miércoles, 6 de marzo de 2013

LEONARDO PADURA

Debo confesar que hasta la publicación de El hombre que amaba los perros, el nombre de Leonardo Padura no me decía nada; también debo confesar que aún no he leído dicho libro, puesto que debo esperar a conseguirlo en español, sería una verdadera ironía que lo leyera en francés. El que si pude leer, con un placer que alargué con cuentagotas, para que no se acabara muy rápido, fue Máscaras, uno de los libros donde el protagonista es su extraordinario personaje Mario Conde. Cuando escuché hablar por primera vez de Padura, y supe que básicamente su obra literaria había estado consagrada a la literatura detectivesca, no imaginé nunca que su obra pudiese contener tanta belleza y tanto dolor; pero sobre todo tanto tantísimo miedo. He leído pocas novelas del género negro, así que no puedo decir con propiedad si esta característica de Padura es única o generalizada; pero lo que sí es cierto es que en su obra puede leerse, respirarse, olerse y hasta degustar y tocar el bajo fondo de La Habana. Puede sentirse el miedo que circula por las calles, ese miedo atávico que conocen muy bien los cubanos y que la mayoría de ellos trata de ocultar, no sólo a los turistas o a la familia, sino ocultárselos a ellos mismos. Es el mismo miedo que respiré, día tras día, en un viaje que realicé a la isla en 2007 y que me abrió los ojos ante todas las leyendas que han querido inventar con respecto a la revolución cubana. En ese viaje me di cuenta que los Castro lo único que han construido es un feudo que controlan con mano férrea y donde ni el vuelo de una mosca pasa desapercibido. La delación y el control de cada ciudadano, si es que esta palabra cabe en el vocabulario y en el sistema represivo, cortan el aliento y hacen abortar los más mínimos deseos de cambio, de libertad, de autonomía individual de los habitantes de la isla. En Máscaras, asistimos, como si de una obra teatral se tratase, al asesinato de un travesti vestido de Electra Garrigó, el personaje de Virgilio Piñera. En realidad la obra, de sólo 233 páginas, cuenta dos historias, el trabajo detectivesco de Conde y la vida del dramaturgo Marqués. Allí, dos ciudades antagónicas se cruzan a todo lo largo del relato, La Habana y París. El encuentro de Conde, con Marqués, va a permitirle luchar contra sus propios prejuicios en contra de la homosexualidad. No hay que olvidar el odio y la persecución del régimen castrista en contra de la población LGTB, existente hasta hace muy pocos años. No hay que olvidar que la hija de Raúl Castro comenzó a liderar un programa para sacar a dicah comunidad del olvido y de la segregación donde habían sido arrinconados por varias décadas. Por lo que cabe recordar a los cientos de homosexuales que debieron abandonar la isla en el 80 cuando se les instó a subirse a las canoas, en esa gran migración hacia Miami conocida como Los Marielitos; una de las más grandes vergüenzas del régimen cubano. Tampoco hay que olvidar que muchos de ellos se pudrieron en las terribles cárceles de Cuba, una especie de oubliettes, celdas donde se olvidan a los prisioneros, tal y como se hacía en el Medioevo. Máscaras, nos deja ver poco a poco la verdadera esencia de sus personajes, aunque cada uno de ellos quiera ocultar sus propios demonios, pero sobre todo ocultarlos a los demás. Los demás son los esbirros del régimen que están en todas partes y en ninguna, pareciera que son invisibles, pero están ahí, lo ven todo, lo escuchan todo, lo saben todo. Por lo que cada personaje vive con el miedo de no saber cuándo va a ser llamado para un interrogatorio, cuando va a perder la vida que ha llevado hasta ese momento, algunas, muy pocas en verdad, de privilegio, y otras, en realidad la mayoría, la vida por sobrevivir en un ambiente donde la felicidad pareciera proscrita. Sólo cuando hay música, los zombis, que son los habaneros, parecieran ser seres humanos; al menos esa es la lectura que hice en mi viaje. Máscaras, es, ante todo, una obra sin esperanza, sin mañana. El ambiente es gris, a pesar de la luz del Caribe que lo baña, y cada personaje le da vueltas a su propia pesadilla. Conde, es un policía que no ama su oficio, ya que su verdadera vocación es la literatura; sólo que en un país donde no puede decirse lo que se quiere, ser escritor es bastante difícil. La actividad misma de escribir es considerada subversiva, pequeñoburguesa, inútil; por lo que el escritor es un traidor a la causa. No hay que olvidar que una parte del relato en cuestión ocurre en los años 60 y 70 del siglo pasado. No en vano Marqués recuerda a los intelectuales, artistas y escritores que debían dejar su actividad para ir a la zafra. Máscaras, es, también, un recorrido de citas literarias que no están entre comillas ni en negrillas; pero están ahí para ser descubiertas por el lector. Es un recorrido por el ambiente literario francés y latinoamericano, como una forma de salvavidas para no morir de tedio o ahogado en un sistema que convierte a sus ciudadanos en sombras de sí mismos. Para terminar, quiero hacer alusión al coraje de Leonardo Padura, a las garras que tiene para escribir contra un sistema represivo como es el de su país. Y lo que es más importante aún, a Padura se le concedió la ciudadanía española en el 2011, pero él sigue viviendo en el mismo barrio que lo vio nacer; dice que sólo en La Habana puede ser el gran conversador que es. Pero también es La Habana, con sus callejuelas y viejos portones, la fuente que nutre su mundo de ficción.