domingo, 30 de octubre de 2011

Breve historia de la bruja

(I parte)

El próximo 31 de octubre se celebrará la fiesta del Día de las Brujas, festejo claramente condenado por la Iglesia católica, que ve en él una amenaza a su inmenso poderío ideológico y religioso, y que esconde las raíces de una tradición milenaria del pueblo celta, cruelmente perseguido por los cristianos, hasta su desaparición como pueblo propiamente dicho. La festividad era conocida con el nombre de Samhain, o fin del verano, lo que significa que llegaba la larga noche, la oscuridad propia del invierno, donde la luz del día es muy corta. Según los celtas en esta noche los espíritus de los muertos podían recorrer los lugares en los que habían vivido, por lo que en las puertas de las casas se dejaba un poco de comida, para que al pasar por allí sintieran que eran bien recibidos. De ahí que hoy en día los niños reciban dulces en la noche del halloween, palabra que tiene origen en un vocablo celta. Para combatir esta festividad religiosa, el cristianismo creó el Día de los Muertos que se celebra el 1 de noviembre.

Sin embargo, la bruja o hechicera es un personaje legendario que se remonta, incluso, a la época de los faraones egipcios. En el libro “Las Sociedades Secretas”, de Peter Gitlitz ,se menciona un papiro encontrado en una de las pirámides, donde se puede observar a Ramsés III con punciones en diversas partes del cuerpo, lo que coincidía con las dolencias reales del faraón. Según el papiro ésto habría sucedido en el año 1.100 a. de J.C. En la Grecia antigua también se practicaba el oficio de la brujería. Los autores clásicos hacen alusión a ellas y a sus pócimas mágicas. Horacio hace referencia a una mujer de nombre Canidia, cuyo oficio era la preparación de perfumes y de bebedizos para rendir culto a Príapo, el dios del sexo. Teócrito nos habla de ellas en su obra “Idilios”:

“En una noche serena, en un poblado junto al mar. La luna y las estrellas destacan en el cielo… Ante una hoguera, dos mujeres se dedican a hacer conjuros y hechicerías amorosas… entre hierbas, laureles, vellones de oveja, harina, filtros, fórmulas y varios instrumentos hechiceriles, Simeta invoca a la Luna, a Artemis y a otras diosas para lograr de nuevo el amor de su idolatrado Delfis”.

Pero las brujas de la antigüedad estaban muy lejos de ser consideradas como los seres maléficos del Medioevo. En el mundo antiguo, como ocurre aún hoy en día en los mal llamados “pueblos naturales”, no se hacía una clara distinción entre magia y religión. La preparación de bebedizos y el ejercicio de la magia estaban reservados a personas que gozaban de gran prestigio dentro de la comunidad. Por otra parte, sólo podía trabajar en el oficio el elegido que hubiese cumplido con largos y penosos años de aprendizaje; tal y como ocurre con los chamanes de múltiples etnias y culturas, o de los “mamos” de la comunidad arhuaca, asentada en la Sierra Nevada de Santa Marta, o de los curanderos de nuestros pueblos indígenas.

En realidad la persecución de las brujas sólo se inició en el siglo XIV. Las mujeres que serían perseguidas, torturadas y asesinadas en la hoguera o ahogadas en los ríos, eran sacerdotisas al servicio de diosas de antiguas religiones precristianas, religiones en su gran mayoría de origen panteísta. Su gran crimen fue seguir profesando las creencias de sus antepasados, en una época donde el cristianismo luchaba por asegurar su dominio como única religión monoteísta en territorio europeo.

En la Alta Edad Media, las brujas eran aquellas mujeres campesinas que conocían muy bien su entorno, sabían que plantas eran benéficas para las diversas enfermedades que aquejaban a su familia y comunidad. Pero por este conocimiento, que además era un oficio ejercido por los judíos (a quienes sólo se les permitía ejercer los oficios concernientes a la medicina y a la de prestamistas), serían perseguidas implacablemente por la Santa Inquisición, persecución que se haría extensiva también a los judíos, aunque los móviles fueran muy diferentes. El manejo de las pócimas curativas, es decir las primeras nociones científicas, no podían ser del dominio femenino. A las brujas se las comenzó a quemar, supuestamente, por herejes, pero la razón verdadera era por ser amantes del conocimiento. Pero no solamente se les quemaba, sino que se les sometía a torturas y vejámenes sin límites; para lo cual se desarrollaron aparatos de una alta sofisticación como la Dama de Nuremberg. De todas las torturas la peor era la psicológica, la persecución que se les infligía llegaba a límites tan insoportables que sucumbían rápidamente en la histeria colectiva, lo que agravaba aún más su situación, puesto que sus torturadores podían aludir que estaban poseídas por el diablo. En Alemania, por ejemplo, la caza de brujas llegó a cotas tan altas, que en muchos poblados se quedaron sin mujeres. Solo en Bamberg la cacería condujo al asesinato de 600 personas, la mayoría de ellas mujeres, incluyendo a las niñas y algunas veces a los hombres; por otra parte hay que tener en cuenta que los poblados rara vez superaban los 2000 o 3000 habitantes. Pero el juicio más famoso lo es sin duda la cacería de brujas emprendida en Salem (Estados Unidos), en el invierno de 1.602; y llevada magistralmente a las tablas por el dramaturgo Arthur Miller. Las acusadas, al menos en un principio, pertenecían a las clases menos favorecidas, la primera en ser acusada fue una esclava llamada Tituba, que además carecía de cualquier derecho otorgado a los habitantes del pueblo. Le siguieron una pobre mendiga, y una mujer que vivía con un funcionario sin que estuviesen casados. Estas mujeres eran consideradas como una mancha para la comunidad puritana de su tiempo, se salían de los convencionalismos exigidos por la época; por lo tanto no encajaban dentro de su comunidad. La cacería sólo paró cuando llegó a las capas más importantes de la sociedad, 18 meses después de haberse iniciado. Había dejado 19 muertes, entre ellas la de un hombre. Frente a las muertes de Europa, especialmente Alemania, esta cifra parece ridícula, no obstante dejó una herida profunda en la sociedad norteamericana; y si Arthur Miller no hubiera exorcizado ese dolor, es muy posible que la herida nunca hubiese cerrado del todo. Se cree que la razón verdadera que motivó todo el juicio, era una disputa concerniente a la posesión de tierras.

¿Pero quiénes eran en realidad estas mujeres llamadas brujas? La Santa Inquisición había hecho su primera aparición en Francia en el año de 1184 con la persecución, y posterior exterminio, de los herejes conocidos como albingenses o cátaros. La maquinaria de persecución y tortura se fue perfeccionando y derivó en la cacería de brujas, a las que se ha identificado desde entonces con el mal, con las fuerzas ocultas y con el culto a Satanás. Dicha cacería corresponde a la represión religiosa y sexual, ésta última derivada de un fuerte sentimiento de misoginia, acentuada por la sociedad patriarcal, de la cual la Iglesia judeocristiana se ha alimentado durante siglos. La represión, si bien había comenzado desde el siglo XIV, no es sino hasta el año de 1.560 cuando se pondrá en marcha la gran maquinaria de horror e ignominia en contra de las mujeres conocidas como brujas. Esta persecución obedecerá a oscuros sentimientos de poder político y ambición económica. Por supuesto que había una creencia generalizada en cuanto a la hechicería se refiere, hechicería que era mal comprendida, puesto que las mujeres que la practicaban eran generalmente curanderas y parteras; que por su mismo oficio, como se anotaba anteriormente, conocían muy bien su entorno natural, por lo tanto sabían que plantas tenían propiedades medicinales; algo que podía parecer insólito para el escaso o nulo conocimiento científico de su tiempo. Cuando la cacería se desató, cualquier acontecimiento que supuestamente se saliera de lo normal, era considerado de origen satánico: una enfermedad, la muerte de un ser querido o de un animal, una sequía o una inundación… Si una mujer auxiliaba a alguien con hambre y éste moría poco tiempo después, la mujer en cuestión podía ser acusada de poseer poderes maléficos. Es de suponer que estas creencias, que simplemente correspondían a la ignorancia que se tenían sobre la ciencia o sobre las fuerzas naturales, contribuyeron al ejercicio de venganzas personales. Pero también “cazar” brujas otorgaba poder político dentro de la comunidad a la que se pertenecía, puesto que el “cazador” ganaba “respeto”, un respeto que como es fácil suponer era más bien derivado del temor a ser también acusado de prácticas de hechicería. El oficio de “cazador” llegó a ser verdaderamente lucrativo desde todo punto de vista, lo que incluía edición de manuales que enseñaban como combatir la brujería. El más famoso de todos fue el Malleus Malificarum. En Francia, el juez que mandase a la hoguera o a la horca a cierto número de brujas, adquiría prestigio dentro de su profesión y en el seno de la sociedad de su tiempo.


II parte

Orígenes de la violencia en contra de la mujer:

Los hombres que también cayeron dentro de esta ignominia, generalmente habían sufrido en carne propia la persecución de sus hijas, sus esposas, hermanas o madres; es decir, habían caído en desgracia ante su comunidad. Se estima que entre 1.560 y 1.760 murieron asesinadas en territorio europeo más de 100.000 “brujas”. Para entonces cualquier rescoldo de religiones paganas había sido sofocado por las Iglesias Católica y Protestante.

No obstante, es necesario tener en cuenta que la violencia en contra de la mujer tiene raíces históricas muy profundas y que no deben minimizarse ni ignorarse. En el caso de la mujer occidental, hay que buscar las raíces en la sociedad misógina griega y romana. Pero también hay que buscar las raíces en la persecución que hizo la Iglesia en contra de las mujeres a las que llamó despectivamente “brujas”, mote que aún se sigue utilizando cuando se desea desprestigiarlas. La bruja, ese personaje de los cuentos infantiles, que produce miedo, y a veces asco, en realidad hace alusión a mujeres sabias, que poseían conocimientos muy profundos sobre las plantas curativas, y eran las depositarias de un legado milenario. Su sapiencia estaba íntimamente ligada a la religión de origen panteísta, tan en boga en las sociedades campesinas de la antigüedad, incluso en las sociedades campesinas del Medioevo. Cuando el cristianismo comienza a expandirse en Europa, se tropieza con los dioses y diosas tutelares y con los espíritus del bosque, a los cuales los campesinos les rendían culto. Pero no será hasta más tarde (s XIV) que la persecución en contra de las creencias campesinas comenzará en todo su horror, me refiero a la cacería de brujas. La persecución se hizo directamente hacia la mujer, puesto que en la ideología judeocristiana es ella el símbolo de la perdición del hombre. La supremacía masculina no podía tolerar que hubiese mujeres sabias, con profundos conocimientos curativos; ello le contrarrestaba el poder omnipotente que los prelados de la Iglesia deseaban imponer a todos los estamentos sociales de la época. Al mismo tiempo que les permitía ahogar todo el rescoldo de las religiones paganas y entronizar aún más el culto mariano, que tanto daño le ha hecho a la mujer occidental. La tortura, la vejación y el asesinato de miles de mujeres, sentó las bases de la demonización de la mujer, por lo que muchos hombres se han sentido desde entonces autorizados para martirizarla e incluso para asesinarla. La imagen de la bruja, poseedora de todos los males, quedó ancorada en lo más profundo del imaginario colectivo; y deshacer esa imagen es una labor que todos deberíamos tener como una prioridad en nuestras vidas, en nuestro quehacer diario, en nuestras actuaciones en familia y en la sociedad. Sin embargo, han habido hombres que han entendido el verdadero rol de la mujer en la sociedad y en la historia, que la han defendido y que han sido feministas aún cuando en el tiempo en que les tocó vivir dicha palabra no existía aún; es el caso de Jules Michelet (1789-1874), en su libro “La bruja. Un estudio de las supersticiones de la Edad Media”, él mismo declara: “me siento profundamente hijo de la mujer”. Con esta obra Michelet busca hacer una reivindicación del papel jugado por la mujer en la historia francesa y al mismo tiempo rendirle un tributo. Seguramente las reflexiones de Michelet tienen origen en las posesas de Loudun, de Aix y de Louviers (2). Para entender que había pasado en el siglo XVII, Michelet se remontó a los orígenes de la bruja; por lo que nos explica el significado de la palabra:

“Durante mil años, la Bruja fue el único médico del pueblo. Los emperadores, los reyes, la gran nobleza tenían algunos médicos de Salerno, musulmanes, judíos, pero la masa del pueblo no consultaba más que a la Saga o a la mujer-sabia. Si no curaba, se la atacaba, se la llamaba bruja. Pero generalmente, por un respeto mezclado de temor, se le llamaba igual que a las Hadas, Buena mujer o Bella dama”. [1]

Y más adelante:

“La Iglesia, que la odiaba profundamente, contribuyó a fundar su monopolio para conseguir la extinción de la Bruja. En el siglo XV declaró que si la mujer se atrevía a curar, sin haber estudiado, sería considerada bruja y debería morir.” [3]

La Iglesia se armó contra la mujer médica, por eso la condenó con el nombre de bruja y la persiguió incansablemente; y al mismo tiempo creó una tortura psicológica que devastó a la mujer: desde la creación de la universidad, en el siglo XII, la Iglesia le había cerrado las puertas. Así que si para ejercer una profesión, como la medicina, era necesario tener un título, la mujer quedaba simple y llanamente por fuera de todo acceso al conocimiento científico. De ahí, a la cacería de brujas, no había sino un paso. Cacería que nunca ha dejado de existir, ya que el feminicidio, y el machismo que lo acompaña, son una supervivencia clara que dicho flagelo sigue azotando a la sociedad contemporánea. Es por ello que considero que la sociedad y las leyes debieran tener este aspecto muy en claro para poder considerar al machismo no sólo como un comportamiento ancorado en el imaginario colectivo, sino como un delito que podría ser considerado incluso como de lesa humanidad.

[1] Michelet, Jules. La Bruja. Un estudio sobre las supertifciones en la Edad Media. Ediciones Akal. 3ª edición 2006. Pág: 31.

[2] En la década de 1970 tuve la oportunidad de ver una película que nunca olvidé “Los demonios de Loudun”, (Director: Ken Russell, protagonizada por Vanessa Redgrave y Oliver Reed-1971).

(3) Jules Michelet, op.cit, pág. 40