viernes, 24 de mayo de 2013

LA COLECCIÓN WICAR EN DIÁLOGO CON ERNEST PIGNON-ERNEST

El Palacio de Bellas Artes y el Museo del Hospicio de la Condesa, de la ciudad de Lille (Francia), han apostado esta vez por una novedosa y extraordinaria exposición, un diálogo artístico y atemporal entre Wicar, artista, coleccionista, crítico de arte, mecenas, curador, del siglo XVIII y comienzos del XIX, con uno de los dibujantes más importantes de la actualidad, Ernest Pignon-Ernest. El caballero Wicar, como lo llaman en Francia, aprendiz y colaborador de David, fue ante todo un dibujante excelso que quiso ir aún más allá de la maestría que tenía para con el dibujo. Uno de los caminos que emprende, para comprender la historia del dibujo, es la de convertirse en coleccionista. Esta pasión lo acompañaría toda su vida, realizando a lo largo de ella tres grandes colecciones. La primera robada, y luego recuperada en gran parte en diversos sitios de anticuarios y galerías de arte europeas por él mismo o por sus contactos. Jean-Baptiste Wicar (1762-1834) fue además marchante de arte, curador y mecenas; pero sobre todo fue un gran conocedor de arte. El legado de Wicar a Lille, su ciudad natal, en el año de 1834, pocos días antes de su muerte, es inconmensurable. Su donación comprende cerca de 1300 obras, dibujos principalmente, que agrupan trabajos de Filipino Lippi, Botticelli, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Durero, Cranach, Poussin, entre otros grandes artistas. La exposición “Rasgos de Genio”, a la que hago referencia, nos muestra una pequeña parte de esta maravillosa colección; solo doscientas obras, algunas de las cuales nunca habían sido expuestas. Ya que, por paradójico que pueda parecernos, una gran parte de la Colección Wicar permanecía en el depósito del Palacio de Bellas Artes de Lille, sin que nadie se hubiese ocupado nunca de estudiarla y de darla a conocer. La Colección Wicar es, ante todo, una síntesis de la historia del dibujo, al menos de la historia del dibujo europeo que va del siglo XV hasta principios del siglo XIX. Son más de cuatrocientos años de la historia del dibujo, pero también de la historia europea, de eso no me cabe la menor duda. No en vano, Goethe, un gran enamorado de la naturaleza, decía que lo que no se dibujaba no existía. Máxime que la colección ha tomado nuevamente vida al establecer un diálogo con el gran artista contemporáneo Ernest Pignon-Ernest (1942), considerado uno de los más grandes dibujantes del siglo XX y lo que va del XXI. Pignon-Ernest es uno de los pioneros del Movimiento Street-Art. En la exposición “Rasgos de Genio” da una mirada al pasado, se reconoce en él como uno de sus discípulos; pero a la vez logra emanciparse, encuentra su propio lenguaje, su propio estilo, sobre todo porque logra integrar el pasado con el presente. Al abordar temas universales, y atemporales, como la muerte, nos sumerge en el en la época de la peste bubónica, y al mismo tiempo nos muestra la tragedia de la muerte en toda su dimensión, una especie de peste contemporánea, en el África negra. Y si hablo de peste contemporánea es porque pienso que el olvido de Occidente, con respecto a dicho territorio, y su permanente saqueo, bien podrían definirse como una peste que muestra sus pústulas todos los días; así Occidente, que se lucra de ellas, cierre los ojos y se tape las narices para no ver ni oler el terrible paisaje que no ha dejado de sembrar a lo largo de los siglos. También nos muestra la muerte y la desolación que dejan la guerra fratricida y el hambre que Occidente ha ayudado a sembrar; junto con la banalización de la violencia, en otras palabras la ceguera del hombre contemporáneo. La misma que nos describió José Saramago en su extraordinario libro Ensayo sobre la Ceguera. En este diálogo artístico no hay respuestas, no hay soluciones, no hay verdades reveladas; sólo hay desesperanza, drama, tragedia. En él vemos al hombre que camina a tientas, por lo que no reconoce el peligro, ni se interesa por él. En otras palabras los dioses lo han abandonado, le dan la espalda; seguramente se mofan de él, pobre mortal, que cree todavía que un mundo mejor es posible, pero que sigue obstinado en negarse a conocer la historia. A continuación les comparto algunas de las anotaciones que hice mientras recorría la exposición: -Toda la humanidad que se derrumba -No hay comprensión por el dolor humano -Pasamos al lado de la tragedia y le damos la espalda -La tragedia se incrusta en el paisaje, como en la masacre de los inocentes de Poussin y que Pignon-Ernest retoma, así que si no queremos verla, ella viene a tocarnos el hombro y a decirnos aquí estoy, de aquí no me muevo, así tú no quieras verme ni hablarme. Este mundo es el purgatorio y el infierno, cielo no hay, ni aquí, ni en ninguna otra parte, no hay esperanza por un mundo mejor. -Los muertos entran, o salen, no lo sabemos, no estamos muy seguros en que dirección atraviesan el umbral. -Es la peste agazapada en cada esquina, en el recodo de cada calle. -Los muertos se salen de las bóvedas e invaden el paisaje urbano. Los transeúntes pasan, los miran, y siguen indiferentes, las epidemias no importan, puesto que no es a ellos a quien ha tocado.