lunes, 11 de mayo de 2015

VINCENT VAN GOGH O LA FURIA DE LA PINTURA

Vincent Van Gogh (Zundert, Holanda 1853- Auvers-sur-Oise, Francia,1890) es uno de mis pintores favoritos; así que cada vez que puedo ver una de sus obras lo hago con la misma emoción y sorpresa, como si fuese la primera vez; nunca me canso de hacerlo. Eso fue lo que me sucedió el pasado viernes 8 de mayo cuando visité por cuarta vez el Museo Van Gogh de Amsterdam. Eso sin tener en cuenta las numerosas veces que he visitado el Museo de Orsay en París. Es de anotar que actualmente es el invitado de honor de Monza (Bélgica), la Capital de la Cultura Europea de 2015; la misma ciudad donde comenzó a predicar cuando quiso ser pastor. Van Gogh realizó 900 pinturas y 1600 dibujos, todo ésto en el espacio de tan solo diez años y dejó una impronta en el arte difícil de ignorar. El Fauvismo, sobre todo si se piensa en Derain, Vlaminck o Kees Van Dongen es uno de sus discípulos, pero también lo es El Expresionismo Alemán. Sin la explosión de colores, orgía sería la palabra adecuada, estas corrientes pictóricas, o estos artistas, no habrían surgido, o habrían tardado más tiempo en hacerlo, o lo habrían hecho de una forma diferente. Pero sobre todo nuestra percepción del arte no sería la que tenemos hoy en día. Van Gogh es uno de esos artistas torturados que dejaron una obra enorme y que nunca termina de sorprendernos; como más tarde lo sería la obra de Jean-Michel Basquiat. http://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/2012/10/09/jean-michel-basquiat/ Pero antes de esa explosión de colores su paleta fue sombría, los lienzos son casi que monocromos, y los colores tierra hablan de la miseria de los personajes representados. Me refiero básicamente a Los comedores de patatas.
Esa serie extraordinaria que pintó a los 32 años, después de haber vivido en Bélgica, donde fue a predicar como misionero y donde compartió la mesa con los olvidados de la sociedad del siglo XIX: los mineros. Antes ya había pintado a los tejedores artesanales y se sentía muy cerca de los campesinos; entre otras porque admiraba profundamente a Millet. Los rostros de Los comedores de patatas no son humanos. Están representados como si fuesen máscaras simiescas. Estos parias de la sociedad reflejan la miseria y el hambre, la esclavitud y la desesperanza. Podría decirse que se asemejan a pesadillas donde la luz nunca llega, como en los socavones de las minas de carbón donde los mineros trabajaban y morían; decir que vivían es casi que una falacia. Sus ojos mustios están desprovistos de inteligencia y los rasgos son más de fieras heridas que de humanos que esperan una vida mejor. Al verlos podría pensarse en lo que sería más tarde la época azul de Picasso; me refiero a esa aura de desamparo total que Picasso representó de una manera magistral. Esos mineros son los mismos que dieron origen a una de las obras cumbres de la literatura francesa del siglo XIX, Germinal de Emilio Zola; donde se retratan los socavones infames que hoy pueden visitarse en una de las minas de carbón convertidas en un museo, el Centro Histórico Minero, en la región de Nord-Pas de Calais. Y no digo infame por el oficio de la minería, sino por las condiciones infrahumanas en las que se llevaba a cabo; muy similares a las de decenas de minas en Colombia. Las minas de carbón del sur de Bélgica y del norte de Francia fueron cerradas a partir de 1965 y las últimas se cerraron hacia 1990. No sobra decir que esta transformación de la economía representó un cambio radical en la sociedad que había vivido por varias generaciones del carbón. Aún se sienten sus consecuencias, ya que ni Francia ni Bélgica tomaron las medidas necesarias para evitar el impacto económico que este cambio habría de representar para miles de familias que obtenían sus sustento diario de la actividad minera. En 1886, después de haber vivido en varios lugares, entre ellos Amberes, Vincent Van Gogh se trasladó a París, donde su hermano Theo, marchante de arte, le mostró los trabajos de Los Impresionistas. El resultado fue un cambio paulatino en su paleta, hasta llegar a los colores exuberantes y a la luminosidad que le imprimiría a sus cuadros una vez viviese en el Midi francés.
Este cuadro es una clara influencia de La siesta de Millet:
Se hizo amigo de Toulouse-Lautrec, de Gauguin, de Bernard, de Pisarro, entre otros; y por supuesto, al igual que ellos se mostró muy entusiasta con las estampas japonesas tan en boga en ese momento. Hokusai, Utamaro o Hiroshige pasarían a formar parte de los pintores que admiró y que copió a su manera. Ya para entonces había estado enfermo de sífilis, y aunque había logrado sobrevivir, lo había hecho perdiendo gran parte de su dentadura. De todas formas su carácter huraño, violento, en extremo solitario y sus cambios de humor, ya presagiaban lo que más tarde se convertiría en una enfermedad mental que lo hundiría cada vez más en un laberinto del que no pudo escapar; así el Dr. Gachet hubiese hecho todo lo posible por ayudarlo. Antes ya había estado en el sanatorio de Saint-Rémy de Provence. A esto se sumó su gusto por la absenta o ajenjo, ese licor del siglo XIX que tenía consecuencias funestas en la salud mental de algunas de las personas que lo tomaban regularmente. Entre los artistas y escritores que tomaron ajenjo estaban Manet, Degas, Baudelaire, Verlaine, Wilde, Picasso, Hemingway o Pessoa. Supuestamente las alucinaciones que tenían, una vez ingerida la bebida, les ayudaba en su creación artística y literaria. Es en Saint-Rémy de Provence que pinta los abedules que suben al cielo como si se tratase de llamas y sus cielos son huracanes que se llevan todo consigo. Una hermosa forma de representar el Mistral, el viento del Norte que caracteriza a esta región francesa.
Ya para ese entonces su pincelada era libre, suelta, ágil; muy cerca de El Puntillismo de Georges Seurat o de Paul Signac.
Antes de terminar no quiero pasar por alto la correspondencia que tuvo con su hermano Theo y la ayuda económica que éste le proporcionó a lo largo de varios años; sin la cual Vincent Van Gogh no hubiese podido tener la libertad para poder pintar como lo hizo durante esos últimos diez años de vida. Tampoco quiero olvidar la amistad con Gauguin, así hubiese terminado en poco menos que una tragedia. En cuanto a la ruptura de los pintores se tejió una leyenda en la cual el agresor es Van Gogh y la víctima Gauguin. Al parecer la historia es al contrario. Gauguin, maestro de esgrima, habría atacado a Van Gogh con un sable haciéndole una herida en el lóbulo de la oreja izquierda; Van Gogh reaccionó acabándoselo de cortar. Gauguin huyó a París al día siguiente, y Van Gogh no lo acusó lo suficiente como para abrir posteriormente un proceso; o a lo mejor no le creyeron del todo su versión de los hechos.
En mayo de 1889 se trasladó a vivir a Auvers-sur-Oise, allí fue que conoció al Dr. Gachet.
En junio de 1890 se disparó un tiro en el pecho y murió dos días después. Es en el cementerio de esta pequeña ciudad que está enterrado junto con su hermano Theo.
Dos tumbas que son un peregrinaje obligado para las personas que amamos el arte y que amamos a estos dos hombres tan importantes en la historia del arte. Uno como un genio de la pintura y el otro como el bastón en el que el genio se apoyó para poder pintar y pintar.