jueves, 28 de marzo de 2013

MÓNICA SÁNCHEZ BELTRÁN Y NOHEMÍ

MUJERES CORAJE UN DESCENSO A LOS INFIERNOS Debo confesar que cuando vi los primeros titulares que se referían a un caso de esclavitud no fui capaz de leer los artículos de prensa que desarrollaban la noticia; sólo lo hice cuando Daniel Coronel publicó su columna narrando estos hechos desgarradores. Mi primera reacción fue de estupefacción, de cólera, e incluso de humillación, al ver como en un país que se considera democrático pueden suceder casos de tan extrema crueldad. Tampoco fui capaz de contarle a mi marido lo que había leído, como si la vergüenza, la misma que deberían sentir los victimarios, se hubiese apoderado de mis sentimientos y de mi ser. Ni siquiera leí la carta de Mónica Sánchez Beltrán, puesto que me refugié en una posición bastante infantil, como si escondiendo la cabeza en un hueco, a la manera de las avestruces, pudiera borrar lo que le había pasado a Nohemí, al menos es el nombre que le han dado en estos días, y lo que en este momento está soportando la también valerosa Mónica Sánchez Beltrán. Sólo fue anoche cuando encontré las fuerzas de buscar su blog http://navegandita.blogspot.ca/ Su lectura me sumió en un descenso a los infiernos inimaginable. El horror de los horrores, el último círculo dantesco, el averno tenebroso que suele envolver a muchas familias que se creen limpias de culpa; pero sobre todo que se consideran devotas católicas. Familias que al tener un leviatán en casa, en el caso de la familia Sánchez Beltrán, dos leviatanes, y tres si se cuenta a la abuela, la misma que habría hecho palidecer de envidia a la abuela de la cándida Eréndira, van por la vida destruyendo, arrasando, dejando tierra quemada, estéril. El valiente relato de Mónica hizo que considerara la posibilidad de escribir en mi blog mi consternación y mi solidaridad para con ella; pero sobre todo para expresarle mi solidaridad a Nohemí. Esa niña frágil, hoy convertida en una mujer valiente, en una guerrera, que aparentemente tiene la misma edad mía, 57 años, y a la que el matrimonio conformado por Eunice y Vitaliano le arrebató la infancia, la identidad, el cariño. En vez de brindarle protección, máxime que la había adoptado, la convirtió en esclava sexual, en “la esclavita de la casa, la que debía atender a toda la familia”. Desafortunadamente en Colombia, y en la mayoría de los países latinoamericanos, la explotación de las mujeres sigue siendo una estremecedora realidad. En este caso preciso, el trabajo doméstico, considerado uno de los más desprotegidos a nivel social, porque aunque existen leyes que lo regulan, lo que nos permite a muchas mujeres desarrollar nuestra actividad profesional, la verdad es que las familias que se lucran con este trabajo no les pagan lo que la ley laboral exige; y aunque no son todas, el porcentaje si es bastante elevado. Conozco un caso de una empleada, una mujer sin tacha, que trabajó por espacio de varios años en una familia que nunca le pagó lo que debía, ni tampoco la inscribió en el ya desaparecido Instituto de los Seguros Sociales, por lo que todos esos años simplemente no cuentan para su tiempo de cotización; por lo que es difícil pensar que algún día pueda obtener el derecho a la pensión por invalidez o por vejez. Es decir, la familia en cuestión ignoró la ley, ignoró a la sociedad, y se ignoró a sí misma como familia católica devota. Nunca se le pagaron los emolumentos a los que tenía derecho y se le pagaba un mes si un mes no, a veces se le pagaba la mitad del salario o la tercera parte; dependiendo del vaivén de las finanzas familiares. Finalmente ella encontró el valor para dejar el oprobio y marcharse. Y digo valor, ya que uno de los discursos manipuladores para reterner a una empleada doméstica es hacerle creer que ella es “como de la familia”; y al ser de la familia, pues su trabajo no cuenta, puesto que se piensa que al alimentarla ya se hace bastante. Se olvida – en verdad se cierran los ojos- que ellas, las empleadas domésticas, tienen derecho a un proyecto de vida digno, y que su trabajo es para alimentar y educar, entre otros aspectos, a su propia prole. Pero también las condenan al círculo vicioso de la pobreza, y se olvida que para que un país salga adelante se necesita no sólo de leyes sino de su aplicación y respeto. Pero este caso no es aislado, los casos de explotación doméstica pertenecen a la cotidianidad, incluso se han conocido casos de embajadas que han despedido a sus empleadas, después de años de trabajo, sin reconocerles los derechos que la ley colombiana estipula. Y lo que es peor, al menos en algunos casos, sin que haya habido consecuencias para las embajadas que explotan a las mujeres que trabajan en dichos menesteres.