domingo, 18 de mayo de 2014

NOSOTROS, LOS OLVIDADOS

Está lloviendo a cántaros, los niños están cansados y tienen frío, de hambre ya ni se quejan. Llevamos un buen rato caminando; la casa, la tierra, los animales, todo quedó atrás. Tuvimos que salir volando, no nos dieron la oportunidad de preparar los corotos, estamos más pobres que nunca, y lo que es peor, aún no sabemos adónde ir. No conocemos otra vida fuera del campo, a la ciudad nunca hemos ido, A mi marido le dijeron que si no se marchaba, le iba a costar caro. Sabemos que no es una broma. En esta país los campesinos estamos entre dos fuegos, no tenemos escapatoria. O somos compinches de la guerrilla o estamos con los paras y el ejército. O somos todo a la vez. ¡Dios, no para de llover! Mi niña tiene una tos que no me gusta y no tengo nada para darle. En mi cocina le hubiese preparado una limonada caliente con miel, eso se la calmaría un poco y la ayudaría a dormir. Aunque de estar en casa lo más seguro es que no tosería. A estas horas dormiría la siesta, mi marido estaría en las labores del campo y yo pararía de trabajar. Siempre estoy atareada con las gallinas, con el pancoger, con el hogar. Los campesinos no paramos de trabajar, sobre todo las mujeres. Somos las primeras en levantarnos y las últimas en acostarnos. Toda la responsabilidad de la familia recae en nosotras, aunque los hombres crean que son ellos los que llevan las riendas; de ser así nuestra vida sería mucho más fácil. Cuando mi marido se levanta antes del amanecer, yo ya he encendido el fuego en la cocina, he preparado la aguapanela, el chocolate, las arepas. Las jornadas en el campo son largas, extenuantes, peor no tediosas. Siempre hay algo que nos sorprende. Un pájaro que canta, un conejo que corre a campo traviesa, un perro que ladra y menea la cola, el olor a leche recién ordeñada, el aroma de una flor, la frescura del agua del río en una tarde calurosa o una noche estrellada. ¿Cómo sobrevivir? Porque al gobierno no le importa nuestra suerte. La guerra la sufrimos nosotros. En las ciudades ni se enteran de esa palabra. Oí decir que para el presidente el conflicto armado ni siquiera existe. ¿Se imaginan? Debe ser porque nunca ha cargado un fusil, ni le ha tocado caminar huyendo de su propia tierra; de todas formas no lo haría, se moriría del miedo pensando que puede pisar una mina; de esas que están por todas partes y que dejan a los niños sin piernas. Estamos huyendo y nadie nos ayuda, somos los olvidados del mundo; aunque en este país nos llaman los desplazados. Una forma de no ubicarnos en ninguna parte, de deshacerse de nosotros. ¿Y si regresáramos? ¿Si nos enfrentáramos a los que se hacen llamar comandantes, capitanes y les dijésemos que esa es nuestra casa y que no nos movemos de allí? Sería en vano. Suelen ser vengativos y crueles. Todos son iguales, no se puede escoger entre ellos. Son como gallinazos esperando la carroña. Se lo comen todo, destruyen todo. Las esperanzas, el amor, el alma. Por eso nos vamos. Tenemos los hijos, debemos sacarlos de este infierno; es su derecho. Ya no rezo, me cansé de hacerlo. Me cansé de pedir que se acabe esta vida de mierda que llevamos desde que la guerra llegó a estos lares. Supongo que Él, si es que de verdad existe, también se olvidó de nosotros.