domingo, 27 de mayo de 2012

THÉRÈSE DESQUEYROUX

La película Thérèse Desqueyroux, de Claude Miller, director de producción de François Truffaut y antiguo asistente de Jean-Luc Godard, cierra el Festival de Cannes 2012, con los actores Audrey Tatou, recordada por el hermoso rol de “Amélie” (2001) y por “Coco avant Chanel” (2008), en el personaje femenino, y por Gilles Lellouch, en el masculino. Es de anotar que Miller murió el pasado 4 de abril. Pero no es sobre la película en cuestión que quiero hablar, sino del libro de François Mauriac (Premio Nobel de Literatura 1952), autor de la obra que da título al filme de Miller, publicada en 1927 y de “El nudo de víboras” (1932), entre otras. “Thérèse Desqueyroux” es uno de los mejores libros que he tenido en mis manos y creo conocerlo bien ya que lo he leído al menos cinco veces en diferentes etapas de mi vida. En 1962 había sido llevado a la pantalla por Georges Franju, con los actores Philippe Noiret y Emmanuelle Riva y música de Maurice Jarre.
El libro se desarrolla en el sur de Francia, en Las Landas, y narra la vida de una joven mujer descendiente de una noble familia que contrae nupcias con un burgués que sólo piensa en expandir sus tierras y en preservar el honor de la familia. Thérèse Desqueyroux es una mujer aparentemente frágil, reservada en el sentido literal de la palabra e incapaz de comunicar sus sentimientos acepta casarse, así no ame ni desee a su futuro marido, como muchas mujeres de su época, de cuya unión tendrá una hija. Incluso, al comienzo del libro la presentación de Thérèse se hace con una frase lapidaria: “Teresa, muchas personas dirán que tú no existes”. Pasado el tiempo, Thérèse, tímida y sumisa, encontrará el camino para sublevarse ante la vida que le ha sido impuesta al tratar de envenenar a Bernard, su cónyuge. Y es ahí cuando la verdadera naturaleza del macho que había estado en hibernación sale a flote. Thérèse pasará varios años recluida, léase secuestrada, en una antigua casa de la familia, donde los inviernos son largos y duros, allí estará vigilada por una vieja ama que la menosprecia y que no le habla por orden expresa de su marido; pero el verdadero castigo es no poder ver ni criar a su pequeña hija. Thérèse es pisoteada como mujer, como ser humano, es obligada a olvidarse de los otros y de sí misma, como si efectivamente nunca hubiese existido, debe sobrevivir a la soledad sin caer en delirio. Pasado el tiempo, el Sr. Desqueyroux, en un gesto “magnánimo”, la autoriza a vivir en un pequeño apartamento de París; en realidad la envía al exilio, con todo lo que él supone. Sin embargo, Thérèse encontrará en su nueva vida una especie de libertad con la que nunca había soñado y una cierta paz interior que la reconforta. En la entrevista, realizada ayer por la televisión francesa, el actor Gilles Lellouch hablaba de su personaje como alguien que está profundamente enamorado de su esposa Thérèse, interpretación que no comparto y que me lleva a preguntarme si efectivamente él entendió el personaje cruel, frío y calculador que concibió François Mauriac. Por su parte, Audrey Tatou fue incapaz de decir una frase coherente y cargada de sentido con respecto a su personaje; esto no quiere decir que la película forzosamente sea mala, aún no la he visto, puesto que apenas será exhibida al público en las próximas semanas; pero si me deja mucho que pensar en cuanto a la lectura que los dos actores han podido hacer de un libro que es en sí una pequeña joya literaria. Para terminar quiero referirme a otro libro, La vérité sur Bébé Donge (1940), de Georges Simenon, ya que el argumento es prácticamente calcado del libro de Mauriac, aunque su calidad literaria es bastante inferior, al menos en mi concepto. El libro en cuestión fue llevado a la pantalla por Henri Decouin, en 1952, con Jean Gabin y Danielle Darrieux en los papeles protagónicos.