viernes, 9 de diciembre de 2011

VENUS KHOURY-GHATA, PREMIO GONCOURT DE POESÍA 2011

El pasado miércoles 7 de diciembre fue otorgado el Premio Goncourt de Poesía a Venus Khoury-Ghata, quien ha ganado innumerables preseas literarias, como el Premio de la Academia Francesa (2009), el Premio Apollinaire o el Premio Mallarmé, entre otras.

Venus Khoury-Ghata nació en 1937 en el norte del Líbano, en un pequeño pueblo llamado Pshery, el mismo que vio llegar al mundo al poeta Jalil Gibran. Desde 1972 vive en París. Inicialmente trabajó para la revista Europa, dirigida en ese entonces por Louis Aragon, a quien ella, en compañía de otros colegas, tradujo al árabe. Es novelista y poeta, ha publicado alrededor de treinta títulos. Es de anotar que el New Yorker, al referirse a esta insigne poeta y novelista, dijo la siguiente frase: “Venus Khoury-Ghata es a la poesía lo que Gabriel García Márquez es a la novela”.

Su última libro Où vont les arbres? (¿Adónde van los árboles?) Mercvre de France 2011, indaga en su tema predilecto, la muerte. Ante nuestros ojos desfila la patria herida, violada, devastada por el fuego inclemente de la guerra. La Patria que tiene mil, un millón de amantes, la Patria que se casa todos los días con alguien diferente y a la que la autora llama madre:

“Se casa con guerreros y soldados de plomo

La casa se hundía a medida que ella se casaba de nuevo y que

Las lágrimas corrían por nuestras mejillas”

Es una progenitora que a pesar de estar muerta sigue engendrando hijos de hombres desconocidos que la violan en el patio trasero de un cementerio. Es entonces cuando la autora deja entrever que en realidad ella representa la muerte:

A veces es una madre que ama a sus hijos, pero otras:

“La madre quería vender a sus hijos pero ningún camino los aceptaba”

“Entre la madre y nosotros estaba la sombra del invierno”

“La madre nos quería con brazos largos… para introducirnos en su sueño”

La madre, con cara de fuego, se pierde en las colinas o detrás de los árboles, es esquiva, a veces amante, pero en general violenta. Es una trashumante en un “paisaje sedentario”. Cree partir cuando en realidad es el camino el que avanza.

Cuando hace referencia a la casa, describe su techo como una tumba, pero también como un hueco que entierra el sol:

“La casa le dio la espalda

Ella cavó un hueco dentro de otro hueco y cada noche enterró un sol”

La madre, eterna lavandera, lava la sangre de la tierra mientras que las manos de sus hijos se transforman en piedras.

Al final se pregunta quienes somos para contar la vida de nuestros padres mientras morimos con cada lámpara que se extingue.

Nota: La lectura de este libro me hizo sentir que en vez del Líbano, arrasado por guerras intestinas, la poeta estaba hablando de Colombia y de nuestros ríos de sangre, un país muy diferente a aquellos que se empeñan en mostrar sus habitantes, marcados por el signo de la violencia y de la pobreza, como los más felices del planeta.

domingo, 4 de diciembre de 2011

POMPEYA: EL ARTE DE VIVIR

El derrumbe de una civilización es sinónimo de olvido, y su rescate, una necesidad para la comprensión del pasado y del presente. Al menos esta pareciera ser la premisa de la exposición que actualmente presenta el Museo Maillol de París: “Pompeya: El arte de vivir”. Exposición dedicada, más que a la ciudad en sí misma, a la villa, a la casa, al domus de Pompeya, una de las dos ciudades sepultadas por la terrible erupción del Vesubio el fatídico 24 de agosto del año 79 de nuestra era; la otra ciudad, todo el mundo lo sabe, es Herculano. En esta soberbia exposición vemos desfilar ante nuestros ojos la vida doméstica, la privacidad de cada familia, casi que sentimos el olor del pan salir de sus hornos, el tintineo de las monedas cuando llegan al fondo de la bolsa o el susurro de las comadres contándose las unas a las otras las últimas noticias políticas o sus gemidos a la hora de amar; ya que podemos penetrar en la intimidad de sus hogares, bien sea uno patricio o de un humilde comerciante o de un liberto o la sombría habitación de un esclavo.
Hasta el siglo XVIII, más exactamente hasta el año 1713, nadie había visto ni visitado una verdadera domus romana. Esto fue posible gracias al príncipe d’Elbeuf, Emmanuel de Lorraine, residente de la Villa de Portici, que al ver que semana a semana los campesinos de la región le hacen llegar soberbias estatuas en mármol o diversos objetos de gran valor artístico procede a excavar, en una primera instancia, un teatro de estatuas que envía posteriormente a Viena. Por su parte, Carlos III de España, el rey de las dos Sicilias, ordena en 1734 que las excavaciones sean coordinadas y vigiladas, y en 1738 Herculano aparece debajo de las cenizas. Es sólo en 1748 que se descubre el foro y el barrio de los teatros de Pompeya. Europa, en pleno Siglo de las Luces, descubre estupefacta el Domus de los Papiros, una biblioteca que albergaba 1800 manuscritos antiguos. La fiebre por Pompeya acababa de comenzar, un estado que nunca más nos ha abandonado. Es a partir de ese momento que se comienza a entender que es un atrium, un balneum o un tablinum, entre otros conceptos. Los arquitectos descubren un mundo desconocido, de gran refinamiento, lleno de frescos y de mosaicos; algunos con temas que la falsa moral judeocristiana considera como lascivos; pero comunes y corrientes para la población romana de hace 2000 años.
A pesar de todas las sombras que todavía ocultan el pasado, Pompeya y Herculano nos dan la clave para la comprensión y lectura de un pasado donde el esplendor, la búsqueda permanente de la estética, del hedonismo, tenían un papel fundamental en una sociedad que había entendido muy bien que la vida es una sola y que no se debe desperdiciar ni un sólo minuto que pueda dedicarse al ocio y a la buena mesa, no en vano son ellos los que pusieron en la mesa lo que hoy en día los franceses consideran uno de sus platos insignes, el foie gras; eso si, sin dejar a un lado el trabajo que les permitió tener un excelente nivel de vida, sin este último aspecto dicha sociedad no hubiese llegado al altísimo refinamiento social, cultural y artístico que desarrolló.
Las casas poseían acueducto y alcantarillado; algo no muy común en la India de hoy en día. Habían letrinas tanto en las casas de los patricios, como para el pueblo en general. Es de anotar que las letrinas no eran cubículos unipersonales como las que hoy tenemos en nuestros hogares. Tanto para los griegos como para los romanos ésta era una actividad pública y allí se discutía de política, de filosofía, de literatura. En las casas de los patricios o comerciantes acaudalados incluso se servían ricas viandas; es decir, era una actividad desprovista de la intimidad que la sociedad occidental contemporánea le ha otorgado, incluso las letrinas eran compartidas por hombres y mujeres. No obstante, el alcantarillado no cubría toda la ciudad, en la mayoría de las casas se tiraba el agua sucia a la calle; por lo que en cada una de ellas habían especies de puentes, hechos con piedras más grandes que las del andén propiamente dicho, para poder transitar libremente sin tener que pisar el agua sucia.
En cuanto a la mujer se refiere, es importante anotar que tenía el derecho a trabajar al lado de su marido o bien emplearse en una panadería o como tejedora, o como lo que hoy conocemos una obrera; es decir, no estaba relegada al gineceo. Podía circular libremente por las calles o ir al teatro o recibir a sus amigas en su casa; y las mujeres casadas, conocidas como matronas, le rendían culto a Bona Dea, la diosa buena. El matrimonio estaba reservado a las clases altas y el divorcio era una práctica común; en las clases populares se practicaba la unión libre. El sexo estaba desprovisto de los conceptos que hoy consideramos obscenos o perversos. El acto amoroso se representaba permanentemente, tanto en los triclinium, comedores, como en las alcobas; la iconografía de falos y vulvas era común y podía incluso encontrarse en las tumbas. La iconografía de falos desproporcionados protegían a la familia y a la casa de los malos espíritus. Según Antonio Varone “el sexo era para los romanos un acto positivo, fuente de vida y de felicidad, un elemento mágico”, algo muy diferente a los prejuicios de la sociedad contemporánea.