viernes, 9 de noviembre de 2007

Detrás del espejo


Tengo tres o cinco años, estoy jugando con mis primas en la casa de la abuela. Es una casa enorme, llena de habitaciones cerradas y mal iluminadas, por las que yo me paseo triunfal, como si fuera otra persona. Me gusta ir a la casa de los abuelos. Cada vez que lo hago, mi mamá me peina con mucho cuidado y me viste como lo hace cuando vamos a misa los domingos. A veces me coloca mi camisa predilecta y luego me monta en el carro, hacemos un viaje largo; al menos eso me parece a mí. Cuando llegamos, mi mamá deja caer tres veces un gran aldabón que hay en la puerta de entrada. Me gusta su sonido, gong-gong-gong, es como si la música saliera de las entrañas de la casa, y luego la puerta se abre. Subimos una larga escalera, me da la impresión que subo hasta el cielo. Arriba están los abuelos, siempre hay galletas de vainilla y yo puedo comerme las que quiera. No hay restricciones. Al final de las escalas hay un corredor largo y al fondo está la cocina, corro a reclamar las galletas que tanto me gustan. Al lado del corredor, están alineadas las habitaciones, todas se comunican unas con otras. Al lado de la cocina hay más escaleras, así que sigo subiendo, llego a una gran terraza, es la terraza más grande que conozco, apenas para patinar; pero aún no sé, así que mi mamá no me deja traer los patines. Es el lugar de la casa que más me gusta. Los adultos nunca suben. Levanto mis brazos y toco el cielo. Oigo voces, me buscan y me dicen que baje, no les gusta que esté arriba solo, mi mamá no se cansa de decirme que es peligroso, yo no entiendo que es el peligro, miro para todos lados pero no lo veo. Imagino que debe ser un señor muy feo, a lo mejor tiene mal olor. No me gusta que la gente huela mal. Por eso me gusta tanto que mi mamá me bañe. Sé que debo obedecer, así que bajo. Me encuentro con mis primas. Me siento bien con ellas, menos con Susana. Jugamos a las escondidas. Hay tantos lugares donde esconderse en esta casa, así algunas puertas estén cerradas y no podamos cruzarlas. A mí no me gusta buscar, prefiero correr a esconderme y esperar, sin respirar apenas, que alguna de ellas descubra donde estoy. Pero siempre soy el primero que pillan y eso que me oculto muy bien, dentro del armario de mi abuela; estoy convencido que es el mejor escondrijo. Las puertas del armario tienen unos espejos del tamaño de las puertas, me gusta mirarme en ellos, a veces me da la impresión que mi cuerpo crece, que se transforma, me veo reflejado dos, tres, cuatro veces. Como si fuera un camaleón. Mi papá, que siempre me cuenta historias de animales, me habló hace poco de ellos. Me dijo que cambiaban de color, utilizó una palabra muy rara, que no entendí, me la repitió varias veces, como hace cuando quiere que yo me aprenda una palabra nueva. Mimetizar, mimetizar, mimetizar. La repetí varias veces. Es nuestro juego. El día de mi cumpleaños me regaló un libro de zoología, todos los días se sienta conmigo y me muestra un animal diferente. Me lee sus características, si tiene pelo o lana o plumas o escamas, me dice su nombre. Me explica si es mamífero u ovíparo, si es terrestre o acuático. Me gusta oír la voz de mi papá. Recuerdo que debo esconderme, así que abro la puerta del armario sigilosamente y me oculto detrás de los vestidos de la abuela. Me gustaría ponermelos algún día, voy a preguntarle si me presta alguno. Escucho pasos, tratan de no hacer ruido, pero yo puedo oír el aleteo de las moscas en la oscuridad de la alcoba, así que los pasos, por más silenciosos que sean no me pasan desapercibidos. Los pasos se paran al frente del armario, me quedo más quieto que nunca, ojalá continuen; pero la puerta comienza a abrirse, muy suavemente, sin hacer ruido. Tengo un poco de miedo, no quiero que me descubran. Pero a quien veo entrar es a Susana, a ella no le toca buscar, sino esconderse. Así que se pone un dedo en la boca y se sienta a mi lado. Ella es más grande que yo, cuando lloro, se burla de mí y se pone a cantar en un tono muy desagradable: -El bebé está llorando, el bebé está llorando... y entre más la escucho más ganas de llorar me dan. A veces pienso que no me quiere. Me hala el pelo o me da puños, con las otras primas es igual y después dice que no ha hecho nada. Y si la regañan, se aguanta y no llora. Esperanza ya nos ha debido de encontrar, no sé que le pasa hoy. Así que comienzo a aburrirme, además no contaba con la presencia de Susana, este es mi rincón, no sé porque vino a meterse aquí. Entre la ropa de mi abuela, hay algo que nunca había visto, es una prenda rara, como si fuesen dos cuencos de coco o dos tazas para naranjas o mandarinas. La cojo y la miro. Le pregunto a Susana si ella sabe qué es y me responde con aire de suficiencia: -Es para las mujeres, cuando sea mayor yo también tendré uno, mi mamá me lo prometió. Me lo arrebata de las manos y se lo pone en el pecho. Yo la encuentro linda y eso que no soy muy amigo de ella. Le respondo que yo también le voy a decir a mi mamá que me compre uno. Me responde con una gran carcajada, -¡Pero si tú no eres como yo! En su voz hay algo horrible, como si fuese un cuchillo, de esos que utilizan para cortar carne. Yo sé que hacen mucho daño, el otro día me corté un dedo y me salió mucha sangre y eso que mi mamá siempre me ha dicho que no debo jugar con ellos. No entiendo porque me dice que no soy como ella. Es verdad que tengo el pelo muy corto, pero yo quisiera tenerlo largo, como el de Esperanza. Me gusta su pelo, es sedoso y brillante, su mamá le hace unas trenzas muy bonitas. También me gusta su ropa. Yo no sé porque siempre me visten con pantalones, yo quisiera ponerme el vestido azul con el que ella va a misa, como el que tiene hoy. Susana, se sigue probando la pieza de los cuencos y yo quiero arrebatársela, ella no me deja. En cambio me dice que los hombres no usan ese tipo de prendas. Nuevamente siento que me hiere y cuando voy a ponerme a llorar, la puerta se abre y Esperanza grita emocionada: -1-2-3, los encontré.

Me llamo Orlando y tengo quince años. A todos mis compañeros les está saliendo barba, menos a mí; por lo que todo el tiempo me hacen bromas bastante pesadas. O me llaman niñita, marica, o me dan patadas o me insultan. Venir al colegio a veces resulta una tortura, pero ni modo de decirle a mi papá que me quiero salir. Además no estoy muy seguro que en otro colegio no me pase algo parecido. Yo solo siento que estoy atrapado en el nombre de Orlando. Como si ese nombre fuese mi verdugo. En las noches, en la soledad de mi alcoba, me imagino con otro nombre, sonoro y profundo: Cayetana. Con él callaría a mucha gente, a los que no me aceptan, a los que me pegan en la calle o en el colegio; pero sobre todo podría vestirme como una mujer. Al menos eso es lo que el médico me aconsejó. Mi papá está muy preocupado porque no desarrollo los músculos de un hombre y porque no hay atisbos de barba, así que me envió donde un médico. El doctor quizo saber que pensaba de mi cuerpo, y yo, por primera vez en la vida confesé mi deseo: -Quiero el cuerpo de una mujer, no me gusta el empaque con el que llegué al mundo. Él me aconsejó que me vistiera de mujer para ver si seguía pensando lo mismo. En la casa se armó la de Troya. La voz amada de mi padre sonó como los truenos en plena tormenta. No me pegó, pero el grito fue suficiente para producirme una gran herida.

Estoy parado al frente del espejo de la abuela. Trato de ponerme la prenda de los cuencos, mi mamá me dijo que se llamaba brasier. No sé como se pone. -¿Cómo harán las mujeres? -me pregunto-. Comienzo a sentir una sensación de incomodidad, no tardo mucho en saber porque, detrás de la silla, que hay a un lado de la cama, está escondida Susana. Me mira con una sonrisa burlona que me hiere el alma. Nuevamente me dice que yo no soy una niña y me ordena que me baje los pantalones, cuando lo hago ella se sube el vestido y se baja los calzones y señala con un dedo -¿Ves?, tú no tienes un pipí como el mío. Nunca lo tendrás. Luego se los sube y se va corriendo. Yo no puedo moverme, siento que estoy pegado al piso y de la rabia o de la sorpresa, no sé, me orino encima de la ropa. Susana debe de ser el peligro del que tanto habla mi mamá.

Tengo 20 años, mi papá sigue insistiendo que debo ver a un médico, -pero a uno competente -me dice, sin mirarme- no al tegua que le recomendó vestirse de mujer -aclara con la voz llena de ira-. Ya no me habla directamente, siempre me habla como si me enviara una razón, tampoco me mira a los ojos. Ya no soy el niño consentido a quien le solía leer historias de animales. El médico me prescribe un tratamiento hormonal, mi cuerpo comienza a cambiar; pero algo en mi interior sigue rechazando ese miembro que me estorba. Comienzo a ser aceptado por las chicas. Siempre me han gustado las mujeres, por eso anhelo ser como ellas. Ahora tengo una amiga con quien salgo siempre, no sé si estoy enamorado, pero nos entendemos; aunque ella no sabe que en el fondo la busco porque ella tiene lo que a mí me falta.

Un charco se ha formado a mi alrededor, huelo a orines, no me gusta sentirme sucio. Me pongo a llorar y veo a mi mamá parada en el umbral de la puerta preguntando porque no he ido al baño. No sé que responder. En el fondo sé que es mejor no hablar de los juegos con Susana. En la casa busco prendas de mi hermana mayor, me las coloco cuando ella no está. Descubro que hay una mansarda. Me escondo en ella cada vez que puedo. Se convierte en mi lugar predilecto. Allí hay un viejo baúl con ropa que nadie se pone. Los vestidos me quedan muy grandes, así que ensayo con las camisas, descubro que son de mujer, y aunque me llegan al suelo puedo caminar sin caerme todo el tiempo. En la buhardilla también hay un espejo, me paseo frente a él y sonrío cada vez que veo mi imagen, mi verdadera imagen, reflejada en él. Pienso que soy un camaleón, comienzo a entender la palabra mimetizar. Aprendo que yo también puedo cambiar de aspecto, ese es mi secreto, no debo revelarlo. Pero aquí, en este cuarto oscuro, es donde verdaderamente soy felíz. Susana no sabe de la existencia de este cuarto, así que cuando ella viene, yo no hablo de él, no quiero que suba.

Una amiga de la universidad, a la que le gusta mucho leer, siempre está con un libro en la mano, me habló hoy de un libro que lleva mi nombre: Orlando. Dice que es un libro muy bueno, de una escritora inglesa. Quedo atónito. Yo, que toda la vida he detestado mi nombre, y ahora descubro que es el título de un libro muy famoso. Me pongo un poco nervioso, pero ella no lo nota. Le digo que me hable un poco sobre el argumento.
-Es un hombre de la época isabelina, un aristócrata inglés, a quien le encantan las mujeres -igual que yo, pienso-.
-Orlando, sin ser un ser sobrenatural o un dios o algo parecido, ni envejece ni muere.
-Como en el caso de Dorian Gray -le contesto-.
-Algo así. Con la diferencia, que él no hace pactos de ninguna clase, ni tiene una mente abyecta, no tiene manchas que ocultar. El caso es que a mediados del siglo XIX, trescientos años después de haber nacido, y en plena época victoriana, un buen día se despierta siendo mujer. Es un libro que bucea en la intimidad del ser humano -concluye-.
Recuerdo el armario de la abuela y a Susana diciendo que no soy como ella, que nunca lo seré. Siento una gran desazón. Quiero salir corriendo a comprar el libro y no puedo. Otra vez estoy pegado al piso. Por primera vez intuyo que si puedo cambiar. Que el alma que habita en esta carcasa equivocada, puede al fin encontrar el cuerpo adecuado.

Mi mamá acaba de subir, me ha visto con ropas de mujer. Me ha hecho bajar de inmediato y me ha prohibido regresar a la mansarda. Mi secreto ha sido descubierto, me siento desnudo, no entiendo que mal puede haber en vestir ropas de mujer. No digo nada, pero ante mí todo es negro. Me han cerrado el acceso al único lugar donde soy yo mismo.

Tengo cuarenta años, estoy casado desde hace diez y tengo dos hijos. Soy un hombre roto, dual. En mí siempre ha habido un cisma. Debo fingir que soy felíz, cuando en el fondo quisiera recuperar lo que me quitaron antes de nacer, mi cuerpo de mujer. Tal vez si fuese andrógino, mi vida sería diferente. Cuando me quedo solo en el apartamento, me pongo la ropa de mi esposa y me paseo ante el espejo largo rato. Lo vengo haciendo desde hace unos tres años. Desde que visité a un chamán que al verme me dijo: -Debes aceptar a la otra que llevas en tí. Desde entonces he venido abriéndole camino a la Cayetana de mi adolescencia, poco a poco se apodera de mí y rompe el silencio. A medida que lo hace, mi cuerpo comienza a unirse, poco a poco voy dejando atrás la sensación de estar escindida. He hecho progresos, ya sé caminar en tacones y me desenvuelvo mejor con las manos. No quiero que mis gestos parezcan caricaturas cuando recupere mi verdadero yo. Deseo que cuando a ella le llegue el momento de hablar, no tenga los gestos de él. Desde hace poco estoy pensando en hacerme operar. Ese miembro que llevo entre las piernas cada vez me estorba más. Siento a Cayetana como si fuese un volcán que anida en mi interior, su fuerza magmática crece y crece; no demora en hacer explosión. Cuando eso ocurra, mi antigua armazón habrá desaparecido y dará paso al cuerpo que siempre he ansiado.





domingo, 4 de noviembre de 2007

EL RACISMO COMO PRETEXTO DE PERSECUCIÓN (artículo)

EL RACISMO COMO PRETEXTO DE PERSECUCIÓN



Nota: Este artículo fue publicado por primera vez en el año 1986 y cre que aún sigue vigente, por eso vuelvo a publicarlo. EL RACISMO Y LA HISTORIA: Según la definición del diccionario, racismo significa ‘Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que en ocasiones, ha motivado la persecución de otro grupo étnico considerado como inferior’.[1] Esta definición, difiere ligeramente de otras en cuanto que hace explícita la palabra “persecución”. El racismo, no es otra cosa que el arma más poderosa con la cual ha contado el hombre en el transcurso de la historia para poder perseguir, esclavizar y oprimir a diferentes grupos humanos que él mismo, en su omnipotencia, ha designado como inferiores.
El racismo ha sido el pilar de muchos sistemas políticos, económicos y religiosos; por lo tanto, no siempre ha representado el cúmulo de prejuicios que aún hoy persisten en contra de las mal llamadas minorías étnicas. Por el contrario, esta idea -como se verá posteriormente- es relativamente nueva.

ANTECEDENTES: Los griegos denominaban a todo aquel que no había nacido en territorio helénico con el apelativo de ''To xeno'' (el extranjero). Luego, "extranjero" se convirtió en "bárbaro", denominación recogida posteriormente por los romanos, sirviéndoles de baluarte en la campaña de extensión de su imperio. Luego, Occidente reemplazó el término por el de "salvaje", siendo este último el utilizado en nuestros días.
Es posible que "bárbaro'' haya sido en un principio identificado al canto inarticulado de los pájaros, en, contraposición al lenguaje humano. Y "salvaje", hace referencia directa a algo agreste, inhóspito, a selva, en últimas a la vida animal, opuesta en su totalidad a la cultura humana. En los dos casos se niega la existencia de una cultura diferente a la del pueblo que se autodenomina como "civilizado"[2].
En la mayoría de los grupos étnicos -considerados por Occidente como salvajes- la humanidad se restringe a su propia tribu o a su grupo lingüístico; hasta el punto que muchas de ellas tienen una palabra especial que designa a los integrantes de su pueblo como los hombres verdaderos, mientras que a los congéneres de otras tribus se les asigna una palabra que carece del significado esencial de "hombre", ésto es lo que comúnmente se conoce como etnocentrismo.

EL "CENTRO" EN EL MITO: Para los Incas, Cuzco significaba “ombligo del mundo”. En Irán, la montaña sagrada Haraberezaiti se haya igualmente en el centro de la tierra. La mitología judeo-cristiana considera al Gólgota el centro y el paraíso terrenal tiene la misma ubicación.[3] Ejemplos como estos abundan en las mitologías de Laos, Japón, Finlandia, etc... El simbolismo del "centro" aparece a su vez en la literatura y arquitectura medievales: "...la basílica de los primeros siglos de nuestra era, así como la catedral de la Edad Media, reproduce simbólicamente la Jerusalén celestial''.[4]

LOS "ELEGIDOS" Y LA PERSECUCIÓN: El pueblo israelita se considera como el “elegido” por Jehová. En la Edad Media, Occidente emprendió las grandes cruzadas con el pretexto de rescatar la tierra santa de manos paganas; pero como siempre el verdadero objetivo era ir tras la riqueza y el botín que la guerra pudiera depararle. Los españoles, escudándose en la idea que su fe y su religión eran las verdaderas y que su dios era el único, oprimieron, avasallaron y saquearon a América:"Si ese dios no reinara sobre el mundo, no habría esclavos ni amos, ni vasallos ni colonias.[5]

En la isla de La Española (hoy territorio de Haití y República Dominicana) a comienzos del siglo XVI, Fray Bartolomé de las Casas abogaba por los indios y denunciaba la explotación de la cual eran objeto por parte de los españoles, y proponía como único medio para abolirla, traer esclavos negros del África. Para defender a los nativos, alegaba que también eran hijos de Dios y que poseían -al igual que los cristianos- un alma. Al mismo tiempo, los indígenas dejaban a los cadáveres de los españoles hechos prisioneros varios días al sol, con el fin de verificar si sufrían o no el proceso de putrefacción.[6] Los franceses, mientras tanto, encarcelaban y torturaban a los hugonotes, y a sus mujeres las marcaban de la misma forma que lo hacían con las prostitutas. La Alemania nazi, inventó los hornos de cremación donde perecieron varios millones de judíos (que por lo demás siempre habían estado confinados en los ghettos europeos) y de gitanos, aunque ya nadie se acuerde del holocausto de estos últimos. ¿A quién podría importarle la muerte de un gitano? Total, no es explotable políticamente. Aún hoy siguen siendo objeto de persecución por parte de la policía europea, son los parias de la opulencia.

Rafael Leónidas Trujillo (dictador dominicano), persigue y asesina en los años 30, a 30.000 haitianos. Otro tanto de argentinos desaparece durante la dictadura militar, en la llamada guerra sucia. En la India persisten las castas y se persigue a la minoría musulmana. En Sri-Lanka, la persecución es contra el pueblo tamil.

Los ejemplos anteriores, sirven para ilustrar el hecho de que el racismo no es sólo un prejuicio contra el color de la piel, sino que la mayoría de las veces ha sido utilizado como pretexto para perseguir a aquellos que no profesan la misma religión o la misma ideología del pueblo colonizador o de la clase con el poder económico, militar y político necesarios para imponer su propia ideología.

EL CONCEPTO DE RAZA Y SUS IMPLICACIONES: El diccionario define el concepto de raza como un “grupo humano que presenta un conjunto constante de caracteres corporales distintivos y hereditarios”.[7] Y aunque en la actualidad sólo se distinguen tres grupos (caucasoides, mongoloides y negroides), aún se utiliza la clasificación del naturalista sueco Carlos Von Linneo (1707-1778); clasificación basada principalmente en la distribución geográfica y en el color de la piel de los individuos. De ahí la creencia común de raza blanca, negra, indígena, y en Colombia de raza criolla; llegándose incluso a hablar de raza manizaleña (concepto que fue explotado en la década de los '80 en una publicidad con fines turísticos para la ciudad). Las implicaciones de la anterior clasificación han sido funestas, y lo que es peor: se sigue perpetuando. ¿Cómo? A través de la educación, los medios de comunicación, los prejuicios sociales, la religión, la política.

EL RACISMO EN COLOMBIA: Para nadie es un secreto que el departamento del Chocó, las intendencias y comisarías han sido las regiones más desprotegidas por el gobierno. Su población representa la minoría del pueblo colombiano; minoría a la que se denomina despectivamente "negra e india". Estas regiones (que también forman parte del territorio nacional), carecen de vías de penetración suficientes, de servicios públicos, de programas verdaderamente eficientes de vivienda, salud y educación.
DICHOS POPULARES Y RACISMO: El lenguaje en Colombia posee un sinnúmero de dichos populares con marcada connotación clasista, que oculta en últimas los prejuicios raciales que se tienen contra los grupos minoritarios: "Hay que trabajar como negro para vivir como blanco". El insulto más grande es ser llamado "indio". Los periodistas se refieren a los jugadores negros con el eufemismo de "morenitos". Estas expresiones, utilizadas en todas las clases sociales, representan sólo algunos ejemplos del lenguaje racista empleado a diario por el colombiano. Habría que señalar que la educación impartida en los colegios, escuelas y universidades en general, continúa enseñando y transmitiendo la imagen de civilización occidental como la única aceptable, lo que supone que aún somos un país colonizado culturalmente.

[1] Diccionario Kapelusz de la Lengua Española, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, Argentina.
[2] Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Editions Gonthier, Unesco 1961, Bibliothéque Média-tions, France.
[3] Mircea Eliade, El Mito del Eterno Retorno, Alianza/Emecé.
[4] ..., Lo Sagrado y lo Profano, Labor /Punto Omega, 5a edición, 1983.
[5] Eduardo Galeano, Memorias del Fuego. 1. Los Nacimientos, Siglo XXI Editores, S.A., 8a edición.
[6] Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire.
[7] Diccionario Kapelusz.

Dos Mujeres (cuento)


Primera voz:


Estoy esperando mi turno, el médico debe de llamarme de un momento a otro. He venido sola. Llamé y pedí la cita, hablé directamente con él. No tuve necesidad de decirle para que llamaba, él lo sabía, simplemente me dijo cuanto costaría la intervención. El número de teléfono me lo dio una amiga, la única persona que conoce lo que voy a hacer. Las mujeres tenemos redes ocultas. La información circula de boca en boca, casi en un susurro. Echo un vistazo a mi alrededor, es una gran sala, limpia, agradable, bien decorada. El consultorio se encuentra en una casa ubicada en una zona residencial, donde varios médicos tienen sus consultorios. Aparentemente todo está en regla, menos el procedimiento que se me hará en unos cuantos minutos. Pensé mucho si debía hacerlo o no. La religión y la sociedad tienen un peso enorme en este país. Las mujeres y la sexualidad se miran a veces con cierto desprecio. Hace poco el presidente, que se cree el papá de todos nosotros, dijo en la televisión que “el gustico había que dejarlo para después del matrimonio”. ¡Vaya forma de hablar! Yo me pregunto dónde está su inteligencia y sin embargo fue reelegido. Por supuesto que yo no voté por él. Tampoco lo hice la primera vez. Sin embargo no es el único en pensar de esta manera. Muchos hombres lo hacen, pero son los primeros en querer acostarse con una mujer, sin tomar ninguna precaución, y después la dejan sola. Pero ese no es mi caso. Estoy casada, soy madre de dos adolescentes y me había hecho ligar las trompas hace más de diez años. Como quien dice, ejerzo una sexualidad legal desde el punto de vista social. Los sacerdotes aceptan las relaciones sexuales dentro del matrimonio sólo con fines reproductivos; debe de ser por eso que hay tanto cura detrás de los niños.

Segunda voz:


Nunca he sentido tanto pánico. Me siento sola, desamparada. Tengo solo veinte años y ya estoy en embarazo. Mi novio ni siquiera me quiso acompañar, a duras penas me dio parte del dinero para el aborto, lo demás lo tuve que pedir prestado. Nadie sabe donde estoy. Encontré este consultorio mirando los avisos clasificados del periódico. Llamé a varios y me decidí por el más económico. El consultorio -si es que puede llamársele así a esta casa oscura, ubicada en el sur de la ciudad, en un barrio de estrato tres y donde la limpieza brilla por su ausencia- más que darme tranquilidad contribuye a esta sensación de ahogo que me impide respirar. En mi familia ni siquiera sospechan que estoy en embarazo, de ser así mi papá me habría dado una paliza enorme y lo más seguro es que me habrían echado de la casa. ¿Y adónde ir? No tengo trabajo fijo, ni siquiera pude terminar el bachillerato. En cuanto a mi novio, me dijo que él no respondía; lo que quiere decir que no me hubiera ayudado. Ayer incluso lo vi muy amacizadito con una vecina. Ya me encontró reemplazo.
Primera voz:
Decía que lo pensé mucho. Amo a mis hijos y amo el rol de madre, pero no me siento capaz de recomenzar nuevamente con un bebé en brazos. Tengo que trabajar. El salario de mi marido y el mío a duras penas alcanza para llegar a fin de mes. Ya perdí la memoria de la última vez que salimos de vacaciones. La casa donde vivimos aún le pertenece al banco y faltan varios años para acabar de pagar la hipoteca. Mis hijos están en la universidad y eso cuesta un ojo de la cara. Hace mucho tiempo dejé de tener empleada, por una parte no podría seguir pagando sus servicios y por otra nos hemos arreglado para cumplir cada uno con las labores del hogar, hacemos un trabajo equitativo. Pero eso no quiere decir que mis hijos tengan que asumir la crianza de un nuevo miembro de la familia. Eso está descartado por completo, ni siquiera me planteé la posibilidad. Un hijo es responsabilidad de los padres, de nadie más. Ellos tienen sus propias vidas, los hemos educado para que sean autónomos, mi marido y yo respetamos su independencia y ellos la nuestra.
Segunda voz:
En mi casa no hay privacidad, somos cinco hijos, tres hombres y dos mujeres. La casa tiene dos habitaciones y el abuelo vive con nosotros. Así que hasta el espacio de lo que podría ser la sala, está ocupado. ¿Dónde podría criar a mi hijo? ¿En que cama lo acostaría, si ya la comparto con mi hermana? ¿Cómo darle de comer a un bebé, si yo misma tengo hambre permanentemente? Y si trabajase, ¿Quién me lo cuidaría?
Primera voz:
Tampoco le he dicho nada a mi marido. Entre los dos decidimos tener dos hijos y luego estuvimos de acuerdo en una ligadura de trompas. Ese día él me acompañó. Es un hombre solidario, me ama y me respeta; pero esto no estaba dentro de nuestros planes. Podría alegar que tengo problemas de salud, pero no es verdad, estoy muy bien. Considero que la mujer es dueña de su cuerpo, por lo tanto es la única que debe decidir si de verdad quiere tener sexo o no. Pienso también que el sexo debe de ser asumido de una forma responsable. Ese es mi caso, así que no veo porque no podría tomar una decisión yo sola con respecto a algo que me atañe a mí antes que a nadie. La legislación siempre ha estado en contra de la mujer, hasta ahora le había impedido el acceso a un aborto profiláctico, con todas las de la ley. Incluso si el niño por nacer era producto de una violación, y muchas de ellas son incestuosas, o si se comprobaba que tenía una malformación que hiciera inviable su vida o incluso si la vida de la madre corría peligro. Por fortuna la legislación cambió hace pocos meses. En cuanto a la interrupción de un embarazo en el que ninguna de estas características hacen parte de él, y es la mayoría de los casos -madres adolescentes, jefes de hogar agobiadas por la pobreza y con varios hijos, o mujeres como yo que libremente decidimos cuantos hijos tener y en que momento- aún se considera un delito que da de uno a tres años de prisión. Cuando las cárceles están llenas de paras y guerrilleros que han matado a cientos de personas, para luego salir libres en menos de lo que canta un gallo, en el caso de los primeros. Lo segundos se quedan un poco más, aunque nunca es suficiente. ¿Cómo pagar la vida de un ser humano? Peor aún, ¿Cómo pagar la vida de cientos de seres humanos? ¿Y los qué lo han perdido todo? Y lo que es peor, los jefes paras nunca van a parar a prisión. Eso por no hablar de los violadores de niños, la mayoría de ellos, al declararse culpables, terminan por no ir ni siquiera a la cárcel.
Segunda voz:
Al acostarme con mi novio sabía muy bien lo que podía pasar. Pero habla tan bonito... me dijo que me quería, que no iba a pasar nada, que era solo un momentico, que no había nada que temer y que además íbamos a casarnos. Y por supuesto le creí, la muy idiota. Y eso que este barrio está lleno de muchachitas como yo, con niños en brazos y los papás en brazos de otras.
Primera voz:
Las que pagamos somos las mujeres. Nos condenan por querer decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos. Porque esto también les atañe a ellos. Los hijos deben venir al mundo como consecuencia de un acto de amor, de responsabilidad, de esperanza y porque no, de capacidad económica. No se puede traer hijos al mundo a diestra y siniestra. Eso no es humano. Ni para ellos ni para nadie.
Segunda voz:
La muchacha que estaba adentro acaba de salir, es mi turno, hay otras cinco que esperan su turno. Me hacen una seña y entro. La puerta se cierra detrás de mí y me siento más sola que nunca.
Primera voz:
La respuesta de la jerarquía eclesiástica a la aprobación de la interrupción del embarazo, ha sido poco menos que aterradora. Su respuesta tajante fue que los legisladores que habían aprobado la ley estaban excomulgados y han amenazado con dicha práctica a las mujeres que aborten y a los médicos que hagan el procedimiento. Recientemente leí que en Colombia se practican alrededor de 400000 abortos anuales, cifra dada antes de la aprobación del aborto bajo las circunstancias anteriormente señaladas. Van a excomulgarnos a todas y a todos, ¿Y los abortos de los años anteriores? Al paso que van se quedarán sin fieles. Cualquiera diría que vivimos en tiempos de la inquisición. A lo mejor me mandan a la hoguera si llego a escribir lo que estoy pensando. En este país la tolerancia es cero y la violencia de género es pan de cada día.
Segunda voz:
Me sacaron del consultorio casi en andas. Veo en el rostro del médico, aunque no ví ningún diploma que lo acredite como tal, una ráfaga de terror. He comenzado a sangrar. Me dicen que debo irme rápido, que ellos no responden. Camino media cuadra, la cabeza me da vueltas, no veo nada, ya no siento nada.


Primera voz:
Recuerdo que en los años 70 y comienzos del 80 las adolescentes italianas viajaban a Inglaterra los fines de semana para poder abortar. El Estado italiano finalmente lo aprobó hace más de 20 años. En Francia, el aborto fue legalizado en 1975 y nadie hasta ahora ha sido excomulgado. La Iglesia sabe muy bien que el Estado francés es laico. Es gracias a la laicidad, que la presión de algunos grupos de musulmanes en el 2003 no tuvo eco en la campaña que se hizo para que la escuela pública aceptara que las estudiantes musulmanas llevaran puesto el shador o la pañoleta en las aulas de clase. De haberlo aceptado hubieran terminado por asistir con la burka puesta. La religión es muy importante, pero el derecho de cada cual a decidir sobre su propio cuerpo es una verdad incontestable, que va mucho más allá del credo de cada cual.

El médico me ha llamado. Me levanto segura de mi decisión. Sé que va a dolerme, soy consciente de ello y lo asumo libremente, es mi derecho.