jueves, 17 de enero de 2013

Tabúes y prohibiciones derivados de la menstruación

En algunos artículos de mi otro blog, el Hilo de Ariadna, wwwelespectador.com, también he escrito sobre el terrible flagelo del machismo, por lo que uno de mis lectores asiduos me preguntó cuáles serían las causas del miedo del hombre hacia la mujer. Por supuesto que las respuestas son múltiples, no hay verdades absolutas ni reveladas, así las religiones quieran hacernos creer lo contrario. No obstante, podría responderle que una de las causas de ese miedo atávico, pero por ser atávico no deja de ser cultural, es el proceso de la menstruación que los cuerpos de las mujeres, en edad de concebir, experimentan cada mes. Y que algunos hombres y mujeres no alcanzan a entender como un proceso natural. LA SUPUESTA IMPUREZA DE LA MUJER: Una de las armas que ha utilizado el hombre para mantener a la mujer en un estado absoluto de sumisión, ha sido el querer mancillarla cada mes cuando ella se encuentra pasando por el ciclo normal de la menstruación; esgrimiendo como argumento que durante el ciclo menstrual la mujer es impura. “En una isla al oeste de la Nueva guinea, la Nueva Irlanda, el temor a la primera sangre de la niña era tal que se le segregaba durante cuatro o cinco años en minúsculas jaulas conservadas en la oscuridad, con absoluta prohibición de que posara los pies en el suelo: así vegetaba la desdichada criatura desde los nueve hasta los trece o catorce años. … En la tribu asutraliana de los Walkelburn la mujer considerada tabú no puede entrar en el campamento por el mismo sendero que los hombres. Una violación a esta ley se castiga con la muerte. … (En) California. Aquí los indios pensaban que una joven, en su primera menarquia, estaba poseída de un grado particular de poder sobrenatural; pero con frecuencia se le asociaba con un fuerte poder maligno inherente a su condición”. (GUTIERRE TIBÓN. Los ritos mágicos y trágicos de la pubertad femenina. Editorial Diana. México. 1984.) En el caso de las mujeres musulmanas el ciclo de la menstruación supone restricciones religiosas. Por ejemplo, les está prohibido rezar; pero al mismo tiempo deben leer “El Corán” sin tocar el libro. Es por ello que se aconseja dejarlo abierto y en un lugar que sea de fácil acceso, para que la mujer pueda leer algunos apartes, siempre mentalmente. Se le prohíbe, igualmente, la visita a la mezquita y sostener relaciones sexuales con su marido. Sin embargo, la creencia de la impureza de la mujer, mientras se encuentra en su ciclo menstrual, no ha sido sólo característica de culturas y religiones diferentes a la sociedad occidental. Plinio el Viejo (23-79) escribía al respecto lo siguiente: “El contacto con el flujo mensual de la mujer amarga el vino nuevo, hace que las cosechas se marchiten, mata los injertos, seca semillas en los jardines, causa que las frutas se caigan de los árboles, opaca la superficie de los espejos, embota el filo del acero y el destello del marfil, mata abejas, enmohece el hierro y el bronce, y causa un terrible mal olor en el ambiente. Los perros que prueban la sangre se vuelven locos, y su mordedura se vuelve venenosa como las de la rabia. El Mar Muerto, espeso por la sal, no puede separarse excepto por un hilo empapado en el venenoso fluido de la sangre menstrual. Un hilo de un vestido infectado es suficiente. El lino, cuando lo toca la mujer mientras lo hierve y lava en agua, se vuelve negro. Tan mágico es el poder de las mujeres durante sus períodos menstruales, que se dice que lluvias de granizo y remolinos son ahuyentados si el fluido menstrual es expuesto al golpe de un rayo.” Estos mitos no desaparecerían con la llegada del cristianismo. Dionisio, Arzobispo de Alejandría (s III dc), líder de la Iglesia que derivaría en la Iglesia Copta y en la Iglesia Ortodoxa de Alejandría, fue el primero en prohibir la entrada a las iglesias a las mujeres que estaban menstruando. Posteriormente el Concilio de Cartago (345 dc) impuso la abstinencia sexual para los hombres de la Iglesia y diáconos. El Concilio De Orange (441 dc) prohibió la ordenación de mujeres bajo el temor que pudiesen acercarse al altar en los días de “impureza”. El Sínodo Diocesano les exigió cubrirse el rostro con un velo para poder recibir la comunión. Y como si esto fuera poco, el obispo Timoteo de Alejandría (+385), decidió que para que pudieran recibir la comunión, debían abstenerse de tener relaciones sexuales 24 horas antes de la liturgia. Prohibición que se hacía extensiva a las mujeres que estuviesen menstruando, al mismo tiempo que se les impedía el acceso al templo. Las prohibiciones hechas a las mujeres por los Concilios, fueron ampliadas en el Decretum Gratiani (conocido en español como “Concordancia de las Discordancias de los Canónes”) en el año 1140, y se convirtió en ley oficial de la Iglesia en 1234, cuando se redactó el Código Canónico que tuvo vigencia hasta 1916. Las prohibiciones son diversas. A las mujeres se les prohíbe dar la comunión, enseñar en la iglesia, bautizar, tocar los objetos sagrados -incluyendo las vestimentas sagradas de los sacerdotes-, no pueden ser ordenadas como sacerdotes, no pueden recibir la comunión cuando están menstruando, pueden comulgar siempre y cuando reciban la ostia en una servilleta o en la lengua, deben llevar velo al recibir la comunión y no cantar en el templo. En el Código Canónico de 1917, se les prohibe leer las Sagradas Escrituras en el templo. No obstante, hay que tener en cuenta que dichas prohibiciones tienen raíces en la tradición hebrea. La religión judía consideraba que la mujer que estaba menstruando era impura y por lo tanto cualquier contacto sexual con su cónyuge le estaba vedado. Incluso la mujer que daba a luz debía purificarse; si era un varón, por espacio de 40 días y 80 si era una mujer. En el caso de la tribu Desana (Amazonia colombiana y brasileña) hay una leyenda reveladora que indica como la menarquia es un castigo por una culpa cometida por el dios Sol y su hija, culpa que las mujeres Desana deben expiar por siempre. La leyenda se titula “El incesto del sol” y fue recopilada por Gerardo Reichel-Dolmatoff en un trabajo de campo con dicha comunidad indígena. “La hija del Sol aún no había llegado a la pubertad cuando su padre se enamoró de ella. En el raudal de Wanabí el sol cometió incesto con ella y derramó su sangre; desde entonces las mujeres deben derramar su sangre cada mes en recuerdo del incesto del sol y para que no se olvide nunca esta gran maldad. Pero a la hija del sol le gustó y así ella vivía con su padre como si fuera su mujer. De tanto pensar en eso, se volvió flaca y fea, sin vida. Pero cuando la hija del Sol tuvo la segunda menstruación, ya le hizo daño y ya no quiso comer. Se recostó sobre una piedra, muriéndose, y todavía se ve eso en una gran roca en el raudal de Wainabí. Cuando el sol vio eso, decidió hacer “gamú bayári”, la invocación que se acostumbra cuando las muchachas llegan a la pubertad. El Sol fumó tabaco y la revivió. Así el Sol estableció las costumbres y las invocaciones que se hacen ahora cuando las jóvenes tienen la primera menstruación”. REICHEL-DOLMATOFF, Gerardo. Desana. Simbolismo de los indios Tukano del Vaupés. Procultura. 1986 Este mito, relacionado con el ciclo menstrual, le permite al pueblo Desana cimentar una de los pilares de las relaciones sociales: la prohibición del incesto. Su transgresión se considera la falta más grave que pueda cometer un miembro de dicha comunidad. Este mito es contado cada vez que una adolescente llega a la menarquia, lo que le permite a la tribu recrear, míticamente hablando, la transgresión cometida por su dios; y al mismo tiempo se pone como ejemplo para que no sea repetida por ninguno de sus miembros. Nota 1: Este artículo hace parte de mi libro ¡Cuidado! Escritoras a la vista…, Ble Ediciones, 2009. También puede leerse gratuitamente en el portal El Libro Total: http://www.ellibrototal.com/ltotal/ficha.jsp?idLibro=4404 Nota 2: En el día de hoy la columnista Catalina Ruiz-Navarro (1) publicó un artículo muy interesante, REMEDIOS, en el cual hace alusión a la desafortunada práctica cultural, en realidad un delito, de buscar mediante diferentes argucias que una menor, también vale para los niños, accedan a los deseos sexuales de los adultos. Su columna, a la que me adhiero incondicionalmente, denuncia también el terrible drama de la niña de 14 años que tuvo un bebé con un hombre de 27; y que hoy algunas personas, como es el caso de un periodista de la Bluradio, quieren hacer pasar como algo normal; y es más, hacernos creer que se trata de una pareja bien constituida. Olvidando conscientemente que la niña en cuestión ha debido quedar en embarazo cuando sólo contaba 13 años de edad. Pero igual, si hubiese quedado en embarazo a los 14, 15, 16 , 18 o 20, su proyecto de vida hubiese quedado estancado, sus posibilidades de seguir estudiando se hubiesen visto evaporadas; condenándola a ella y a sus hijos a la repetición de la pobreza y de la exclusión. Ni que decir de la mujer que robó a su bebé y que hoy está libre, puesto que la juez consideró que no era un peligro para la sociedad. Con esto no quiero decir que los adolescentes, no hablo de los niños, no puedan ejercer su derecho a la sexualidad; pero para que ello sea posible se necesita una educación sexual adecuada y sin tapujos, y acceso libre al control de la natalidad, supervisado por verdaderas políticas de salud del Estado. No nos olvidemos que traer un hijo al mundo es una tarea de hombres y mujeres, los dos deben de tener obligaciones y derechos, y los dos deben tomar medidas para evitar embarazos indeseados o prematuros. El sexo no tiene que ser obligatoriamente sinónimo de embarazo, ni es sólo una cuestión de mujeres. 1.http://www.elespectador.com/opinion/columna-396998-remedios