jueves, 27 de diciembre de 2012

EL ZOOLÓGICO DE BUENOS AIRES

En diciembre de 2007 tuve la oportunidad de visitar el zoológico de Buenos Aires con mi hijo y mi marido, así que conozco de sobra las altas temperaturas que pueden hacer a finales de la primavera en dicha ciudad. Cuando comencé el recorrido, de lo que para mí es una inmensa prisión, la primera impresión dolorosa fue encontrarme con un cóndor al que habían instalado en una roca de menos de 10 metros de altura. Luego me encontré con varios animales que no debían estar ahí, puesto que no es su hábitat natural y porque es un zoológico cerrado, con jaulas que impiden que los animales se desplacen en espacios abiertos. Por supuesto que vi osos polares, no me acuerdo si eran varios o si solo era el oso de dieciséis años que acaba de morir por una excesiva ola de calor, 36º1/2, con una sensación térmica de 45º. Pero si me detuve a pensar, como lo había hecho ante el majestuoso, pero triste cóndor, que los seres humanos somos una jauría muy peligrosa y bastante imbécil. No obstante, lo más difícil fue cuando pasé por las jaulas de vidrio reservadas a los chimpancés. Me acerqué a una de ellas, allí se encontraba un adulto, como vio que no me movía vino a mi encuentro, se paró frente a mí, nos miramos por un espacio de tiempo que a mí me pareció una eternidad, la eternidad del sufrimiento de un ser vivo encerrado en una vidriera para ser expuesto como un animal exótico, con el único fin de hacer crecer las urnas de una ciudad que no ha entendido que los zoológicos de jaulas no debieran existir y que los animales deben de estar en el hábitat al que pertenecen, no en ciudades de cemento y ladrillo, rodeados de niños y adultos, que como yo, visitamos el dolor como si se asistiese a una fiesta. La mirada del chimpancé es uno de esos momentos que no olvido, a pesar de estar separados por el vidrio en cuestión, yo le hablé mucho rato, le dije que entendía su tragedia, sé que mi mirada pudo ser leída por ese maravilloso animal preso sin haber cometido ningún delito. Y hoy, al leer la noticia de la muerte del oso polar, no puedo dejar de pensar también en el cóndor y en el chimpancé que me encontré en un caluroso día de diciembre de 2007. Es un día triste, máxime que anoche vi en las noticias como los leones han vuelto a ser objeto de caza en África, con el sólo deseo de vender sus huesos en China, donde son considerados altamente afrodisíacos. Para terminar, no quiero dejar pasar por alto a Juan Carlos de Borbón, más conocido como rey de España, cuya figura política no deja de ser una gran vergüenza para cualquier pueblo que se considere medianamente democrático; y si hago alusión a ese controvertido personaje, es porque quiero recordar que es un cazador de osos y de elefantes, y mientras su pueblo se ahoga en el desempleo y en la crisis financiera, él se da el lujo de gastar miles de euros, que vienen de las arcas estatales, para ir a matar a animales indefensos. Además no hay que olvidar que él mismo hacía parte de un organismo de protección de la fauna, con protectores así para que enemigos.