miércoles, 9 de mayo de 2018


Acabo de leer de un tirón, casi sin respirar, Amor en la nube (Editorial Universidad de Antioquia, 2018) la primera novela de Ana Cristina Vélez, a quien conocemos por sus libros sobre arte y ciencia, y sobre todo por su blog Catrecillo de elespectador.com.; y antes de continuar con esta reseña quiero decir lo gratamente sorprendida que me ha dejado su obra, algo que me sucede muy raras veces, sobre todo en los últimos años.

Conozco a la escritora Ana Cristina Vélez desde hace algunos años, y a pesar de no habernos visto nunca “tête à tête”, puedo afirmar que somos muy buenas amigas; mucho más que si nos hubiésemos conocido de toda la vida. Tenemos muchas afinidades en común y hemos ido cultivando nuestra amistad como un inmenso privilegio que la vida -no el cielo- nos ha otorgado. Me siento más cerca de ella que de otras personas con las que solo comparto lazos de “sangre”. Sin embargo, el afecto, la admiración y el respeto que siento por ella, no influyen para nada en mi criterio para apreciar o no su obra; algo que a veces algunos de mis detractores no entienden cuando escribo sobre autores que conozco personalmente o con los que comparto apellido más no lazos familiares; como es el caso de la gran poeta Lucía Estrada, y a quien desafortunadamente no conozco personalmente. En Colombia, el país camandulero y relativamente provincial, hacer elogios pasa necesariamente por los supuestos beneficios que van a obtenerse después; eso incluye cuando se critica o se apoya a un candidato político. Si se le apoya es porque ya nos han ofrecido algún cargo público; y si gana, y así vivamos en un país a diez mil Km de distancia, cogeremos el primer avión para ir a arrodillarnos ante el supuesto honor que representa tener un cargo público. Eso habla de la mezquindad del pensamiento burocrático y clientelista de los colombianos del común.

Habiendo hecho esta aclaración previa paso a hablar sobre Amor en la nube, la novela que me sorprendió por su gran sentido del humor y por la agudeza de su argumentación a todo lo largo de la narración donde la escritora Vélez, no Anita, ese diminutivo muy utilizado por los hombres cuando algunas de nosotras sobresale en algún ejercicio profesional que ellos consideran de su ámbito personal. No es sino mirar en lo político (entonces nos llaman Clarita, por Clara López, o Claudia, por Claudia López, cuando no es “la mujer brava que parece más bien un hombre”). En fin, esa constante descalificación que la sociedad patriarcal hace del trabajo profesional y disciplinado que hemos venido ejerciendo las mujeres en todos los ámbitos del conocimiento.  Incluso hay poetas que cuando escriben sobre alguna escritora que les ha impresionado, en vez de profundizar en la maestría del lenguaje o en su poética, o en el tema por ella desarrollado, o en la complejidad de la construcción narrativa, simple y llanamente dicen algo así: “ muy simpática”, muy buena persona”; y el peor de todos: “es bonita y simpática”; como si la belleza física o su simpatía fueran más importantes que la inteligencia y que el trabajo intelectual desarrollados y adquiridos en largos y constantes años de estudio y de mucha lectura.

Porque lectura y trabajo es lo que hay detrás de Amor en la nube de Ana Cristina Vélez. Su novela, aparte de un maravilloso divertimento, es una prueba fehaciente de su inmensa sapiencia, de su erudición; tanto desde el punto de vista literario y artístico, como desde el punto de vista científico. Además, conoce y maneja muy bien lo que yo denomino secretos del andamiaje (lo que comúnmente suele llamarse trabajo de carpintería), que hay detrás de la construcción de una obra literaria.

La obra, tal y como lo anotaba al principio, se lee de un tirón, no da respiro, cerrar el libro, sin haberlo terminado, es como si el aire desapareciera de nuestro entorno; queremos saber que sigue, cual va a ser el siguiente apunte de Teresa, su protagonista, geóloga y docente universitaria,  poseedora de una gran inteligencia y rebeldía, una contestaría en el sentido literal de la palabra; laica, librepensadora, atea hasta la médula, consciente que para la preservación del planeta debemos ser menos consumidores; crítica con las mujeres que se visten como si siempre fuesen a entrevistarse con el papa  -lo del papa es una expresión mía-; Teresa alude todo el tiempo a  esas mujeres que creen que salir a la calle sin maquillarse es un crimen y que por lo tanto son menos femeninas; a lo que yo le respondo que la mayoría de ellas abusa tanto de los afeites que son eternos árboles de navidad, ya que no se maquillan sino que se decoran.

Pero sobre todo Amor en la nube es un elogio a la libertad, es la búsqueda del amor y de la pasión, algo que no siempre va de la mano, y para ello Teresa no escatima en buscar todos los artilugios posibles, desde Internet, de ahí el título de la novela, hasta hacerle la corte a un colega de la universidad; solo que su “corte” es bastante discreta, tan discreta que el “objetivo” tarda meses en darse cuenta que ella existe.

Ana Cristina Vélez se refiere a su novela como “anticatólica”, yo le respondo que es ante todo una obra laica en el sentido literal de la palabra, por lo tanto es una obra “antirreligiosa” que hurga en los miedos, en las taras que la religión nos ha inculcado a través de los siglos. Vélez lo dice muy bien, palabras más palabras menos, nos recuerda que hace apenas 2018 años que el hombre puede salvarse; antes, al no saber que el dios de los cristianos existía, aparentemente estaba condenado al fuego eterno. Tampoco deja de recordarnos el peso descomunal de las “culpas”, de los “pecados” que la religión, en este caso judeo-cristiana, nos ha inoculado con la peor de las cicutas; sobre todo si se trata de preservar la sumisión y el virtuosismo que según la sociedad patriarcal y mojigata debería ser la bandera del comportamiento de una mujer; de no ser así, es “marimacha”, “pecadora”, “está condenada al infierno” y que si no se casa por la Iglesia es poco menos que una prostituta; y que hay que tener un hombre permanente en el hogar para zurcirle las medias y tenerle la sopa caliente cuando llegue del trabajo. Lo que me recuerda a una amiga que me decía “que es mejor tener un calzoncillo sucio tirado al lado de la cama que una docena limpios y bien doblados en el armario”; lo que quería decir que prefería un amante furtivo a un esposo de “polvos  fugaces”.

Y es que Amor en la nube es una obra feminista en el sentido literal de la palabra. Es una obra que resalta la importancia de la educación de la mujer, de su independencia económica, de su derecho al trabajo y a una vida digna, de su derecho de no depender de ningún hombre para vivir, viajar o simplemente para su solaz. Y si hablo de solaz, es porque la sociedad patriarcal condena a las mujeres solteras; como si ser célibe fuera una tara, como si no casarse con el “príncipe azul” fuese una tragedia griega. Se nos olvida que a veces es mejor la “autoayuda” que el “polvo obligado”.

Amor en la nube debería convertirse en una lectura OBLIGADA, y aquí si reivindico el concepto de imposición, en todos los colegios y universidades. Amor en la nube debería ser una iniciación en la vida afectiva, sexual y social de todos los colombianos. La lectura de María, de Jorge Isaacs, debería aplazarse para después; lo digo porque prefiero una sexualidad satisfecha que un beso en la mano cuando ya me encuentre definitivamente en los brazos de Tánatos sin haber dejado de ser doncella.
Por último Ana Cristina Vélez solo me resta decir ¡FELICITACIONES! Leer tu libro fue una experiencia intelectual, estética y personal de gran envergadura. Espero con ansias tu próxima novela, ojala tenga el gusto de escribirle un prólogo.











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