jueves, 23 de diciembre de 2010

NO HAY SILENCIO QUE NO TERMINE

“No hay silencio que no termine”, es un verso de Pablo Neruda, que pareciera que hubiese sido escrito para darle un título al libro de Ingrid Betancourt. Confieso que no he sentido ningún deseo de leer los testimonios que desde hace aproximadamente dos años están apareciendo en las librerías colombianas, supuestamente escritos por las personas que han sufrido el oprobio del secuestro. No obstante, la entrevista de Héctor Abad Faciolince a la autora, y su comentario lúcido, como todo lo que él dice o escribe, que se trata de una verdadera obra literaria, me sembró el interés por su lectura; el cual se incrementó con el artículo de Santiago Gamboa. Sin embargo, es sólo ahora que lo he leído (diciembre 2010). La razón de la espera es muy simple, deseaba hacerlo en la lengua en la que originalmente fue concebido, el francés; por lo que debía esperar para poder adquirirlo. Lo que fue posible ya que desde hace unas semanas estoy en Francia. Lo leí en un espacio de 7 días, no le dediqué las horas de lectura que normalmente hago cuando el libro me apasiona. Lo leí despacio, tratando de sumergirme en el horror descrito en las 689 páginas de “Même le silence a une fin”, Ediciones Gallimard, 2010.
Mi relación con Ingrid ha pasado por diferentes etapas, primero de una gran admiración por su valentía, me refiero a las huelgas de hambre que hizo en el Senado colombiano o como cuando se postuló como candidata a la Presidencia de la República. Seguí con mucho interés su campaña, en la que creo recordar que distribuía condones en la calle; uno de los aspectos que influyó en mi decisión de votar por ella, ya que apruebo las posturas contestarias. Pero cuando fue secuestrada, debo confesarlo, sentí cólera y rechazo, ya que creía que ella había buscado ser secuestrada, no para quedarse 6 ½ años de su vida pudriéndose en la selva, sino para ser liberada en 48 o 72 horas con un comunicado de las FARC, lo que en ese entonces sucedía con alguna frecuencia, y lo que habría aumentado su popularidad. Durante esos años de infortunio me llegó a desestabilizar que sólo preguntaran por ella; ya que era consciente que habían muchas otras personas que estaban sufriendo el mismo calvario. Pero luego hubo un cambio en mi actitud. Cuando viajé a Francia en 2005 y vi su rostro en las Alcaldías de ciudades y pueblos por los que pasaba, entendí que ella visibilizaba la infamia del secuestro. Poco tiempo después yo misma hacía parte de uno de los grupos de apoyo a Ingrid Betancourt. El día de su liberación lloré, sentí que el terror que había vivido, era el mismo que mi país ha experimentado en esta larga guerra fratricida en la que estamos inmersos hace ya más de cincuenta años.
“No hay silencio que no termine”, es un libro muy bien escrito, con una gran riqueza de lenguaje, que muestra el gran dominio que Ingrid tiene del francés. No obstante, no pude sumergirme en él como yo lo hubiese esperado. Creo que le falta “alma”, es posible que sea a causa de la lengua en el que originariamente fue escrito. Es como si la autora hubiese querido utilizar un filtro que la protegiese de los recuerdos del cautiverio. No hay que olvidar que la lengua materna de Ingrid Betancourt es el castellano. Y al filtrar las palabras en un idioma que es más lógico que el nuestro, aunque sea también de origen latino, permitió que el dolor se atenuara. Ese filtro, al llegar a mí, volvió a operar. Lo leí con sangre fría, antes de leerlo creí que iba a llorar, que me iba a estremecer pensando en la ignominia que le había tocado enfrentar y a la cual yo jamás podría sobrevivir. Pero no, no lloré, ni se me puso la carne de gallina. El velo que Ingrid utilizó para no exponer su dolor en una vitrina como si fuese una herida supurante, sino más bien como un velo de una textura fina, cuyo material es el pudor, le permitió mostrar la adversidad y el delirio humano. Pienso que esa es la gran estrategia literaria que hace que su libro no sea un simple testimonio de una víctima, sino un libro sobre la condición humana.
“No hay silencio que no termine”, nos muestra la vileza en toda su dimensión. Es un fresco de las bajezas y de la humillación, a las que somos capaces de llegar cuando la frontera entre la razón y la locura se hace tan tenue como una simple vara en la que caminamos como funámbulos. Pero también es el fresco del deseo de poder que puede apoderarse de nosotros cuando somos incapaces de ver en el otro a un ser humano con nuestras mismas debilidades, necesidades, angustias. Estoy convencida que para las FARC este libro es un golpe enorme, como si se tratase de un bombardeo de gran magnitud; puesto que nos muestra que todo el supuesto argumento “revolucionario” y “los deseos por una sociedad más justa y equitativa” son una gran falacia en el corazón de una guerrilla que hace tiempo está en los estertores de una enfermedad terminal, pero que por una u otra razón, se niega a morir. Aunque todos conocemos la verdadera razón. Sabemos que el narcotráfico, la guerra y las ganancias, con multitud de ceros a la derecha, evitan que haya una luz al final del túnel.

jueves, 21 de octubre de 2010

GUIOMAR CUESTA ESCOBAR Y SU CASILDEA DE VANDALIA

CASILDEA DE VANDALIA O EL ALTER EGO DE GUIOMAR CUESTA ESCOBAR
Para los amantes y conocedores de la poesía el nombre de Guiomar Cuesta Escobar hace parte de su patrimonio cultural. Sus 16 libros publicados, a lo largo de treinta años de producción continua, más los premios nacionales e internacionales obtenidos, le han asegurado un lugar permanente en el estrado de la letras colombianas, hispanoamericanas y en las letras universales; lo que le ha asegurado un puesto en la Academia Colombiana de la lengua, de la que forma parte desde hace seis años y desde hace un año pertenece a la Academia de la Historia; otra presea más a su ya importante carrera literaria. Es por ello que su presencia el 17 de marzo de 2009, en el Teatro Los Fundadores, de la ciudad de Manizales, con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer, fue un verdadero acierto; sobre todo en una ciudad en la que raras veces hacen presencia escritoras reconocidas. Ese día, los espectadores allí presentes, tuvimos la oportunidad de asistir a la presentación de su último libro Casildea de Vandalia. Cuyos cinco primeros capítulos le valieron el accésit al I Premio de Poesía María Fulmen, de la ciudad de Sevilla, España, 2005. Galardón que se viene a sumar a otros con los que ya cuenta en su rica trayectoria poética. En la contracarátula del libro puede leerse que el jurado le otorgó el accésit “por la belleza de su obra poética y el homenaje a la obra de Cervantes”.
Este libro, de inconmensurable belleza, es el fruto de una larga gestación poética, nada menos que 11 años de investigación, de lectura, de creación, de recreación poética. Proceso que rompe con la falsa creencia popular de la inspiración súbita en una noche de luna llena o de una escritura dictada por las musas. Y si bien es cierto que la creación literaria puede ir acompañada de momentos de gran sensibilidad, también es cierto que nadie nace escritor, uno se hace escritor, para retomar la célebre frase de Simone de Beauvoir: “uno no nace mujer, uno se hace mujer”. El conocimiento del lenguaje, el manejo de las imágenes poéticas, la musicalidad de los versos, la fuerza de las palabras, no se improvisan. Por el contrario, un escritor debe trabajar arduamente para lograr un mínimo de condiciones literarias que le permitan lograr la calidad estética necesaria para que su obra literaria sea reconocida; y trabajar más arduamente aún para que el conjunto de su obra, o una parte de la misma, se convierta en una verdadera obra de arte y para que pase a la posteridad.
Y Guiomar Cuesta Escobar lo ha logrado con Casildea de Vandalia. A mi modo de ver es su obra cumbre, difícil, aunque no imposible, de emular o de superar. Es una obra producto de la madurez literaria de la autora y donde convergen múltiples disciplinas. A saber: la antropología cultural, la sociología, la historia, la reflexión sobre la condición femenina y por ende de la condición humana, la investigación literaria, la intertextualidad, el intento de hacer una autobiografía poética y la exploración de la propia historia familiar de la poeta; así como la búsqueda permanente de la belleza poética, e incluso, lo que yo llamaría arqueología literaria.
Pero antes de elucidar todos esos conceptos se hace imperioso hacer un breve recuento del libro: ¿Cómo surgió?, ¿Quién es Casildea de Vandalia y cuál es su desarrollo literario? Para lo cual nos tendríamos que remitir a su alter ego, a la poeta Guiomar Cuesta Escobar, que le ha dado vida a este personaje minimizado y ridiculizado en la obra cervantina. Tratemos, entonces, de responder a estas interrogantes:
1. ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro? y ¿quién es Casildea de Vandalia?
Para ello habría que tener en cuenta a la propia autora, quien cuenta, llena de alborozo y de admiración por Miguel de Cervantes Saavedra, como hace doce años, releyendo la obra magna de la literatura española, Don quijote de la Mancha, su atención recayó en un personaje femenino, de nombre Casildea, al que pocas veces se hace referencia o sobre el cual la mayoría de las personas ni siquiera se detiene a pensar quién es o qué hace en dicho libro. Casildea, es la amada del Señor del Bosque o Señor de los Espejos; para quien ella es “la más hermosa y la más ingrata mujer del orbe”. Para una mujer, como Guiomar Cuesta Escobar, que ha hecho de su vida una permanente reivindicación de género, una mujer, a la que el Señor del Bosque considera “que sus embustes le gruñen en las entrañas”, no podía pasar desapercibida:
“Por eso llegué a la vida muda/ privada de la voz/con la lengua atada/
a las profundidades del planeta/ por culpa de los aborrecidos inventos/ del Señor del bosque”.(Casildea de Vandalia, pág. 42)
Mientras que el nombre de Dulcinea del Toboso es un referente universal, el de Casildea de Vandalia es ignorado y borrado de la memoria colectiva; al mismo tiempo que carece de estudios literarios que enaltezcan a este personaje tan singular y a la vez tan vilipendiado. Al ser muda, no puede defenderse de los ataques que le hace el Señor de los Espejos; así que, incólume, ve pasar los siglos sin poder defenderse, ni hacer uso de la palabra y sin poder dar a conocer toda la sapiencia que ha ido atesorando con el correr de los tiempos.
“cuatrocientos años enterrada en el olvido…
… con mi lengua aferrada al fondo del océano/ y los labios
clausurados por la más penosa herencia…/ este largo cautiverio/ donde triste gimo y lloro/ mi prolongado destierro/ comprendí –por los siglos de los siglos-/ mi inexplicable mudez”.(Casildea de Vandalia, pág.104)
Y es Guiomar Cuesta Escobar, la poeta, artífice de las palabras, tejedora de historias, testigo del dolor humano, pero también de sus alegrías, la que va a concederle a Casildea de Vandalia el don de la palabra. Mucho se ha dicho que el poeta es un ser “escogido” para contarnos a los seres terrenales las desdichas y los alborozos que suelen poblar la historia, así como los mitos y las leyendas. Pablo Neruda lo dice así en su obra Canto General:
“Yo estoy aquí para contar la historia…
Yo incásico del légamo”
Son tus palabras en mi boca
Las que resbalan, el canto nocturno
Mezclado con lluvia y follaje”...
“Del aire al aire, como una red vacía
Iba yo entre las calles y la atmósfera, llegando y despidiendo.”
Y Guiomar Cuesta Escobar, heredera del enorme legado poético de la lengua hispana (1), ha sabido recoger en su recipiente de barro las palabras y las imágenes nerudianas, para reelaborarlas y crear otro mundo cosmogónico como el que nos presenta Neruda en "La lámpara en la tierra"; al mismo tiempo que hace alusión a la historia, al tiempo lineal, a la mejor manera de Los conquistadores.
Guiomar Cuesta Escobar, la chamana, no sólo le otorga el poder de la palabra a Casildea de Vandalia, sino que la transforma en una caballeresa andante, en una quijote femenina, y la pone a trasegar por el mundo, hasta traerla a América, en busca de su editora; descendiente del primer editor del Quijote de la Mancha, Juan de la Cuesta:
“Yo salí de mi patria a buscar reinos extraños/ quien me albergase y recogiese/ y habiéndola hallado en América del sur/ volví en este hábito de peregrina/ a buscar a mi editora/ y a desenterrar muchas riquezas/ que llevo adentro escondidas”.
Y luego, emulando a Alejo Carpentier, la poeta-chamana(2)la envía en busca de sus orígenes africanos, la hace emprender un viaje a la semilla, un retorno al útero, un viaje sagrado a las entrañas mismas del origen de la vida:
“Ya iniciaré el viaje a mi semilla
Para dar cuenta de toda esa maldad
que me postra y desaparece
como a tantas y tantas mujeres…”
Este regreso a los orígenes es bastante importante, ya que el sentimiento de bastardía del pueblo latinoamericano nos sigue lacerando, como si la violación del conquistador, a las mujeres aborígenes, se perpetuara una y otra vez en cada una de nosotras. Saber de dónde venimos, tener la certeza de quiénes somos, nos permite trazar una senda para no volvernos a extraviar:
“¿De cuál de estas vetas
fuimos extraídos?
¿De cuál cantera
fue arrancado el ser humano?”)

Versos que nos recuerdan la maravillosa cosmogonía de "Canto General":

“Como la copa de la arcilla era
La raza mineral, el hombre
Hecho de piedras y de atmósfera,
Limpio como los cántaros, sonoro.
La luna amasó a los caribes.”

Y al igual que Pablo Neruda, Guiomar Cuesta Escobar, consciente de su papel como poeta, sabe que ha sido “elegida”(3)y que su destino es proteger y velar por Casildea, la desposeída de la palabra, pero indómita y valiente como una guerrera:
“Me instruyeron en el misterio
de aquella vedada ceremonia
y viajé a las entrañas del terror
a liberar cual leona
a esta Mujer de ballesta y espada.”
Casildea, se convierte así en la representación muda de todas las mujeres ignoradas, mancilladas, vejadas, abandonadas; que claman por ser liberadas del yugo milenario que ha significado la opresión masculina:
“Casildea escucha
el rugido de una leona
profundo clamor de sus raíces
centurias y milenios
que liberan de nuevo
su cordón de plata.”

Y más adelante:

“¡Cuántos gritos silenciados
murieron en su garganta!
¡cuántos horrores
conoció su cuerpo!”
El cuerpo de todas, el dolor de todas, el infortunio de todas. Casildea es la caballeresa andante que busca liberarnos de todos los oprobios, que busca redimirnos y devolvernos nuestra dignidad humana. Es la caballeresa que lleva en su yelmo inscrita la lucha por la condición femenina; que no es otra que la lucha por la condición humana:
“Las mujeres hemos compuesto
nuestros mejores poemas
en lengua nativa
y han florecido y se preservan
a pesar de todas las falacias.”
Y para lograrlo, Casildea, en un rito iniciático, se purifica a sí misma y al hacerlo purifica, a su vez, a todo el género humano:
“Me bañé en el torrente de Val-andaluz/hasta borrar las huellas de esa historia que cargo a mis espaldas
milenios de terror -desprecio- y abandono.”

Baño(4)que le permite darnos la palabra a todas y liberarnos de la ignominia sufrida desde tiempos inmemoriales:
“Se rompen siglos de soledad
milenios de ataduras
ceguera y mordaza
tiranía de principados
huestes espirituales dueñas de la muerte.”
Al mismo tiempo que nos hace dadoras de vida, protectoras de la palabra, guerreras del conocimiento:
“Y el hoy le señala un único camino
la nueva tierra que se abre a su paso
terreno abonado
día a día y en reposo
pronto verá la cosecha”.
En toda esta parte cosmogónica, también están implícitas la historia y la sociología. Si bien el texto poético es mitad mito, mitad leyenda, también hace referencia a la historia latinoamericana y a su pueblo. Casildea de Vandalia bucea en las raíces del pueblo latinoamericano. En él encontramos al aborigen de estas tierras indómitas y hermosas:
“En la mano te deja su esmeralda
una Maga de Muzo.”

Pero también al descendiente del conquistador de yelmo y espada:

“Este caballero e hijodalgo
salvó a algunas de aquellas grandes mujeres / mineras de Vandalia
con su gran conocimiento de las rocas
y de los yacimientos de carbón y oro.”
Y encontramos al esclavo, raptado de otras tierras no menos indómitas y hermosas, el África negra:
“La misma oscuridad
que rayó el horizonte de Micaela
cuando zarpó hacia su nueva tierra
y tocó fondo...
Era el abismo que la transformaría
en esclava liberta.”
El libro de Guiomar Cuesta Escobar, es un canto a la vida, al hombre, sin distinción de colores, donde todas las etnias se conjugan en una sola; donde las raíces del árbol se transforman en una sola, es decir en su tronco. Georges Deleuze decía que el verdadero futuro de Europa estaba en la mezcla de las diversas raíces culturales que anidan en el mal llamado Tercer Mundo. Ese árbol puede ser una ceiba o un baobab, pero también un roble, árboles sagrados para infinidad de pueblos y culturas, y a través de todos los tiempos:
“el inmenso roble sintió
que a su tronco se aferraba
una planta de tallo muy delgado…
Casildea regresó a saludar a su árbol
a confiarle sus cuitas…
conmovida
entró en un diálogo sustancial
con su amado roble…”
Estos versos nos recuerdan a Mircea Eliade, el gran historiador de las religiones, y a su análisis del árbol: “la imagen del árbol no se ha escogido únicamente para simbolizar el Cosmos, sino también para expresar la vida, la juventud, la inmortalidad, la sabiduría. … el árbol ha llegado a expresar todo lo que el hombre religioso considera real y sagrado por excelencia, todo cuanto sabe que los dioses poseen por su propia naturaleza y que no es sino rara vez accesible a individuos privilegiados, héroes y semidioses.”
Los árboles son también la representación del axis-mundi, y éste, a su vez, es el pilar que sostiene el mundo y el que permite el paso del iniciado a los otros mundos, allí donde moran los espíritus, los dioses y a veces los ancestros. Es la puerta, o puente, al espacio sagrado y al atravesarla se deja atrás el mundo terrenal o profano:
“Cuando comencé a dibujar el árbol…
cuando el universo viaja
y su giro
nos lanza a otra esfera
más allá de la conciencia
me di a la tarea de travesar el bosque
y escuchar desde mi interior
el concierto de aves
y el manantial.”
En esa búsqueda incesante y apasionada de las raíces, Guiomar Cuesta Escobar nos habla de sus ancestros:
“tuve que rastrear los descendientes
De Juan de la Cuesta
y supe que una rama había emigrado
hacia Sur América.”
Al mismo tiempo que escribe su propia autobiografía:
“Mi editora
aguerrida como su bisabuela
tremenda como ella
que se batió con el oro y emprendió
su heroica batalla…”
Por otra parte el libro Casildea de Vandalia es fruto de una verdadera investigación literaria, donde se observa el rigor investigativo de la autora, y su disciplina a la hora de escribir y de buscar las fuentes que enriquecen su obra poética. Puesto que Guiomar Cuesta Escobar, es consciente que su poesía es producto del legado milenario de otros creadores, e incluso sabe que ella misma es producto de la cultura y tradición judea-cristianas; de allí su profundo conocimiento de La Biblia; a la que hace referencia a todo lo largo del libro de Casildea de Vandalia. Las citas, cuidadosamente escogidas, enriquecen considerablemente el texto, ya que se establece un diálogo entre la poeta y sus colegas. Esta intertextualidad enriquece el texto poético y nos muestra, en toda su dimensión, la erudición de Guiomar Cuesta Escobar.
Otro de los aspectos que debe resaltarse, en cuanto al arduo trabajo de investigación se refiere, es los que yo he llamado “arqueología literaria”; ya que en el libro, objeto de este análisis, encontramos el estilo de las crónicas de Indias. Ese estilo, que ya no se usa –estila, sería la palabra adecuada-, sigue siendo de una gran vigencia estética y nos corrobora, una vez más, la sapiencia de Guiomar Cuesta Escobar y la libertad poética de la que hace gala a la hora de plasmar con su pluma, su rica e inconmensurable cosmogonía; haciendo que el lector sea partícipe de ese mundo imaginario y tan personal. Esa es la magia de la literatura, la magia de poder vibrar con las imágenes poéticas que el “elegido” ha utilizado para hacernos vivir e incluso transformar nuestra propia visión del mundo.
Para terminar, no puedo dejar pasar por alto la belleza del lenguaje poético utilizado por la autora de Casildea de Vandalia. No en vano Guiomar Cuesta, al igual que su Casildea, ha sido nombrada miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, en su caso preciso no de Vandalia, sino de Colombia. Honor anhelado por muchos, siendo muy pocos los escogidos.
Citas bibliográficas:(1) Para Gaston Bachelard “El soñador* aislado guarda dentro de sí valores oníricos ligados a su idioma; guarda dentro de sí la poesía propia a su lengua y a su cultura. Al aplicar las palabras a las cosas, las puede poetizar. … El poeta más innovador, al explotar el sueño más liberal de las costumbres sociales, transporta en sus poemas los gérmenes que vienen del fondo social de la lengua.”
BACHELARD, Gaston. L’eau et les rêves. Essai sur l’imagination de la matière. Librairie José Corti. 1974. Página 182. *Nota: léase poeta. (Traducción libre de la autora del ensayo).
(2)Para Mircea Eliade “el chamán es un mago y un hombre-médico: se cree que puede curar, como todos los médicos, y efectuar milagros fakíricos, como todos los magos, sean primitivos o modernos. Pero es, además, psicopompo, y puede ser también un sacerdote, místico y poeta”.
ELIADE, Mircea. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Fondo de Cultura Económica. México, primera reimpresión, 1982. Página 21.
(3)Para Gaston Bachelard el agua “se ofrece como un símbolo natural de pureza; ella se erige en una psicología de la purificación. …El agua transparente es una tentación constante para el simbolismo de la pureza. El ser humano puede encontrar, sin necesidad de un guía o de una convención social, esta imagen natural.”
Ibid. Página 181-182. (Traducción libre de la autora del ensayo).
(4)ELIADE, Mircea. Lo sagrado y lo profano. Labor/Punto Omega. Barcelona, 5ª edición, 1983. Página 128. (El subrayado es del autor).
BIBLIOGRAFÍA
BACHELARD, Gaston. L’eau et les rêves. Essai sur l’imagination de la matière. Librairie José Corti. 1974
ELIADE, Mircea. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Fondo de Cultura Económica. México.,Primera reimpresión, 1982. Página 21
NERUDA, Pablo, Canto General

martes, 28 de septiembre de 2010

ISLA NEGRA

Siempre he creído que uno de los lugares más famosos, al menos para un hispanohablante, es Isla Negra, no importa si se ha estado físicamente o no. Todos los que amamos a Pablo Neruda conocemos su existencia, así como todos conocemos otros lugares míticos, ancorados en lo más profundo de nuestro sistema límbico, como son Macondo, o Santa María o Yoknapatawa. La diferencia, es que Isla Negra existe, pero, contrariamente a lo que uno pudiera creer no es una isla. Está, eso sí al borde del mar, de un mar violento, las olas parecieran ser del tamaño de una casa, y vienen a morir en un acantilado de una hermosura inconmensurable. Son piedras enormes, cuasi míticas, como si el mundo recién despertara de un largo y profundo sopor, como si recién acabase de ser inventado, creado o soñado, o todo a la vez; ¿Por qué, dónde comienza la realidad y donde termina la imaginación? La frontera entre esos dos conceptos es frágil y como un funámbulo transitamos sobre ella, meciéndonos de un lado a otro de esa cuerda que puede romperse al menor descuido.
Hace tres años tuve la oportunidad de visitar la casa que Pablo Neruda construyó como si de un barco se tratara. Una casa nada convencional y en la que difícilmente yo podría vivir. No obstante, la emoción que sentí al visitarla no ha sido nunca equiparada con otras experiencias y otros viajes. El día anterior habíamos estado, mi marido, mi hijo y yo, en “La Chascona”, la casa de Pablo Neruda y Matilde Urrutia, en Santiago. Es de anotar que “chascona” quiere decir “despelucada”; es así como Neruda llamaba a Matilde, la mujer de su vida. Y si bien la visita me había interesado mucho, máxime que fue allí donde la turba enloquecida saqueó la biblioteca de Neruda la noche de su muerte, sin que las fuerzas policiales hicieran algo por proteger el legado del poeta. Recuérdese que Augusto Pinochet acababa de dar su golpe de estado y que Chile entraba en una larga y tenebrosa noche, de la cual aún se hacen esfuerzos enormes por salir de ella y recobrar la cordura que le fue arrebata en la nefasta fecha del 11 de septiembre de 1973. La biblioteca, como todas las construcciones de Neruda, tiene una particularidad bastante extraña. Cuando se penetra en su interior, y se comienza a recorrerla, lo primero que viene a los sentidos es una sensación de mareo, el piso está construido en declive, y los oídos perciben un crujido, el crujido de la madera de un bote en alta mar; de tal forma que al caminar se siente la impresión de estar navegando. No en vano Neruda se llamaba a sí mismo “Marinero en tierra”. Al día siguiente de la visita de Isla Negra, visitamos su tercera casa, “La Sebastiana”, ubicada en Valparaíso. Tiene cuatro pisos, como una torre de Babel que quiere tocar el cielo. Pero es Isla Negra, a una hora de Valparaíso, la casa que hizo que todos los sentimientos de amor, admiración y respeto por Pablo Neruda, salieran a flote. Cuando entré en la sala la guía comenzó a explicar el significado de cada objeto y al ver sus mascarones de proa, traídos de sus viajes, sentí que un quejido profundo salía de mi pecho y que por razones de “urbanidad” debía acallar. Cuando entramos al cuarto que compartía con Matilde Urrutia, al ver su cama, colocada debajo de una ventana sin cortinas, de tal forma que al salir los primeros rayos del sol pudiesen penetrar para que de esa forma fuese despertado y no con el sonido trivial, y a veces de pesadilla, que es un despertador automático. Y al mismo tiempo que los tímidos rayos del sol le besaban las mejillas; sus ojos, al abrirse con el contacto de las manos de la aurora, vieran ese mar indómito que lame las rocas de su casa. Entonces, ya no pude más, y el quejido que trataba de ahogar, de retener en silencio, salió con una furia incontenible. La poesía de Neruda, con la misma que había aprendido a amar, me refiero a “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, o “El hondero entusiasta” o “Los versos del capitán”; o con la que había viajado, pienso en “Alturas de Machu-Picchu”, esa oda latinoamericana, ese lamento visceral, esa búsqueda de nuestros propios orígenes; salió a flote en un llanto que ya no pude controlar. Todas las fotos que registran mi rostro ese día, muestran la pérdida y el dolor, pero también el amor y la esperanza. Por supuesto que también visité la biblioteca. En un corredor largo y estrecho, hay una mesa que el mar le regaló una mañana, una mesa que había naufragado quien sabe por cuánto tiempo. La ubicó al lado de otra ventana, a la que consideraba su cuadro favorito, ya que desde allí vislumbraba su mar. En esta biblioteca está parte de su considerable colección de caracolas marinas, la mayor parte fue donada a la Universidad de Chile, y por supuesto, su colección de botellas. La visita culmina con el paseo obligado del jardín donde están enterrados los dos amantes, al frente del mar. No hay que olvidar que para que ésto fuese posible hubo que esperar largos años, hasta 1992, ya que Pinochet había prohibido que su sepultura ocupase el lugar que el poeta había designado como su lugar preferido para su sueño eterno.

domingo, 18 de julio de 2010

EL RACISMO COMO PRETEXTO DE PERSECUCIÓN

*(Ver nota al final del artículo).
El pasado mundial de fútbol, celebrado en Sudáfrica, el país donde el Apartheid fue derrotado por ese personaje extraordinario llamado Nelson Mandela, nos puso sobre el tapete, nuevamente, la posibilidad de mirar la historia y analizar ese crimen atroz que fue la trata de esclavos; así como la posibilidad de hacernos una autocrítica, y porque no de pedir perdón por los vejámenes cometidos por nuestros ancestros y por las ignominias que aún seguimos realizando, no sólo contra África sino contra la población negra que habita en nuestro territorio. El apartheid es una palabra que podría muy bien ser sinónimo de opresión, de fascismo y por supuesto de racismo. Desafortunadamente, los medios de comunicación colombianos no se han detenido a realizar un trabajo exhaustivo sobre el racismo en Colombia. Se habla, eso sí, sobre peculados, sobornos, narcotráfico, guerrilla, deuda externa; pero el racismo no sólo no es un tema que les atraiga sino que en últimas lo consideran inexistente en nuestro territorio. Así, la forma de pensar, de hablar y de actuar del colombiano diga lo contrario. Tal vez la explicación de este fenómeno sea la poca importancia que se le da en nuestro medio al racismo.
EL RACISMO Y LA HISTORIA: Según la definición del diccionario, racismo significa ‘Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que en ocasiones, ha motivado la persecución de otro grupo étnico considerado como inferior’ (1). Esta definición, difiere ligeramente de otras en cuanto que hace explícita la palabra “persecución”. El racismo, no es otra cosa que el arma más poderosa con la cual ha contado el hombre en el transcurso de la historia para poder perseguir, esclavizar y oprimir a diferentes grupos humanos que él mismo, en su omnipotencia, ha designado como inferiores. El racismo, ha sido el pilar de muchos sistemas políticos, económicos y religiosos.
ANTECEDENTES: Los griegos denominaban a todo aquel que no había nacido en territorio helénico con el apelativo de ''To xeno'' (el extranjero). Luego, "extranjero" se convirtió en "bárbaro", denominación recogida posteriormente por los romanos, sirviéndoles de baluarte en la campaña de extensión de su Imperio. Luego, Occidente reemplazó el término por el de "salvaje", siendo este último el utilizado en nuestros días.
Es posible que "bárbaro'' halla sido en un principio identificado al canto inarticulado de los pájaros, en contraposición al lenguaje humano. Y el término "salvaje", hace referencia directa a algo agreste, inhóspito, a selva, en últimas a la vida animal, opuesta en su totalidad a la cultura humana. En los dos casos se niega la existencia de una cultura diferente a la del pueblo que se autodenomina como "civilizado" (2).
En la mayoría de los grupos étnicos -considerados por Occidente como salvajes- la humanidad se restringe a su propia tribu o a su grupo lingüístico; hasta el punto que muchas de ellas tienen una palabra especial que designa a los integrantes de su pueblo como los hombres verdaderos, mientras que a los congéneres de otras tribus se les asigna una palabra que carece del significado esencial de "hombre". Esto es lo que comúnmente se conoce como etnocentrismo.
EL "CENTRO" EN EL MITO: Para los Incas, Cuzco significaba “ombligo del mundo”. En Irán, la montaña sagrada Haraberezaiti se hlla igualmente en el centro de la tierra. La mitología judeo-cristiana considera al Gólgota el centro, y el paraíso terrenal tiene la misma ubicación (3). Ejemplos como estos abundan en las mitologías de Laos, Japón, Finlandia, etc... El simbolismo del "centro" aparece a su vez en la literatura y arquitectura medievales: "...la basílica de los primeros siglos de nuestra, … y la catedral de la Edad Media, reproducen, simbólicamente, la Jerusalén celestial'' (4).
LOS "ELEGIDOS" Y LA PERSECUCIÓN: El pueblo israelita se consideraba como el “elegido” por Jehová. En la Edad Media, Occidente emprendió las grandes cruzadas con el pretexto de rescatar la tierra santa de manos paganas; pero como siempre el verdadero objetivo era ir tras la riqueza y el botín que la guerra pudiera depararle. Los españoles, escudándose en la idea de que su fe y su religión eran las verdaderas y de que su dios era el único, oprimieron, avasallaron y saquearon a América: Si ese dios no reinara sobre el mundo, no habría esclavos, ni amos, ni vasallos, ni colonias (5).
En la isla de La Española (hoy territorio de Haití y República Dominicana) a comienzos del siglo XVI, Fray Bartolomé de las Casas abogaba por los indios y denunciaba la explotación de la cual eran objeto por parte de los españoles, y proponía, como único medio para abolirla, traer esclavos negros del África. Para defender a los nativos alegaba que también eran hijos de Dios y que poseían -al igual que los cristianos- un alma. Mientras tanto los indígenas dejaban a los cadáveres de los españoles, que habían sido hechos prisioneros, varios días al sol, con el fin de verificar si sufrían o no el proceso de putrefacción (6). Los franceses -mientras tanto- encarcelaban y torturaban a los hugonotes, y a sus mujeres las marcaban de la misma forma que lo hacían con las prostitutas.
La Alemania nazi, inventa los hornos de cremación donde perecen varios millones de judíos (que por lo demás siempre habían estado confinados en los ghettos europeos) y de gitanos, aunque ya nadie se acuerde del holocausto de estos últimos. ¿A quién podría importarle la muerte de un gitano? Total, no es explotable políticamente. Aún hoy siguen siendo objeto de persecución por parte de la policía europea; son los parias de la opulencia.
Rafael Leónidas Trujillo (dictador dominicano), persigue y asesina, en los años 30 a 30.000 Haitianos. Otro tanto de argentinos desaparece durante la pasada dictadura, en la llamada guerra sucia. En la India persisten las castas, y se persigue a la minoría musulmana. En Sri-Lanka, la persecución es contra el pueblo tamil. En Irlanda, continúan los violentos enfrentamientos entre protestantes y católicos. En Colombia, el Grupo Lingüístico de Verano evangeliza a los grupos indígenas, sin olvidar a los sacerdotes y monjas católicos y el genocidio, no reconocido aún por el Gobierno, que ha vivido Colombia en las últimas tres décadas.
Los ejemplos anteriores, sirven para ilustrar el hecho de que el racismo no es sólo un prejuicio contra el color de la piel, sino que la mayoría de las veces ha sido utilizado como pretexto para perseguir a aquellos que no profesan la misma religión o la misma ideología del pueblo colonizador o de la clase con el poder económico, militar y político necesarios para imponer su propia ideología.
EL CONCEPTO DE RAZA Y SUS IMPLICACIONES: El diccionario define el concepto de raza como un “grupo humano que presenta un conjunto constante de caracteres corporales distintivos y hereditarios” (7). Y aunque en la actualidad sólo se distinguen tres grupos (caucasoides, mongoloides y negroides), aún se utiliza la clasificación del naturalista sueco Carlos Von Linneo (1707-1778); clasificación basada principalmente en la distribución geográfica y en el color de la piel de los individuos. De ahí la creencia común de raza blanca, negra, indígena, y en Colombia de raza criolla; llegándose incluso a hablar de raza manizaleña (tal como rezaba en una publicidad con fines turísticos para la ciudad en el año de 1987).
Las implicaciones de la anterior clasificación han sido funestas, y lo que es peor, se sigue perpetuando. ¿Cómo? A través de la educación, los medios de comunicación, los prejuicios sociales, la religión, la política.
EL RACISMO EN COLOMBIA: Para nadie es un secreto que los departamentos del Chocó, del Casanare, del Guainía, del Amazonas, del Putumayo, entre otros, han sido las regiones más desprotegidas por el gobierno. Su población representa la minoría del pueblo colombiano; minoría a la que se denomina despectivamente "negra e india". Estas regiones (que también forman parte del territorio nacional), carecen de vías de penetración suficientes, de servicios públicos, de programas verdaderamente eficientes de vivienda, salud, educación y trabajo.
Y por si fuera poco, el Gobierno, obviando el problema de tenencia de tierras que hace imperiosa una política de reforma agraria radical, impulsó en la década de los 70 y 80 a la clase campesina, hoy desplazada, a proletarizarse en los grandes latifundios o a colonizar territorios de asentamiento indígena, con el consecuente enfrentamiento, lo que causó la muerte a centenares de indígenas.
DICHOS POPULARES Y RACISMO: El lenguaje en Colombia, posee un sinnúmero de dichos populares con marcada connotación clasista, que oculta, en últimas, los prejuicios raciales que se tienen contra los grupos minoritarios: "Hay que trabajar como negro para vivir como blanco". El insulto más grande para un colombiano es ser llamado "indio" o “negro”. En los mundiales de fútbol, celebrados en las décadas de los 70, 80 y 90, los periodistas deportivos se referían a los africanos como los "morenitos", pero nunca les decían a los europeos los "blanquitos". Estas expresiones, utilizadas en todas las clases sociales, representan sólo algunos ejemplos del lenguaje racista empleado a diario por el pueblo colombiano.
Habría que señalar que la educación impartida en los colegios, escuelas y universidades en general, continúa enseñando y transmitiendo la imagen de civilización occidental como la única aceptable, lo que supone que aún somos un país colonizado culturalmente.
1.Diccionario Kapelusz de la Lengua Española, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, Argentina.
2.Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Editions Gonthier, Unesco 1961, Bibliothéque Média-tions, France.
3.Mircea Eliade, El Mito del Eterno Retorno, Alianza/Emecé.
4...., Lo Sagrado y lo Profano, Labor /Punto Omega, 5a edición, 1983.
5.Eduardo Galeano, Memorias del Fuego. 1. Los Nacimientos, Siglo XXI Editores, S.A., 8a edición.
6.Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire.
7.Diccionario Kapelusz.
* Nota: Este artículo fue publicado en el año de 1987 por el diario La Patria (Manizales-Colombia). Ahora vuelvo a publicarlo, aunque con algunos ajustes, teniendo en cuenta que la situación, con respecto al racismo, poco o nada ha cambiado, al menos en lo que tiene que ver con la situación colombiana. Cabe recordar que en 1987 aún estaba vigente en Sudáfrica el Apartheid; por lo que celebro que la ONU haya declarado el 18 de julio como el Día Internacional Nelson Mandela. Dicha fecha coincide con la de su nacimiento, es de anotar que el pasado 18 de julio este excelente líder cumplió 92 años.

domingo, 20 de junio de 2010

José Saramago: Viaje a Portugal, la historia de un amor

La primera vez que leí a José Saramago fue en 1998, cuando recibió el Premio Nobel de Literatura. Lo hice con una obra exquisita, Viaje a Portugal, una oda al patrimonio intangible y tangible, una invitación al viaje por el territorio que lo vio nacer y al que le debe su lengua y su cultura. Algunas de las descripciones que nunca olvidaré, son la de un frío amanecer en medio de una zona boscosa, donde la niebla se levanta poco a poco para dar paso a la magnificencia de los árboles; o la visita a un restaurante popular en un pequeño pueblo. O la denuncia que hace al constatar como el arte religioso es expoliado por capellanes inescrupulosos de pequeñas iglesias pueblerinas; al mismo tiempo que nos dicta toda una cátedra de historia del arte, ya que nos habla de varios pintores que los libros sobre el arte europeo han ignorado conscientemente. Precisamente es este libro el que hizo posible el encuentro del escritor y de su esposa. Pilar del Río, periodista y gran lectora, un día cualquiera le dice a su librero de confianza que le recomiende algún autor, él le pone en las manos un libro de José Saramago, diciéndole que aunque es un escritor desconocido es un verdadero maestro de las letras. Pilar se lleva el libro a casa y pasa la noche en blanco, leyéndolo con verdadero placer y admiración. Al día siguiente regresa a la librería y compra los libros de Saramago que en ese momento estaban traducidos al español.Y mientras los lee, planea, junto con una amiga, un periplo siguiendo la ruta indicada por Saramago en Viaje a Portugal. Al llegar a Lisboa lo contacta, en esa primera entrevista surge un amor y una pasión que los acompañó por el resto de sus vidas. Pilar del Río se convirtió en su esposa, traductora y crítica. Una bella historia de amor, que muestra como la realidad va más allá de toda ficción literaria.
Después de este libro leí otros con verdadera admiración, como El Ensayo sobre la ceguera, o con algo de tedio como El Viaje del Elefante. José Saramago, fue un intelectual a carta cabal y su obra nos deja un legado invaluable; sobre todo por su posición crítica frente al Vaticano, a la religión católica y al fanatismo religioso venga de donde venga. También su posición crítica frente al capitalismo salvaje y frente a las grandes desigualdades imperantes entre Norte y Sur, entre los países del Primer Mundo y los mal llamados del Tercer Mundo. Su obra es una invitación a la reflexión ontológica y al goce estético; ya que su obra es de una gran riqueza semántica y de un estilo impecable.
Nota de protesta: José Saramago murió el pasado viernes 19 de junio en su casa de la Isla de Lanzarote en España, donde vivía con su esposa Pilar del Río. A sólo un día después de su muerte, el diario del Vaticano, “L’obsservatore Romano”, en una columna escrita por Claudio Toscani, arremete contra él, en un lenguaje panfletario y cobarde. Y digo cobarde porque Saramago ya no puede contestar. La furia de Toscani nace del hecho que Saramago fue un ateo confeso toda su vida y un gran crítico de la religión católica; pero sobre todo de los representantes de la Iglesia y del papel que han tenido a través de toda la historia de Occidente. En su columna venenosa, Toscani hace gala de una gran intolerancia ideológica, se olvida que el Concilio Vaticano II declara el derecho a la libertad de culto y pregona la tolerancia religiosa. El fanatismo religioso es el que tanto daño le ha hecho a los pueblos a través de la historia. Caer en él es desconocer que los seres humanos no somos iguales y que la libertad de pensamiento es un derecho que nos asiste.

viernes, 4 de junio de 2010

EL SECRETO DE SUS OJOS

“El secreto de sus ojos” ganadora del Óscar a la mejor película extranjera (2010), así como del Festival Internacional del Cine de La Habana, del Premio Clarín y del Premio Sur. En el 2009, año de su estreno, fue vista por dos millones y medio de espectadores argentinos y ha sido la segunda película más taquillera de la filmografía argentina. Fue un proyecto realizado conjuntamente con España.
Dirigida por José Luis Campanella, con las actuaciones de Ricardo Darín, Soledad Villamil y Guillermo Francella, y guión de Eduardo Sacheri y Juan José Campanella; “El secreto de sus ojos” es un thriller que nos pone en frente de la Argentina de 1974, cuando las oscuras fuerzas que sumirían al país en una de sus más desastrosas debacles, estaban aunando fuerzas para apropiarse del poder. Y en esto radica uno de los mayores logros de la película, la época nefasta del gobierno de Isabel Perón, la Triple A, Alianza Anticomunista Argentina, aparece tangencialmente; no obstante, se siente su enorme peso a todo lo largo de la película. Ya que la época de la represión, que conduciría a una de las peores dictaduras de la historia de América Latina, no es tema central del argumento, pero está presente en la historia de sus protagonistas; ya que el miedo se convierte en una segunda piel y termina por destruir sus sueños y sus vidas. Es una forma diferente de contar la historia, nos deja interrogantes, nos cuestiona, nos enfrenta a nuestra propia historia como pueblo latinoamericano y nos insta a conocerla mejor. No en vano siempre se ha dicho que el desconocimiento del pasado nos condena a su eterna repetición. Lo que ha vivido Colombia en los últimos ocho años es un claro ejemplo de ello.
Un funcionario de la justicia, Benjamín Espósito, ya jubilado, representado por Ricardo Darín, decide escribir un libro sobre el caso que le cambió su vida para siempre. Espósito recuerda sus años como agente de la justicia federal, y a sus compañeros de oficina, el dipsómano ayudante Pablo Sandoval (Guillermo Francela) e Irene Menéndez-Hastings (Soledad Villamil) jefa del Departamento de investigaciones. El recuerdo de la historia es una investigación de la brutal violación y posterior asesinato de una joven mujer. Lo que pudiera parecer una investigación anodina, como muchas de las que pueden enfrentar a diario los investigadores judiciales, se convierte en una historia de amor no convencional. Los secretos de 25 años atrás vuelven para asediar a sus protagonistas, y Espósito se da cuenta que si no enfrenta el pasado y desvela sus misterios, no podrá nunca reconciliarse consigo mismo, ni podrá vivir su única historia de amor.
Con “El secreto de sus ojos”, Campanella nos deslumbra con su manejo de la cámara, con su genio para armar las secuencias, su sensibilidad para crear sonidos, ambientes; pero también para mostrarnos el lado oculto del ser humano. Me refiero a la ternura, al amor, a los sueños, esos pequeños detalles que nos ennoblecen; al mismo tiempo que refleja las bajezas, venganzas y miserias, o la crueldad que acompaña muchas veces a los oscuros personajes que desean sobresalir a cualquier costo. Con esta película Juan José Campanella ha entrado por la puerta grande de la historia del cine y le ha dado a América Latina la posibilidad de ser nuevamente el foco de atención de la cultura.

martes, 1 de junio de 2010

CLAUDE MONET Y CHAÏM SOUTINE (3o día)

(Visita realizada al Museo de L’Orangerie el 23 de mayo de 2010).
Aunque he visitado varias veces el Museo Jeu de Paume, aún no conocía su gemelo, L’Orangerie, situados los dos en el Jardín de las Tullerías. París es una ciudad infinita, culturalmente hablando, siempre nos sorprende, siempre tiene algo para mostrarnos, nunca acabamos de descubrirla por completo. Ni siquiera los parisinos la conocen a fondo. Así que no me ruborizo al decir que es hasta ahora que descubro las maravillas que alberga en su interior.
El Museo de L’Orangerie, conocido también con el apelativo de la Capilla Sixtina del Impresionismo, expone desde 1927 “Las Ninfeas” de Claude Monet (1846-1926). La sala fue especialmente adecuada para estas inmensas pinturas, ya que Monet las legó al Estado francés con la condición de encontrarles un lugar permanente. Georges Clemenceau (1841-1929), al aceptar su proposición, le pidió a Monet que él mismo decidiera como deseaba que sus pinturas fueran expuestas. De dos obras que inicialmente iba a donar, terminó por entregar 22 paneles, que componen a su vez 8 composiciones, para un total de 40 metros de lienzo. Este proyecto le llevó 14 años de arduo trabajo. En esta hermosa sala, recientemente renovada, el espectador puede sumergirse en el mundo poético y privado de Claude Monet. Me refiero a su casa de Giverny, a sus jardines y al lago artificial donde sembró cientos de nenúfares, que se convirtieron en su modelo predilecto y en un permanente laboratorio de experimentación pictórica. Monet vivió allí los últimos cuarenta años de su larga y prolífica vida. Es en estos jardines donde pudo entregarse sin reserva alguna a su gran pasión, la pintura; ya que los años de precariedad económica habían quedado atrás. Monet, desde muy temprano, había logrado un rompimiento absoluto de todos los cánones académicos; pero no es sino al final de su vida que logra, gracias a los nenúfares, acercarse a lo que posteriormente se conocería en la historia del arte como abstraccionismo. Hoy en día es considerado uno de sus precursores. Otros dos museos de visita obligatoria, en cuanto a Monet se refiere, son el de Marmottan y el de Orsay.
El Museo de L’Orangerie expone, además, dos importantes colecciones, una sobre la obra de Paul Klee, perteneciente a un importante galerista de arte, Ernest Bayeler, y la colección Walter-Guillaume con obras de Renoir, Cézanne, Modigliani, Rousseau, Laurencin, Picasso, Matisse, Derain, Utrillo y Soutine. La primera es itinerante y la segunda permanente. Y si bien reconozco que Paul Klee es un artista extraordinario, tampoco puedo negar que su obra no me hace vibrar. Por eso he decidido hablar sobre Chaïm Soutine, artista que hace parte de la colección Walter-Guillaume.
La Colección Walter-Guillaume, lleva el nombre de dos coleccionistas. Paul Guillaume, marchante de arte, cultivado y con una sensibilidad especial que le hizo comprender desde muy joven la importancia del arte moderno. Es de anotar que contó con la suerte de conocer muy joven a Guillaume Apollinaire, quien se convirtió en su mentor, y el poeta Max Jacob le presentó a personajes de la talla de Modigliani, De Chirico, Marie Laurencin, Picasso o Picabia, artistas que pasaron por su galería de arte. Paul Guillaume supo comprender desde el primer momento hasta qué punto tenía delante de sí obras que pasarían a la posteridad. Murió en el año de 1932. Su esposa Juliette Lacaze se convirtió en su heredera universal; tiempo después contrajo nupcias con el empresario Jean Walter; juntos continuaron la pasión de Guillaume. Poco antes de su muerte Madame Walter-Guillaume decidió donar la colección al Museo de L’Orangerie, que la expone desde 1984.
Y es esta colección la que me hizo descubrir un pintor extraordinario que nunca había oído nombrar: Chaïm Soutine (1893-1943), reconocido como el artista más patético del expresionismo de la escuela de París. Este pintor, de origen lituano, nació en el seno de una familia judía, enfrentada a una vida miserable. Su padre trabajaba como ayudante en un taller de sastrería y con su magro salario debía sostener una prole numerosa. El mismo Soutine comenzó a trabajar a los doce años en el taller de su tío. Pero su verdadera inclinación era la pintura y el dibujo. Su padre se oponía férreamente a esta pasión, ya que era un judío ortodoxo para quien las imágenes representadas por el hombre eran pecado. La austeridad religiosa y el miedo, asediaron su infancia y parte de su adolescencia; sin olvidar al hambre y al frío, que fueron prácticamente sus eternas compañeras. La angustia vivida en sus primeros años nunca lo abandonaría, fue la fuente primordial de su creación artística; no en vano muchos autores han dicho que la verdadera musa es la tragedia.
En 1913 llega a París, allí conoce a sus compatriotas Marc Chagall y Jacques Lipchitz, y luego encuentra a Modigliani, construyendo con él una larga amistad. Se vuelve un asiduo visitante del Museo del Louvre, y Rembrandt y Courbet se convierten en sus pintores predilectos. Rembrandt mismo es el modelo a seguir. No en vano años más tarde pintaría una obra “La res desollada”, en clara alusión a un célebre cuadro del pintor holandés. La anécdota de esta obra es bastante elocuente con respecto a la personalidad sombría de Soutine. En vez de trabajar directamente en un matadero, delante de la res que acababa de ser sacrificada, Soutine se la lleva directamente a su apartamento y allí procede a la elaboración del cuadro. Cuando el olor a carne descompuesta comienza a sentirse en los corredores, los vecinos llaman a la policía para que indaguen lo que sucede en la vivienda del pintor. Entre 1915 y 1919 descubre el sur de Francia. Sus pueblos fueron la base para un cuadro maravilloso titulado “Árbol caído” (1923-1924). Un inmenso árbol cae sobre un pueblo entero, pareciera como si sus casas fuesen como la vida misma del hombre, frágil y desamparada. En otro de sus cuadros aparece uno de los característicos pueblos franceses, pueblos suspendidos y cuyas casas se abaten las unas contra las otras, en una clara referencia a la precariedad de la existencia. Sus retratos nos muestran seres extraviados en sí mismos, alejados de todo intento de comunicación humana. Sus miradas no se dirigen a ninguna parte, ni siquiera se miran ellos mismos. Sin embargo, algunos colores utilizados, como el rojo, podrían dar destello de alegría al lienzo, como es el caso de “La joven inglesa” (1934). Pero en soutine el rojo, en vez de dar un tono de alegría a la composición, acentúa el desgarramiento interior de su personaje. En otras palabras, su obra nos enfrenta a nuestros propios demonios.
Hace poco una persona, muy cara a mis sentimientos, y a raíz de un artículo que publiqué en Papel Salmón sobre Haruki Murakami, me decía que tras la lectura de uno de sus libros “era muy difícil salir indemne”. Pues bien, al ver la exposición de Soutine recordé la frase y a su remitente; ya que sentí exactamente la misma sensación, me costó salir indemne. Y en el cuaderno que siempre me acompaña, anoté, como si de escritura automática se tratase, lo siguiente:
Su obra te lleva por terrenos baldíos, por arenas movedizas. Soutine te agarra de la mano, como si fuese una tenaza, y no te suelta, te sumerge en el desamparo, en el terror, en la pesadilla. Es una obra que molesta, que trata de ahogarte en aguas turbias; no se sale incólume después de haberla visto. Nos enfrenta a nuestros fantasmas, llama a gritos a los demonios que nos habitan, nos lleva por la cuerda floja como si fuésemos funámbulos en busca de un precipicio donde arrojarnos en una caída sin fin. O como si resbaláramos en un terreno cenagoso o fuésemos tragados por arenas movedizas, como si nos perdiésemos para siempre en un terreno hostil y desconocido. Al final tuve la impresión que para Soutine la vida es un hueco negro que atrae hasta el fondo. Este cúmulo de sensaciones lo había experimentado hace dos años con la gran exposición de Louise Bourgeois, organizada por el Centro Georges Pompidou, aunque de una manera mucho más intensa, (para mayor información puede leerse el artículo que publiqué en este mismo blog hace dos años). Esta sensación de extravío también la había sentido dos días antes cuando observaba atentamente la obra de Edvard Munch en La Pinacoteca, exposición reseñada en este blog, el pasado 29 de mayo.
Si bien los nenúfares de Monet me habían llevado al paraíso, Soutine me paseó por su propio infierno. Lo que quiero decir es que L’Orangerie nos enfrenta a dos lecturas diferentes, pero cada una de una riqueza invaluable. No en vano la vida misma nos hace bascular entre la alegría y la pesadilla a todo lo largo de nuestra existencia. Dejó como legado 482 obras, pero había pintado muchísimas más, desafortunadamente la mayoría de sus obras fueron destruidas por él mismo ya que no aceptaba ni la más leve crítica; pero otras fueron destruidas porque él mismo consideraba que no tenían valor artístico*.
Bibliografía: Musée de L’Orangerie. Guide de visite. Texte de Jean-Noël von der Weid. 2007
*Nota: No hace ni dos horas que terminé de escribir este artículo en el que hago alusión a la obra de Louise Borgeois; sin saber que había muerto en el día de ayer (31 de mayo 2010), tenía 98 años y una mente completamente lúcida, nunca dejó de trabajar. La paz sea en su tumba. Siempre la recordaré, no sólo como la excelente artista que se destacó a todo lo largo del siglo XX y en este primer decenio del XXI, sino como una mujer que supo luchar contra los avatares del tiempo, sin doblegarse nunca. Siempre será un faro en mi vida. Berta Lucía Estrada Estrada

domingo, 30 de mayo de 2010

WILLIAM TURNER (2o día)

(Vista realizada al Museo Grand Palais, París, el sábado 22 de mayo 2010)
La primera vez que escuché el nombre de William Turner (1775-1851), fue en el curso de Historia del Arte que debí tomar en la universidad por espacio de 8 semestres; y aunque había elegido la literatura como formación profesional, el arte tenía un lugar muy importante en el currículum. Tuve una profesora excelente que supo sembrar en lo más profundo de mi ser un intenso amor por el arte, siempre le estaré agradecida. Turner me fue presentado, junto con John Constable (1776-1837), como uno de los precursores del movimiento que partiría la historia del arte en dos: El Impresionismo. Así ellos no hubieran vivido para darse cuenta hasta que punto su pincelada, su paleta, la concepción de sus temas, había dado paso a una verdadera revolución artística. Y es que los grandes pintores y escultores son aquellos que se arriesgan, que osan hacer algo diferente. La verdad sea dicha no me gustan los artistas que se repiten hasta la saciedad, como un Botero; en otras palabras no me gusta cuando un artista encuentra la gallina de los huevos de oro y la explota hasta el infinito. No en vano Pablo Picasso (1881-1973) solía decir que cada vez que la obra de una de sus épocas pictóricas comenzaba a venderse fácilmente, inmediatamente cambiaba de estilo, nunca se repitió, siempre buscó la innovación, sentía horror de copiarse a sí mismo, pero no de copiar a los clásicos. William Turner fue uno de los pioneros en comprender este postulado, mucho antes que Picasso naciera. Otra de las frases de Picasso era: “Un artista copia, un gran artista roba”. Turner no copiaba las ideas de los otros, las robaba y les daba su toque personal, que no era sino el de un genio de la pintura; ya que sabía admirar la obra de su tiempo y se servía de ella cuando lo consideraba necesario.
Turner y sus pintores es el nombre de la exposición que tuvo lugar en el Museo Grand Palais de París, (de febrero a mayo de 2010). Una exposición que ha sido realizada en asociación con la Galería Tate Britain de Londres y el Museo El Prado de Madrid. Esta exposición no sólo recoge la pintura de varios museos sino que se expone de una forma bastante original y pedagógica, ya que los lienzos de Turner son expuestos al lado de las pinturas y de los autores que tuvieron una gran influencia en su desarrollo pictórico, léase artistas que lo habían precedido como algunos de sus contemporáneos.
Es el caso de una de sus obras cumbres, “Helvoetsluys”, que comparte la misma sala de “La inauguración del Puente de Waterloo” de John Constable. Estas dos obras habían sido expuestas por primera vez en la Royal Academy en el año de 1832, una al lado de la otra. Con respecto a estos dos lienzos existe una anécdota bastante elocuente sobre la personalidad de Turner. Cada vez que había una exposición se trasladaba con su lienzo y paleta al museo donde iba a realizarse la muestra pictórica y allí trabajaba hasta el último momento, sólo dejaba de trabajar el día de la inauguración. Esto le daba la posibilidad de estudiar ampliamente las obras que iban a exponerse al lado de la suya y le permitía hacer algunos cambios con el objetivo final de opacar el trabajo de sus colegas y resaltar el suyo. En el caso de la marina señalada, Turner comprendió que el trabajo desarrollado por Constable aventajaba el suyo, gracias al brillante dominio de la representación atmosférica, en este caso preciso el cielo pluvioso de Londres, tema que Constable manejaba a la perfección; además había utilizado el color rojo para resaltar algunos aspectos de la obra, entre ellos dos de los barcos allí representados, lo que confería al cuadro un aspecto festivo, necesario para conmemorar la gran derrota de las tropas francesas y la consecuente caída de Napoleón. El rojo, en medio de una gama de tonos grises, daba a su obra un destello inusitado. Así que después de observar el lienzo detenidamente, Turner decidió dar un toque final a su marina, que resultaría a la postre una excelente decisión y que haría de ella una verdadera obra maestra; simplemente pintó sobre las olas una especie de mancha bermellón, con el resultado que su obra se transformó y ganó fuerza, sobrepasando con creces la marina de Constable. Esta anécdota muestra a qué punto Turner sabía mirar y apreciar la obra de sus contemporáneos; aspecto que no siempre ha sido la característica de los artistas, enfrentados generalmente en pequeñas rencillas y celos profesionales.
Esta costumbre de trabajar hasta el último momento en el lugar preciso de la exposición hacía que los pintores temieran que sus obras fuesen expuestas en la misma sala que las del Maestro. Solían decir que colgar uno de sus cuadros al lado de un Turner era como colgarlo al lado de una ventana, ya que era el Turner el que se llevaba todas las miradas, haciendo invisibles todas las demás. Fue exactamente lo que pasó con la marina ya señalada de Constable. Y es que Turner fue un verdadero maestro de la representación pictórica del mar, lo que lo llevó a hacer circular una leyenda en la que aseguraba que estando en un barco había sobrevivido a una tempestad marina porque se había agarrado fuertemente de un mástil para no caer al mar enfurecido.
Turner fue un viajero incansable y un gran admirador del Museo del Louvre que había abierto sus puertas al público en 1793. Allí conoció la obra de Claude Lorrain, de Nicolás Poussin y de Antoine Watteau. En Holanda conoció la obra de Rembrandt y en Italia, la de Raphael, Tiziano y Canaletto, entre otros.
Turner es el pintor de lo etéreo, de lo inaprensible. Gracias a su gran capacidad de observación, a su paciencia y a su disciplina, ha sido considerado como el pintor del agua, del fuego, del cielo. Logró palpar lo impalpable y transmitirlo en un lenguaje poético. Esto permite que la sensibilidad del artista sea plenamente percibida por el espectador, pero también por los pintores que lo sucedieron. Es el caso del cuadro “El incendio del Parlamento” (1834-1835), tema que retomaría años más tarde Claude Monet (1840-1926). O bien, el color amarillo imperante en su óleo “El Temerario remolcado a dique seco” (1839), indudablemente tuvo una gran influencia en Vincent Van Gogh (1853-1890). Su gusto por la fugacidad, superficies borrosas, difuminados y colores intensos, serían tomados por los impresionistas, así como su estudio de la luz natural. Ha sido también considerado como precursor del abstraccionismo, para lo cual citaría su óleo “Paisaje de río con bahía al fondo” (1835).
En 1804 abrió una galería de arte donde exponía su propia obra y en 1822 la adecuó con un sofisticado sistema de iluminación cenital, cubrió sus paredes con pintura roja, transformando así su galería en un verdadero museo dedicado a su propia obra; un gesto extraordinario para su época, que muestra a qué punto estaba convencido de su genialidad.
En el momento de su muerte había legado su producción artística a la nación inglesa: 19000 dibujos y más de 200 lienzos. En su testamento señaló que una de sus marinas fuese expuesta siempre al lado de una marina de Le Lorrain. Su herencia fue entonces distribuida entre la National Gallery y la Tate Britain. Sus restos reposan en la Catedral de San Paul, no lejos de Lord Nelson y de otros personajes importantes de la historia británica. William Turner preside para siempre el lugar más importante en el panteón de la pintura inglesa, siendo reconocido como el más grande pintor inglés de todos los tiempos.


Bibliografía:
CLAY, Jean. L’Impressionisme. Hachette. Paris, 1971. (Préface de René Huyghe, de l’Académie Française, Professeur au Collège de France).
FAROULT, Guillaume. Turner et ses peintres. Album de l’exposition. Éditions de la réunion des musées nationaux. Paris, 2010.
HILLYER et Huey. Petite histoire de l’art et des artistas. Fernand Nathan. París.

viernes, 28 de mayo de 2010

EDVARD MUNCH O EL ANTIGRITO (1 día)

(Visita realizada al Museo de La Pinacoteca, París,el vendredi 21 de mayo de 2010)
Para cualquier persona escuchar hablar de París es despertar sus más íntimos anhelos de conocer o volver a visitar esta ciudad que está ancorada en lo más profundo de nuestro imaginario colectivo. Su nombre deja una estela de suspiros, sólo equiparables al nombre del amado. Es mi ciudad bien amada. Siempre digo que no conozco otra que sea más hermosa, debe de ser porque una gran parte de mi juventud la tuvo como escenario. A ella le debo una parte muy importante de mi formación profesional y de mi desarrollo como ser humano. Visitarla es como recorrer un inmenso museo. Sus calles, callejuelas, avenidas, pasajes, edificios, monumentos, iglesias, restaurantes, cafés, bistrots, parques, galerías de arte, bibliotecas, librerías, salas de concierto o de teatro, son de por sí un inmenso regalo a los ojos y a la sensibilidad artística. Ni que decir de sus museos. Acabo de estar en París cinco días y cada día visité uno de ellos. Siempre lo hago y nunca me canso. En esta ciudad he visto exposiciones maravillosas, como la de Louise Bourgeois hace dos años. En esta ocasión visité los siguientes museos: La Pinacoteca, cuyas paredes acogen la obra de Edvard Munch, El Grand Palais, que albergó hasta el pasado 25 de mayo una parte importante de la obra de William Turner y de sus contemporáneos, L’Orangerie, que expone desde 1927 las Nimfeas de Claude Monet y en cuyo subsuelo está expuesta temporalmente la colección de obras de Paul Klee, perteneciente a Ernest Beyeler y la colección de Jean Walter y Paul Guillaume, el Museo Jacquemart-André que expone la más importante colección de arte realizada por un latinoamericano, el mexicano Juan Antonio Pérez Simón, la cual abarca una importante representación del arte español y por último el Museo Marmottan, que acoge varias de las obras de Monet, entre ellas la célebre “Impressions, soleil levant”, que dio lugar al nombre del grupo al que perteneció y del cual fue su más importante representante: El Impresionismo. Y en este mismo museo puede visitarse al final de esta primavera, una exposición con un título bastante poético y que nos sumerge en un dulce saudade, “Las mujeres en tiempo de Proust”. Allí pude deleitarme con la obra de la gran pintora impresionista Berthe Morizot (1841-1895) y descubrir a una exquisita acuarelista y dibujante, Madeleine Lemaire (1845-1928).
Y como cada exposición amerita al menos un breve artículo, voy a dedicar cinco entregas para tratar de asimilar la emoción sentida y poder trasmitirla a través de las palabras.
EDVARD MUNCH O EL ANTIGRITO, este es el nombre de la exposición que actualmente se encuentra expuesta en el Museo de la Pinacoteca, Plaza de La Magdalena, París. Este genial pintor noruego es conocido básicamente por una obra “El Grito”, lo que ha llevado a que su extensa producción pictórica sea prácticamente desconocida por fuera de su país natal; es por ello que La Pinacoteca decidió no exponer la obra que ha opacado todas las demás. Tanto “El Grito” como “Niñas sobre un puente”, son dos pinturas que me siempre me han impactado, pero tener la posibilidad de ver más de 150 pinturas de Munch, poder observar toda su trayectoria artística, descubrir su vida marcada por el sufrimiento, la enfermedad y el alcohol, me ayudó a entender más a este artista melancólico, violento, reservado, viajero, exiliado en sí mismo. Su paleta, -cargada de colores rojos, verdes, azules-, su pincelada alargada y libre, sus grabados de mujeres solas, prisioneras de sí mismas -ya que sus largas cabelleras se convierten en barrotes- o sus parejas de amantes que se besan y abrazan como si se lanzasen a un precipicio o los retratos que nos muestran una soledad infinita e inconmensurable, nos recuerdan el sufrimiento permanente del artista. Y es que la infancia de Edvard Munch (1863-1944) estuvo marcada por la tragedia. Su madre murió de tuberculosis a la edad de treinta años, cuando Munch aún era un niño. Su abuela había muerto de la misma enfermedad a los treinta y seis años y su hermana las siguió por la misma senda cuando sólo tenía quince; e incluso Munch estuvo a punto de morir por una hemorragia pulmonar a los trece años. Él mismo diría años más tarde, en una frase lapidaria, “vivo con los muertos”. La muerte se convierte en su compañera perpetua, en su verdadera amante, en su única amada. Por otra parte, Munch leía y admiraba a Baudelaire, es posible que su poema “La Carroña”, lo haya también influenciado en esa obsesión que lo poseyó durante toda su vida con respecto a la muerte. En cuanto al hermoso poema titulado “La Cabellera”, pudo haberlo inspirado para pintar esas mujeres con largas melenas, como si fuesen medusas; y en las cuales queda atrapada su propia existencia, o la del amado, como lo había anotado anteriormente. Es el caso de la litografías “Vampiro II”, realizada en 1895, o “Celos” (1896), o bien “Madame” (1895).
Desde 1880 había entrado a formar parte de un agrupación de bohemios dirigidos por el escritor Hans Jaeger (1854-1910) y por el pintor Christian Krohg (1852-1925). El círculo estaba formado por intelectuales y pintores que se revelaban contra el exceso de puritanismo de la Noruega de finales del siglo XIX, por lo que Munch se convirtió fácilmente en el hazmerreír del grupo, ya que su padre era un religioso fanático y bastante puritano. Pero también se revelaba contra las injusticias sociales de la época. Es de anotar que aún no existía la seguridad social, ni la jubilación. Las jornadas de trabajo eran de 12 horas diarias, durante 6 días a la semana, y el trabajo de los niños aún no estaba reglamentado, así que trabajaban por un salario de miseria, en horarios iguales al de los adultos. Las empleadas domésticas trabajaban en jornadas que podían llegar fácilmente a las 16 horas. Las mujeres trabajaban igual que los hombres pero recibían una paga inferior. Las condiciones de higiene eran deplorables y la tuberculosis estaba presente en todas las esferas sociales, pero especialmente en las más desfavorecidas. La enfermedad, la muerte, la miseria, el despertar de la sexualidad, el alcoholismo, son los temas centrales de su obra. Los representa con una furia indescriptible y le da a sus obras un aire de inacabadas que será su sello personal; como si la tragedia no se acabase nunca y siguiese moviendo los hilos de la vida más allá de la muerte misma. Él mismo solía decir que "La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me siguieron durante toda mi vida".
A la muerte de su progenitor, en 1889, Munch entra en una etapa de gran inestabilidad que lo llevará a viajar incansablemente durante 15 años. Visita varias veces Francia y conoce y estudia la obra de los impresionistas, como Monet o Pissarro y de los posimpresionistas, como Van Gogh o Toulouse- Lautrec. Se familiariza con la pincelada libre y su paleta se aclara, aprende a trabajar en espacios abiertos, aprovechando la luz natural.
La obra de Munch, es la representación de la incomunicación humana, de la soledad, del hastío; tal y como se observa en los grabados sobre madera titulados “Los solitarios (dos personas)”, realizado en 1899 y “Dos mujeres en la rivera”, (1908-1909). Su obra pictórica refleja el dolor en toda su dimensión, como si el artista no creyera en la felicidad, ni siquiera en momentos de alegría efímera. No obstante, en algunos de sus cuadros hay una verdadera explosión de color, que anticipa la fiesta que estallará con los fauves o la explosión del expresionismo. Es el caso de “El sombrero rojo”, óleo realizado en 1891. Otra de sus características más sobresalientes son los personajes desprovistos de un rostro, como si las manchas que lo representan significasen el anonimato más absoluto o la miseria humana que suele acompañarlo. Es el caso del óleo “Las Bañistas” (1904-1905). No obstante, toda su obra está marcada por un grito infinito, desgarrador, que sale de lo más profundo de su alma atormentada, como si nunca hubiese conocido el sosiego. Su obra, aún aquella que representa la figura humana, es como un mar enfurecido, como una tormenta que sólo deja a su paso desolación y muerte. Su obra carece de esperanza, es una condena que no tiene fin y de la que es imposible escapar.
En 1899 ingresa en un sanatorio para someterse a una cura contra su alcoholismo. En1902, tras una pelea violenta con su compañera Tulla Larsen, con quien comparte su vida desde 1898, se hiere la mano derecha con un tiro de revolver. En 1908 cae en una depresión nerviosa que lo lleva a internarse durante seis meses en la clínica del Dr. Jacobson. En esta época sufre de alucinaciones y de paranoia. Él mismo decía que su desorden mental era la fuente de su genialidad. Al igual que Virginia Woolf, se cree que la enfermedad que lo aquejaba era un trastorno bipolar. En 1930 sufre una grave enfermedad que lo deja casi ciego. Es en este período que realiza una gran serie de autorretratos, sirviéndose de la fotografía como medio pictórico. En 1937 los nazis confiscan 82 pinturas que estaban repartidas en los museos alemanes y lo declaran “artista degenerado”. En 1940, durante la ocupación noruega por parte de las tropas alemanas, Munch rechaza todo contacto con las tropas nazis y se retira aún más de lo que ya había estado en los últimos años. En 1943 recibe múltiples homenajes de la parte de los distintos estamentos sociales, culturales y políticos noruegos.
Edvard Munch muere el 23 de enero de 1944 en Ekely, cerca de Christianía, la cual había cambiado su nombre por el de Oslo en 1926. Nunca dejó de pintar. Sus últimos cuadros, básicamente autorretratos, son de una fuerza avasalladora que nos revelan el genio que siempre fue. No en vano solía decir: “Mi arte es una confesión de lo que yo hago”, y yo podría agregar: una muestra de lo que soy. Legó toda su obra a la Municipalidad de Oslo, es decir mil pinturas, 18.000 grabados y cerca de 5000 acuarelas y dibujos. En otras palabras, una obra mucho más extensa que “El Grito”, la obra que todos conocemos.
Bibliografía:
Edvard Munch ou l’anti-cris. Connaissance des arts. Paris, 2010.
Edvard Munch, película de Peter Watkins (1974).

miércoles, 19 de mayo de 2010

KIRMEN URIBE

KIRMEN URIBE
Bilbao - New York - Bilbao

“Vojtech (Jasny) me dijo una frase: “Nada ocurre en vano””. (Bilbao-New York-Bilbao. Editorial Seix Barral S.A. 2009, página 156). La lectura de esta sabia sentencia, con la cual se puede, o no, estar de acuerdo, me hizo pensar en Ernesto Sabato y en todas las veces en que ha insistido en que la casualidad no existe. Este libro, cuya acción transcurre en un vuelo transoceánico, lo adquirí el pasado 22 de abril en el aeropuerto de Barcelona, mientras hacía una escala técnica. Primera “coincidencia”. Pero no fue sino hasta ayer que decidí leerlo, con el fin de darme una especie de vacaciones de un estudio que en este momento estoy realizando sobre un autor ya desaparecido. En uno de sus libros emblemáticos el tema central gira alrededor del mar, de los barcos y de los marineros. Segunda “coincidencia”; por lo demás bastante extraña. Al ver el libro en la librería me asaltó el recuerdo de haber escuchado en TV española que había obtenido dos premios bastante importantes, nada menos que el Premio Nacional de Narrativa 2009 y el Premio Nacional de Crítica 2008 en lengua vasca, euskera, como prefiere nombrarla Kirmen Uribe (Ondarroa, Viscaya, 1970). También obtuvo el Premio de la Fundación Ramón Rubial y el Premio del Gremio de Libreros de Euskadi.
Conozco muy poco del pueblo vasco, a pesar que la región cafetera está llena de sus descendientes, o de descendientes gallegos como es mi caso, aunque siempre prefiera decir que mis raíces están ancoradas en África y en los pueblos indígenas y no en España. Simplemente soy el producto de una mezcla de culturas, como la escena de las dos niñas que juegan a cazar mariposas con una sábana, al final del libro de Kirmen Uribe. Una es blanca y la otra negra. Una es descendiente de marineros vascos y la otra es descendiente de marineros senegaleses. Una historia común las une más allá de cualquier línea divisoria de odios racistas, la pesca, y los avatares de la vida en el mar, y por supuesto una lengua: el euskera, hablada en la actualidad solamente por una comunidad de 250.000 personas.
Kirmen Uribe ha escrito un hermoso libro sobre el país vasco y sobre la historia de una familia. Es un relato que abarca tres generaciones. La del marinero Liborio Uribe, su hijo, patrón del barco Dos Amigos, y el nieto Kirmen, filólogo de formación, con estudios de postgrado en literatura Comparada en la Universidad de Trento, escritor de profesión. Pero también está el hijo de su compañera Unai, a quien le rinde un cálido homenaje con un emotivo poema: “Naciste a mis ojos con trece años./ Así, de repente./ Fue un parto muy original,/ pues naciste mientras cenábamos una pizza”. La presencia de Unai deja la obra abierta, con la posibilidad de continuar más tarde con su propia historia. Es como un rond-point donde coinciden diversos caminos, pero que también se abre a nuevas y desconocidas rutas.
Y aunque es una historia de hombres, está siempre iluminada por un faro que no los deja perderse en las tempestades marinas o en las tempestades metafísicas. Ese faro es la mujer. Bien sea la abuela, la madre, la tía, o Nerea, la compañera de Kirmen y madre de Unai, son personajes femeninos que dan una fuerza vital a la creación de la ficción, o la descripción de la realidad, como quiera llamarse al libro de Uribe.
Sin embargo, no es la parte lírica de la obra la que me ha llamado la atención, sino la construcción misma de la novela, o de la biografía o de la autobiografía, o de la historia reciente de un pueblo que se negó a desaparecer bajo la dura dictadura franquista. Bilbao-New York-Bilbao es, incluso, una reflexión sobre la creación literaria, un manual, o guía, sobre la construcción narrativa. Concepto que luego encontré en una crítica de Jon Kortazar: “Me interesa más el mundo conceptual y la configuración teórica que propone que el argumento mismo del texto. Es decir, prefiero el aspecto del libro que me ha llevado a pensar sobre él, que la forma en que emociona, que es una de las virtudes que los lectores subrayan en la novela”.
Kirmen Uribe, con su obra Bilbao-New York-Bilbao, se impone como un referente obligado en las letras hispanas contemporáneas. No obstante, ésta no es su única obra. Hasta el 2008 era más conocido por sus libros para niños, siempre escritos en euskera, y por su poesía. Incluso el año pasado Patxi López, en su posesión como Lehendakari, leyó uno de sus poemas: Mayo.
Mira, ha entrado mayo,
Ha extendido su párpado azul sobre el puerto.
Ven, hace tiempo que no sé de ti,
Se te ve tembloroso, como esos gatitos que ahogamos siendo niños.
Ven, y hablaremos de las cosas de siempre,
Del valor que tiene ser amable,
De la necesidad de arreglárselas con las dudas,
De cómo llenar los huecos que tenemos dentro.
Ven, siente en tu rostro la mañana,
Cuando estamos tristes, todo nos parece oscuro;
Cuando estamos fuertes, el mundo se desmigaja.
Cada uno de nosotros guarda algo desconocido de las vidas ajenas,
Sea un secreto, un error o un gesto.
Ven y pondremos verdes a los vencedores,
Saltaremos desde el puente riéndonos de nosotros mismos.
Contemplaremos en silencio las grúas del puerto,
Porque estar juntos en silencio es
La mejor prueba de la amistad.
Vente conmigo, quiero cambiar de país,
Dejar este cuerpo mío a un lado
Y meterme contigo en una concha,
Con nuestra pequeñez, como los bígaros.
Ven, te espero,
Continuaremos la historia interrumpida hace un año,
Como si no tuvieran un círculo más
los abedules blancos de la rivera.
Una deferencia respetuosa para el escritor Kirmen Uribe; pero sobre todo un hermoso homenaje a las raíces de un pueblo que se niega a ahogarse o a fundirse en otra identidad. No en vano Kirmen Uribe, como Fernando Savater, aboga por una educación bilingüe. Es decir, aboga por una identidad vasca, pero sin dejar a un lado la lengua castellana y la tradición inherente a ella.