 1995 cuando la intolerancia e ignorancia revivieron una vez más los horrores de esta macabra Institución.

El tristísimo y... (cuento)

El tristísimo y sonadísimo ocaso de una seudodiva criolla o las tribulaciones de una niña bien destinada a convertirse en dama de la lata sociedad

Hace rato llegué al quinto piso, cada vez me acerco más al sexto. Lo hago con desgana, más que desgana habría que decir que me produce terror. Nunca me ha gustado la vejez. Mi vida ha estado dedicada al culto de la belleza y de la juventud. Hubiera querido ser una aprendiz de Nicolás Flamel, el alquimista, para que me enseñara la transmutación del mercurio en oro y la manipulación de la piedra filosofal. O hubiese seguido, sin dudarlo ni un minuto, a Juan Ponce de León, el conquistador español que recorrió la Florida en el siglo XVI, en busca de la fuente de la eterna juventud. Y si me hubiese encontrado a Uraquimataro, le habría impedido que abriese el cofre que le había dado el dragón. Yo había visto en sueños al pájaro que estaba en su interior, por lo que conocía el secreto que él guardaba. Si Uraquimataro abría el cofre, el pájaro se escapaba y con él el don anhelado de no envejecer nunca. Al compartir mi secreto con Uraquimataro yo habría podido compartir ese privilegio, el dragón me lo había dicho en otro sueño. Por eso dentro de mis lecturas predilectas están El Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde y el Orlando, de Virginia Woolf. Hace algunos años hubiera negociado mi alma con el diablo, a cambio hubiese pedido un porrón de agua de la fuente sagrada. Pero se la vendí a un diablo sin cuernos y sin cola, pero con unas garras de aquí a Cafarnaum. Se la vendí al capo dei capi, cuasi iletrado y de baja estofa, que se tomó este país hace más de veinte años. Y como cualquier candinga, me engañó, no me concedió nada. En vez de otorgarme la belleza eterna, me quitó los ojos. Me pasó lo mismo que a Yocasta, me acosté con el hombre equivocado, ella pagó con su vida y Edipo se arrancó los ojos. En el caso nuestro, fue él quien encontró una trágica muerte y soy yo quien está perdiendo la visión. Me estoy quedando ciega, ese es el obsequio que recibí como pago a mi compañía.

Pero es mejor comenzar por el principio. Nací para ser amada, venerada. Mi belleza ya es una leyenda en este país; soy la Marinlyn Monroe criolla. A diferencia de ella soy políglota, me gusta la poesía, estoy enterada de los movimientos bursátiles y vengo de una familia burguesa. Asistí a uno de los tres mejores colegios de este país y a uno de los 10 mejores del continente latinoamericano. Soy educada, delicada, conozco el glamour como la palma de mi mano y me vistieron las mejores casas de costura francesas e italianas. Como no estaba contenta con mi nariz, un leve defecto de producción, me hice corregir esos milímetros de más que afeaban mi rostro. Pero como siempre, aquí creen que saben mucho, cuando en realidad lo ignoran todo. El cirujano plástico, si es que puede llamársele así al tegua que me operó, lo que hizo fue dejarme la nariz peor de lo que era. Por fortuna conocía al brasilero que había operado a las grandes estrellas de Hollywood; así que él corrigió lo que el medicucho en cuestión había terminado de averiar.

De ahí a saltar a la pantalla chica no había sino un paso. Desde pequeña me moví en los círculos sociales más exigentes de la capital. Con mi don de gentes, mis conocimientos y mi belleza tenía el cielo a mis pies. Aunque debiera decir a mis piernas. Me convertí en la imagen de una reconocida marca de medias de nylon y todos los días, en los horarios de más alta sintonía, millones de compatriotas soñaban conmigo. Marlene Dietrich había asegurado sus piernas por un millón de dólares, de haberlo querido yo las habría asegurado por cinco. De todas formas lo que he debido asegurar no eran las piernas sino los ojos. Me estoy quedando ciega, ya se los había dicho. Pero pareciera que nadie comprendiese mi tragedia. Los periódicos y la televisión hablan de ello. En estos últimos días he hecho correr ríos de tinta, sólo equiparables al río Amarillo, al Ganges -cuando se sale de su cauce- o al Amazonas. Cuando debieran hacer una teletón para poder pagar la operación. Y no es broma lo que digo, harto que les hice ganar hace más de veinte años, me lo deben, no me cabe la menor duda.

Me convertí de la noche a la mañana en la presentadora de un noticiero. De tener un bajo rating y de pasar por dificultades económicas, el noticiero pasó a batir records de audiencia en pocas semanas y eso durante todo el tiempo que me tuvo como imagen. Y por supuesto que lo salvé de la bancarrota, si lo sabré yo. Fue entonces cuando los hombres de este país, sin distinciones de clase, comenzaron a soñar conmigo. Los escotes pronunciados que me ponía cada noche, les cortaban el aliento, preferían mirar el noticiero solos, sin que sus esposas los acompañaran, vaya uno a saber porqué. El hecho es que muchas de ellas, ya no eran “molestadas en la noche”, a otras la situación les llegaba de maravillas, sobre todo si debían cumplir doble jornada, después de haberse visto con el tinieblo de turno en cualquier apartamento prestado por una amiga chévere. Pero para algunas, no tan pasivas, en el caso de las primeras, ni tan permisivas, en el caso de las segundas; en otras palabras, para las que de verdad lo disfrutaban en su propia cama, me les convertí en un problema. Yo era la amante etérea de sus mariditos. Si bien algunas se hubiesen contentado con el orgasmotrón que se inventó Woody Allen para una de sus películas, éste nunca llegó a los supermercados. Y para colmo de males en esa época las boutiques de objetos calientes aún no habían hecho su aparición en la carrera 13. Tampoco se acostumbraban las tardes de té entre amigas, en el que se rifan los favores de un mancebo bien dotado, al que previamente se ha contratado con el fin de amenizar las tardes con una danza más que sensual. La costumbre de hacer el amor por internet aún no se vislumbraba y a pocas personas se les ocurría hacerlo por teléfono. La moda vendría después, yo fui una de las pioneras.

Entre tanto, de ser la modelo de medias para dama, pasé a modelo de toallas íntimas, como se les llama ahora. Un nombre más discreto, más púdico; léase decoroso e incluso casto. Los pocos hombres que aún no habían “craqués”, cayeron rendidos al piso. Besaban las huellas que dejaba a mi paso. A esas alturas, mis hombres iban desde políticos -senadores y alguno que otro futuro, presente o pasado presidente- hasta banqueros, joyeros, industriales, periodistas y alguno que otro intelectual o artista. Me convertí en la barbie de lujo, en una cortesana criolla del siglo XX, en la mujer que sirve para hacer ostentación de autoridad, de dinero y con la que se despierta envidia en los demás. Ellos me utilizaban y yo los utilizaba. El comercio, y por supuesto las ganancias, era recíproco. En otras palabras yo estaba detrás del poder. Aprendí a amarlo, tanto como a mi cuerpo. Entendí que no debía tener hijos, en su ausencia radicaba mi belleza y mi poderío. En el colegio había leído Historias de amor de la historia de Francia, y había entendido que eran las mujeres las que tejían y destejían los hilos del dominio absoluto de un país o de un imperio. Pensé en la hetaira más famosa de la antigüedad. Aspasia, la amante de Pericles e inspiradora de guerras y de complots. El rapto de dos de sus pupilas habría sido la causa de la guerra del Peloponeso. Las súplicas de su marido le evitaron un juicio y la salvaron de una condena segura. Ella le enseñó el arte de la oratoria. También estaba Friné, cuya belleza fue inmortalizada en la soberbia escultura que le hizo Praxiteles, La Venus de Cnido. Cuando quisieron procesarla por la vida licenciosa que llevaba, no aceptó que la defendiesen. Simplemente se desvistió delante del tribunal dispuesto a condenarla. Entendieron que una belleza de esa magnitud tenía por fuerza que pertenecer a todos. Llegó a poseer una gran fortuna. Cuenta la leyenda que con su dinero reconstruyó las murallas de Tebas, la ciudad que la había visto nacer. Y por supuesto estaba una de las pupilas de Aspasia, Lais de Corinto, considerada una de las bellezas más grandes de todos los tiempos. Aún no había nacido Pauline, la hermana de Napoleón, conocida por ser bastante ligera de cascos. Lais enloqueció a más de un hombre de la Grecia antigua. Mirón, le ofreció toda su fortuna por una noche. Ella lo rechazó, pero no dudó en aceptar a Diógenes por unas pocas monedas. Le interesaba más alardear de haberse acostado con un filósofo que con un escultor. Todas estas mujeres tenían en común el gusto por el arte, la literatura, la filosofía, la política y por supuesto el amor por sus propios cuerpos. Ellas fueron las diosas que me enseñaron como sacar provecho de las artes amatorias.

Y cuando se ha tenido una educación de esa magnitud, se está en la obligación de perpetuarla. Las hetairas también recibían mujeres; así que yo no podía dejar atrás tan interesante costumbre. Por mis sábanas de seda roja pasaron los hombres más influyentes de la época, ya lo había dicho; y cuando la ocasión lo ameritaba iniciaba niñas recién egresadas de los colegios non plus ultra de la ciudad; algunas habían pasado por las pasarelas de Cartagena. Con ellas hablaba en inglés o en francés. Los hombres de aquí a duras penas hablan español. Las escogía cuidadosamente. Para lo cual tenía en cuenta su gusto artístico y su elegancia. Luego debían pasar por una conversación rigurosa en historia del arte y en literatura. Si clasificaban, pasaban a formar parte de mi círculo privado, con el cual me entretenía en las horas de la tarde. Las noches eran reservadas para los señores. No me gustaban las monas. Prefería las morenas por ser más ardientes. Y cuando ya estaban bien entrenadas, se las pasaba a uno que otro senador. ¡Les encantaba! A las unas y a los otros. Por eso me buscaban. Hubo una incluso que llegó a ser la preferida de un presidente y otra de un conde portugués con quien terminaría casándose. Y por supuesto que la primera en sacar provecho de la situación era yo. ¡Ni más faltaba! Con las más osadas hicimos algunas partouzes. Poco a poco me convertí en una madame. Me he debido quedar con ese oficio, hoy mi vida sería diferente. No hice caso a la historia de Lais. En su vejez y después de haber recibido a Platón en su “Jardín de elocuencia y arte de amor”, no como amante sino para que le mostrase los caminos de la filosofía, terminó vendiéndose en las calles por un pedazo de pan rancio o por una copa de vino; comenzó a rendirle más culto a Dyniosios que a Afrodita. La diosa no dudó en castigarla, perdió toda su fortuna y su cuerpo se secó como la arena del desierto.

Pero la ambición rompe el saco. Son expresiones populares que no siempre tenemos en cuenta. No supe retirarme a tiempo, ni rechazar las mieles que la vida me daba a manos llenas. Cuando estaba en la cima del poder y de la gloria, uno de mis influyentes amigos, integrante de una de las familias más importantes del país, presidenciable, para más datos, me presentó a quien sería el hombre de mi vida. Al principio creí que era una especie de rey Midas, todo lo que tocaba lo convertía en oro. Así que lo invité a compartir mi lecho, esperaba que sus largueros de madera se convirtieran en oro macizo. Era senador, y aunque mal hablado, como muchos de ellos, y de pésimo gusto para vestir, otro drama bastante generalizado entre mis compatriotas; yo creí que por fin haría algo grande con mi vida. A partir de ese momento me convertí en su sombra. Lo acompañaba a todas partes, con él, y con su compañero de fórmula, recorrí todo el país. Sólo que no era la fórmula 1, sino una más veloz y por lo tanto más peligrosa: la búsqueda de la silla dorada del palacio de gobierno. Esa no la podía transmutar en oro, había que ganarla. Así que todos los métodos fueron utilizados. Sin contemplaciones de ninguna índole. Sin pudor y sin remordimientos, me convertí en su cómplice. Quise apropiarme del paraíso y terminé recorriendo los nueve círculos del horror. Allí quedé atrapada para siempre, como un alma en pena. El rey Midas, no era sino un farsante, megalómano, mitómano y poseedor de la mente asesina más abyecta que se haya conocido hasta ahora. Lo comprendí muy tarde. Acabó con esta nación y en lo que a mí concierne me dejó sin nada. Para sobrevivir he debido dedicarme a las ventas por correspondencia. Las clases de glamour, que hubiese podido dictar a las jovencitas que se presentan cada año en sociedad, no funcionaron. Los hombres que me habían adorado, simplemente les dio amnesia y de la severa. Nadie se volvió a acordar de mi existencia. Hasta ahora que vuelvo del olvido a remover las cenizas que todo el mundo creía desperdigadas en los cuatro puntos cardinales. El pasado siempre regresa. La historia nos lo ha demostrado con creces. A veces lo solemos olvidar.