miércoles, 5 de noviembre de 2014

EL DERECHO A MORIR DIGNAMENTE

Siempre he creído que si algo nos pertenece en esta vida es nuestro cuerpo, por ello nos asiste el derecho a decidir qué hacemos con él; si tenemos hijos, si no tenemos, y por ende la libertad de escoger nuestra pareja; independientemente del sexo que impere en las imposiciones religiosas y culturales. Eso sí, siempre y cuando sea una sexualidad responsable, donde los abusos no hagan parte de esa libertad a la que tenemos derecho todos los seres humanos, por el simple hecho de ser mamíferos. De igual forma estoy de acuerdo con la eutanasia y con el derecho a decidir cuándo y cómo morir. Estoy de acuerdo con la muerte digna, no con una vida que se alarga sin tener en cuenta el sufrimiento, y porque no decirlo, los costos que una enfermedad terminal puede ocasionar. También estoy de acuerdo que las personas, o sea la mayoría, no estén de acuerdo con este postulado; lo cual no quiere decir que tengan que imponernos su verdad a los que somos laicos y pensamos diferente, a los que creemos que la vida es sólo sagrada en el sentido que no tenemos derecho de salir a la calle con un arma para asesinar a alguien. Por eso no entiendo que la gente que se desgarra las vestiduras ante el tema del aborto, de la eutanasia o de la muerte asistida, sea la misma que pregone la guerra como única posibilidad de imponer sus ideales; que no son sino los intereses económicos personales, o de grupos minoritarios, pero nunca de la sociedad o de un país entero; mucho menos los intereses de todos los habitantes de este planeta, que en su mayoría son personas desprotegidas desde todo punto de vista. Y si escribo sobre este tema polémico, en una sociedad pacata y retrógrada como la colombiana, es pensando en una mujer valiente y admirable como Brittany Maynard. ¿Con qué derecho la atacaron? ¿Con qué derecho le escribieron diciéndole que asumiera su enfermedad hasta que su cuerpo agobiado no soportara más dolores? ¿Con qué derecho el Vaticano, y su doble moral, sale ahora a decir que condena la decisión de Brittany? ¿Por qué no recuerdan más bien las Cruzadas, la persecución a las mujeres que denominaba brujas bajo el manto de esa temible y diabólica maquinaria llamada Inquisición? ¿Por qué ha perseguido incesantemente a las mujeres que no han aceptado ser sumisas, como ellos lo claman día a día, imponiéndonos la imagen de María como único ejemplo a seguir? ¿Por qué durante siglos ha callado –léase estimular- la pederastia? Por supuesto que son muchas las explicaciones que tendrían que dar, en vez de seguir dictando doctrinas que nos han aniquilado como seres humanos, doctrinas que buscan sólo convertirnos en borregos sin razón alguna. Por eso, entre otras cosas, las mujeres no tuvimos acceso a la educación sino hasta hace muy poco tiempo. Pensar, discernir, analizar, criticar, deberían ser las bases de toda sociedad y de cada individuo. Pero la Iglesia, así como las otras religiones mal llamadas monoteístas, no les conviene perder el poder y el dinero acumulado durante siglos en los que nos ha sumido en una noche tenebrosa y en la que invariablemente nos ha lanzado al vacío. Y junto con esos representantes religiosos están aquellos que beben los restos que ellos dejan caer para mantenerlos contentos; me refiero a los políticos de turno, muchos de ellos con pesadas sombras en sus espaldas. Para terminar esta defensa de la muerte digna, y por supuesto de Brittany, quisiera agregar, que tengo muy claro que no me dejaré abatir por una enfermedad penosa; no sólo por mí, sino por los seres que amo, no les impondré cuidados ni gastos ni sufrimientos innecesarios. Llegado el momento sabré irme como mejor me parezca. Incluso es un tema permanente en mi hogar. Bélgica es un país católico; sin embargo, la muerte asistida es aceptada socialmente y ha sido legislada; lo que le ha quitado esa cadena que las personas suelen imponer a aquellas que deciden morir para no seguir soportando sufrimientos sobrehumanos; me refiero a esa frase más que repetida “es un cobarde”. Al contrario, la muerte digna, incluso el suicidio en muchos de sus casos, es un acto de valentía; pero ante todo es asumirse como un ser humano pensante y libre. Pues bien, como vivo a escasos veinte kilómetros de la frontera con Bélgica le he repetido una y otra vez a mi marido que si llego a tener un accidente, o una enfermedad en la cual yo no pueda decidir por mí misma, simplemente cruce la frontera y me haga libre. Es mi deseo más profundo. Por el momento estoy muy bien como estoy, tengo salud física y mental, pero estoy envejeciendo y pensar en la muerte es normal. No me interesa vivir a cualquier costo, tampoco me interesa vivir eternamente, no entiendo a las personas que buscan la eterna juventud y que le temen a la muerte. Sentimiento sembrado, una y otra vez, por el cristianismo, con el fin de poder manipular a las masas que lo siguen. Si es cierto que hay otro mundo, y que después de la muerte se renace en dios, entonces ¿Cuál es el miedo? Muchas deben ser las dudas de los fieles creyentes. Lo siento por ellos, aun así respeto su dogma, por lo que exijo que mi forma de pensar, y la de tantas otras personas, también sea respetada.

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