viernes, 28 de mayo de 2010

EDVARD MUNCH O EL ANTIGRITO (1 día)

(Visita realizada al Museo de La Pinacoteca, París,el vendredi 21 de mayo de 2010)
Para cualquier persona escuchar hablar de París es despertar sus más íntimos anhelos de conocer o volver a visitar esta ciudad que está ancorada en lo más profundo de nuestro imaginario colectivo. Su nombre deja una estela de suspiros, sólo equiparables al nombre del amado. Es mi ciudad bien amada. Siempre digo que no conozco otra que sea más hermosa, debe de ser porque una gran parte de mi juventud la tuvo como escenario. A ella le debo una parte muy importante de mi formación profesional y de mi desarrollo como ser humano. Visitarla es como recorrer un inmenso museo. Sus calles, callejuelas, avenidas, pasajes, edificios, monumentos, iglesias, restaurantes, cafés, bistrots, parques, galerías de arte, bibliotecas, librerías, salas de concierto o de teatro, son de por sí un inmenso regalo a los ojos y a la sensibilidad artística. Ni que decir de sus museos. Acabo de estar en París cinco días y cada día visité uno de ellos. Siempre lo hago y nunca me canso. En esta ciudad he visto exposiciones maravillosas, como la de Louise Bourgeois hace dos años. En esta ocasión visité los siguientes museos: La Pinacoteca, cuyas paredes acogen la obra de Edvard Munch, El Grand Palais, que albergó hasta el pasado 25 de mayo una parte importante de la obra de William Turner y de sus contemporáneos, L’Orangerie, que expone desde 1927 las Nimfeas de Claude Monet y en cuyo subsuelo está expuesta temporalmente la colección de obras de Paul Klee, perteneciente a Ernest Beyeler y la colección de Jean Walter y Paul Guillaume, el Museo Jacquemart-André que expone la más importante colección de arte realizada por un latinoamericano, el mexicano Juan Antonio Pérez Simón, la cual abarca una importante representación del arte español y por último el Museo Marmottan, que acoge varias de las obras de Monet, entre ellas la célebre “Impressions, soleil levant”, que dio lugar al nombre del grupo al que perteneció y del cual fue su más importante representante: El Impresionismo. Y en este mismo museo puede visitarse al final de esta primavera, una exposición con un título bastante poético y que nos sumerge en un dulce saudade, “Las mujeres en tiempo de Proust”. Allí pude deleitarme con la obra de la gran pintora impresionista Berthe Morizot (1841-1895) y descubrir a una exquisita acuarelista y dibujante, Madeleine Lemaire (1845-1928).
Y como cada exposición amerita al menos un breve artículo, voy a dedicar cinco entregas para tratar de asimilar la emoción sentida y poder trasmitirla a través de las palabras.
EDVARD MUNCH O EL ANTIGRITO, este es el nombre de la exposición que actualmente se encuentra expuesta en el Museo de la Pinacoteca, Plaza de La Magdalena, París. Este genial pintor noruego es conocido básicamente por una obra “El Grito”, lo que ha llevado a que su extensa producción pictórica sea prácticamente desconocida por fuera de su país natal; es por ello que La Pinacoteca decidió no exponer la obra que ha opacado todas las demás. Tanto “El Grito” como “Niñas sobre un puente”, son dos pinturas que me siempre me han impactado, pero tener la posibilidad de ver más de 150 pinturas de Munch, poder observar toda su trayectoria artística, descubrir su vida marcada por el sufrimiento, la enfermedad y el alcohol, me ayudó a entender más a este artista melancólico, violento, reservado, viajero, exiliado en sí mismo. Su paleta, -cargada de colores rojos, verdes, azules-, su pincelada alargada y libre, sus grabados de mujeres solas, prisioneras de sí mismas -ya que sus largas cabelleras se convierten en barrotes- o sus parejas de amantes que se besan y abrazan como si se lanzasen a un precipicio o los retratos que nos muestran una soledad infinita e inconmensurable, nos recuerdan el sufrimiento permanente del artista. Y es que la infancia de Edvard Munch (1863-1944) estuvo marcada por la tragedia. Su madre murió de tuberculosis a la edad de treinta años, cuando Munch aún era un niño. Su abuela había muerto de la misma enfermedad a los treinta y seis años y su hermana las siguió por la misma senda cuando sólo tenía quince; e incluso Munch estuvo a punto de morir por una hemorragia pulmonar a los trece años. Él mismo diría años más tarde, en una frase lapidaria, “vivo con los muertos”. La muerte se convierte en su compañera perpetua, en su verdadera amante, en su única amada. Por otra parte, Munch leía y admiraba a Baudelaire, es posible que su poema “La Carroña”, lo haya también influenciado en esa obsesión que lo poseyó durante toda su vida con respecto a la muerte. En cuanto al hermoso poema titulado “La Cabellera”, pudo haberlo inspirado para pintar esas mujeres con largas melenas, como si fuesen medusas; y en las cuales queda atrapada su propia existencia, o la del amado, como lo había anotado anteriormente. Es el caso de la litografías “Vampiro II”, realizada en 1895, o “Celos” (1896), o bien “Madame” (1895).
Desde 1880 había entrado a formar parte de un agrupación de bohemios dirigidos por el escritor Hans Jaeger (1854-1910) y por el pintor Christian Krohg (1852-1925). El círculo estaba formado por intelectuales y pintores que se revelaban contra el exceso de puritanismo de la Noruega de finales del siglo XIX, por lo que Munch se convirtió fácilmente en el hazmerreír del grupo, ya que su padre era un religioso fanático y bastante puritano. Pero también se revelaba contra las injusticias sociales de la época. Es de anotar que aún no existía la seguridad social, ni la jubilación. Las jornadas de trabajo eran de 12 horas diarias, durante 6 días a la semana, y el trabajo de los niños aún no estaba reglamentado, así que trabajaban por un salario de miseria, en horarios iguales al de los adultos. Las empleadas domésticas trabajaban en jornadas que podían llegar fácilmente a las 16 horas. Las mujeres trabajaban igual que los hombres pero recibían una paga inferior. Las condiciones de higiene eran deplorables y la tuberculosis estaba presente en todas las esferas sociales, pero especialmente en las más desfavorecidas. La enfermedad, la muerte, la miseria, el despertar de la sexualidad, el alcoholismo, son los temas centrales de su obra. Los representa con una furia indescriptible y le da a sus obras un aire de inacabadas que será su sello personal; como si la tragedia no se acabase nunca y siguiese moviendo los hilos de la vida más allá de la muerte misma. Él mismo solía decir que "La enfermedad, la locura y la muerte fueron los ángeles que rodearon mi cuna y me siguieron durante toda mi vida".
A la muerte de su progenitor, en 1889, Munch entra en una etapa de gran inestabilidad que lo llevará a viajar incansablemente durante 15 años. Visita varias veces Francia y conoce y estudia la obra de los impresionistas, como Monet o Pissarro y de los posimpresionistas, como Van Gogh o Toulouse- Lautrec. Se familiariza con la pincelada libre y su paleta se aclara, aprende a trabajar en espacios abiertos, aprovechando la luz natural.
La obra de Munch, es la representación de la incomunicación humana, de la soledad, del hastío; tal y como se observa en los grabados sobre madera titulados “Los solitarios (dos personas)”, realizado en 1899 y “Dos mujeres en la rivera”, (1908-1909). Su obra pictórica refleja el dolor en toda su dimensión, como si el artista no creyera en la felicidad, ni siquiera en momentos de alegría efímera. No obstante, en algunos de sus cuadros hay una verdadera explosión de color, que anticipa la fiesta que estallará con los fauves o la explosión del expresionismo. Es el caso de “El sombrero rojo”, óleo realizado en 1891. Otra de sus características más sobresalientes son los personajes desprovistos de un rostro, como si las manchas que lo representan significasen el anonimato más absoluto o la miseria humana que suele acompañarlo. Es el caso del óleo “Las Bañistas” (1904-1905). No obstante, toda su obra está marcada por un grito infinito, desgarrador, que sale de lo más profundo de su alma atormentada, como si nunca hubiese conocido el sosiego. Su obra, aún aquella que representa la figura humana, es como un mar enfurecido, como una tormenta que sólo deja a su paso desolación y muerte. Su obra carece de esperanza, es una condena que no tiene fin y de la que es imposible escapar.
En 1899 ingresa en un sanatorio para someterse a una cura contra su alcoholismo. En1902, tras una pelea violenta con su compañera Tulla Larsen, con quien comparte su vida desde 1898, se hiere la mano derecha con un tiro de revolver. En 1908 cae en una depresión nerviosa que lo lleva a internarse durante seis meses en la clínica del Dr. Jacobson. En esta época sufre de alucinaciones y de paranoia. Él mismo decía que su desorden mental era la fuente de su genialidad. Al igual que Virginia Woolf, se cree que la enfermedad que lo aquejaba era un trastorno bipolar. En 1930 sufre una grave enfermedad que lo deja casi ciego. Es en este período que realiza una gran serie de autorretratos, sirviéndose de la fotografía como medio pictórico. En 1937 los nazis confiscan 82 pinturas que estaban repartidas en los museos alemanes y lo declaran “artista degenerado”. En 1940, durante la ocupación noruega por parte de las tropas alemanas, Munch rechaza todo contacto con las tropas nazis y se retira aún más de lo que ya había estado en los últimos años. En 1943 recibe múltiples homenajes de la parte de los distintos estamentos sociales, culturales y políticos noruegos.
Edvard Munch muere el 23 de enero de 1944 en Ekely, cerca de Christianía, la cual había cambiado su nombre por el de Oslo en 1926. Nunca dejó de pintar. Sus últimos cuadros, básicamente autorretratos, son de una fuerza avasalladora que nos revelan el genio que siempre fue. No en vano solía decir: “Mi arte es una confesión de lo que yo hago”, y yo podría agregar: una muestra de lo que soy. Legó toda su obra a la Municipalidad de Oslo, es decir mil pinturas, 18.000 grabados y cerca de 5000 acuarelas y dibujos. En otras palabras, una obra mucho más extensa que “El Grito”, la obra que todos conocemos.
Bibliografía:
Edvard Munch ou l’anti-cris. Connaissance des arts. Paris, 2010.
Edvard Munch, película de Peter Watkins (1974).