viernes, 18 de enero de 2008

SIMONE DE BEAUVOIR

SIMONE DE BEAUVOIR


Hace seis años escribí para Papel Salmón un artículo titulado Cuatro Mujeres, cuatro momentos, en el cual hacía alusión a Simone de Beauvoir, y lo que su legado filosófico y literario había aportado a la sociedad en general y a la mujer en particular. Hoy, seis años después, retomo lo ya escrito, para desarrollar un poco más las ideas allí descritas; pero, básicamente para realzar y elogiar la voz y el pensamiento de una mujer que luchó abiertamente contra la sociedad de su tiempo y que fue clave en el cambio radical que experimentó la mujer, principalmente a partir de la segunda guerra mundial. Es innegable que su producción ha tenido un rol definitivo en los cambios socioculturales de Occidente, logrando ejercer una gran influencia que perdura hasta hoy y que perdurará, de eso estoy completamente segura, durante mucho tiempo más. Habiéndose ganado un lugar en las letras francesas y en la historia de la literatura. ¿Pero, quién era Simone de Beauvoir?

Esta mujer, llamada a liderar el movimiento feminista y a gritar en contra de la opresión masculina, nació en París, más exactamente en el Boulevard Raspail, un nueve de enero de 1908. Nace en el seno de un hogar burgués, lleno de libros y visitado permanentemente por los intelectuales y artistas de la época. Las conversaciones en torno al arte, a la literatura, a la música -incluso su madre, como muchas burguesas del siglo XIX, interpretaba el piano- estimularán el ansia por el conocimiento, por el análisis, por la crítica y sembrarán las primeras semillas de la búsqueda estética que habrá de acompañarla hasta su muerte, acaecida en 1986. Por otra parte, el Boulevard Raspail, encontrándose en el centro de Montparnasse, sería el lugar que los nuevos intelectuales elegirían para pasear, comer y hablar sobre literatura. La Coupoule, ese gran restaurante que se convertiría en un hito de la vida parisina de comienzos del siglo XX, abría sus puertas y allí se daban cita artistas, escritores, políticos y bohemios. Y para Simone de Beauvoir nada de esto podía pasar desapercibido. Años más tarde, y con Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre a la cabeza, la vida literaria se desplazaría un poco más al norte, a Saint-Germain des Près, básicamente al Café Aux deux Magots, dando lugar así a todo un movimiento literario que se conocería luego como La Rive Gauche; del que harían parte entre otros, Aragon, Gide, Malraux, Mauriac... Y es que para hablar de París y de su mundo intelectual y artístico, indudablemente hay que hablar de sus cafés y restaurantes; puesto que ellos han jugado un rol importante en la vida parisina.

En uno de sus libros, Mémoires d’une fille rangée, relato autobiográfico por excelencia, Simone de Beauvoir nos da cuenta de una infancia felíz y protegida. Y aunque su madre le transmite una educación católica y conservadora, al mejor estilo decimonónico, la mente analítica de su padre, le abrirá las puertas para ir a la universidad, en un tiempo donde las mujeres crecían sólo para convertirse en madres y amas de casa. Es de anotar que una vez finalizada su carrera de filosofía, recibe el diploma con los mayores honores universitarios.Y es en las aulas de la Sorbona donde conoce a Jean-Paul Sartre; esa mente lúcida que hará posible la concepción del existencialismo. Pronto entablan una relación que hará de ellos la pareja de intelectuales más singular del siglo XX. Sartre, filosófo y escritor, ateo y libre, será quien ejerza una influencia permanente en la vida de Simone de Beauvoir y viceversa. Negarlo sería desconocer la enorme admiración y respeto que le profesaba Sartre; hasta el punto que todo lo que él escribía, pasaba por el tamíz de Simone de Beauvoir. Ahora bien, ¿Porqué la relación Sartre-de Beauvoir es singular? Desde sus inicios, Sartre plantea la necesidad de establecer una relación abierta, sin tapujos, libre en todo el sentido de la palabra, sin ataduras, sin hijos y con amantes de los dos lados; eso sí, sin mentiras, ni doble vida. La única condición: contarse todo el uno al otro. Y Simone de Beauvoir, rebelde por antonomasia, será una estudiante disciplinada en esta área del conocimiento impartida por Sartre. La libertad de su relación la lleva a reflexionar sobre la relación de sus padres, y pronto comprende que su madre, católica ferviente, no ha sido sino la sombra de su marido, sin haber tenido nunca una vida propia.

En esta nueva filosofía de vida, Simone de Beauvoir irá hasta más allá de los límites, de lo que entonces se consideraba “buenas costumbres”. Dentro de las leyendas que circulan sobre su vida, se cuenta que cuando trabajaba en el Liceo como profesora de filosofía (oficio que ejerció hasta 1948), seducía a sus alumnas y luego las llevaba a la cama de Sartre. Incluso durante algún tiempo compartieron un apartamento en el que vivían ellos dos, eso si en habitaciones separadas, con otras dos jóvenes mujeres y un hombre. Sartre llamaba a ese singular grupo, la tribu. Y si bien Sartre ocupó un lugar muy importante en la vida de Simone de Beauvoir, fue Nelsón Algren, escritor norteamericano, su gran amor. Su relación se extendería por espacio de quince años, pero fue básicamente una relación epistolar. Simone de Beauvoir le escribió 300 cartas que luego serían publicadas en un libro por Sylvie Le Bon de Beauvoir. Dicha relación comienza a ser epistolar cuando Algren, siguiendo la tradición, le regala un anillo de hojalata, el mismo que Simone de Beauvoir guardara celosamente en su dedo hasta el día de su muerte, al mismo tiempo que le propone matrimonio y vivir indefinidamente en Nueva York. Esta petición hace que Simone de Beauvoir decida romper, alegando entre otras cosas, que jamás abandonaría a Sartre. Para entonces ya se había negado a seguir teniendo relaciones sexuales con él, aunque se veían diariamente e incluso compartían el mismo lugar de trabajo. Cada uno con una máquina de escribir, el uno al lado del otro, leyéndose mutuamente, haciendose críticas y estimulándose intelectualmente; la mejor forma como Simone de Beauvoir podía entender y aceptar la relación con ese monstruo de la filosofía existencialista que fue Sartre. Esta singular relación ha dado para que muchos críticos, y porque no decirlo detractores, la llamen simplemente “la libertina”; borrando así de un solo plumazo su contribución a la literatura, a la filosofía y al feminismo. Y es que aún nos regimos por estándares de pensamiento machista, lo que es plenamente aceptado en un hombre, es rechazado en una mujer. De Sartre no se dice que fue un libertino, finalmente es un hombre. Por otra parte, no es la libertad sexual que puso en práctica Simone de Beauvoir lo que en verdad me interesa, sino su obra. Sobre todo esa máxima “On ne naît pas femme, on le devient” (no se nace mujer, uno se convierte en mujer), lo que me ha estimulado intelectualmente desde mi adolescencia. Así escritoras de la talla de Julia Kristeva se vayan lanza en ristre en contra de dicha frase. Y es que Simone de Beauvoir, con su obra El Segundo Sexo, sentó las bases del feminismo que hizo posible que la mujer participe activamente en la vida laboral, que vaya a una universidad, que se lance a la política, al mundo de las finanzas... es decir que gane para si el mundo que siempre le había sido vedado; así todo el mundo, incluídas las mujeres, niegue la influencia del feminismo en dicho cambio social, cultural y económico. Pero al momento de escribir el libro en cuestión, Simone de Beauvoir ya tenía detrás de si una enorme trayectoria en el mundo de las letras, e incluso había participado en la fundación de la revista Tiempos Modernos, de donde fuera además colaboradora. Más tarde vendrían otras obras, como: La Invitada, la Fuerza de la Edad y La Mujer Rota, entre otras. Al lado de Jean-Paul Sartre estaría siempre al frente de las luchas políticas, denunciando y acusando, y aunque siempre se consideraron de izquierda, nunca militaron en el partido comunista ni en ningún otro, ya que no aceptaban las ataduras y compromisos que supone la militancia en un partido determinado. Simone de Beauvoir estuvo siempre al frente de los movimientos feministas, fue su más firme abanderada y luchó por los derechos de la mujer, entre ellos el derecho a decidir sobre su propia sexualidad. En 1971 firma el Manifiesto por la Libertad del Aborto, luego aceptaría la presidencia de la Liga de los Derechos de la Mujer. En 1981 se adhiere a la campaña antisexista de los Derechos de las Mujeres que lideraba Yvette Roudy y hasta su muerte en 1986 firmaría cientos de proclamas por la libertad, igualdad y emancipación de la mujer.


Y puesto que estamos hablando de cambios, no hay que olvidar que en el siglo XIX, Georges Sand, ya se había revelado en contra de los convencionalismos de su época, los cuales exigían que la mujer se limitara al desempeño de los roles domésticos. Y por supuesto que debo nombrar a Virginia Woolf. Esa extraordinaria escritora, que sin ser considerada feminista en los términos en que se entiende hoy en día dicha palabra, escribe una obra que ha marcado un hito en la historia de la literatura, Habitación propia. Allí, Virginia Woolf analiza el porque de la poca o nula producción literaria de las mujeres, y su conclusión es precisamente el hecho de no haber tenido nunca un espacio para ellas. Las bibliotecas fueron consideradas, hasta bien entrado el siglo XX, como un espacio masculino, en el que la mujer no era bienvenida. En cambio, el espacio de la mujer era, y aún lo sigue siendo en muchas culturas, la cocina. Otro de los aspectos analizados es que al no prepararse intelectualmente, al no aprender un oficio, tiene que aceptar las reglas masculinas, puesto que independizarse económicamente es imposible. Por lo tanto la crianza de los hijos y la sumisión absoluta al marido, como única posibilidad de existencia, le impide su propio desarrollo intelectual y espiritual. Algo que comprendió muy bien Simone de Beauvoir, al analizar la relación de sus padres, a la que me refería anteriormente. Pero también está Marguerite Yourcenar, esa incomparable escritora, que al igual que sus antecesoras, daría mucho que hablar a los círculos pacatos y conservadores de su época. No hay que olvidar además que hay muchas otras mujeres que abrieron el camino para que hoy en día podamos hacer uso de derechos inalienables, no sólo de la mujer, sino del ser humano.