Turner y sus pintores es el nombre de la exposición que tuvo lugar en el Museo Grand Palais de París, (de febrero a mayo de 2010). Una exposición que ha sido realizada en asociación con la Galería Tate Britain de Londres y el Museo El Prado de Madrid. Esta exposición no sólo recoge la pintura de varios museos sino que se expone de una forma bastante original y pedagógica, ya que los lienzos de Turner son expuestos al lado de las pinturas y de los autores que tuvieron una gran influencia en su desarrollo pictórico, léase artistas que lo habían precedido como algunos de sus contemporáneos.
Es el caso de una de sus obras cumbres, “Helvoetsluys”, que comparte la misma sala de “La inauguración del Puente de Waterloo” de John Constable. Estas dos obras habían sido expuestas por primera vez en la Royal Academy en el año de 1832, una al lado de la otra. Con respecto a estos dos lienzos existe una anécdota bastante elocuente sobre la personalidad de Turner. Cada vez que había una exposición se trasladaba con su lienzo y paleta al museo donde iba a realizarse la muestra pictórica y allí trabajaba hasta el último momento, sólo dejaba de trabajar el día de la inauguración. Esto le daba la posibilidad de estudiar ampliamente las obras que iban a exponerse al lado de la suya y le permitía hacer algunos cambios con el objetivo final de opacar el trabajo de sus colegas y resaltar el suyo. En el caso de la marina señalada, Turner comprendió que el trabajo desarrollado por Constable aventajaba el suyo, gracias al brillante dominio de la representación atmosférica, en este caso preciso el cielo pluvioso de Londres, tema que Constable manejaba a la perfección; además había utilizado el color rojo para resaltar algunos aspectos de la obra, entre ellos dos de los barcos allí representados, lo que confería al cuadro un aspecto festivo, necesario para conmemorar la gran derrota de las tropas francesas y la consecuente caída de Napoleón. El rojo, en medio de una gama de tonos grises, daba a su obra un destello inusitado. Así que después de observar el lienzo detenidamente, Turner decidió dar un toque final a su marina, que resultaría a la postre una excelente decisión y que haría de ella una verdadera obra maestra; simplemente pintó sobre las olas una especie de mancha bermellón, con el resultado que su obra se transformó y ganó fuerza, sobrepasando con creces la marina de Constable. Esta anécdota muestra a qué punto Turner sabía mirar y apreciar la obra de sus contemporáneos; aspecto que no siempre ha sido la característica de los artistas, enfrentados generalmente en pequeñas rencillas y celos profesionales.
Esta costumbre de trabajar hasta el último momento en el lugar preciso de la exposición hacía que los pintores temieran que sus obras fuesen expuestas en la misma sala que las del Maestro. Solían decir que colgar uno de sus cuadros al lado de un Turner era como colgarlo al lado de una ventana, ya que era el Turner el que se llevaba todas las miradas, haciendo invisibles todas las demás. Fue exactamente lo que pasó con la marina ya señalada de Constable. Y es que Turner fue un verdadero maestro de la representación pictórica del mar, lo que lo llevó a hacer circular una leyenda en la que aseguraba que estando en un barco había sobrevivido a una tempestad marina porque se había agarrado fuertemente de un mástil para no caer al mar enfurecido.
Turner fue un viajero incansable y un gran admirador del Museo del Louvre que había abierto sus puertas al público en 1793. Allí conoció la obra de Claude Lorrain, de Nicolás Poussin y de Antoine Watteau. En Holanda conoció la obra de Rembrandt y en Italia, la de Raphael, Tiziano y Canaletto, entre otros.
Turner es el pintor de lo etéreo, de lo inaprensible. Gracias a su gran capacidad de observación, a su paciencia y a su disciplina, ha sido considerado como el pintor del agua, del fuego, del cielo. Logró palpar lo impalpable y transmitirlo en un lenguaje poético. Esto permite que la sensibilidad del artista sea plenamente percibida por el espectador, pero también por los pintores que lo sucedieron. Es el caso del cuadro “El incendio del Parlamento” (1834-1835), tema que retomaría años más tarde Claude Monet (1840-1926). O bien, el color amarillo imperante en su óleo “El Temerario remolcado a dique seco” (1839), indudablemente tuvo una gran influencia en Vincent Van Gogh (1853-1890). Su gusto por la fugacidad, superficies borrosas, difuminados y colores intensos, serían tomados por los impresionistas, así como su estudio de la luz natural. Ha sido también considerado como precursor del abstraccionismo, para lo cual citaría su óleo “Paisaje de río con bahía al fondo” (1835).
En 1804 abrió una galería de arte donde exponía su propia obra y en 1822 la adecuó con un sofisticado sistema de iluminación cenital, cubrió sus paredes con pintura roja, transformando así su galería en un verdadero museo dedicado a su propia obra; un gesto extraordinario para su época, que muestra a qué punto estaba convencido de su genialidad.
En el momento de su muerte había legado su producción artística a la nación inglesa: 19000 dibujos y más de 200 lienzos. En su testamento señaló que una de sus marinas fuese expuesta siempre al lado de una marina de Le Lorrain. Su herencia fue entonces distribuida entre la National Gallery y la Tate Britain. Sus restos reposan en la Catedral de San Paul, no lejos de Lord Nelson y de otros personajes importantes de la historia británica. William Turner preside para siempre el lugar más importante en el panteón de la pintura inglesa, siendo reconocido como el más grande pintor inglés de todos los tiempos.
Bibliografía:
CLAY, Jean. L’Impressionisme. Hachette. Paris, 1971. (Préface de René Huyghe, de l’Académie Française, Professeur au Collège de France).
FAROULT, Guillaume. Turner et ses peintres. Album de l’exposition. Éditions de la réunion des musées nationaux. Paris, 2010.
HILLYER et Huey. Petite histoire de l’art et des artistas. Fernand Nathan. París.
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