jueves, 25 de abril de 2013

CLARA SCHOENBORN EN LA FILBO

El sábado 27 de abril, en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBO), Ediciones Apidama presentará el libro Los Oficios en Clave de Atenea, de la poeta caleña, de origen alemán, Clara Schoenborn, ganadora del XXVIII Concurso Nacional Ediciones Embalaje-Museo Rayo 2011, organizado por el Encuentro de Mujeres Poetas de Roldanillo, bajo la égida de Águeda Pizarro. Precisamente, en dicho libro, aparecen los treinta poemas con los que ganó el concurso en cuestión. He leído el libro Los oficios en clave de Atenea cuatro veces sin que me canse, y lo que es más importante aún, siempre que hago una nueva lectura es como si fuese la primera vez. Eso es lo que sucede con la buena literatura, no se agota sino que sorprende una y otra vez; siempre hay nuevos descubrimientos, metáforas que pasaron desapercibidas porque estábamos ensimismados en otras que nos habían colmado el intelecto y la emoción, pero todas igualmente hermosas y llenas de sentido. Los oficios en clave de Atenea nos remiten a la diosa que todas llevamos dentro, por lo que somos una y todas a la vez. Escritora, Hechicera, Lesbiana, Menopáusica, Campesina, Negra, Pastora, Ama de Casa, Niña, Gitana, Embarazada, Presidiaria, Mendiga, Lapidada, Mutilada o Divorciada, son algunos de los oficios a los que le canta la poeta Clara Schoenborn. En el Preámbulo, El Regreso de Atenea, dice: “he regresado / con mis números de fuego,/ a borrar el tiempo / que olvidó la sal.” La sal que todo lo carcome no pudo hacer nada contra el tiempo, el tiempo de la diosa virgen y guerrera, la diosa que nació de la cabeza de Zeus, su hija preferida, su bienamada. La diosa que no bajó la cabeza ante ningún hombre, que no se arrodilló ni pidió perdón. Por eso somos sus hijas, nos hemos caído millones de veces pero siempre nos volvemos a levantar. Si hemos sido prostitutas o reas, despertamos como ingenieras o poetas. Despertamos “seduciendo los candados”, rompiendo grilletes, gritando hasta el delirio para luego recuperar la cordura. Por eso dice: “He regresado/ Mírame/ Estoy/ detrás de todos los espejos/ refractada entre infinitos/ven/ que juntas como serpientes/ somos mucho más/ que una mitad”. Oficios en caída libre, la primera parte del libro, hace alusión a la adolescente que todas llevamos dentro: “desempaco mis maletas/todos los días/ todos”; recordándonos que somos migrantes perpetuas, eternas errantes, que no poseemos nada porque nada nos han dado. Poseemos lo que nos hemos ganado con nuestras propias manos, por eso la “fascinación/por hundir mis dedos/ en la abotonadura de la realidad”. Y luego, en el poema Adúltera, nos recuerda “Cuánto duele el lodo/ cuando lo retiene una cadena”. En Menopáusica, la edad dorada, temida e incomprendida, nos damos cuenta que “el espejo tenía fronteras” y que si bien ya no parimos otros seres, si nos damos a luz a nosotras mismas: “Tendré que cuidar a esta recién nacida/ y la inventaré grande,/ahora que soy diosa”. Una nueva alusión a Atenea, pero también a la Dama del Lago, diosas dormidas y acurrucadas en el fondo de nuestros úteros; por lo que sentimos como sus dátiles desgranan uno a uno los óvulos infecundos, hasta agotarlos, con lo que nos otorgan la libertad. Oficios en el libro del agua, segunda parte, encontramos a la Campesina, la que con sus sabias manos hace parir la tierra y deja su “eco en la semilla”. A la Pastora que canta “toda yo soy una casa”, y que como un caracol lleva su hogar a cuestas, refugiándose de “la sombra de los lobos”. En Oficios de luciérnaga, tercera parte, reaparece nuevamente la viajera que somos en el poema Gitana, allí “todos los caminos rezan/ en la longitud de su falda”. En ella lleva oculto el “libro de agua (donde) tiemblan los paisajes” y en él escribe uno a uno los secretos de su pueblo milenario, imprime “letras en la sombra” y su lengua llama al “génesis”. Tal vez por eso en Hada, Clara Shoenborn dice: “qué fácil es descifrar/el reflejo de un horizonte”. Y en el de Artista, “su idioma está hecho/de caleidoscopios”. Oficios bajo el árbol de invierno, cuarta parte, es un enorme espejo de aumento que nos muestra “esa cicatriz que cuelga/ de su última arruga”. Lla Prostituta se conduele en el “sótano donde atrapó la niebla”, y la Fea, “apela a la oscilación del reloj/la misma que carcome/las campanillas en los espejos”. El poemario de Clara Scchoenborn posee la magia de sumergirnos en un laberinto de espejos donde no hay Dédalos que nos guíen. Sólo la clave de Atenea, música que sale de una cítara antigua, olvidada por Orfeo, nos permite balancearnos en los límites del delirio sin caer del todo en sus fauces. Sus oficios escarban en las profundidades de nuestro útero de diosas y nos recuerdan que por eso no hemos desaparecido de la faz de la tierra. Por último quiero decir que Clara Schoenborn es una excelente poeta que ha madurado su obra antes de decidirse a publicar. Es una mujer culta, melómana, refinada, exquisita, crítica, analítica, y mordaz en sus comentarios certeros e inteligentes. Una poeta que vale la pena leer y conocer. Pueden ver algunos de sus poemas en su blog, Lo que le dije al papel, en el siguiente vínculo: http://loqueledijealpapel.blogspot.fr/

miércoles, 24 de abril de 2013

MATRIMONIO PARA TODOS

Hoy me he levantado en un país más incluyente, más justo; lástima que no pueda decir más tolerante y menos violento. Francia aprobó ayer, por una mayoría aplastante, 331 votos a favor y 225 en contra, el matrimonio homosexual y la adopción de niños por parte de estas parejas. Espero que hoy se apruebe el matrimonio para todos, como se le llama en Francia, en Colombia, el país del sagrado corazón; pero afortunadamente laico, así les pese a muchos de los ciudadanos fanáticos que habitan en su territorio. Esta lucha, que no es otra que la reivindicación de derechos, y el clamor por una sociedad más justa e igualitaria, ha dejado los dos países que amo en un clima malsano de crispación y odio. Pero no siempre fue así. Si recordamos las sociedades griega y romana nos damos cuenta que el homosexualismo era una costumbre sexual bastante arraigada y que no era considerada “pecado”; entre otras, porque esa palabreja sólo llegó con el cristianismo, antes se hablaba de transgresiones. Considero que existen faltas, delitos, pero no creo en los pecados; mucho menos cuando se refiere a dos personas que se aman, que se respetan, que se ayudan y que establecen un vínculo para construir una vida juntos. Desafortunadamente los credos religiosos, no sólo hablo del catolicismo sino de todas las creencias en divinidades, son malsanos. ¿Cuál es el dios verdadero? ¿El de origen judeocristiano?, ¿Alá? o ¿Yahvé?. Esto sólo para referirme a las tres religiones supuestamente monoteístas. Y digo supuestamente ya que el número infinito de santos, junto con el culto mariano, hacen del catolicismo una religión no monoteísta, así los curas nos digan lo contrario. Cualquier religión, incluyendo las animistas, o el budismo, o los cultos ancestrales de nuestros pueblos aborígenes, está ancorada en la noche de los tiempos. En realidad son pensamientos mágico-religiosos que sólo tratan de explicar la creación dejando a un lado las explicaciones científicas, plausibles y corroborables que destruyen fácilmente cualquier mito concerniente a la creación de la vida. Si a los homosexuales se les niega el derecho a ser ciudadanos de primera no deberían pagar impuestos y el Estado estaría en la obligación de crear una verdadera asistencia social, que contemplara salud, educación, vivienda y trabajo para esta población vulnerable. Y digo vulnerable, ya que los católicos fundamentalistas, como es el caso de una parte de la sociedad francesa y colombiana, han querido convertirlos en poco menos que monstruos; olvidando que los verdaderos monstruos están en el seno de la Iglesia católica. Ser homosexual no es sinónimo de pederasta, eso parece ser algo que desconoce la gran mayoría de la gente, o bien es el argumento esgrimido por nuestros legisladores homófobos, y por los mismos curas que se escudan en una sotana para atacar a la mujer, y en muchos casos violar a los menores de edad. Personas como el procurador Ordoñez y su altavoz y álter ego Hoyos, o el senador Gerlein, o el de Barrera que hace pactos con iglesias cristianas, olvidando que Colombia es un país laico, son una vergüenza para la sociedad. Cada cual puede pensar lo que quiera, siempre y cuando su propia creencia no se imponga a los demás. El matrimonio civil es un derecho inalienable; el religioso, por el contrario, atañe a las iglesias, a ellas de decidir si lo aprueban o no. Por último, quisiera recordar a los fanáticos religiosos e intolerantes, que todo homosexual es hijo de una mujer y de un hombre. ¿Entonces habría que prohibir que las parejas heterosexuales engendren hijos o que los adopten? Además, ¿cuántos niños no son violados en el seno de su propio hogar, muchas veces con la complacencia de la madre?