domingo, 29 de abril de 2012

EL OFICIO DE ESCRITOR

Un escritor es como un actor, se pone varias pieles según la circunstancia del personaje que interpreta. Para escribir sobre un dipsómano, por ejemplo, un escritor no tiene necesariamente que serlo, como tampoco tiene que ser un atormentado para poder bucear en la psiquis de uno de ellos. Un escritor es, en cierta forma, un fabulador, y quien dice fabulador, dice mentiroso. Un escritor se inventa vidas, mundos, universos, algunos conocidos, otros sólo leídos, intuidos o “escuchados”. Un escritor hurga en las historias de los demás, lo que lo convierte en una especie de psicólogo o terapeuta; y al hurgar en la psiquis muchas veces habla sobre la condición humana, léase sobre las miserias, dramas o alienaciones mentales. Pero también navega en el dolor o en la alegría, en el pesimismo o en la esperanza y eso no quiere decir que comparta plenamente los argumentos que despliega en su narrativa o en su poesía o en su dramaturgia. Un escritor también es un voyeur que espía detrás de una cerradura, a través de la cual observa la vida de los demás o se las inventa. La literatura es un sueño que a veces se hace realidad, pero también puede ser el reflejo de la vida del autor, o al menos de una parte de ella. Es decir, la literatura no siempre es el espejo de quien la crea. Eso no quiere decir que no se escriban novelas autobiográficas, o al menos con rasgos personales; lo que me lleva a pensar en Philip Roth o en Amos Oz, por ejemplo. Otra de las características del oficio de escritor, aunque menos mencionada y no por eso menos importante, es que detrás de un gran escritor siempre hay un gran lector. No todo buen lector es un buen escritor, pero un mal lector es un mal escritor. Un escritor debe interesarse por múltiples temas: filosofía, historia, sociología, antropología, cine, música, por no nombrar sino algunas de las disciplinas del gran océano que es el conocimiento humano y en el cual cabe, por supuesto, la ciencia. Debe leer a sus contemporáneos pero también a los clásicos o a aquellos que la crítica literaria o la historia de la literatura han relegado al cuarto de san Alejo y que a veces alberga verdaderas joyas del pensamiento y de la creación literaria. Por último es importante anotar que el oficio de escritor conlleva una enorme disciplina y rigor a la hora de trabajar. La gente a veces cree que una novela, un cuento o un poema son simplemente dictados en una noche de luna llena por las musas que en esa ocasión pasaban por ahí, cerca a la casa del feliz escogido. Es cierto que hay ocasiones, debido a múltiples factores, en que la sensibilidad puede tener mayor impacto a la hora de escribir, pero detrás de cada obra hay muchas horas de trabajo, a veces, incluso, es el resultado de toda una vida.

LA BIBLIOTECA NACIONAL DE COLOMBIA, UN CASO PARA KAFKA

El pasado jueves 26 de abril recibí un correo electrónico de la Biblioteca Nacional de Colombia, con fecha del día anterior, firmado por su directora Ana Roda Fornaguera, en el cual se me hace saber que si no envío dos ejemplares de tres de mis libros, publicados en el 2008, se me hará efectiva la multa que la Ley 44 de 1993 y los decretos reglamentarios 460 y 2150 del mismo año estipulan para dichos casos, cito el informativo que me anexa “¿QUE SANCIONES ACARREA EL INCUMPLIMIENTO DEL DEPOSITO LEGAL? Ocasiona al editor, autor, productor o importador, según el caso, una multa igual a diez veces el valor comercial de cada ejemplar no depositado”. No sólo soy respetuosa de las leyes, sino que al ser escritora y al haber trabajado durante 10 años en una biblioteca pública, soy más que consciente de la importancia de la difusión de la cultura, en este caso específico del patrimonio literario colombiano. Es por ello que en el 2008 envié los ejemplares de cada libro. Un año después no había recibido la certificación de cumplimiento de depósito legal, por lo que llamé por teléfono y simplemente me dijeron que “tenían mucho trabajo, por lo que no habían procesado nada”. Por lo que el jueves pasado, después de haber recibido el correo al que aludo, llamé por teléfono y la secretaria de la Sra. Roda Fornaguera simplemente me dijo que ella “no había enviado ningún correo” y sin más explicaciones me remitió a Procesos Técnicos. Allí tuve la fortuna de poder hablar con una contratista, Gina Márquez, y aunque no conocía mi caso se mostró muy amable y me dijo que ella misma iba a buscar en los registros para ver que había pasado con mis libros. Al día siguiente recibí su correo en el cual asegura que los libros habían sido procesados y que se encontraban en el depósito de la Biblioteca Nacional de Colombia, por lo que procedí a darle los agradecimientos por su rapidez; carta que anexé en un correo que escribí a la directora Roda Fornaguera en el cual le hacía participe de mi incomodidad por el trato del que había sido objeto y hasta el momento no he recibido ninguna respuesta de su parte. Incluso en el correo que me envió me decía ”POR FAVOR NO RESPONDA ESTE MAIL. Cordial Saludo de la Biblioteca Nacional: Nos permitimos enviar carta de solicitud de cumplimiento de depósito legal y la guía sobre el trámite del depósito legal. Atentamente, Biblioteca Nacional de Colombia, Dirección” y en archivo adjunto están la carta y el comunicado de la biblioteca. Es de anotar que la llamada es internacional, ya que en este momento no estoy en Colombia, así que si no llamo y si no exijo una respuesta por escrito, muy seguramente la Sra. Roda Fornaguera habría procedido a entablarme un proceso legal, con el fin de hacer válida la multa que estipula la ley a la cual alude en su carta y en el anexo que según su secretaria ella nunca envió. Y si hago público mi malestar es porque quiero poner en evidencia el maltrato al que somos sometidos centenares de escritores y pequeños editores que no estamos en las grandes redes de publicación. El Estado, en vez de estimular nuestro trabajo y comprarnos algunos ejemplares para las bibliotecas públicas del país, lo que muy seguramente hace con cientos de libros de autores extranjeros y de casas editoriales de renombre internacional, nos exige que le regalemos nuestro trabajo y que paguemos de nuestro propio bolsillo el envío de las obras, pudiendo muy bien recibirlas en las secretarías de educación o en las bibliotecas públicas de cada municipio. Pero es bien sabido que El Castillo de Kafka sigue siendo la morada de algunos funcionarios o empleados públicos, sobre todo de aquellos que llegan a altos puestos y que de la noche a la mañana se convierten en “ciudadanos” superiores al pueblo que paga impuestos que son los que contribuyen a pagar sus altos salarios.