martes, 17 de noviembre de 2009

CLAUDE LÉVI-STRAUSS

MI ACERCAMIENTO A CLAUDE LÉVI-STRAUSS
En los años 70, mientras realizaba mis estudios de literatura en la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá), tuve la gran fortuna de tener como profesor a un jesuita a quien le debo mi pasión por la historia de las religiones. Su curso se llamaba Ciencias Religiosas, y estaba dirigido a dilucidar el pensamiento de uno de los más grandes pensadores del siglo XX en dicha materia, Mircea Eliade, pero también estaban Georges Frazer o Roger Caillois. No fue sino hasta más tarde, cuando me encontraba realizando la Maestría y el DEA en la Universidad de la Sorbona (París), cuando tuve la oportunidad de conocer a otro gran pensador, Claude Lévi-Strauss (1908-1909).
Si bien Lévi-Strauss ha pasado a la historia como etnólogo y antropólogo, su formación universitaria fue como filósofo. Su recorrido por esas dos disciplinas, que apenas se estaban formando en la primera mitad del siglo XX, se debió a su conocimiento de las tribus brasileñas del Matto Grosso y de la Amazonía. En Brasil trabajó como profesor desde 1932 hasta 1939. No es sino hasta 1955 que publica Tristes Trópicos, un diario sobre su experiencia con algunas de las tribus brasileñas. Pero también es una reflexión sobre el pensamiento religioso y sobre las diversas creencias religiosas. Entre ellas el Islam, doctrina a la que critica abiertamente; pero también se encuentra su admiración por el budismo. Tristes Trópicos es una obra de gran importancia y actualidad, ya que Lévi-Strauss supo adelantarse más de medio siglo a la discusión que llena todos los espacios políticos actualmente: la protección del medio ambiente. Ya en los años 50 este gran pensador tenía en claro que la destrucción del planeta tierra lleva consigo la destrucción de la especia humana, y de todas las demás especies. Su discurso era claramente ecológico, en un momento en que nadie que fuera occidental lo había planteado, ni figuraba como eje central de su discurso. El libro fue un verdadero éxito, y aún hoy en día sigue siendo de obligatoria lectura, para aquellas personas que se interesan por la diversidad cultural y por la protección del medio ambiente.
Y es que a Claude Lévi-Strauss hay que mirarlo como el gran defensor de la diversidad cultural y religiosa. De origen judío, pronto sintió en carne propia lo que era ser rechazado en la escuela por compañeros intolerantes, y porque no decirlo ignorantes. Pero su gran persecución no se dio sino hasta la Segunda Guerra mundial, cuando perdió el empleo como profesor de filosofía, por ser judío. El gobierno de Vichy no sólo estaba persiguiendo a un hombre por sus orígenes religiosos, sino que estaba persiguiendo a una de las mentes más brillantes del siglo XX. En 1941 se exilia en Estados Unidos, donde tiene la oportunidad de conocer a Roman Jackobson. Las investigaciones que realiza van a desembocar en lo que más tarde se conocería como el pensamiento estructuralista.
Otra de sus obras cumbres, es Las estructuras elementales del parentesco (1949), donde desarrolla, de una forma magistral, su tesis sobre el incesto y las normas que lo prohíben en diversas culturas. Más que nada, es un intento para demostrar que la prohibición del incesto es una norma cultural, que tiene múltiples formas de desarrollo. Es así como en una cultura puede ser considerado incesto las relaciones entre tía y sobrino, pero en el caso contrario, tío-sobrina pueden ser plenamente aceptadas. La lectura de este libro es más que nada un descubrimiento de una de las normas que han llevado a ejercer el control sobre la sociedad. Pero sobre todo, es la posibilidad de entender los mitos judeocristianos que se han tejido con respecto a dicha prohibición; permitiendo de este modo la comprensión de un tema tan complejo.
Hablar de Claude Lévi-Strauss, es también hablar de Émile Durkheim o de Paul Rivet, pero ante todo es hablar de Ferdinand de Saussure. Lévi-Strauss comenzó a indagar en los lineamientos que buscasen desarrollar una teoría sobre los fenómenos sociales como vehículos de comunicación. Su teoría convergía en la lingüística de Saussure, uno de los más importantes lingüistas del siglo XX. Saussure nos explicó que era un “signo” y cuáles eran sus funciones dentro de la comunicación humana y Lévi-Strauss nos explicó que “el etnólogo es como un lector que debe descifrar un complejo mensaje que se hace presente en su experiencia, y la cultura extraña es ese mensaje que transmite, por diferencia, una variante más del tema “humanidad” (Claude Lévi-Strauss. Antropología Estructural. Altaya, 1994. Pág. 17). Los fenómenos sociales son vistos a la luz como códigos que deben ser leídos y comprendidos. Cuando esos códigos pertenecen a la cultura en la que el individuo ha nacido y con la que ha crecido, son fácilmente decodificados y entendidos; es más, se hace de una forma inconsciente y natural. No obstante, cuando dicho individuo se cruza con los códigos de una cultura diferente a la suya, debe entonces entrar a la decodificación de dichos mensajes; es decir, debe proceder a observar de una manera científica la cultura objeto de estudio.
En 1959 es elegido profesor en el Colegio de Francia, un importante reconocimiento a su vida profesional y en 1973 entra en la Academia francesa
En 1960 publica Mitologías, como resultado de su cátedra en la Sorbona sobre Religiones Comparadas.
En 2008 la prestigiosa editorial La Pléiade publica una selección de sus obras, que habían sido previamente escogidas por el mismo Lévi-Strauss. Este gran pensador murió el pasado 31 de octubre, cuando sólo le faltaban algunos días para cumplir 101 años.
Algunas de sus obras son:
Raza e Historia. Altaya.
El pensamiento salvaje. Fondo de Cultura Económica. 1964
Antropología Estructural. Altaya. 1994

HARUKI MURAKAMI

Hace escasos dos meses, cuando me encontraba buscando novedades en una librería, tuve la fortuna de encontrar algunos libros de Haruki Murakami (1949), escritor hasta ese momento desconocido para mí. Y como siempre he tratado de acercarme un poco a la literatura japonesa decidí comprar uno de sus libros. Sputnik, mi amor. Dos días después adquiría Tokio blues, conocido también como Norwegian Woods, y a la semana siguiente compré Kafka en la orilla. El descubrimiento de este autor me abrió las puertas a un universo extraordinario, donde todo puede suceder. No obstante, la obra que más me ha impactado es precisamente Kafka en la otra orilla, y a la que me referiré más adelante.
Su obra hace gala de una gran erudición, ya que su autor es ante todo un gran lector, y además un melómano apasionado, gran conocedor de la música clásica y del jazz. Él mismo dice que el jazz le cambió la vida para siempre, al punto de haber tenido en su juventud un almacén de discos y un bar donde sólo se escuchaba dicho género.
Por otra parte es un autor poco apreciado por sus colegas japoneses, quienes lo consideran demasiado occidentalizado. Él mismo ha dicho que la literatura japonesa actual le llama muy poco la atención. Con respecto a Yukio Mishima confiesa que ha sido incapaz de leer la mayoría de sus libros. Sin embargo, es un gran admirador de la literatura clásica japonesa. Es un escritor muy leído por los jóvenes japoneses, lo que lo llena de orgullo y satisfacción. No le gusta dar entrevistas y evita ser fotografiado, puesto que no desea perder ni un ápice de su privacidad; esto hace que no se mueva dentro de los círculos intelectuales nipones, lo que acentúa aún más su característica underground y el rechazo de sus colegas japoneses. Ha sido nominado varias veces al Nobel de literatura, aunque él mismo siente cierta aversión por los premios literarios.
Su obra está marcada por la música, podría decirse que es la columna vertebral de su obra. Cómo si la narrativa fuese sólo un pretexto para rendir homenaje a músicos de la talla de Puccini, Haydn, Beethoven, Mozart, Bach; o del grupo “Million-Dollar trio”, integrado por Rubinstein, Heifetz y Feuermann. El rock también encuentra su espacio y en sus páginas encontramos alusiones a The Beatles, Rolling Stones, The Beach Boys, Simon&Garfunkel, Stevie Wonders o a Prince. Tampoco se olvida del cine y encontramos a Casablanca o las películas de François Truffaut. En filosofía nos habla de Sófocles, Aristóteles, Hegel; y en literatura de Shakespeare, Antón Chejov, Lorca, Hemingway, Kafka, entre otros. Ha traducido a Scott Fitzgerald al japonés.
Por otra parte en sus obras hace breves análisis de las obras de los autores que más le han impactado, es el caso de Murasaki Shikibu, la primera novelista en la historia de la literatura.
La obra, de Haruki Murakami, es ante todo una obra surrealista, donde las fronteras entre el sueño, la irrealidad, el inframundo y el mundo real, consciente, se entremezclan; dando como resultado un universo único, donde el onirismo juega un papel predominante. Otro de sus temas obsesivos es la soledad y la incomunicación humana. Es un autor que me hace pensar mucho en Ernesto Sabato, aunque no sé si Murakami lo haya leído alguna vez.
En Kafka en la orilla, nos encontramos con todos estos componentes. Es la historia de un adolescente de 15 años que abandona la casa paterna para huir de una terrible profecía que le ha lanzado su padre, a la manera del oráculo de Delfos, como si Kafka, el protagonista, fuera un moderno Edipo. Pero nadie escapa a su destino, al menos es lo que creían los griegos y es lo que de alguna forma proclama Murakami. En este libro, hermosamente escrito, nos encontramos con prostitutas que seducen hablando de Hegel, o con soldados que huyeron en la segunda guerra mundial para esconderse en bosques inhóspitos y que a pesar del tiempo siguen en la flor de la juventud. O encontramos a otro de sus personajes principales, Nakata, un viejo iletrado y simple, pero poseedor de un gran sentido de altruismo, y que tiene la gran virtud de poder comunicarse con los gatos. O un transexual, erudito y melómano, cuya verdadera morfología es la de una mujer.
Este último personaje me hace pensar que es imperioso que hable un poco sobre la visión que Murakami tiene de la mujer. Siempre había creído que los japoneses son extremadamente machistas y es posible que así sea; puesto que mi visón de ese país es bastante sesgada por la poca información a la que tenemos acceso en Colombia. Los libros de Murakami me han abierto la ventana a un mundo lleno de respeto y admiración del autor en cuestión por el sexo al que pertenezco; algo no muy usual en la literatura de todos los tiempos. Sus mujeres son todas poseedoras de una gran inteligencia, inmensamente cultas, melómanas, libres, independientes y liberadas, sexualmente hablando. En sus obras se habla sin tapujos del amor entre mujeres (Sputnik, mi amor), o de transexuales (Kafka en la orilla), como acababa de anotar. Murakami dice que la primera persona en leer sus manuscritos es su esposa, y agrega que ella es una crítica implacable, que no deja nada en suspenso.
Para terminar quisiera señalar que la lectura de Haruki Murakami es un regalo inmenso para el intelecto y un gran placer dado su gran manejo narrativo. Sus obras destacan por su alta calidad estética y por su originalidad. Al mismo tiempo que es un paseo por la historia de la literatura y de la música.

MILLENNIUM

Me he pasado los últimos quince días casi sin respirar, alargando para mañana lo que debo hacer hoy, tratando de dormirme más tarde de lo habitual y presa de un estado muy cercano a lo que los drogadictos pueden experimentar cuando la droga no está cerca o cuando están bajo sus efectos. La razón: la lectura de Millennium, la extraordinaria trilogía de Stieg Larsson (1954-2004), el escritor sueco fallecido poco días antes del lanzamiento de su primer libro, y justo cuando acababa de entregar a su editor el tercero de los libros que componen la trilogía en cuestión. Los hombres que no amaban a las mujeres (665 páginas), La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (749 páginas) y La reina en el palacio de las corrientes de aire (854 páginas), obra publicada por Ediciones Destino S.A, Barcelona, España, en asociación con Editorial Planeta, Colombia.
Y si bien conocía su obra desde 2006, no es sino hasta ahora que sentí la necesidad de leerla, y aunque he sido muy poco lectora del género negro no me arrepiento de haber emprendido esta loca carrera detrás de los secretos de Lizbeth Salander y de Mikael Blomkvist. La primera, una hacker consumada, poseedora de una memoria fotográfica y de una inteligencia cercana a la genialidad y como si fuera poco underground. El segundo, un periodista que podría simbolizar un quijote contemporáneo, socio de una revista mensual llamada Millennium y que en su defecto podría reemplazar tanto a la lanza del Quijote, como a su maltrecho Rocinante. Mis conocimientos de la literatura policiaca no iban más allá de algunas obras de Agatha Christie, leídas en mi adolescencia, y de Bebé Donge (1945), de George Simenon, leída en un curso de la Universidad de la Sorbona y luego trabajada por mí en la Universidad de Caldas en los cursos que yo dictaba de lengua francesa. Esta última, la leía haciendo un análisis comparativo con una obra excelente, y que no pertenece al género en cuestión, me refiero a Thérèse Desqueyroux (1927), de François Mauriac (Premio Nobel de literatura, 1952).
Millennium, es una obra que atrapa al lector y lo sumerge en un mundo lleno de intrigas, de corrupción a todo nivel, pero sobre todo, es una obra que denuncia la violencia de género. La obra en sí tiene muchas fallas a nivel narrativo, repeticiones innecesarias y a veces descripciones demasiado largas; pero eso no le resta importancia al libro. Más bien el problema de la versión en español, no hablo sueco, es una traducción no muy bien realizada por Martin Lexell y Juan José Ortega Román. Me refiero a problemas de sintaxis, a la utilización en algunos casos de una jerga española desconocida en América Latina y a la utilización permanente de ese adefesio español de “ir a por”. Por lo demás, es una obra que se lee sin hacer ningún esfuerzo, algo ideal cuando se ha estado leyendo obras de cierta dificultad intelectual y que nos han llevado a desear simplemente “descansar y divertirnos”.
Millennium, es una obra que se sumerge en diferentes terrenos: la corrupción política, el mundo de los grandes empresarios y sus conexiones non sanctas con el mundo del hampa, o bien con los países donde el trabajo infantil no está reglamentado, convirtiéndose así en una moderna y terrorífica esclavitud, cuyos beneficiados son unos pocos hombres de negocios que actúan con toda impunidad, relacionándose con los más altos dignatarios o funcionarios estatales; o corrupción en los estamentos de la policía o en la rama judicial. También encontramos denuncias de corte ecológico o contra la globalización actual. Pero sobre todo, es una denuncia contra el maltrato de las mujeres; llámese trata de blancas, acoso y abuso sexual, disparidad salarial con sus homólogos masculinos, violencia o agresión doméstica.
Y es que Stieg Larsson me ha abierto una ventana a un país que desconozco por completo. A parte de la hermosa obra “El maravilloso viaje de Nils Olgersson a través de Suecia” de Selma Lagerlöf (Premio Nobel de literatura - 1909) o del asesinato del Primer Ministro sueco Olof Palme, en 1986, no sabía nada de Suecia. Siempre que pensaba en ese país nórdico, me imaginaba un país del primer mundo, una especie de paraíso donde la cobertura de protección social es una de las más importantes del mundo y con un importante nivel de vida. Pero también con una tasa de suicidios muy alta (es el número 35 de un total de 99 países registrados en un estudio llevado a cabo en 2006), actualmente tiene una tasa de suicidios aproximada de 20 ciudadanos por cada 100.000 habitantes). Pues bien, la lectura de Millennium me mostró un país con un nivel de corrupción y con una mafia tan bien desarrollados, que uno creería que está leyendo una obra que se lleva a cabo en cualquier país del Tercer Mundo; y porque no decirlo en la Colombia de Uribe. No en vano la escritora norteamericana Donna Leon ha dicho que todo en Millennium es “maldad e injusticia”. Sin embargo, no dice que tanto Lizbeth Salander como Mikael Blomkvist son dos justicieros que terminan triunfando y derrotando el mal que los acecha o que acecha a sus conocidos. Pero También están la directora de la revista, Erika Berger, una excelente periodista y gerente, o Annika Giannini, la abogada defensora de los derechos de las mujeres, o la policía Mónica Figuerola o la expolicía Susanne Linder, quien trabaja para Dragan Armanskij, el gerente de Milton Security.
Lizbeth Salander, como ya lo había anotado, es una marginal que vive en el anonimato, no se relaciona con nadie, ni permite que alguien le haga daño sin que se arriesgue a una terrible venganza de su parte. Está por fuera del establishment y su presentación personal está a leguas de lo que la sociedad actual considera como “medianamente aceptable”:
“Aquel día Lisbeth Salander llevaba una camiseta negra con la cara de un ET con colmillos y el texto I am also an alien. Una falda negra, rota en el dobladillo, una desgastada chupa de cuero negra que le llegaba a la cintura, unas fuertes botas de la marca Doc Martens, y calcetines con rayas verdes y rojas hasta la rodilla. Se había maquillado en una escala cromática que dejaba adivinar un problema de daltonismo”. (Los hombres que no amaban a las mujeres, pág: 62). Fumadora y bebedora de café empedernida, amante de la comida chatarra; como el autor que la creó. Irreverente e indócil, salvaje como una gata montés, autónoma e independiente y una enemiga acérrima de los servicios sociales y de la policía.
Mikael Blomkvist, periodista de izquierda, antirracista y luchador de los principios que deben regir una sociedad justa e igualitaria. Gran lector de la novela negra sueca. Profundo feminista, defensor a ultranza de la mujer. Pero también un playboy empedernido, lo que no impide que sea un personaje con el que todas las mujeres sueñan, y me incluyo en ese rango. Creo que si me lo encontrara a la vuelta de la esquina, fácilmente me iría a la cama con él y no es ninguna broma.
Y si bien estos dos personajes son los verdaderos protagonistas de la trilogía, no obstante la obra es un verdadero laberinto de personajes; si bien no los conté, podría decir, sin temor a equivocarme que pueden ser más de cien. Sin embargo, cada uno tiene bien definido su caracterología y su historia personal. Los hay para todos los gustos, desde el criminal a sueldo, pasando por el traficante de drogas o por el traficante de mujeres raptadas en los países del Este, o por el sádico y psicópata, disfrazado de antiguo espía ruso, o el oscuro funcionario estatal que pone en juego la seguridad de un país con tal de sacar adelante sus intereses personales, hasta los grupos de extrema derecha con rasgos neonazis. Pero también están los personajes que creen en un Estado de Derecho y luchan por su preservación.
Para terminar con esta reseña de Millennium, quisiera hacerle un homenaje a Stieg Larsson, al reconocerlo como un escritor feminista. Es de anotar que el 21 de septiembre de 2009 se le otorgó, a título póstumo, el V premio al trabajo más destacado contra la violencia de género, otorgado por el Consejo General del Poder Judicial de España. “Inmaculada Montalbán, presidenta del Observatorio contra la violencia de género del Consejo ha destacado la aportación del escritor, famoso por su trilogía Millennium, "a la visibilización y denuncia de la violencia contra las mujeres, que se sigue perpetuando en las sociedades actuales, también en las más avanzadas; y por poner de manifiesto que no sólo es deseable sino posible la construcción de una sociedad libre de violencia de género por todos sus integrantes, mujeres y hombres" (ElPaís.com-08/09/2009). El premio fue recibido por la compañera sentimental de Larsson, Eva Gabrielsson, con quien compartió los últimos 32 años de su vida; es decir desde que tenía 18 años hasta el día de su muerte, el 9 de noviembre de 2004.
Y como gran paradoja, no puedo pasarlo por alto, los ideales de Stieg Larsson, con respecto a una sociedad que proteja y respete los derechos de la mujer, están siendo vilmente pisoteados por su propia familia. Tanto su hermano como su padre, herederos de los derechos de autor de la trilogía, se han enfrascado en una batalla jurídica para dejar por fuera a su mujer Eva Gabrielsson. El problema radica en que Stieg Larsson y ella nunca se casaron, y al no tener hijos, las leyes suecas le niegan el derecho a la sucesión. En los cinco años que lleva la trilogía en las librerías, se ha vendido un total de 13 millones de euros. Hace poco los Larsson le ofrecieron a Eva Gabrielsson la suma de 2 millones, para que abandonara su deseo de convertirse en una de las legítimas herederas del autor de Millennium. Y en un gesto que refleja toda su dignidad como mujer, a la que se le están violando sus más mínimos derechos, rechazó la oferta que se le hizo. Una magra oferta para la suma recaudada hasta el día de hoy, pero sobre todo para la suma que se recogerá en los años que vienen.
Para terminar, quisiera hacer alusión a la película Millennium 2, dirigida por Niels Arden Oplev y Daniel Alfredson, con guión de Jonas Frikberg y fotografía de Peter Mokrosinski. Con Noomi Rapace, en el rol de Lisbeth Salander y Mikael Nyqvist, en el de Mikael Blomkvist. El largo metraje ha sido seleccionado para participar en el próximo Festival de Cine Europeo que se llevara a cabo en Essen y Boshum, en la región alemana de Ruhr, el 11 y 12 de diciembre de 2009. Falta ver si la Millennium, en su versión cinematográfica, logra el mismo éxito que la trilogía escrita por Stieg Larsson.

domingo, 4 de octubre de 2009

MARCELA SERRANO

Marcela Serrano nació en 1951 en la ciudad de Santiago, Chile. Hija del ensayista Horacio Serrano y de la novelista Elisa Pérez Walker.
El año 1973, por motivo del golpe militar, tuvo que cumplir su exilio en Roma, Italia. El año 1977 regresó definitivamente a Chile.
En 1994 fue declarada ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, por su obra Nosotras que nos queremos tanto, publicada en 1991, y el galardón de la Feria del Libro de Guadalajara (México) a la mejor novela hispanoamericana escrita por una mujer. Además, el mismo año obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago con la obra Para que no me olvides (1993), dicho premio es el más importante en su género en el país austral.
Algunas de sus obras son:
Antigua vida mía (1995)
El albergue de las mujeres tristes (1997)
Nuestra Señora de la Soledad (1999)
Un mundo raro (dos cuentos-2000)
Lo que está en mi corazón (2001), obra finalista del prestigioso Premio Planeta.
Hasta siempre mujercitas (2004)
La llorona (2008)
Marcela Serrano es una de las autoras latinoamericanas más vendidas y leídas.

Características generales de su obra:
1. Reflexión sobre la condición femenina: Cuando se lee a Marcela Serrano la primera impresión que arroja su obra es la reflexión sobre la condición femenina. Toda su obra está ligada por un eje central que bien puede denominarse la defensa de la mujer y el retrato íntimo que ningún hombre, por razones obvias, había podido realizar. Su obra, en cierta forma, nos desnuda, y pone en el tapete todos nuestros temores, miedos, esperanzas, vacilaciones, desengaños y fracasos; pero también nuestros amores y nuestros éxitos. Al respecto dice:
“No tengo ningún pudor en escribir como escribe una mujer. Al revés, pegaría un grito para decirles a todas las mujeres que por favor escriban distinto de los hombres… Porque creo que nosotras sí tenemos otro lenguaje”.
Por lo que hace una defensa a ultranza del derecho que tenemos las mujeres a escribir diferente a nuestros homólogos masculinos, dejando claro que su modo de pensar al respecto difiere de la visión de la escritora española Rosa Montero, para quien ser mujer es más bien algo ligado a la especificidad humana, un elemento más como puede ser un aspecto biográfico o la nacionalidad a la que se pertenezca, pero que en definitiva no tiene mucho peso a la hora de la creación literaria. Y para aclarar esta divergencia Marcela Serrano dice muy claramente:
“Yo defiendo el punto de vista femenino y Rosa Montero no. Ella dice que se siente más cercana de cualquier español de su generación que de una mujer de Sudáfrica. Yo no: yo me siento más cercana a una escritora marroquí que a Pérez-Reverte. Y eso tiene que ver con el punto de vista”.
Y yo agregaría, también la mirada, la sensibilidad e incluso nuestra carga ideológica. Marcela Serrano es bastante elocuente al decir que:
“Es imposible no escribir desde lo minoritario si estás en eso. Imaginémonos la Sudáfrica del apartheid: ¿podría un negro haber escrito desde el poder? Siempre tendría que escribir desde el margen... En ese sentido, dado que en la historia el poder ha sido masculino, el lenguaje también... Yo creo que la mujer escribe desde el espacio del no poder”.
Y yo agregaría desde el espacio oculto, desde el anonimato, como si su rostro estuviese oculto por un velo invisible que le nubla la vista, le cose la boca y le tapa los oídos; y sin embargo su grito de desamparo sale de lo más profundo de sus entrañas, para reafirmarse como ser humano, como mujer, amante, esposa, amiga, trabajadora; incluso como ciudadana de un país que la relega, la avasalla, la esclaviza y la ignora, a la hora de reconocerle sus derechos; pero que la tiene en cuenta a la hora de exigirle sus obligaciones. Marcela Serrano agrega, con bastante crudeza por cierto, que
“Hay un tipo de soledad determinada que tiene que ver con haber nacido en el espacio del no poder. Y ahí la lectura sirve para atenuar la soledad”.
Y es aquí donde llegamos al segundo punto.

2. La soledad: Como muchos de los autores contemporáneos Marcela Serrano indaga en el terreno metafísico y nos muestra sus personajes femeninos como si hubiesen sido cortados en una sala de cirugía con el más fino de los escalpelos. Es así como a través de su pluma descubrimos la inconmensurable soledad que suele rodear a la especie humana, independientemente de su extracción social, económica, política o religiosa; pero que se hace mucho más insoportable cuando se es mujer. Para explicar lo que podría no ser sino un embrollo, Marcela Serrano aduce a uno de sus personajes de “Hasta siempre mujercitas”, puesto que anteriormente las mujeres debían aceptar sin ningún tipo de rebelión el papel que se les había impuesto desde antes de su nacimiento, papel escrito desde tiempos inmemoriales. En cambio ahora, al menos en lo que concierne a las mujeres occidentales, podemos decidir si aceptamos o no los dictados de una sociedad y un Iglesia opresoras:
–“Esa es la diferencia entre las mujercitas de la Alcott y las mías. Creo que los mandatos no son muy distintos: lo que les enseñaron a las hermanas March no es muy distinto de lo que me enseñaron a mí. La diferencia está en qué podemos hacer hoy con esos mandatos. Hoy cabe una enorme cantidad de posibilidades que antes estaban vedadas: el ser profesionales, el salir a ganarse la vida… Y eso, la posibilidad de ganarnos el pan, ya nos ha cambiado literalmente la vida”.
Para reforzar su idea que los mandatos impuestos a la mujer de comienzos del siglo XXI, son los mismos que a mediados del siglo XX, Marcela Serrano agrega:
–“Hay una palabra, la obediencia. La obediencia a la que las mujeres estarían virtualmente sometidas... Sometimiento a la familia, a la bondad… Cada uno de esos roles (madre, hija, esposa...) tiene una carga gigantesca relacionada con la obediencia. Yo estaba en un colegio de monjas en los años sesenta, y hay frases enteras de la Alcott que me recuerdan mi formación. Esa cosa pudorosa y menuda desde la que había que mirar la vida… Y las virtudes femeninas, que implicaban siempre la humildad, la falta de ambición... Que los hombres que fuesen ambiciosos era un valor; en las mujeres, un defecto. Hasta las virtudes femeninas prácticas: aprender a cocinar, a tejer, a coser… En fin, todo estaba encerrado en lo pequeño, en la vida doméstica... No había un mandato de salir al mundo”.



3. La política y el exilio:
En 1972 vive su primera experiencia como exiliada en Francia, pero era un exilio deseado, no impuesto. Algo muy diferente del exilio que le tocó vivir para huir del régimen de terror impuesto por Pinochet, en Italia esta vez. Allí conoció el desarraigo, el dolor, el frío y el hambre. Al respecto Marcela Serrano dice:

“El exilio. Primero, antes del exilio había vivido en París un año como estudiante, debe haber sido cuatro años después del 68, cuando estaban todos los gérmenes de la Revolución de Mayo en el aire, y yo me fui con dos de mis hermanas, según nosotras a aprender francés. Congelamos nuestros estudios en Santiago y nos fuimos a vivir allá. Fue una experiencia fascinante, realmente apasionante. Aprendimos francés, pero también aprendimos muchas otras cosas. Después volví a Chile y vino el golpe. Ahí me tocó el exilio italiano; nos tocaba, uno no decidía cuando era militante de un partido, y tuve un exilio en Roma. Roma en sí fue un privilegio. El calor de los italianos, la recepción que nos hicieron, la solidaridad de ellos fue una cosa maravillosa, pero tuvimos que vivir en condiciones que yo ni siquiera intuía. Yo había tenido una vida bastante "regalada" antes de eso, en casa de mis padres, entonces fue muy duro. Al final me volví”.
Y es que la obra de Marcela Serrano no puede entenderse si se deja a un lado el aspecto político. Las alusiones a la dictadura, a la represión, a la tortura, a los desaparecidos, a los campos de concentración, al terror y al exilio obligado que vivieron miles de chilenos está inmerso a todo lo largo de su obra. El ambiente de persecución con el que toda una generación vivió y creció, se hizo adulta y pensante no escapa a su visión aguda del conflicto político chileno.
Para terminar podría decir que Marcela Serrano, Isabel Allende y Laura Restrepo, son las tres novelistas latinoamericanas con una obra sólida y permanente en el tiempo. Son tres referentes a la hora de estudiar la literatura actual latinoamericana; y cuando hago esta afirmación por supuesto que no hago distinción entre hombre o mujer.

NOSOTRAS QUE NOS QUEREMOS TANTO
Esta obra fue publicada en 1993 y en 1994 ganó el Premio sor Juana Inés de la Cruz, uno de los galardones más importantes de la literatura iberoamericana. Fue su primera obra, al menos la primera que escribió de una forma consciente, pensada para ser publicada y no archivada u olvidada en una da las tantas gavetas del pasado. En ella se relata la vida de cuatro mujeres, amigas entre sí y que la vida, por diferentes razones ha separado.
Este libro fue el primero que leí de Marcela Serrano, y hasta la fecha sigue siendo el que más me ha gustado. Pienso que en los demás se repite, sobre todo en “Hasta siempre mujercitas”. Esta obra, como todos sus demás libros, tiene un marcado acento feminista, en él indaga sobre la reivindicación de la mujer y sobre los estereotipos que le han impuesto; al mismo tiempo que muestra a un tipo de mujeres que han dejado atrás la tradición de las abuelas y que han hecho de sus vidas un sendero donde el hombre, fuera de cumplir con su papel de reproductor, poco o nada tiene que ver en el mundo femenino y en realización de un grupo selecto de mujeres. Es el caso de su personaje Sara. Marcela Serrano la integra a la historia con el siguiente párrafo:
“Sara nació, creció y vivió siempre entre puras mujeres.
Su padre abandonó a su madre el mes anterior a su nacimiento, en la ciudad de Valdivia. No se le volvió a ver. Siete años después se supo de su muerte y como ya había pasado a la categoría de personaje inexistente, esto no cambió el destino de nadie”.
O el personaje de Isabel:
“Creo que mi obsesión por mi vida profesional y mi dedicación a ella es casi sospechosa. Hernán me ha dicho incluso que es poco femenina. Pero… es que me dan escalofríos las vidas de aquellas mujeres sin cuento propio, las que aceptaron que el amor fuese la única referencia”. …
En su libro el hombre generalmente sale mal parado y las críticas acervas que se le hacen son verdaderamente corrosivas:
“No entiendo porque hay tantas mujeres solas y casi no hay hombres solos. María le responde:
- Todos se volvieron a casar, Laura, peor con mujeres más jóvenes. El mercado de ellos es fluctuante, el nuestro estático. Y si te encuentras con uno que se casó con alguien de su misma edad o que está solo, desconfía. Algún problema debe tener”.
La crítica a la religión católica marca el libro desde el principio, la autora ha reconocido abiertamente que hace mucho tiempo se separó de dicho legado y no tiene tapujos para reconocer que es atea:
“para su abuela esta niña no tenía nombre, porque no la bautizaron.
- ¿Cómo va a vivir esta niñita, sin fe de bautismo?
- Tiene certificado de nacimiento, mamá, Con eso le basta”.
Marcela Serrano, como la mayoría de las mujeres que nacimos en los años 50, y que crecimos con woddstock, con la Revolución de Mayo del 68 y con la gran revolución sexual derivada de la píldora, grita su derecho al placer y al orgasmo, grita su derecho al placer sexual libre de todo tapujo social y religioso; algo impensable para las abuelas que habían nacido 50 años antes:
“No quiero una sociedad donde no exista una sola mujer que no haya tenido un orgasmo”.
Dice uno de sus personajes femeninos; pero para llegar a esa sabia conclusión primero había tenido que pasar por la educación tradicional de cualquier mujer católica: el culto a la virginidad.
-“Debes tener en cuenta que la educación católica tradicional tiene un solo pecado fundamental: el SEXO, así, con mayúscula. La virginidad era nuestro valor más preciado. Casi todos los jóvenes con quienes pololeábamos entonces hacían el amor. Pero no con nosotras. Había otras mujeres para eso. Putas, empleadas, peluqueras, mujeres mayores. Había un acuerdo tácito: los hombres, sí; nosotras, no. La clásica doble moral de esta sociedad de mierda. Y el cero cuestionamiento nuestro de ella. Nuestra forma de vivir la sexualidad era fragmentadísima. …Mi curso del colegio se dividía en dos: las que conocían los besos con lengua y las que no”.
Este buceo por la sexualidad femenina, negada durante más de mil años, para ser finalmente aceptada y asumida en todo lo que tiene de grande y de hermoso, lleva a Marcela Serrano a hablar también de la masturbación y del aborto, sin ningún tapujo, asumiendo una realidad que siempre se ha querido ocultar.
-“Yo pensaba en esos países desarrollados donde abortar no es un delito, donde el Estado puede evitar esa miles muertes de mujeres del mundo popular por hemorragia y también evitar estos feroces negocios de los doctores ricos que hacen el doble juego de la moral. Soñé entonces con una Salud Pública capaz de recoger un problema tan dramático, tan cotidiano, tan desgarrador para cada protagonista y tan peligroso a la vez.
Y más adelante:
“¡Un país que no tiene una ley de divorcio ni una de aborto no tiene derecho a hablar de desarrollo!
Al final el libro cierra con una frase, que a mi modo de ver salva todo el libro,:
“-Al final, Ana –me dice con voz muy queda- nuestra tarea, la de nosotras las mujeres, es dar a luz y cerrar los ojos de los muertos. Exactamente los pasos claves de la humanidad. Como si la historia realmente dependiese de nuestras manos”.
Para terminar quiero decir que Marcela Serrano no es una de mis autoras preferidas, pienso, incluso, que algunas de sus obras no han debido ser publicadas. Creo que Marcela Serrano ha sido más bien el resultado de un markerting bien hecho más que el resultado de una buena literatura. Eso no quiere decir que libros como “Nosotras que nos queremos tanto”, no sea un libro que no merezca la pena de ser leído. Por el contrario, si bien reconozco que no es algo extraordinario, también es verdad que disfruté su lectura; como también es verdad que el último de los libros que leí de ella “Hasta siempre mujercitas”, me pareció bastante regular; eso sin hablar de “Un mundo raro”. Por el contrario “Para que no me olvides” me dejó una buena impresión; pero, insisto, no la considero una gran autora.