domingo, 4 de octubre de 2009

MARCELA SERRANO

Marcela Serrano nació en 1951 en la ciudad de Santiago, Chile. Hija del ensayista Horacio Serrano y de la novelista Elisa Pérez Walker.
El año 1973, por motivo del golpe militar, tuvo que cumplir su exilio en Roma, Italia. El año 1977 regresó definitivamente a Chile.
En 1994 fue declarada ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz, por su obra Nosotras que nos queremos tanto, publicada en 1991, y el galardón de la Feria del Libro de Guadalajara (México) a la mejor novela hispanoamericana escrita por una mujer. Además, el mismo año obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago con la obra Para que no me olvides (1993), dicho premio es el más importante en su género en el país austral.
Algunas de sus obras son:
Antigua vida mía (1995)
El albergue de las mujeres tristes (1997)
Nuestra Señora de la Soledad (1999)
Un mundo raro (dos cuentos-2000)
Lo que está en mi corazón (2001), obra finalista del prestigioso Premio Planeta.
Hasta siempre mujercitas (2004)
La llorona (2008)
Marcela Serrano es una de las autoras latinoamericanas más vendidas y leídas.

Características generales de su obra:
1. Reflexión sobre la condición femenina: Cuando se lee a Marcela Serrano la primera impresión que arroja su obra es la reflexión sobre la condición femenina. Toda su obra está ligada por un eje central que bien puede denominarse la defensa de la mujer y el retrato íntimo que ningún hombre, por razones obvias, había podido realizar. Su obra, en cierta forma, nos desnuda, y pone en el tapete todos nuestros temores, miedos, esperanzas, vacilaciones, desengaños y fracasos; pero también nuestros amores y nuestros éxitos. Al respecto dice:
“No tengo ningún pudor en escribir como escribe una mujer. Al revés, pegaría un grito para decirles a todas las mujeres que por favor escriban distinto de los hombres… Porque creo que nosotras sí tenemos otro lenguaje”.
Por lo que hace una defensa a ultranza del derecho que tenemos las mujeres a escribir diferente a nuestros homólogos masculinos, dejando claro que su modo de pensar al respecto difiere de la visión de la escritora española Rosa Montero, para quien ser mujer es más bien algo ligado a la especificidad humana, un elemento más como puede ser un aspecto biográfico o la nacionalidad a la que se pertenezca, pero que en definitiva no tiene mucho peso a la hora de la creación literaria. Y para aclarar esta divergencia Marcela Serrano dice muy claramente:
“Yo defiendo el punto de vista femenino y Rosa Montero no. Ella dice que se siente más cercana de cualquier español de su generación que de una mujer de Sudáfrica. Yo no: yo me siento más cercana a una escritora marroquí que a Pérez-Reverte. Y eso tiene que ver con el punto de vista”.
Y yo agregaría, también la mirada, la sensibilidad e incluso nuestra carga ideológica. Marcela Serrano es bastante elocuente al decir que:
“Es imposible no escribir desde lo minoritario si estás en eso. Imaginémonos la Sudáfrica del apartheid: ¿podría un negro haber escrito desde el poder? Siempre tendría que escribir desde el margen... En ese sentido, dado que en la historia el poder ha sido masculino, el lenguaje también... Yo creo que la mujer escribe desde el espacio del no poder”.
Y yo agregaría desde el espacio oculto, desde el anonimato, como si su rostro estuviese oculto por un velo invisible que le nubla la vista, le cose la boca y le tapa los oídos; y sin embargo su grito de desamparo sale de lo más profundo de sus entrañas, para reafirmarse como ser humano, como mujer, amante, esposa, amiga, trabajadora; incluso como ciudadana de un país que la relega, la avasalla, la esclaviza y la ignora, a la hora de reconocerle sus derechos; pero que la tiene en cuenta a la hora de exigirle sus obligaciones. Marcela Serrano agrega, con bastante crudeza por cierto, que
“Hay un tipo de soledad determinada que tiene que ver con haber nacido en el espacio del no poder. Y ahí la lectura sirve para atenuar la soledad”.
Y es aquí donde llegamos al segundo punto.

2. La soledad: Como muchos de los autores contemporáneos Marcela Serrano indaga en el terreno metafísico y nos muestra sus personajes femeninos como si hubiesen sido cortados en una sala de cirugía con el más fino de los escalpelos. Es así como a través de su pluma descubrimos la inconmensurable soledad que suele rodear a la especie humana, independientemente de su extracción social, económica, política o religiosa; pero que se hace mucho más insoportable cuando se es mujer. Para explicar lo que podría no ser sino un embrollo, Marcela Serrano aduce a uno de sus personajes de “Hasta siempre mujercitas”, puesto que anteriormente las mujeres debían aceptar sin ningún tipo de rebelión el papel que se les había impuesto desde antes de su nacimiento, papel escrito desde tiempos inmemoriales. En cambio ahora, al menos en lo que concierne a las mujeres occidentales, podemos decidir si aceptamos o no los dictados de una sociedad y un Iglesia opresoras:
–“Esa es la diferencia entre las mujercitas de la Alcott y las mías. Creo que los mandatos no son muy distintos: lo que les enseñaron a las hermanas March no es muy distinto de lo que me enseñaron a mí. La diferencia está en qué podemos hacer hoy con esos mandatos. Hoy cabe una enorme cantidad de posibilidades que antes estaban vedadas: el ser profesionales, el salir a ganarse la vida… Y eso, la posibilidad de ganarnos el pan, ya nos ha cambiado literalmente la vida”.
Para reforzar su idea que los mandatos impuestos a la mujer de comienzos del siglo XXI, son los mismos que a mediados del siglo XX, Marcela Serrano agrega:
–“Hay una palabra, la obediencia. La obediencia a la que las mujeres estarían virtualmente sometidas... Sometimiento a la familia, a la bondad… Cada uno de esos roles (madre, hija, esposa...) tiene una carga gigantesca relacionada con la obediencia. Yo estaba en un colegio de monjas en los años sesenta, y hay frases enteras de la Alcott que me recuerdan mi formación. Esa cosa pudorosa y menuda desde la que había que mirar la vida… Y las virtudes femeninas, que implicaban siempre la humildad, la falta de ambición... Que los hombres que fuesen ambiciosos era un valor; en las mujeres, un defecto. Hasta las virtudes femeninas prácticas: aprender a cocinar, a tejer, a coser… En fin, todo estaba encerrado en lo pequeño, en la vida doméstica... No había un mandato de salir al mundo”.



3. La política y el exilio:
En 1972 vive su primera experiencia como exiliada en Francia, pero era un exilio deseado, no impuesto. Algo muy diferente del exilio que le tocó vivir para huir del régimen de terror impuesto por Pinochet, en Italia esta vez. Allí conoció el desarraigo, el dolor, el frío y el hambre. Al respecto Marcela Serrano dice:

“El exilio. Primero, antes del exilio había vivido en París un año como estudiante, debe haber sido cuatro años después del 68, cuando estaban todos los gérmenes de la Revolución de Mayo en el aire, y yo me fui con dos de mis hermanas, según nosotras a aprender francés. Congelamos nuestros estudios en Santiago y nos fuimos a vivir allá. Fue una experiencia fascinante, realmente apasionante. Aprendimos francés, pero también aprendimos muchas otras cosas. Después volví a Chile y vino el golpe. Ahí me tocó el exilio italiano; nos tocaba, uno no decidía cuando era militante de un partido, y tuve un exilio en Roma. Roma en sí fue un privilegio. El calor de los italianos, la recepción que nos hicieron, la solidaridad de ellos fue una cosa maravillosa, pero tuvimos que vivir en condiciones que yo ni siquiera intuía. Yo había tenido una vida bastante "regalada" antes de eso, en casa de mis padres, entonces fue muy duro. Al final me volví”.
Y es que la obra de Marcela Serrano no puede entenderse si se deja a un lado el aspecto político. Las alusiones a la dictadura, a la represión, a la tortura, a los desaparecidos, a los campos de concentración, al terror y al exilio obligado que vivieron miles de chilenos está inmerso a todo lo largo de su obra. El ambiente de persecución con el que toda una generación vivió y creció, se hizo adulta y pensante no escapa a su visión aguda del conflicto político chileno.
Para terminar podría decir que Marcela Serrano, Isabel Allende y Laura Restrepo, son las tres novelistas latinoamericanas con una obra sólida y permanente en el tiempo. Son tres referentes a la hora de estudiar la literatura actual latinoamericana; y cuando hago esta afirmación por supuesto que no hago distinción entre hombre o mujer.

NOSOTRAS QUE NOS QUEREMOS TANTO
Esta obra fue publicada en 1993 y en 1994 ganó el Premio sor Juana Inés de la Cruz, uno de los galardones más importantes de la literatura iberoamericana. Fue su primera obra, al menos la primera que escribió de una forma consciente, pensada para ser publicada y no archivada u olvidada en una da las tantas gavetas del pasado. En ella se relata la vida de cuatro mujeres, amigas entre sí y que la vida, por diferentes razones ha separado.
Este libro fue el primero que leí de Marcela Serrano, y hasta la fecha sigue siendo el que más me ha gustado. Pienso que en los demás se repite, sobre todo en “Hasta siempre mujercitas”. Esta obra, como todos sus demás libros, tiene un marcado acento feminista, en él indaga sobre la reivindicación de la mujer y sobre los estereotipos que le han impuesto; al mismo tiempo que muestra a un tipo de mujeres que han dejado atrás la tradición de las abuelas y que han hecho de sus vidas un sendero donde el hombre, fuera de cumplir con su papel de reproductor, poco o nada tiene que ver en el mundo femenino y en realización de un grupo selecto de mujeres. Es el caso de su personaje Sara. Marcela Serrano la integra a la historia con el siguiente párrafo:
“Sara nació, creció y vivió siempre entre puras mujeres.
Su padre abandonó a su madre el mes anterior a su nacimiento, en la ciudad de Valdivia. No se le volvió a ver. Siete años después se supo de su muerte y como ya había pasado a la categoría de personaje inexistente, esto no cambió el destino de nadie”.
O el personaje de Isabel:
“Creo que mi obsesión por mi vida profesional y mi dedicación a ella es casi sospechosa. Hernán me ha dicho incluso que es poco femenina. Pero… es que me dan escalofríos las vidas de aquellas mujeres sin cuento propio, las que aceptaron que el amor fuese la única referencia”. …
En su libro el hombre generalmente sale mal parado y las críticas acervas que se le hacen son verdaderamente corrosivas:
“No entiendo porque hay tantas mujeres solas y casi no hay hombres solos. María le responde:
- Todos se volvieron a casar, Laura, peor con mujeres más jóvenes. El mercado de ellos es fluctuante, el nuestro estático. Y si te encuentras con uno que se casó con alguien de su misma edad o que está solo, desconfía. Algún problema debe tener”.
La crítica a la religión católica marca el libro desde el principio, la autora ha reconocido abiertamente que hace mucho tiempo se separó de dicho legado y no tiene tapujos para reconocer que es atea:
“para su abuela esta niña no tenía nombre, porque no la bautizaron.
- ¿Cómo va a vivir esta niñita, sin fe de bautismo?
- Tiene certificado de nacimiento, mamá, Con eso le basta”.
Marcela Serrano, como la mayoría de las mujeres que nacimos en los años 50, y que crecimos con woddstock, con la Revolución de Mayo del 68 y con la gran revolución sexual derivada de la píldora, grita su derecho al placer y al orgasmo, grita su derecho al placer sexual libre de todo tapujo social y religioso; algo impensable para las abuelas que habían nacido 50 años antes:
“No quiero una sociedad donde no exista una sola mujer que no haya tenido un orgasmo”.
Dice uno de sus personajes femeninos; pero para llegar a esa sabia conclusión primero había tenido que pasar por la educación tradicional de cualquier mujer católica: el culto a la virginidad.
-“Debes tener en cuenta que la educación católica tradicional tiene un solo pecado fundamental: el SEXO, así, con mayúscula. La virginidad era nuestro valor más preciado. Casi todos los jóvenes con quienes pololeábamos entonces hacían el amor. Pero no con nosotras. Había otras mujeres para eso. Putas, empleadas, peluqueras, mujeres mayores. Había un acuerdo tácito: los hombres, sí; nosotras, no. La clásica doble moral de esta sociedad de mierda. Y el cero cuestionamiento nuestro de ella. Nuestra forma de vivir la sexualidad era fragmentadísima. …Mi curso del colegio se dividía en dos: las que conocían los besos con lengua y las que no”.
Este buceo por la sexualidad femenina, negada durante más de mil años, para ser finalmente aceptada y asumida en todo lo que tiene de grande y de hermoso, lleva a Marcela Serrano a hablar también de la masturbación y del aborto, sin ningún tapujo, asumiendo una realidad que siempre se ha querido ocultar.
-“Yo pensaba en esos países desarrollados donde abortar no es un delito, donde el Estado puede evitar esa miles muertes de mujeres del mundo popular por hemorragia y también evitar estos feroces negocios de los doctores ricos que hacen el doble juego de la moral. Soñé entonces con una Salud Pública capaz de recoger un problema tan dramático, tan cotidiano, tan desgarrador para cada protagonista y tan peligroso a la vez.
Y más adelante:
“¡Un país que no tiene una ley de divorcio ni una de aborto no tiene derecho a hablar de desarrollo!
Al final el libro cierra con una frase, que a mi modo de ver salva todo el libro,:
“-Al final, Ana –me dice con voz muy queda- nuestra tarea, la de nosotras las mujeres, es dar a luz y cerrar los ojos de los muertos. Exactamente los pasos claves de la humanidad. Como si la historia realmente dependiese de nuestras manos”.
Para terminar quiero decir que Marcela Serrano no es una de mis autoras preferidas, pienso, incluso, que algunas de sus obras no han debido ser publicadas. Creo que Marcela Serrano ha sido más bien el resultado de un markerting bien hecho más que el resultado de una buena literatura. Eso no quiere decir que libros como “Nosotras que nos queremos tanto”, no sea un libro que no merezca la pena de ser leído. Por el contrario, si bien reconozco que no es algo extraordinario, también es verdad que disfruté su lectura; como también es verdad que el último de los libros que leí de ella “Hasta siempre mujercitas”, me pareció bastante regular; eso sin hablar de “Un mundo raro”. Por el contrario “Para que no me olvides” me dejó una buena impresión; pero, insisto, no la considero una gran autora.