lunes, 4 de julio de 2011

MARIE NIMIER

En un blog anterior (17.11.2009) escribí sobre “El Africano” (2003) de Le Clézio, Premio Nobel 2008, obra que busca comprender a un padre ya muerto y al que poco o nada se ha conocido. En esa misma línea Marie Nimier, francesa como Le Clézio, escribe “La Reina del silencio”. El nombre de Marie Nimier no nos dice nada en Colombia; es más, me atrevería a decir que en América Latina tampoco es conocida. No sucede lo mismo en Francia. Allí, cuando se pronuncian las dos palabras que componen su nombre y apellido, puede observarse una estela luminosa, seguida de un silencio respetuoso y bien merecido. Marie Nimier nació en París en 1957 y publicó su primera obra a la edad de 28 años; una novela con tintes autobiográficos, de una joven suicida y con la cual obtuvo nada menos que el Premio de la Academia Francesa y de la Sociedad de amigos de las Letras en 1985. Desde entonces no ha dejado de escribir. Actualmente tiene una importante producción que abarca desde canciones y literatura infantil y juvenil, hasta novelas y obras de teatro.
Sin embargo, mi primer encuentro con Marie Nimier fue sólo en el 2004, a través de TV5, la cadena francófona para América Latina, que me permitió, por espacio de algunos años, mantener los lazos con una lengua y una cultura que siempre han sido mi pasión. Era un reportaje que le hacían sobre el libro que acababa de publicar:” La Reina del Silencio” y con el cual había recibido el Premio Médicis. La presentación del libro giró en torno a la figura de su su padre, escritor como ella, prematuramente desaparecido. La escuché hablar -o más bien callar-, sumirse en un silencio insondable, sería la expresión adecuada, cuando se le interrogó sobre el título del libro. En todo caso intuí que era un relato desgarrador e íntimo. Dos años después pude adquirir la obra en cuestión. Su lectura no me defraudó, al contrario, fue un bálsamo para las sensaciones que había despertado en mí la entrevista del 2004. Una entrevista que hablaba de la figura paterna y todo lo que hable sobre dicha figura tiene para mí un significado inmenso. Es por ello quizá que siempre he amado a Jorge Manrique (1440-1479) y sus “Coplas a la muerte de mi padre” y es también una de las razones por las que me gusta tanto “El olvido que seremos” (2006) de Héctor Abad Faciolince.
“La Reina del Silencio” es una obra psicológica, donde la autora hurga en el pasado. Un pasado desconocido para ella o simplemente olvidado. Es un libro que trata de buscar respuestas a las pesadillas y a los miedos que la acechan en la noche. Bucea en los recuerdos de sus hermanos y en los de su madre, interroga a los amigos de su padre, busca en los periódicos de los años 1950 y 1960. Es decir, Marie Nimier parte en un viaje cuyo destino principal es saber quién fue verdaderamente su padre, al que perdió a la edad de cinco años.
Roger Nimier (1925-1962), su progenitor, fue un escritor aclamado por la crítica literaria, una especie de “enfant terrible” de la literatura francesa. Un hombre al que se amaba o se detestaba, pero que nunca pasaba desapercibido. Escritor irreverente, una especie de dandi del siglo XX, amante de la buena vida, sibarita refinado, amante de las mujeres; un “coureur de jupons”, como dicen los franceses. Un hombre brillante, poseedor de una pluma no menos brillante y que significaba en Francia todo un icono a seguir. No obstante, estando en el culmen de su carrera literaria, decide abandonarla y darse un receso de 10 años, previo consejo de un amigo escritor, poco talentoso, y al que imagino enfrentado a una furia de celos frente al talento de Roger Nimier. Una especie de “reclusión”, término empleado por él mismo.
“Mi padre ni siquiera tiene 30 años cuando decide dejar de escribir novelas, y sin embargo, hace parte de los 10 mejores novelistas franceses, según una encuesta publicada en Nouvelles Littéraires; no obstante interrumpe deliberadamente su carrera. Esta decisión le fue sugerida por un amigo, 40 años mayor que él. … Pienso en mi padre, en el silencio de mi padre. Pienso en la tristeza que ha debido sentir al leer las cartas de Jacques Chardonne. Lloro su silencio como nunca he llorado su desaparición. ¿Cómo es posible tomar una decisión semejante a los 29 años? ¿Qué es lo que uno puede decirse a sí mismo? ¿Qué no se tiene talento?... ¿Qué debería haber ganado el Premio Goncourt? ¿Que los otros no saben leer, ni apreciar y que se está cansado de no ser comprendido?... El año en que mi padre deja de escribir, Barthes firma “El Grado Cero de la Escritura” y Robbe-Grillet publica “La doble muerte del profesor Dupont”. …. ¿Qué es lo que cree Roger Nimier? ¿Qué lo dejó el tren de la modernidad?” (Marie Nimier, La Reine du Silence, Éditions Gallimard. 2004, Pág. 51-52-57- traducción libre).

Sólo que el receso fue para siempre, puesto que Roger Nimier murió en un accidente automovilístico a la edad de 37 años. Marie Nimier, su hija, escarba entonces en el pasado para entender la postura paterna, y poder así comprender el abandono de la creación literaria, sobre todo cuando se está en el culmen de la fama.
Es esta pérdida temprana, y lo que ella significa -la ausencia del padre-, el padre conocido por toda una generación y desconocido para la persona más importante: su hija, lo que lleva a Marie Nimier a emprender una búsqueda de la imagen paterna, a tratar de entender sus raíces y los traumas que el pasado ha podido dejar en ella. Uno de los cuales es el no haber podido nunca obtener el permiso de conducir, a pesar de haber presentado cuatro veces el examen requerido para dicho fin; como si el accidente sufrido por su padre le impidiera una y otra vez tener la suficiente concentración para no cometer errores. O bien, como si quisiera purgar eternamente la desaparición del padre, como si en últimas ella fuera la culpable de su muerte.
“La Reina del silencio” posee un lenguaje lírico, intimista; es como una brisa que poco a poco se vuelve viento y que termina por ser un huracán que lo arrasa todo. Es un lenguaje doloroso, conmovedor; es como si se penetrara en terrenos pantanosos, en arenas movedizas, y se temiera a cada instante que la tierra termine por tragarnos. El pasado regresa una y otra vez, la mayoría de las veces a través de pesadillas que le impiden respirar, un pasado que trata de unirse a su presente; a un presente que Marie Nimier rechaza; pero sin ese presente no podría entender ni a su padre ni entenderse a sí misma; por lo tanto sabe muy bien que la búsqueda de la verdad, de “su verdad”, es lo que le permitirá la reconciliación consigo misma y con la imagen del padre que la acecha permanentemente.
En esa búsqueda hay dos palabras que cobran una importancia enorme; la una es “silencio”:
“Numerosos son los escritores que han visto morir a sus padres cuando eran niños. ¿Esta pérdida prematura significaría una pequeña máquina que fabrica, alternativamente, escritura y silencio? Primero de la escritura, para llenar el vacío, y luego el silencio, para hacerse perdonar el hecho de haber robado la palabra paterna, ¿de habérsela apropiado?” (Idem. Pág. 55).
Con esta cita se entienden aún más los traumas de Marie Nimier. Es como si ella se sintiera culpable de estar viva, de escribir, de “usurpar” el lugar que le correspondía al padre. Es como si ella misma se recriminara a sí misma de ser una “ladrona de palabras”. Una culpa que siente que debe expiar por siempre, de ahí el hecho de no haber podido nunca pasar el examen para obtener el permiso de conducir. “Silencio”, es una palabra que aparece una y otra vez a todo lo largo de la narración, hasta casi hacerse a la idea que ese estado, o esa palabra, es la protagonista de la obra.
La otra palabra es “miedo”:
“… el miedo es también la náusea, la misma que me atacaba cada verano en el bus de Saint-Brieuc, la misma que ahogaba con azúcar blanca remojada en alcohol de menta, como si cada vez que pasara cerca del cementerio donde está enterrado mi padre, hubiese sido necesario marcar con ese acto, lo que nunca pudo ser por las palabras. El miedo no era solamente la sensación de ahogo. … sino las piernas temblorosas y la imposibilidad de hablar o de gritar para protegerme del peligro; mis cuerdas vocales hacen parte de ese circuito curioso que une las partes altas y bajas del cuerpo, en una misma incapacidad visceral de reaccionar contra la violencia cuando era dirigida hacia mí.” ( Idem. pág, 157)
¿Qué es lo que esconde Marie Nimier? ¿De qué violencia habla? ¿Acaso fue víctima de abuso sexual por parte de su padre? ¿Es esa la razón principal por la que sufre pesadillas? ¿Y la sensación de ahogo? ¿Qué se le dijo que no dijera?
Es un miedo visceral que se acentúa aún más cuando ve o coge un cuchillo; o el miedo que le inspiran sus propias muñecas, a las que tuvo que tapar durante años con manillas, para poder escapar a su visión. Ella misma reconoce que las muñecas son su Talón de Aquiles. El origen de ese miedo lo conoceremos más adelante cuando sepamos que su padre intentó suicidarse cortándose las venas en la bañera de su apartamento:
“Mi madre está convencida que yo no estaba presente, que no vi las sábanas en la bañera –mucho menos las hojas de afeitar-. Es una de las últimas cosas que me contó de mi padre, su tentativa de suicidio, antes de ella nadie me había hablado al respecto. … es mejor un padre muerto que un padre que amenaza con llevarnos consigo. De arrancarnos del lado de la madre a la que se adora. Que un padre que rompe el sofá. Que un padre que trata de estrangular a su mujer y al día siguiente llega con los brazos llenos de rosas”. (Idem, pág. 125-126)
Ella misma intentará suicidarse tirándose a las aguas heladas del Sena, previa ingestión de una fuerte dosis de barbitúricos, mucho antes de conocer la historia de tentativa de suicidio de su progenitor. Incluso mucho tiempo antes de leer una carta que su padre le escribió a uno de sus amigos cuando ella nació:
“Nadine dio a luz ayer a una hija. /Inmediatamente me fui al Sena para ahogarla y así nunca más oír hablar de ella”. (Idem, pág. 143)
“Para él yo era la Reina del Silencio, sobrenombre poético que me dejaría un mal gusto en la boca, un gusto a fuego y a sangre. ¿Qué reina podía ser yo en su espíritu, yo a quien él había llamado María Antonieta en el registro del estado civil? Una reina silenciosa, una reina a la que se va a cortar la cabeza…” (Idem, pág. 53)
La niña que estorba, la niña que no se deseaba tener, la niña que debe guardar “silencio”, “la reina del silencio”. ¿Qué secreto insondable, oscuro y siniestro guarda una niña de escasos cinco años? ¿Acaso el abuso al que se hacía alusión antes? ¿Es esa la clave para poder exorcizar el pasado y liberarse de las pesadillas? ¿Es ese secreto el que le impide respirar, moverse, ser ella misma? Marie Nimier, no revela el secreto. Sólo sugiere. Es el lector quien debe sacar sus propias conclusiones. El relato de “La Reina del Silencio”, si bien es extremadamente doloroso, también es respetuoso para con el padre. Podría incluso decirse que es un relato púdico, que busca dejar en el pasado momentos escabrosos que podrían “dañar” la imagen del escritor, del hombre público; así su hija necesite a toda costa exorcizar el pasado. En todo caso, el libro es un homenaje al padre y al escritor, pero también muestra la faceta de un hombre lleno de “errores”, de faltas, y el peso que éstas dejan en su progenie.