viernes, 9 de noviembre de 2007

Detrás del espejo


Tengo tres o cinco años, estoy jugando con mis primas en la casa de la abuela. Es una casa enorme, llena de habitaciones cerradas y mal iluminadas, por las que yo me paseo triunfal, como si fuera otra persona. Me gusta ir a la casa de los abuelos. Cada vez que lo hago, mi mamá me peina con mucho cuidado y me viste como lo hace cuando vamos a misa los domingos. A veces me coloca mi camisa predilecta y luego me monta en el carro, hacemos un viaje largo; al menos eso me parece a mí. Cuando llegamos, mi mamá deja caer tres veces un gran aldabón que hay en la puerta de entrada. Me gusta su sonido, gong-gong-gong, es como si la música saliera de las entrañas de la casa, y luego la puerta se abre. Subimos una larga escalera, me da la impresión que subo hasta el cielo. Arriba están los abuelos, siempre hay galletas de vainilla y yo puedo comerme las que quiera. No hay restricciones. Al final de las escalas hay un corredor largo y al fondo está la cocina, corro a reclamar las galletas que tanto me gustan. Al lado del corredor, están alineadas las habitaciones, todas se comunican unas con otras. Al lado de la cocina hay más escaleras, así que sigo subiendo, llego a una gran terraza, es la terraza más grande que conozco, apenas para patinar; pero aún no sé, así que mi mamá no me deja traer los patines. Es el lugar de la casa que más me gusta. Los adultos nunca suben. Levanto mis brazos y toco el cielo. Oigo voces, me buscan y me dicen que baje, no les gusta que esté arriba solo, mi mamá no se cansa de decirme que es peligroso, yo no entiendo que es el peligro, miro para todos lados pero no lo veo. Imagino que debe ser un señor muy feo, a lo mejor tiene mal olor. No me gusta que la gente huela mal. Por eso me gusta tanto que mi mamá me bañe. Sé que debo obedecer, así que bajo. Me encuentro con mis primas. Me siento bien con ellas, menos con Susana. Jugamos a las escondidas. Hay tantos lugares donde esconderse en esta casa, así algunas puertas estén cerradas y no podamos cruzarlas. A mí no me gusta buscar, prefiero correr a esconderme y esperar, sin respirar apenas, que alguna de ellas descubra donde estoy. Pero siempre soy el primero que pillan y eso que me oculto muy bien, dentro del armario de mi abuela; estoy convencido que es el mejor escondrijo. Las puertas del armario tienen unos espejos del tamaño de las puertas, me gusta mirarme en ellos, a veces me da la impresión que mi cuerpo crece, que se transforma, me veo reflejado dos, tres, cuatro veces. Como si fuera un camaleón. Mi papá, que siempre me cuenta historias de animales, me habló hace poco de ellos. Me dijo que cambiaban de color, utilizó una palabra muy rara, que no entendí, me la repitió varias veces, como hace cuando quiere que yo me aprenda una palabra nueva. Mimetizar, mimetizar, mimetizar. La repetí varias veces. Es nuestro juego. El día de mi cumpleaños me regaló un libro de zoología, todos los días se sienta conmigo y me muestra un animal diferente. Me lee sus características, si tiene pelo o lana o plumas o escamas, me dice su nombre. Me explica si es mamífero u ovíparo, si es terrestre o acuático. Me gusta oír la voz de mi papá. Recuerdo que debo esconderme, así que abro la puerta del armario sigilosamente y me oculto detrás de los vestidos de la abuela. Me gustaría ponermelos algún día, voy a preguntarle si me presta alguno. Escucho pasos, tratan de no hacer ruido, pero yo puedo oír el aleteo de las moscas en la oscuridad de la alcoba, así que los pasos, por más silenciosos que sean no me pasan desapercibidos. Los pasos se paran al frente del armario, me quedo más quieto que nunca, ojalá continuen; pero la puerta comienza a abrirse, muy suavemente, sin hacer ruido. Tengo un poco de miedo, no quiero que me descubran. Pero a quien veo entrar es a Susana, a ella no le toca buscar, sino esconderse. Así que se pone un dedo en la boca y se sienta a mi lado. Ella es más grande que yo, cuando lloro, se burla de mí y se pone a cantar en un tono muy desagradable: -El bebé está llorando, el bebé está llorando... y entre más la escucho más ganas de llorar me dan. A veces pienso que no me quiere. Me hala el pelo o me da puños, con las otras primas es igual y después dice que no ha hecho nada. Y si la regañan, se aguanta y no llora. Esperanza ya nos ha debido de encontrar, no sé que le pasa hoy. Así que comienzo a aburrirme, además no contaba con la presencia de Susana, este es mi rincón, no sé porque vino a meterse aquí. Entre la ropa de mi abuela, hay algo que nunca había visto, es una prenda rara, como si fuesen dos cuencos de coco o dos tazas para naranjas o mandarinas. La cojo y la miro. Le pregunto a Susana si ella sabe qué es y me responde con aire de suficiencia: -Es para las mujeres, cuando sea mayor yo también tendré uno, mi mamá me lo prometió. Me lo arrebata de las manos y se lo pone en el pecho. Yo la encuentro linda y eso que no soy muy amigo de ella. Le respondo que yo también le voy a decir a mi mamá que me compre uno. Me responde con una gran carcajada, -¡Pero si tú no eres como yo! En su voz hay algo horrible, como si fuese un cuchillo, de esos que utilizan para cortar carne. Yo sé que hacen mucho daño, el otro día me corté un dedo y me salió mucha sangre y eso que mi mamá siempre me ha dicho que no debo jugar con ellos. No entiendo porque me dice que no soy como ella. Es verdad que tengo el pelo muy corto, pero yo quisiera tenerlo largo, como el de Esperanza. Me gusta su pelo, es sedoso y brillante, su mamá le hace unas trenzas muy bonitas. También me gusta su ropa. Yo no sé porque siempre me visten con pantalones, yo quisiera ponerme el vestido azul con el que ella va a misa, como el que tiene hoy. Susana, se sigue probando la pieza de los cuencos y yo quiero arrebatársela, ella no me deja. En cambio me dice que los hombres no usan ese tipo de prendas. Nuevamente siento que me hiere y cuando voy a ponerme a llorar, la puerta se abre y Esperanza grita emocionada: -1-2-3, los encontré.

Me llamo Orlando y tengo quince años. A todos mis compañeros les está saliendo barba, menos a mí; por lo que todo el tiempo me hacen bromas bastante pesadas. O me llaman niñita, marica, o me dan patadas o me insultan. Venir al colegio a veces resulta una tortura, pero ni modo de decirle a mi papá que me quiero salir. Además no estoy muy seguro que en otro colegio no me pase algo parecido. Yo solo siento que estoy atrapado en el nombre de Orlando. Como si ese nombre fuese mi verdugo. En las noches, en la soledad de mi alcoba, me imagino con otro nombre, sonoro y profundo: Cayetana. Con él callaría a mucha gente, a los que no me aceptan, a los que me pegan en la calle o en el colegio; pero sobre todo podría vestirme como una mujer. Al menos eso es lo que el médico me aconsejó. Mi papá está muy preocupado porque no desarrollo los músculos de un hombre y porque no hay atisbos de barba, así que me envió donde un médico. El doctor quizo saber que pensaba de mi cuerpo, y yo, por primera vez en la vida confesé mi deseo: -Quiero el cuerpo de una mujer, no me gusta el empaque con el que llegué al mundo. Él me aconsejó que me vistiera de mujer para ver si seguía pensando lo mismo. En la casa se armó la de Troya. La voz amada de mi padre sonó como los truenos en plena tormenta. No me pegó, pero el grito fue suficiente para producirme una gran herida.

Estoy parado al frente del espejo de la abuela. Trato de ponerme la prenda de los cuencos, mi mamá me dijo que se llamaba brasier. No sé como se pone. -¿Cómo harán las mujeres? -me pregunto-. Comienzo a sentir una sensación de incomodidad, no tardo mucho en saber porque, detrás de la silla, que hay a un lado de la cama, está escondida Susana. Me mira con una sonrisa burlona que me hiere el alma. Nuevamente me dice que yo no soy una niña y me ordena que me baje los pantalones, cuando lo hago ella se sube el vestido y se baja los calzones y señala con un dedo -¿Ves?, tú no tienes un pipí como el mío. Nunca lo tendrás. Luego se los sube y se va corriendo. Yo no puedo moverme, siento que estoy pegado al piso y de la rabia o de la sorpresa, no sé, me orino encima de la ropa. Susana debe de ser el peligro del que tanto habla mi mamá.

Tengo 20 años, mi papá sigue insistiendo que debo ver a un médico, -pero a uno competente -me dice, sin mirarme- no al tegua que le recomendó vestirse de mujer -aclara con la voz llena de ira-. Ya no me habla directamente, siempre me habla como si me enviara una razón, tampoco me mira a los ojos. Ya no soy el niño consentido a quien le solía leer historias de animales. El médico me prescribe un tratamiento hormonal, mi cuerpo comienza a cambiar; pero algo en mi interior sigue rechazando ese miembro que me estorba. Comienzo a ser aceptado por las chicas. Siempre me han gustado las mujeres, por eso anhelo ser como ellas. Ahora tengo una amiga con quien salgo siempre, no sé si estoy enamorado, pero nos entendemos; aunque ella no sabe que en el fondo la busco porque ella tiene lo que a mí me falta.

Un charco se ha formado a mi alrededor, huelo a orines, no me gusta sentirme sucio. Me pongo a llorar y veo a mi mamá parada en el umbral de la puerta preguntando porque no he ido al baño. No sé que responder. En el fondo sé que es mejor no hablar de los juegos con Susana. En la casa busco prendas de mi hermana mayor, me las coloco cuando ella no está. Descubro que hay una mansarda. Me escondo en ella cada vez que puedo. Se convierte en mi lugar predilecto. Allí hay un viejo baúl con ropa que nadie se pone. Los vestidos me quedan muy grandes, así que ensayo con las camisas, descubro que son de mujer, y aunque me llegan al suelo puedo caminar sin caerme todo el tiempo. En la buhardilla también hay un espejo, me paseo frente a él y sonrío cada vez que veo mi imagen, mi verdadera imagen, reflejada en él. Pienso que soy un camaleón, comienzo a entender la palabra mimetizar. Aprendo que yo también puedo cambiar de aspecto, ese es mi secreto, no debo revelarlo. Pero aquí, en este cuarto oscuro, es donde verdaderamente soy felíz. Susana no sabe de la existencia de este cuarto, así que cuando ella viene, yo no hablo de él, no quiero que suba.

Una amiga de la universidad, a la que le gusta mucho leer, siempre está con un libro en la mano, me habló hoy de un libro que lleva mi nombre: Orlando. Dice que es un libro muy bueno, de una escritora inglesa. Quedo atónito. Yo, que toda la vida he detestado mi nombre, y ahora descubro que es el título de un libro muy famoso. Me pongo un poco nervioso, pero ella no lo nota. Le digo que me hable un poco sobre el argumento.
-Es un hombre de la época isabelina, un aristócrata inglés, a quien le encantan las mujeres -igual que yo, pienso-.
-Orlando, sin ser un ser sobrenatural o un dios o algo parecido, ni envejece ni muere.
-Como en el caso de Dorian Gray -le contesto-.
-Algo así. Con la diferencia, que él no hace pactos de ninguna clase, ni tiene una mente abyecta, no tiene manchas que ocultar. El caso es que a mediados del siglo XIX, trescientos años después de haber nacido, y en plena época victoriana, un buen día se despierta siendo mujer. Es un libro que bucea en la intimidad del ser humano -concluye-.
Recuerdo el armario de la abuela y a Susana diciendo que no soy como ella, que nunca lo seré. Siento una gran desazón. Quiero salir corriendo a comprar el libro y no puedo. Otra vez estoy pegado al piso. Por primera vez intuyo que si puedo cambiar. Que el alma que habita en esta carcasa equivocada, puede al fin encontrar el cuerpo adecuado.

Mi mamá acaba de subir, me ha visto con ropas de mujer. Me ha hecho bajar de inmediato y me ha prohibido regresar a la mansarda. Mi secreto ha sido descubierto, me siento desnudo, no entiendo que mal puede haber en vestir ropas de mujer. No digo nada, pero ante mí todo es negro. Me han cerrado el acceso al único lugar donde soy yo mismo.

Tengo cuarenta años, estoy casado desde hace diez y tengo dos hijos. Soy un hombre roto, dual. En mí siempre ha habido un cisma. Debo fingir que soy felíz, cuando en el fondo quisiera recuperar lo que me quitaron antes de nacer, mi cuerpo de mujer. Tal vez si fuese andrógino, mi vida sería diferente. Cuando me quedo solo en el apartamento, me pongo la ropa de mi esposa y me paseo ante el espejo largo rato. Lo vengo haciendo desde hace unos tres años. Desde que visité a un chamán que al verme me dijo: -Debes aceptar a la otra que llevas en tí. Desde entonces he venido abriéndole camino a la Cayetana de mi adolescencia, poco a poco se apodera de mí y rompe el silencio. A medida que lo hace, mi cuerpo comienza a unirse, poco a poco voy dejando atrás la sensación de estar escindida. He hecho progresos, ya sé caminar en tacones y me desenvuelvo mejor con las manos. No quiero que mis gestos parezcan caricaturas cuando recupere mi verdadero yo. Deseo que cuando a ella le llegue el momento de hablar, no tenga los gestos de él. Desde hace poco estoy pensando en hacerme operar. Ese miembro que llevo entre las piernas cada vez me estorba más. Siento a Cayetana como si fuese un volcán que anida en mi interior, su fuerza magmática crece y crece; no demora en hacer explosión. Cuando eso ocurra, mi antigua armazón habrá desaparecido y dará paso al cuerpo que siempre he ansiado.





domingo, 4 de noviembre de 2007

EL RACISMO COMO PRETEXTO DE PERSECUCIÓN (artículo)

EL RACISMO COMO PRETEXTO DE PERSECUCIÓN



Nota: Este artículo fue publicado por primera vez en el año 1986 y cre que aún sigue vigente, por eso vuelvo a publicarlo. EL RACISMO Y LA HISTORIA: Según la definición del diccionario, racismo significa ‘Exacerbación del sentido racial de un grupo étnico que en ocasiones, ha motivado la persecución de otro grupo étnico considerado como inferior’.[1] Esta definición, difiere ligeramente de otras en cuanto que hace explícita la palabra “persecución”. El racismo, no es otra cosa que el arma más poderosa con la cual ha contado el hombre en el transcurso de la historia para poder perseguir, esclavizar y oprimir a diferentes grupos humanos que él mismo, en su omnipotencia, ha designado como inferiores.
El racismo ha sido el pilar de muchos sistemas políticos, económicos y religiosos; por lo tanto, no siempre ha representado el cúmulo de prejuicios que aún hoy persisten en contra de las mal llamadas minorías étnicas. Por el contrario, esta idea -como se verá posteriormente- es relativamente nueva.

ANTECEDENTES: Los griegos denominaban a todo aquel que no había nacido en territorio helénico con el apelativo de ''To xeno'' (el extranjero). Luego, "extranjero" se convirtió en "bárbaro", denominación recogida posteriormente por los romanos, sirviéndoles de baluarte en la campaña de extensión de su imperio. Luego, Occidente reemplazó el término por el de "salvaje", siendo este último el utilizado en nuestros días.
Es posible que "bárbaro'' haya sido en un principio identificado al canto inarticulado de los pájaros, en, contraposición al lenguaje humano. Y "salvaje", hace referencia directa a algo agreste, inhóspito, a selva, en últimas a la vida animal, opuesta en su totalidad a la cultura humana. En los dos casos se niega la existencia de una cultura diferente a la del pueblo que se autodenomina como "civilizado"[2].
En la mayoría de los grupos étnicos -considerados por Occidente como salvajes- la humanidad se restringe a su propia tribu o a su grupo lingüístico; hasta el punto que muchas de ellas tienen una palabra especial que designa a los integrantes de su pueblo como los hombres verdaderos, mientras que a los congéneres de otras tribus se les asigna una palabra que carece del significado esencial de "hombre", ésto es lo que comúnmente se conoce como etnocentrismo.

EL "CENTRO" EN EL MITO: Para los Incas, Cuzco significaba “ombligo del mundo”. En Irán, la montaña sagrada Haraberezaiti se haya igualmente en el centro de la tierra. La mitología judeo-cristiana considera al Gólgota el centro y el paraíso terrenal tiene la misma ubicación.[3] Ejemplos como estos abundan en las mitologías de Laos, Japón, Finlandia, etc... El simbolismo del "centro" aparece a su vez en la literatura y arquitectura medievales: "...la basílica de los primeros siglos de nuestra era, así como la catedral de la Edad Media, reproduce simbólicamente la Jerusalén celestial''.[4]

LOS "ELEGIDOS" Y LA PERSECUCIÓN: El pueblo israelita se considera como el “elegido” por Jehová. En la Edad Media, Occidente emprendió las grandes cruzadas con el pretexto de rescatar la tierra santa de manos paganas; pero como siempre el verdadero objetivo era ir tras la riqueza y el botín que la guerra pudiera depararle. Los españoles, escudándose en la idea que su fe y su religión eran las verdaderas y que su dios era el único, oprimieron, avasallaron y saquearon a América:"Si ese dios no reinara sobre el mundo, no habría esclavos ni amos, ni vasallos ni colonias.[5]

En la isla de La Española (hoy territorio de Haití y República Dominicana) a comienzos del siglo XVI, Fray Bartolomé de las Casas abogaba por los indios y denunciaba la explotación de la cual eran objeto por parte de los españoles, y proponía como único medio para abolirla, traer esclavos negros del África. Para defender a los nativos, alegaba que también eran hijos de Dios y que poseían -al igual que los cristianos- un alma. Al mismo tiempo, los indígenas dejaban a los cadáveres de los españoles hechos prisioneros varios días al sol, con el fin de verificar si sufrían o no el proceso de putrefacción.[6] Los franceses, mientras tanto, encarcelaban y torturaban a los hugonotes, y a sus mujeres las marcaban de la misma forma que lo hacían con las prostitutas. La Alemania nazi, inventó los hornos de cremación donde perecieron varios millones de judíos (que por lo demás siempre habían estado confinados en los ghettos europeos) y de gitanos, aunque ya nadie se acuerde del holocausto de estos últimos. ¿A quién podría importarle la muerte de un gitano? Total, no es explotable políticamente. Aún hoy siguen siendo objeto de persecución por parte de la policía europea, son los parias de la opulencia.

Rafael Leónidas Trujillo (dictador dominicano), persigue y asesina en los años 30, a 30.000 haitianos. Otro tanto de argentinos desaparece durante la dictadura militar, en la llamada guerra sucia. En la India persisten las castas y se persigue a la minoría musulmana. En Sri-Lanka, la persecución es contra el pueblo tamil.

Los ejemplos anteriores, sirven para ilustrar el hecho de que el racismo no es sólo un prejuicio contra el color de la piel, sino que la mayoría de las veces ha sido utilizado como pretexto para perseguir a aquellos que no profesan la misma religión o la misma ideología del pueblo colonizador o de la clase con el poder económico, militar y político necesarios para imponer su propia ideología.

EL CONCEPTO DE RAZA Y SUS IMPLICACIONES: El diccionario define el concepto de raza como un “grupo humano que presenta un conjunto constante de caracteres corporales distintivos y hereditarios”.[7] Y aunque en la actualidad sólo se distinguen tres grupos (caucasoides, mongoloides y negroides), aún se utiliza la clasificación del naturalista sueco Carlos Von Linneo (1707-1778); clasificación basada principalmente en la distribución geográfica y en el color de la piel de los individuos. De ahí la creencia común de raza blanca, negra, indígena, y en Colombia de raza criolla; llegándose incluso a hablar de raza manizaleña (concepto que fue explotado en la década de los '80 en una publicidad con fines turísticos para la ciudad). Las implicaciones de la anterior clasificación han sido funestas, y lo que es peor: se sigue perpetuando. ¿Cómo? A través de la educación, los medios de comunicación, los prejuicios sociales, la religión, la política.

EL RACISMO EN COLOMBIA: Para nadie es un secreto que el departamento del Chocó, las intendencias y comisarías han sido las regiones más desprotegidas por el gobierno. Su población representa la minoría del pueblo colombiano; minoría a la que se denomina despectivamente "negra e india". Estas regiones (que también forman parte del territorio nacional), carecen de vías de penetración suficientes, de servicios públicos, de programas verdaderamente eficientes de vivienda, salud y educación.
DICHOS POPULARES Y RACISMO: El lenguaje en Colombia posee un sinnúmero de dichos populares con marcada connotación clasista, que oculta en últimas los prejuicios raciales que se tienen contra los grupos minoritarios: "Hay que trabajar como negro para vivir como blanco". El insulto más grande es ser llamado "indio". Los periodistas se refieren a los jugadores negros con el eufemismo de "morenitos". Estas expresiones, utilizadas en todas las clases sociales, representan sólo algunos ejemplos del lenguaje racista empleado a diario por el colombiano. Habría que señalar que la educación impartida en los colegios, escuelas y universidades en general, continúa enseñando y transmitiendo la imagen de civilización occidental como la única aceptable, lo que supone que aún somos un país colonizado culturalmente.

[1] Diccionario Kapelusz de la Lengua Española, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, Argentina.
[2] Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire, Editions Gonthier, Unesco 1961, Bibliothéque Média-tions, France.
[3] Mircea Eliade, El Mito del Eterno Retorno, Alianza/Emecé.
[4] ..., Lo Sagrado y lo Profano, Labor /Punto Omega, 5a edición, 1983.
[5] Eduardo Galeano, Memorias del Fuego. 1. Los Nacimientos, Siglo XXI Editores, S.A., 8a edición.
[6] Claude Lévi-Strauss, Race et Histoire.
[7] Diccionario Kapelusz.

Dos Mujeres (cuento)


Primera voz:


Estoy esperando mi turno, el médico debe de llamarme de un momento a otro. He venido sola. Llamé y pedí la cita, hablé directamente con él. No tuve necesidad de decirle para que llamaba, él lo sabía, simplemente me dijo cuanto costaría la intervención. El número de teléfono me lo dio una amiga, la única persona que conoce lo que voy a hacer. Las mujeres tenemos redes ocultas. La información circula de boca en boca, casi en un susurro. Echo un vistazo a mi alrededor, es una gran sala, limpia, agradable, bien decorada. El consultorio se encuentra en una casa ubicada en una zona residencial, donde varios médicos tienen sus consultorios. Aparentemente todo está en regla, menos el procedimiento que se me hará en unos cuantos minutos. Pensé mucho si debía hacerlo o no. La religión y la sociedad tienen un peso enorme en este país. Las mujeres y la sexualidad se miran a veces con cierto desprecio. Hace poco el presidente, que se cree el papá de todos nosotros, dijo en la televisión que “el gustico había que dejarlo para después del matrimonio”. ¡Vaya forma de hablar! Yo me pregunto dónde está su inteligencia y sin embargo fue reelegido. Por supuesto que yo no voté por él. Tampoco lo hice la primera vez. Sin embargo no es el único en pensar de esta manera. Muchos hombres lo hacen, pero son los primeros en querer acostarse con una mujer, sin tomar ninguna precaución, y después la dejan sola. Pero ese no es mi caso. Estoy casada, soy madre de dos adolescentes y me había hecho ligar las trompas hace más de diez años. Como quien dice, ejerzo una sexualidad legal desde el punto de vista social. Los sacerdotes aceptan las relaciones sexuales dentro del matrimonio sólo con fines reproductivos; debe de ser por eso que hay tanto cura detrás de los niños.

Segunda voz:


Nunca he sentido tanto pánico. Me siento sola, desamparada. Tengo solo veinte años y ya estoy en embarazo. Mi novio ni siquiera me quiso acompañar, a duras penas me dio parte del dinero para el aborto, lo demás lo tuve que pedir prestado. Nadie sabe donde estoy. Encontré este consultorio mirando los avisos clasificados del periódico. Llamé a varios y me decidí por el más económico. El consultorio -si es que puede llamársele así a esta casa oscura, ubicada en el sur de la ciudad, en un barrio de estrato tres y donde la limpieza brilla por su ausencia- más que darme tranquilidad contribuye a esta sensación de ahogo que me impide respirar. En mi familia ni siquiera sospechan que estoy en embarazo, de ser así mi papá me habría dado una paliza enorme y lo más seguro es que me habrían echado de la casa. ¿Y adónde ir? No tengo trabajo fijo, ni siquiera pude terminar el bachillerato. En cuanto a mi novio, me dijo que él no respondía; lo que quiere decir que no me hubiera ayudado. Ayer incluso lo vi muy amacizadito con una vecina. Ya me encontró reemplazo.
Primera voz:
Decía que lo pensé mucho. Amo a mis hijos y amo el rol de madre, pero no me siento capaz de recomenzar nuevamente con un bebé en brazos. Tengo que trabajar. El salario de mi marido y el mío a duras penas alcanza para llegar a fin de mes. Ya perdí la memoria de la última vez que salimos de vacaciones. La casa donde vivimos aún le pertenece al banco y faltan varios años para acabar de pagar la hipoteca. Mis hijos están en la universidad y eso cuesta un ojo de la cara. Hace mucho tiempo dejé de tener empleada, por una parte no podría seguir pagando sus servicios y por otra nos hemos arreglado para cumplir cada uno con las labores del hogar, hacemos un trabajo equitativo. Pero eso no quiere decir que mis hijos tengan que asumir la crianza de un nuevo miembro de la familia. Eso está descartado por completo, ni siquiera me planteé la posibilidad. Un hijo es responsabilidad de los padres, de nadie más. Ellos tienen sus propias vidas, los hemos educado para que sean autónomos, mi marido y yo respetamos su independencia y ellos la nuestra.
Segunda voz:
En mi casa no hay privacidad, somos cinco hijos, tres hombres y dos mujeres. La casa tiene dos habitaciones y el abuelo vive con nosotros. Así que hasta el espacio de lo que podría ser la sala, está ocupado. ¿Dónde podría criar a mi hijo? ¿En que cama lo acostaría, si ya la comparto con mi hermana? ¿Cómo darle de comer a un bebé, si yo misma tengo hambre permanentemente? Y si trabajase, ¿Quién me lo cuidaría?
Primera voz:
Tampoco le he dicho nada a mi marido. Entre los dos decidimos tener dos hijos y luego estuvimos de acuerdo en una ligadura de trompas. Ese día él me acompañó. Es un hombre solidario, me ama y me respeta; pero esto no estaba dentro de nuestros planes. Podría alegar que tengo problemas de salud, pero no es verdad, estoy muy bien. Considero que la mujer es dueña de su cuerpo, por lo tanto es la única que debe decidir si de verdad quiere tener sexo o no. Pienso también que el sexo debe de ser asumido de una forma responsable. Ese es mi caso, así que no veo porque no podría tomar una decisión yo sola con respecto a algo que me atañe a mí antes que a nadie. La legislación siempre ha estado en contra de la mujer, hasta ahora le había impedido el acceso a un aborto profiláctico, con todas las de la ley. Incluso si el niño por nacer era producto de una violación, y muchas de ellas son incestuosas, o si se comprobaba que tenía una malformación que hiciera inviable su vida o incluso si la vida de la madre corría peligro. Por fortuna la legislación cambió hace pocos meses. En cuanto a la interrupción de un embarazo en el que ninguna de estas características hacen parte de él, y es la mayoría de los casos -madres adolescentes, jefes de hogar agobiadas por la pobreza y con varios hijos, o mujeres como yo que libremente decidimos cuantos hijos tener y en que momento- aún se considera un delito que da de uno a tres años de prisión. Cuando las cárceles están llenas de paras y guerrilleros que han matado a cientos de personas, para luego salir libres en menos de lo que canta un gallo, en el caso de los primeros. Lo segundos se quedan un poco más, aunque nunca es suficiente. ¿Cómo pagar la vida de un ser humano? Peor aún, ¿Cómo pagar la vida de cientos de seres humanos? ¿Y los qué lo han perdido todo? Y lo que es peor, los jefes paras nunca van a parar a prisión. Eso por no hablar de los violadores de niños, la mayoría de ellos, al declararse culpables, terminan por no ir ni siquiera a la cárcel.
Segunda voz:
Al acostarme con mi novio sabía muy bien lo que podía pasar. Pero habla tan bonito... me dijo que me quería, que no iba a pasar nada, que era solo un momentico, que no había nada que temer y que además íbamos a casarnos. Y por supuesto le creí, la muy idiota. Y eso que este barrio está lleno de muchachitas como yo, con niños en brazos y los papás en brazos de otras.
Primera voz:
Las que pagamos somos las mujeres. Nos condenan por querer decidir sobre nuestros cuerpos, sobre nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos. Porque esto también les atañe a ellos. Los hijos deben venir al mundo como consecuencia de un acto de amor, de responsabilidad, de esperanza y porque no, de capacidad económica. No se puede traer hijos al mundo a diestra y siniestra. Eso no es humano. Ni para ellos ni para nadie.
Segunda voz:
La muchacha que estaba adentro acaba de salir, es mi turno, hay otras cinco que esperan su turno. Me hacen una seña y entro. La puerta se cierra detrás de mí y me siento más sola que nunca.
Primera voz:
La respuesta de la jerarquía eclesiástica a la aprobación de la interrupción del embarazo, ha sido poco menos que aterradora. Su respuesta tajante fue que los legisladores que habían aprobado la ley estaban excomulgados y han amenazado con dicha práctica a las mujeres que aborten y a los médicos que hagan el procedimiento. Recientemente leí que en Colombia se practican alrededor de 400000 abortos anuales, cifra dada antes de la aprobación del aborto bajo las circunstancias anteriormente señaladas. Van a excomulgarnos a todas y a todos, ¿Y los abortos de los años anteriores? Al paso que van se quedarán sin fieles. Cualquiera diría que vivimos en tiempos de la inquisición. A lo mejor me mandan a la hoguera si llego a escribir lo que estoy pensando. En este país la tolerancia es cero y la violencia de género es pan de cada día.
Segunda voz:
Me sacaron del consultorio casi en andas. Veo en el rostro del médico, aunque no ví ningún diploma que lo acredite como tal, una ráfaga de terror. He comenzado a sangrar. Me dicen que debo irme rápido, que ellos no responden. Camino media cuadra, la cabeza me da vueltas, no veo nada, ya no siento nada.


Primera voz:
Recuerdo que en los años 70 y comienzos del 80 las adolescentes italianas viajaban a Inglaterra los fines de semana para poder abortar. El Estado italiano finalmente lo aprobó hace más de 20 años. En Francia, el aborto fue legalizado en 1975 y nadie hasta ahora ha sido excomulgado. La Iglesia sabe muy bien que el Estado francés es laico. Es gracias a la laicidad, que la presión de algunos grupos de musulmanes en el 2003 no tuvo eco en la campaña que se hizo para que la escuela pública aceptara que las estudiantes musulmanas llevaran puesto el shador o la pañoleta en las aulas de clase. De haberlo aceptado hubieran terminado por asistir con la burka puesta. La religión es muy importante, pero el derecho de cada cual a decidir sobre su propio cuerpo es una verdad incontestable, que va mucho más allá del credo de cada cual.

El médico me ha llamado. Me levanto segura de mi decisión. Sé que va a dolerme, soy consciente de ello y lo asumo libremente, es mi derecho.

viernes, 19 de octubre de 2007

POESÍA FRANCÓFONA (artículo)

POESIA FRANCOFONA

Nota de la autora: Aunque este blog está dedicado a la mujer, hoy hace referencia a la "poesía de las negritudes", poco conocida en nuestro medio. La poesía africana, al igual que la producción literaria de la mujer, es segregada, poco estudiada; sobre todo en Colombia, donde no deja de ser marginal. Y en un reconocimiento a poetas que conozco poco, publico este artículo como homenaje a una lírica hermosa y profunda.

El movimiento literario de las “negritudes” marcó la primera gran ruptura que se dio en el Africa colonial, con Léopold Sedar Senghor (Senegal, 1906-2001) a la cabeza; quien publica una Antología (Antología de la Nueva Poesía Negra y Malgache en Lengua Francesa, 1948) en la cual recoge parte del universo literario del Africa francófona. La literatura de las negritudes toma el nombre de los debates intelectuales que se dan en los años 30, impulsados por el poeta de origen antillano Aimé Césaire (Martinica, 1913), y posteriormente por Senghor y Jean-Paul Sartre. Aimé Césaire desarrolla su propio concepto de la negritud, en una hermosa cascada de imágenes que sienta las bases de un movimiento que habría de ser decisivo para las luchas anticolonialistas emprendidas por los países africanos en la década de los ‘60 :

“mi negritud no es una piedra, su sordera precipitada
contra el clamor del día
mi negritud no es una fuente de agua putrefacta en el ojo
muerto de la tierra
mi negritud no es ni una torre ni una catedral
ella se sumerge en la piel roja del sol
ella se sumerge en la piel ardiente del cielo
ella rompe el agobio que produce la paciencia”.

Y en otro poema denuncia la época colonial como solo un descendiente de esclavos puede hacerlo:

“(llegado) mi turno
elevaré al aire un grito tan violento
que salpicará de lodo al cielo
y por mis ramas desgarradas
y por el tiro insolente de mi fusil herido y solemne
le ordenaré a las islas que existan”.

El movimiento de las negritudes no es solamente un movimiento político, sino que busca ir más allá de la simple denuncia social, busca mostrarle a Occidente que el África y las Antillas también existen, y que el colonialismo es la peor vergüenza del siglo XX. Pero sobre todo, pretende mostrar que también pertenece a una cultura, por la que se debe luchar y ayudar a preservar. Todos los pueblos y culturas pertenecen a la humanidad, por lo que no puede ni debe excluirse ninguno de ellos. El movimiento es apoyado por intelectuales de la talla de Sartre, André Gide, Albert Camus, André Bretón, entre otros.

Para Senghor la “literatura de las negritudes” es un signo de reconocimiento, una fórmula que abrió camino a los poetas africanos nacidos en plena época colonial, y que además se identificaban con la lucha del pueblo africano. Su producción literaria no sólo denuncia la época colonial sino que refleja la búsqueda por una autenticidad cultural; la cual había sido ignorada para poder justificar, primero la esclavitud y luego la colonización, en este caso la francesa.

La literatura de las negritudes se define en un principio como un proyecto de rehabilitación del hombre y la mujer negros. Siendo su tema principal la exaltación del “alma negra”, que no es otra cosa que reconocer su existencia humana, algo que no siempre fue admitido por los países colonialistas. (Recordemos como hacia 1520 España se debate en un dilema teológico en el cual el tema primordial es si los indígenas americanos poseen o no un alma; lo que traducido a otros términos quería decir: ¿Son seres humanos o no lo son? Dando lugar a mitos culturales que han dejado una huella indeleble y que han sido el origen del racismo y la xenofobia por parte de los pueblos europeos en contra de los pueblos del mal llamado Tercer Mundo; dándose incluso la vergonzosa pregunta si los indígenas, negros, latinoamericanos, maghrebíes, asiáticos o el pueblo nativo australiano somos iguales a los blancos).

Para descubrir el espíritu de la lucha de las negritudes, es necesario mirar su obra literaria, puesto que son los primeros en hablar de ella al mismo tiempo; y el género que más impacta es la poesía, puesto que es el género predominante en el África colonialista y postcolonialista. Lo que no excluye que también se haya manifestado en los géneros de novela y ensayo, no obstante la literatura de las negritudes es esencialmente un mito poético. Mito que impuso una imagen y un modelo de poeta negro y de su poesía: Víctima de la colonización, el poeta se rebela con su canto; y como el poeta es negro, su canto adquiere todas las virtudes inherentes a su pueblo. El canto se destaca por una temática coherente, donde se exalta dicha condición. Todo comienza por un grito, el más violento que pueda imaginarse, una voz dolorosa toma como testimonio la inmensidad del sufrimiento negro; David Diop (Senegal, 1927-1960) lo expresa así:



“¡Sufre, pobre negro!...
El látigo silba
Silba en tu espalda sudorosa y sangrante (...)
¡Sufre, pobre negro!...
¡Negro obscuro como la miseria!”


El poeta explora los espacios infinitos del “país del sufrimiento”, de los barcos negreros, de la explotación de la caña de azúcar en la época infame de la esclavitud americana.

Para Jean-Paul Sartre “El negro consciente de sí mismo se ve ante sus propios ojos como el hombre en el que ha caído todo el dolor humano, que sufre por todos, incluyendo al blanco”. Al menos es lo que dice un poema de Bernard Dadié (Costa de Marfil, 1916):


“Te agradezco Señor, por haberme creado Negro,
por haber hecho de mí
la suma de todos los dolores,
(por haber) puesto sobre mi cabeza,
el Mundo.

Lo liberé del Centauro,
Y lo sostengo desde sus albores”.


En estos versos hay una clara alusión a la redención cristiana, y a la necesidad del sufrimiento, como única posibilidad de salvación eterna.
Senghor, por el contrario se rebela y denuncia la opresión. Cuando el dolor se convierte en algo insoportable, rechaza a Occidente y a la supuesta razón que lo sustenta. Léopold Sédar Senghor se regocija ante la fuerza liberadora:


“Pero yo romperé las risas en todos los muros de Francia”.

Y en otro poema:

“Que nosotros estemos presentes en el renacimiento del Mundo
Como la levadura que le es necesaria a la harina blanca,
(Puesto que) ¿Quién aprendería el ritmo del mundo muerto de
máquinas y cañones?”


El rebelarse supone mirarse dentro de sí mismo: Es el viaje interior que busca la identidad perdida o aniquilada. El poeta negro descubre nuevamente el paraíso de la negritud original; que no es otro que el prestigio de un pasado mas que glorioso y de la riqueza infinita de la tradición africana. La poesía se convierte en un eco nostálgico, como si fuera la música de un tambor lejano, que clama por un regreso del África sagrada y extraviada:

“África, África mía
África de violentos guerreros de las sabanas ancestrales
África a la que cantaba mi abuela
Al borde de un río lejano”.
David Diop


Y Birago Diop nos rebela el gran secreto de África: la comunicación permanente entre los seres humanos y los dioses, entre los vivos y los muertos, el pasaje abierto entre dos mundos (el profano y el sagrado):

“Aquellos que están muertos no han partido nunca,
ellos están en el niño que llora,
y en el tizón que arde.
Los muertos no están bajo tierra:
ellos están en el fuego que se expande,
ellos están en los árboles que lloran,
ellos están en la roca que se queja
ellos están en la selva, ellos están en la morada:
los muertos no están muertos.

Escucha mas a menudo
las cosas que los seres.
La voz del fuego se escucha,
escucha la voz del agua,
escucha en el viento
las breñas que sollozan
Es el aliento de los ancestros”.
Birago Diop (Senegal, 1906-1989)




Poemas traducidos por la autora del artículo

El velo (cuento)


El encuentro
I
La tarde del miércoles es mi preferida, no tengo que ir al liceo. Estoy tirada en mi cama, con los ojos cerrados, tratando de descansar un poco. El timbre suena dos veces con insistencia. Estoy sola en el cuarto y no tengo deseos de recibir a mis amigas. Escucho la voz de mi madre pidiéndome que eche un vistazo. Me paro con desgano y recorro la distancia que hay entre mi cuarto y la entrada principal. El timbre suena por tercera vez, -ya voy, ya voy -grito, malhumorada-. Al abrir la puerta, veo a un hombre parado en el corredor. Su rostro no me dice nada, no creo conocerlo. No es muy alto, debe medir 1.68 m., es más bien delgado, de rostro alargado; pienso que no ha debido afeitarse en los últimos días. Su pelo es liso y sus ojos cafés claros. No vive en el edificio. Todos los vecinos nos conocemos los unos a los otros, los muchachos son amigos de mis hermanos. Es una pequeña comunidad que ha dejado sus raíces atrás en busca de un mejor futuro. Un futuro que aún no llega. El recién llegado me mira y cuando voy a preguntarle que desea, da media vuelta y desaparece en el ascensor.

II
No había vuelto a pensar en el incidente, hasta ahora que lo he vuelto a ver al salir de la tienda de abarrotes con mi mamá. Está recostado en el umbral del edificio del frente, con los ojos puestos en el local. Apenas salimos se escabulle entre la gente. Hay otros “encuentros”, me doy cuenta que no son fortuitos, me molestan, me producen una sensación de agobio que no puedo definir. Puede ser a la salida del liceo, o en el parque, donde llevo a mi hermano pequeño, o en la calle donde vivo. Nunca me habla. No obstante su presencia me disgusta.

La petición
I
Son las ocho de la noche, estamos en familia, es la hora de la cena, no esperamos a nadie. El timbre de la puerta suena. Mi hermano mayor dice que debe de ser uno de sus amigos. Se equivoca, es el mismo hombre que me hostiga desde hace varias semanas. Sin ser invitado y sin saludar siquiera, entra directo a la sala. Pide hablar con mi papá y con mis hermanos. Mi mamá y yo nos vamos para la cocina. -¿Qué querrá? –me pregunta-. No contesto nada, pero yo lo sé. Lo comprendí al verlo atravesar el comedor y sentarse en el sofá. Es por mí que viene, quiere negociar con mi padre y la mercancía soy yo. Venimos de lejos, nos hemos instalado en los suburbios de una gran megalópolis, pero no hemos abandonado nuestras tradiciones ancestrales. En nuestra cultura las mujeres no escogen el marido, son los padres los que deciden por ellas. Me pregunto si mi papá y mis hermanos aceptarán su petición. Siento que los ojos se me llenan de lágrimas, pero sé que no puedo decir nada. De todas formas nadie me escucharía. Sólo me queda esperar.

II
Por mi mamá sé que el desconocido me quiere como esposa. Le ha propuesto a mi padre una buena cantidad de dinero, que él ha rechazado, tiene otros planes para mí. Debería sentirme aliviada, pero no lo estoy. Una vaga sensación de incertidumbre se aloja en mi pecho. Sigo saliendo a hacer las compras o al liceo; lo hago insegura, no quisiera encontrarlo al doblar una esquina o en la mitad de la calle; para mi gran tranquilidad no lo vuelvo a ver. Pasado el tiempo ya ni me acuerdo de él.

III
Hoy nos ha vuelto a visitar el supuesto pretendiente de F. y nuevamente lo he rechazado. No tengo nada en su contra, es sólo que no pertenece a nuestro mundo, aunque profese las mismas creencias religiosas. No habla nuestra lengua, ni conocemos su familia, no sabemos nada de él. Por otra parte he estado hablando con mi primo, hemos acordado unir a nuestras dos familias con la alianza entre su hijo y F. Aún no le he dicho nada a la madre ni a sus hermanos, pienso hacerlo pronto; cuando todo esté arreglado. En cuanto a mi hija será la última en saberlo, su opinión no cuenta, sabrá obedecer, como lo hizo su madre y la madre de su madre y así sucesivamente.

No duermas más, mi niña...
I
Es miércoles, acabo de hacer las compras del día. Me demoré un poco más en la tienda de abastos, había mucha gente esperando su turno. Regreso a casa, los paquetes están pesados, me detengo a cada instante para descansar un poco; ojalá que en casa sepan entenderlo, no me gusta ver a mi papá enojado. Cuando eso sucede me encierro en el cuarto, hasta que se le pase. Sólo me faltan 10 metros para llegar a la calle donde vivimos, respiro tranquila; si estoy con suerte llegaré antes que él. Al doblar la esquina escucho que me llaman por mi nombre, debe de ser uno de mis primos; levanto la cabeza confiada y es entonces cuando veo al señor de pelo liso y ojos cafés claros delante de mí. No debo hablarle, ni siquiera mirarle a la cara; sino me convertiría en la vergüenza de la familia. Decido pasar a su lado rápidamente, pero no logro hacerlo; me ha tirado algo al cuerpo, mis ropas se impregnan de un fuerte olor, luego enciende un fósforo, me ha convertido en una tea humana.

II
No sé donde estoy, imagino que en mi cuarto, aunque no reconozco el colchón donde estoy acostada. A veces escucho la voz de mis hermanos, aunque no logro comprender del todo lo que dicen. Solo he podido escuchar a mi papá que me susurraba muy cerca al oído: -No duermas más mi niña, despierta, despierta. Y yo que creía que no me amaba. Me doy cuenta que debo de estar durmiendo desde hace mucho tiempo, lucho por despertar, pero en vano, no lo logro. Me viene a la mente el cuento de la bella durmiente que me narraban en la guardería, debo dormir igual que ella; la diferencia es que no habrá un príncipe encantado que venga algún día a despertarme, hace mucho dejé de creer en ellos.

lunes, 15 de octubre de 2007

LA POESÍA EN TIEMPOS FARAONICOS (artículo)

LA POESIA EN TIEMPOS FARAONICOS



“Díos Mío! Esposo mío
Es placentero ir al estanque
Tu deseo de verme descender
De bañarme delante de ti
¡Me regocija!

Te permito ver mi belleza
A través de una túnica del más fino de los linos reales,
Impregnado de esencias balsámicas,
Y mojado en aceite perfumado.

Me sumerjo en el agua para estar a tu lado,
Gracias al amor, salgo, con un pescado rojo en la mano.
Contento está entre mis dedos,
Lo coloco sobre mis senos.

¡Oh! Tú Esposo mío, ¡Oh! Amado mío
Ven y mira”.


Cada vez que se habla del tiempo de los faraones se suele pensar siempre en las pirámides, en la Esfinge y en las momias. Pero rara vez se piensa en el rol que jugaron las mujeres en el antiguo Egipto, con excepción de Nefertiti o de Cleopatra, rara vez hacemos alusión a ellas. De estas dos mujeres sabemos que eran poseedoras de una extrema belleza, y en el caso de Cleopatra conocemos la historia de su reinado, más por haber sido el gran amor de Marco Antonio, que por haber sido reina de Egipto.

Pero la poesía que se nos ha legado nos muestra a una mujer muy diferente a la que habita hoy en día en los afluentes del Nilo. La mujer en tiempos faraónicos se caracterizaba por poseer una gran libertad sexual, e incluso, como puede apreciarse en los siguientes versos, era considera igual al hombre:

“¡Oh! Isis…
Tú eres la Diosa de la Tierra,
El poder que les conferiste a las mujeres
Es el mismo que ostentan los hombres”.

De todos los aspectos divinos de feminidad, Isis se manifiesta a nuestros ojos como la diosa por excelencia, la más conocida de todas, la imagen misma de Egipto. Admirable compañera de Osiris, que supo secundarlo, e incluso ayudó a perpetuar el culto de su esposo. Isis es considerada como la maga por excelencia, con poderes que le otorgaban la capacidad de curar a los dioses. Isis es también considerada como la diosa de la tierra, es decir la madre biológica y por ende protectora de las mujeres, ella también es la diosa del amor y de la felicidad:

“Como es de hermosa tu cara gozosa
Cuando te rodea la gloria.
Hombres y mujeres te ruegan les concedas el amor
Las vírgenes, en las festividades, se abren para ti y te obsequian su espíritu.
Tú eres la Dama de la Alabanza, Maestra de la danza,
Maestra del amor, de las mujeres y de las núbiles.
Tú eres la Dama de la embriaguez y de las fiestas,
Dama del Olivo, Maestra en trenzar la corona,
Dama de la felicidad, Dama de la exultación,
Es a ti, Majestad, a quien cantamos”.


Los cantos fúnebres:

Los ritos funerarios eran acompañados de mujeres, conocidas como las plañideras, que clamaban al cielo por la pérdida de un ser querido. Estos cantos cumplían las funciones de lamentaciones, en ellos la amante se conduele por la pérdida del amado:

“Regresa, Amado mío, tú que has partido,
Para que bajo los árboles hagamos lo que más te gusta.
Lejos está mi corazón
Sólo contigo, deseo hacer lo que me gusta.
Si te vas al país de la eternidad, yo te acompaño,
Tengo miedo que mi esposo me mate.
Vine por el amor que te profeso.
Libera mi cuerpo de tu amor”.

En este canto funerario puede observarse también la presencia del adulterio, el cual era gravemente castigado. Mientras que el divorcio era una práctica aceptada, que no necesitaba de jueces que lo aprobaran, puesto que era suficiente el deseo común de la pareja y el consentimiento de la familia, para que la separación fuera un hecho. No obstante, el adulterio tenía características socio jurídicas bien diferentes. Al hombre adúltero, considerado como un violador, se le practicaba la emasculación (castración), si la unión no había sido violenta se le daban cien bastonazos, o se le cortaban las orejas y la nariz. A la mujer que había consentido a la unión sexual también se le cortaba la nariz, lo que le causaba una desfiguración y la vergüenza permanentes, ya que quedaría marcada de por vida, recordando que había sido adúltera. El castigo para la mujer también podía traducirse en la condena a trabajos forzados y el destierro al vecino país de Nubia.

Sin embargo en la práctica los jueces no siempre eran tan severos, y con frecuencia perdonaban a los adúlteros; sobre todo si la mujer declaraba haber sido seducida, lo que era considerado como una especie de violación, por lo que su marido se abstenía de presentar demanda:

“No copules con una mujer casada. El que copula con una mujer casada, en su cama, su propia mujer podría ser violada en el suelo”.

Este refrán podría muy bien significar: No le hagas a los demás lo que no deseas que te hagan a ti.

Por otra parte los faraones podían tener una esposa y una favorita, práctica que no era exclusiva de los reyes, sino que parece haber sido común a toda la sociedad; al menos para aquellos que podían darse el lujo de mantener dos mujeres, que por otra parte debían convivir bajo el mismo techo.


Las egipcias y su arreglo personal:

Las mujeres egipcias se vestían con túnicas del más fino de los linos, túnicas transparentes y perfumadas:

“(He aquí) una túnica blanca
Bálsamo para tus hombros
Guirnaldas para tu cuello
(Llena tu) nariz de salud y felicidad;
Perfuma tu cabeza
Dedica este día a la celebración”.

El enamorado, por su parte, desea convertirse en parte de la túnica, para poder estar al lado de su amada:

“¡Si yo pudiera solamente, ser su blanqueador!
¡Sólo por un simple mes!
Entonces mi felicidad sería lavar los aceites
De olivo que impregnan su diáfano vestido”.

Los vestidos de las mujeres del Antiguo Egipto eran siempre tejidos en lino blanco. La única manifestación en el color se hacía en los cinturones, tejidos en diferentes tonalidades. En ningún caso se veía una mujer egipcia adornada con vestidos bordados con múltiples colores, como si lo hacían las mujeres del Oriente Medio.

Sin embargo las mujeres egipcias amaban el maquillaje con el cual ornaban sus ojos. Se hacían grandes líneas que los enmarcaban, dándoles un sensual encanto. Esto sumado a los ungüentos y perfumes que aplicaban tanto a sus cuerpos como a sus vestidos, nos muestran unas mujeres de gran voluptuosidad. No es sino pensar en la imagen de Nefertiti, quien nos hace soñar aún hoy en día con la inefable belleza de estas seductoras mujeres.


El matrimonio:

La mujer gozaba de los mismos derechos que el hombre, era libre y podía ser propietaria de sus bienes; no obstante para casarse se le exigía ser virgen. Toda jovencita, en edad de merecer (como se decía en el siglo XIX), aspiraba a convertirse en nébèt – pèr, ama de casa, puesto que es el título que otorga seguridad económica y un puesto respetable en la sociedad:

“¡Oh, tú, el más hermoso de los hombres!
Mi mayor deseo es vigilar tus bienes,
Y convertirme en el ama y señora de tu casa.
Que tu brazo repose sobre el mío
Y que mi amor te regocije.

Le confieso a mi corazón
Con un deseo de amante:
¿Puedo tenerte como esposo?
Sin ti soy un ser en la tumba
¿No posees tú la salud y la vida?


Los poemas de amor de las jovencitas están marcados por la pasión, pero también por la discreción y la ansiedad. Su erotismo es aún tímido:

“La voz de mi amado ha turbado mi corazón.
El me dejó presa de mi ansiedad.
El vive cerca de la casa de mi madre.
¡Sin embargo yo no sé como ir hacia él!
¿Será que mi madre podrá hacer algo?

El no conoce mi deseo de tenerlo entre mis brazos
El no conoce lo que ha hecho confiarme a mi madre
Oh bienamado ojalá la diosa de las mujeres
¡La Dorada, me destine para ti!

Mi corazón se agita,
Cuando pienso en mi amor,
El no me deja reaccionar “como se debe”,
Se sobresalta cuando me acerco a él.

No logro vestirme
No pongo atención a mi apariencia
No maquillo mis ojos
Y no me perfumo con suaves fragancias.


¡No te rindas, ya casi lo tienes!
Me dice mi corazón cuando pienso en él.
¡Oh, corazón mío, no me conduzcas a la pena!
¿Por qué reaccionas como un loco?

Espera sin temor, el bienamado viene hacía ti;
Pero compórtate a los ojos de la multitud.
No les hagas decir de mí:
“¡Esta mujer está enamorada!”.

Cálmate mientras lo evocas,
¡y no te agites tanto mi corazón!”


El joven enamorado también le canta a su amada:

“La bienamada sabe lanzar el lazo,
(Sus cabellos, ella los lanza como un reto)
Agita su cabellera como si fuera una red
Con sus ojos me convierte en su cautivo
Con sus adornos me domina
Con su lengua me marca como si fuera hierro candente”.


Hasta que la enamorada cede a sus deseos:

“Cuando la tengo entre mis brazos
Y cuando sus brazos me enlazan
Es como un país de ensueño
Es como tener el cuerpo impregnado de aceites perfumados.

Cuando la beso
Y siento sus labios entreabiertos
Me siento ebrio
Aún sin haber bebido cerveza.

Ah, mi sirviente, yo te digo,
Apúrate a preparar la cama,
Coloca el más fino de los linos para cubrir su cuerpo,
No tiendas para ella una simple tela
Coloca en el lecho sábanas perfumadas…

Ah, quisiera ser su esclava negra,
La que lava sus pies,
Así podría ver la piel
De todo su cuerpo”.



Estos versos de un fuerte erotismo y sensualidad nos permiten ver a una mujer que sabe disfrutar de su sexualidad, nos conducen inmediatamente a reflexionar sobre la actual condición de la mujer musulmana. A la mujer de los tiempos faraónicos aún no se le practicaba la ablación, como si ocurre hoy en día en muchos poblados campesinos del Egipto contemporáneo.


Bibliografía : DESROCHES NOBLECOURT, Christiane. La femme au temps des Pharaons. Stock / Laurence Pernoud. Paris, France. 1986.

Los poemas han sido traducidos del francés por la autora del artículo.






















Hurgando en la memoria (cuento)


Han venido unos señores que nunca he visto, son muy elegantes, con corbata, maletines y todo. Yo creía que sólo la gente que aparece en la televisión se vestía así. Están en la puerta hablando con mi mamá, aunque ella lo quisiera no podrían entrar. Vivimos en una pieza muy chiquita, en la que hay una cama donde dormimos los dos. Ellos la saludaron de mano, nunca había visto que alguien le diese la mano de esa forma, se ve que la respetan. Le hablan muy quedo, no alcanzo a entender que le dicen, pero debe de ser algo muy triste, mi mamá no para de llorar. Pero lo hace calladamente. Me doy cuenta que llora porque veo como sus lágrimas corren por sus mejillas. Quisiera abrazarla y limpiarle las lágrimas con mis dedos. Yo la quiero mucho. Es una mujer muy buena. Nunca me pega y eso que a los niños vecinos no paran de gritarles y darles pelas. Ella no, ella dice que debo ser obediente y juicioso en la escuela, que sólo así podremos algún día salir de este inquilinato. Ella trabaja muy duro. Se levanta muy temprano y deja todo listo antes de irse. Aguadepanela para el desayuno, a veces me da chocolate y lo que alcance para el almuerzo, una sopa de papas o plátano, o arroz y papas. Huevos comemos cada 15 días, cuando le dan la paga, carne nunca. Ella trabaja en la casa de una familia. No sé si la tratan bien, porque a veces llega con los ojos rojos. Cuando le pregunto si está triste, me dice que no, que no me preocupe, me da un abrazo muy fuerte y a veces un beso. Pero yo quisiera que sus ojos no estuviesen nunca rojos. Por eso obedezco siempre.


Los señores de la fiscalía se han ido. Me han dejado lo que tanto había anhelado y sin embargo ahora que lo tengo siento que el mundo desaparece bajo mis pies. No puedo seguir llorando. Mi hijo se preocupa mucho cuando lo hago. Me siento en la cama y él lo hace a mi lado, me acaricia el rostro, sé que quiere limpiarme las lágrimas. Su ternura de niño pequeño me salva de la desesperanza en la que mi vida me sumió desde hace nueve años. Me han dejado la caja, compruebo que esté bien cerrada. La contemplo por un largo rato y aunque no quisiera las lágrimas siguen rodando por mis mejillas. Luego me levanto y la coloco en lo alto del escaparate, donde el niño no pueda alcanzarla, ni siquiera subiéndose a la silla.


Mamá no ha dejado de mirar la caja de cartón ni por un segundo. Ella cree que yo no me doy cuenta, pero yo sé todo lo que ella hace. A veces adivino lo que piensa, pero ahora no. Es un enigma. Quise saber que había dentro de la caja y ella me dijo que nada importante, que no quería hablar al respecto y que no se me fuera a ocurrir abrirla. Mamá guarda secretos, la caja debe estar relacionada con ellos. Así que no pregunto más.


El domingo es mi único día libre, aprovecho para quedarme un rato en la cama. Mi hijo todavía duerme, lo abrazo, por él sigo viva y cuerda; sino hace mucho tiempo que me habría extraviado en los caminos que llevan a la demencia o al suicidio. Me levanto sin hacer ruido, no lo quiero despertar. Abro el escaparate y saco la bolsa azul. La abro muy despacio, en ella guardo una camiseta verde y unos bluyines. Los contemplo un buen rato, los acerco a mi rostro, los huelo y les doy un beso. Es mi pequeño e íntimo ritual. Lo hago desde su desaparición hace nueve años. Vuelvo a colocar la bolsa en su sitio y cierro el escaparate. No quiero que mi hijo me haga preguntas, no sabría como responderlas, sería muy doloroso. Con mi dolor ya es suficiente, no tengo porque hacerlo sufrir.


Mamá acaba de cerrar el armario, así que ya puedo moverme; así sabrá que me estoy despertando; cuando en realidad hace rato que dejé de dormir. Todos los domingos pasa igual. Ella me abraza, me acaricia las mejillas o me coge las manos. Yo siento que soy el único niño del mundo o al menos el más feliz. Así que me hago el dormido. Luego se levanta y saca la bolsa que guarda tan celosamente, otro de sus secretos. Sé que en ella hay una camiseta verde y un bluyín, un día sin que se diera cuenta los vi con el rabillo del ojo. Desde entonces no dejo de pensar en esa camiseta. En ella veo un niño, pero mucho más grande que yo. Por su estatura podría pensar que es casi un adulto. No obstante me da la impresión que es un niño porque lo veo jugando conmigo. Sé que no es en este inquilinato. Es una casa pequeña, con un patio y un corredor. Yo estoy contra una pared, soy muy pequeño, debo tener unos tres años, tengo los ojos cerrados y cuento los números que conozco, supongo que hasta cinco. Luego lo salgo a buscar, él me llama, pero yo no lo puedo encontrar. Es una imagen que me viene una y otra vez a la mente; sobre todo los domingos en la mañana cuando mi mamá saca esa bolsa del escaparate.


Desapareció un martes. Había salido a trabajar en el mercado del pueblo como lo hacía todas las tardes a la salida del colegio. Siempre llegaba a las siete en punto. Se sentaba a hacer las tareas, mientras que yo terminaba de preparar algo para comer. Estaba en séptimo y quería ser médico. Me repetía siempre que quería comprar una casa con tres habitaciones, una para su hermano, otra para él y otra para mí. Quería una cama para cada uno. Desde que nació su hermano, él dormía en el suelo; en un viejo colchón que un vecino nos había regalado. Pero no le gustaba. A menudo decía que olía mal y que tenía pulgas. Era un buen estudiante, la profesora así me lo repetía cada vez que había reunión de padres de familia. Incluso un día me felicitó por el hijo que tenía. Él era mi gran orgullo, como lo es mi otro hijo.


Han pasado varios meses y la caja sigue ahí. Todos los domingos mi mamá se para a mirarla y reza varios padrenuestros, a veces enciende una veladora y coloca una flor al lado de la caja. Yo no pregunto, sé que no me contestaría nada. Respeto su silencio, debe de guardar una pena muy grande.


Cuando dieron las siete y media de la noche y me di cuenta que mi hijo no regresaba, comencé a preocuparme. A las nueve salí a buscarlo al mercado, pero hacía rato que habían cerrado todos los locales. Sabía donde vivía la dueña del negocio donde él trabajaba, así que fui a buscarla pensando que algo debía haber pasado y que de pronto estaba en su casa. Me dijo que no, que se había ido a las siete menos cuarto, como de costumbre. Regresé a casa con el corazón en la boca. Le conté a un vecino que mi hijo no había llegado y salimos a buscarlo. Al otro día fui a la policía a poner el denuncio de su desaparición. Lo buscamos varios días, nunca apareció. Hasta que la policía nos dijo que ya no buscáramos más, que de pronto se había fugado y que para ellos era un asunto cerrado. Yo sabía que no era así. Nunca lo maltraté, como nunca lo he hecho con mi otro hijo. Llevamos una vida muy dura, lo que gano casi no alcanza para comer, pero de ahí a pegarle a un hijo, hay mucho trecho.

Vivir en esa casa y en el pueblo se me convirtió en una tortura. Mi otro hijo, que por ese entonces tenía tres años, no dejaba de preguntar por su hermano, quería saber cuando volvería para jugar escondite como lo hacían todas las noches antes de acostarse. Hasta que un día no volvió a preguntar por él ni a jugar escondite. Cuando le pregunté porque no jugaba a las escondidas con sus amiguitos, me dijo en su media lengua que ya no le gustaba, que con ese juego las personas desaparecían y nunca más regresaban. Al otro día era un niño diferente, como si en una noche hubiera crecido cinco o seis años, hasta dejó de hablar como un bebé.


Anoche los niños que viven en el inquilinato me invitaron a jugar escondite. Les dije que no. Es un juego que no me gusta. Me da la impresión que si llego a jugarlo, desapareceré para siempre y que nunca más volveré a ver a mi mamá.


Mi hijo no apareció, ni nadie supo dar razón de él. Hasta que un día vi en la televisión que habían atrapado a un violador y asesino de niños. Sentí una punzada en el alma, como si alguien me hubiese acuchillado. A la mañana siguiente me madrugué y fui a la policía. Me pusieron en contacto con la fiscalía y semanas más tarde me dijeron que mi hijo había sido una de sus víctimas. Eso fue hace más de cuatro años, desde entonces esperaba poder tener sus restos para enterrarlos. Ese deseo se me convirtió en una obsesión, hasta que finalmente los señores de la fiscalía vinieron al inquilinato donde vivo y me hicieron entrega de la caja donde reposa lo que quedó de mi hijo. No he podido darle sepultura, no tengo dinero para hacerlo. Mi hijo merece ser enterrado como Dios manda, luego podrá descansar en paz.


Es martes y mi mamá no fue a trabajar ni yo fui a la escuela. Anoche se sentó en la cama y habló largo rato. Se vació el alma, no dejó ningún secreto guardado. A medida que hablaba yo recuperaba la memoria. Vi a mi hermano con la camiseta verde y los bluyines. Vi como jugaba conmigo, pero también vi que me cargaba y me hacía reír. Mi mamá me dice que él me quería mucho. También me explicó que no había podido enterrar sus restos porque no tenía dinero, pero que eso ya estaba solucionado. Hoy es su sepelio, mi mamá dice que está contenta, porque mi hermano podrá descansar en paz.

martes, 9 de octubre de 2007

Georges, Sand, Camille Caludel, Frida Khalo, Simone de Beauvoir

CUATRO MUJERES, CUATRO MOMENTOS


Por lo general cuando estudiamos la historia de la literatura o del arte, nos solemos circunscribir a la producción realizada por el hombre, pero rara vez a la producción de las mujeres. Ignoramos con cierta facilidad los importantes aportes que ellas han hecho en los diferentes dominios del saber humano: la ciencia o las humanidades. En cuanto a esta última se refiere, la producción de la mujer ha tenido un rol definitivo en los cambios socioculturales de los pueblos, y ha logrado ejercer una gran influencia en los tiempos que le ha tocado vivir. Hoy hablaremos de cuatro mujeres, que desde el oficio de la literatura o de la plástica, lograron revertir el orden establecido por la sociedad de su tiempo, y por lo tanto contribuyeron a generar los cambios que han hecho posible la inserción de la mujer en todos los ámbitos de la vida laboral y académica. Ellas son: Georges Sand, Camille Claudel, Frida Khalo y Simone de Beauvoir.

GEORGES SAND: (1804 -1876) La vida de esta escritora francesa es bastante singular, aún hoy en día su comportamiento daría mucho de que hablar dentro de los círculos sociales, donde los prejuicios y la doble moral tienen su mejor asiento. Su nombre verdadero era Aurore Dupin, y su nombre de casada era la Baronesa Aurore Dudevant. Desde muy joven se revelaría contra los convencionalismos de su época, los cuales exigían que la mujer se limitara al desempeño de los roles domésticos: Cuidado del hogar, crianza de los hijos, esposa fiel y abnegada… y si pertenecía a la élite social, podía acceder al esparcimiento que proporcionaban las fiestas y al ocio característico de la aristocracia y de la alta burguesía del siglo XIX. Su matrimonio, como todos los matrimonios de su época, fue arreglado y de esta unión tendría dos hijos, quienes serían siempre su principal razón para vivir, pero quienes tampoco serían un escollo para realizarse como escritora y como mujer.

Georges Sand, escandalizó al círculo social al que pertenecía de diversas formas, primero su independencia la lleva a separarse de un marido al que no respeta ni ama, decide vivir sola con sus hijos y ejercer una profesión, en la cual no había espacio para las mujeres: La literatura. Para subvertir aún más el orden de las cosas, decide entonces cambiar su nombre por uno masculino y va aún más allá: es la primera mujer en vestir ropa masculina. Pero ante todo es una mujer libre, que decide cuando y a quien amar. Ama sin tapujos, sin prejuicios, es ella quien toma las decisiones, así que escoge sus amantes, pero también es ella quien decide cuando y como terminar una relación. Los hombres que Georges Sand escogía, podían decir que habían sido sus amantes, no obstante ella no sería la amante de nadie; en el sentido que nunca pudieron ejercer influencia alguna sobre ella, ni lograrían menoscabar ese espíritu de independencia que siempre la caracterizó. Se rodeó de los hombres más ilustres de su tiempo: Alfred de Musset, quien nunca terminaría de entender porque ella se había cansado de su relación; y su gran amor Chopin, a quien ella seduciría y cortejaría de una manera completamente masculina. A Chopin la unía una mezcla de sentimientos que iban desde la pasión hasta una relación un poco maternal, que la impulsaba a velar por su precaria salud. Dentro de sus mejores amigos se contaba también a Liszt. Georges Sand escribiría 70 novelas y 25 obras de teatro, y una enorme producción epistolar, cuya recopilación permitiría conocerla más íntimamente y escribir su biografía casi como si ella se la dictara a un escriba.


CAMILLE CLAUDEL: (1864 - 1943) Esta extraordinaria escultora viviría una vida marcada por la fatalidad. Poseedora de un gran talento terminaría su vida encerrada en un hospital psiquiátrico, alejada de los hombres que más amó: Su hermano Paul Claudel, a quien ella misma le auguraría un gran lugar en el mundo de las letras, y su gran amor Auguste Rodin, el genio de las Puertas del Infierno; proyecto en el que Camille Claudel participaría como su ayudante. Camille conoce a Rodin, quien no sólo se convierte en su Maestro sino en su amante. Juntos trabajarían por espacio de varios años, pero la relación terminaría abruptamente; en parte porque Auguste Rodin no se separaría nunca de su compañera Rose Beuret. Camille Claudel se sumergiría cada vez más en su trabajo, y junto con él en una profunda soledad que la llevaría finalmente a la locura. Algunas de las obras que fueron atribuidas a Rodin por espacio de casi un siglo, son en realidad trabajo de Camille Claudel. Incluso una de las causas de la paranoia que la afligiría por más de treinta años, fue producto de los rumores que sus obras eran en realidad ejecutadas por él. Por lo tanto el excesivo amor y devoción que sentía por Rodin se convirtieron en un odio sin atenuantes, que también fue decisivo en el deterioro mental que la aquejaría hasta el momento de su muerte.


FRIDA KHALO: (1907 – 1954) La vida de Frida Khalo, la pintora surrealista de origen mexicano, también estuvo marcada por la tragedia y el dolor. Cuando Frida tenía 18 años de edad, tuvo un accidente automovilístico, el bus en el que viajaba fue atropellado por un tranvía, su columna vertebral sufrió una triple fractura, al igual que la pelvis. El pasamanos del autobús la atravesó entrando por la cadera y saliendo por la vagina, los médicos creían firmemente en que no se salvaría; pero Frida sobrevivió a este su primer desastre. Hasta ese momento Frida no había pensado nunca en la pintura, pero la larga convalecencia, postrada en una cama y presa del dolor, la llevaron a buscar refugio en el arte. Poco tiempo después conocería al gigante de la pintura mexicana: Diego Rivera, el padre del mexicanismo y del muralismo. Diego y Frida se enamoraron y el día de su matrimonio sus padres dirían que era la unión entre un elefante y una paloma. Frida estaba consciente que Diego nunca le pertenecería completamente, que una parte de él estaría siempre al lado de otras mujeres, incluyendo a Cristina, la hermana de Frida, con quien Diego Rivera le sería infiel por espacio de algún tiempo. Al respecto Frida diría que ella había tenido dos accidentes graves en su vida: El primero cuando la atropelló el tranvía y el segundo cuando conoció a Diego. Pero Frida tampoco sería del todo fiel, cuando el matrimonio aloja a León Trotsky, Frida se siente atraída por él, y terminan viviendo un breve idilio. No obstante su gran amor fue siempre Diego Rivera. La gran frustración de Frida fue no haber podido ser madre, quedaría embarazada tres veces, pero las tres veces sufriría abortos naturales o terapéuticos, puesto que el embarazo no podía llegar a término por las graves lesiones que había sufrido en el accidente automovilístico. Frida se refugia cada vez más en la pintura y el trabajo le sirve para exorcizar todas sus angustias, temores y frustraciones. Realiza un autorretrato con la columna partida y otra pintura donde aparece el hijo que nunca tendrá ligado a ella por el cordón umbilical, mientras que la placenta yace en el suelo. Su relación con Rivera la sensibiliza política y socialmente y al igual que él se vuelve profundamente mexicana, hasta el punto de adoptar el vestido típico de las tehuanas, se viste y se peina como ellas. Su casa está repleta de símbolos de la cultura mexicana, y esos símbolos inundan su obra. Pero es sólo cuando André Bretón la visita y le dice que su pintura es surrealista que Frida toma conciencia del género al que pertenece su pintura. Sin embargo a partir de ese momento los símbolos se hacen menos evidentes, su pintura sufre una transformación, y expone en Europa. Frida Khalo moriría en 1954, después de haber pasado por varias operaciones que trataban de aliviar su penosa situación física. La vida de Frida Kahlo ha sido llevada recientemente al cine, su papel lo ha interpretado la actriz mexicana Salma Hayek, y actualmente en Canadá lo están representando en las tablas.


SIMONE DE BEAUVOIR: (1908 – 1986) Cuando se habla de feminismo inmediatamente se nos viene a la cabeza el nombre de Simone de Beauvoir, la eterna compañera de Jean-Paul Sartre. Simone de Beauvoir estudia filosofía, pero muy pronto se dedica al ejercicio de las letras. Inmediatamente después de la segunda guerra mundial Simone de Beauvoir participa en la fundación de la revista los Tiempos Modernos, Su gran preocupación fue siempre la condición de la mujer, y toda su obra la dedicó a reflexionar sobre dicho tema. Su libro “El Segundo Sexo” marcó un hito en la historia del siglo XX, en él Simone de Beauvoir dijo una frase que quedó grabada para siempre en la historia del feminismo: “Uno no nace mujer, uno se convierte en mujer”. Más tarde vendrían otras obras, como: La Invitada, Memorias de una joven juiciosa, la Fuerza de la Edad y La Mujer Rota, entre otras. En La Mujer Rota, Simone de Beauvoir utiliza dos páginas enteras para expresar la inconformidad de su personaje frente a la situación que debe enfrentar como mujer: “Estoy harta, estoy harta, estoy harta, estoy harta…”. Al lado de Jean-Paul Sartre estaría siempre al frente de las luchas políticas, denunciando y acusando. Nunca se casaron, nunca vivieron juntos, pero siempre fueron pareja. Una pareja bastante sui-generis, donde no cabían los celos ni la posesión absoluta. Tanto el uno como la otra tenían carta blanca para establecer las relaciones que deseasen, Sartre con otras mujeres, y Simone de Beauvoir con otros hombres y…con otras mujeres; y luego se contaban sus aventuras.

Simone de Beauvoir estuvo siempre al frente de los movimientos feministas, fue su más firme abanderada y luchó por los derechos de la mujer, entre ellos el derecho a decidir sobre su propia sexualidad. En 1971 firma el Manifiesto por la Libertad del Aborto, luego aceptaría la presidencia de la Liga de los Derechos de la Mujer. En 1981 se adhiere a la campaña antisexista de los Derechos de las Mujeres que lideraba Yvette Roudy y hasta su muerte en 1986 firmaría cientos de proclamas por la libertad, igualdad y emancipación de la mujer.

¿Aló? (cuento)


-Por favor, un trago y sírvase otro para usted, yo lo pago. Necesito brindar y celebrar con alguien esta dicha que no me cabe en el pecho. -¿Qué porqué estoy tan contenta? Más que contenta creo que voy a comerme el mundo. Acaban de seleccionarme para un trabajo en una constructora. Por primera vez podré trabajar como arquitecta. Van a pagarme $1’500.000= y aunque antes me ganaba un promedio de $3’500.000=, no dejo de estar muy feliz. -¿Qué si me despidieron del trabajo anterior? No. -¿Qué si me obligaron a dejarlo? Tampoco. -¿Qué cómo puedo entonces estar feliz, si voy a ganar menos de la mitad? Ya se lo dije, voy a trabajar como arquitecta. Voy a ejercer la profesión para la cual me formé. -¿Qué que hacía antes? Nada, trabajaba en un call center, en uno de esos calientes, usted sabe. -¿No? ¿No lo sabe? Bueno, es algo así como convertirse en puta, pero por teléfono. Es como tener sexo con un tipo invisible. Puede ser rubio, pelinegro, moreno, blanco, rojo, que sé yo... Puede tener 20 o 70 años, puedo ser un gigante o un enano; a veces uno se lo imagina por el tono de la voz, o por la forma de expresarse. Aunque es bastante ambiguo, porque cuando están arrechos, casi todos hablan de la misma forma; es cuando la diferencia de clases sociales se reduce a su mínima expresión y la educación, si es que la tienen, desaparece. No digo que sea cierto en todos los casos, pero casi tres años en este camello me hicieron un poco psicóloga. Aunque es verdad que para echarse un polvo así, hay que tener lana y de la buena. No es un placer barato, ¿sabe? No, si ya sé que no sabe. Es sólo una forma de hablar. Porque hablar fue lo que aprendí en ese puteadero telefónico. Además los tipos una vez que se arriesgan a llamar una vez, ya no pueden parar. Se les convierte en una obsesión. Entre más llaman, más adictos son. Porque el sexo telefónico, es una adicción ¿sabía? No, ya sé que no. Sólo déjeme que le cuente, a ver si me saco la verraquera que tengo dentro. No se imagina la cantidad de pervertidos a los que tuve que atender. A medida que el tiempo pasaba conocía de aberraciones que nunca hubiese imaginado que podían existir. Aunque no todos llaman para que uno los excite y les ofrezca el cielo, la tierra, el paraíso y el infierno. Hay muchos que llaman sólo para hablar con alguien. Y es que en este puto mundo, en esta ciudad de casi 7 millones de habitantes, hay mucha soledad. Una soledad que hiela la sangre, que carcome los huesos, que deja a la gente vacía. Entre los que llamaban solo para hablar, había algunos que decían ser políticos. Diputados, alcaldes, hasta senadores. ¡Imagínese! El poder en manos de hombres que necesitan deshogarse con una mujer que está al otro lado de una línea caliente. Y es que vivir, para muchos hombres, es una lucha diaria que a diario pierden. Y entre mas ganan, mas solos se sienten. Hay otros que lo hacen porque han experimentado de todo y ya nada los satisface. Otros, simplemente porque ya no les funciona, porque ya no se les para con nada; y antes de hacer el oso, pues buscan una mujer que no les pueda ver la angustia que les produce el fracaso de su guerrero en eterno descanso.

Esa palabra “guerrero” la aprendí con un japonés que me llamaba casi todos los días. No sé si para aprender el español, o para escuchar una voz amiga, o en verdad porque yo lo excitaba hasta el punto que lograba, según él, que su guerrero descansase después de la batalla; o sea después de haberme escuchado decir todas las barbaridades del mundo, con tal de que él lograra un orgasmo. Cada vez que llamaba, me decía: “soy flío por fuela, pelo fuego por dentlo”, ya sabe, ellos no pronuncian la r ni la rr, así que eso me hacía reír. Porque en un trabajo tan jodido, si uno no se ríe, se muere. Había que encontrar entonces espacios para la risa. De no haber sido así creo que me hubiese enloquecido. Había otro que decía ser el dueño de una fábrica textilera y que además tenía mucho dinero. Cada vez que llamaba me pedía que nos viéramos, que era muy rico. Llegó a ofrecerme $2’000.000= por una noche, siempre y cuando aceptase pasar con él una noche, en uno de los mejores hoteles de la capital. Imagínese la tentación, si al mes yo ganaba 3 y medio. Pero ganaba bien, eso me salvó. También me salvó que si yo hacía ese trabajo era porque quería a toda costa terminar mi carrera. Eso lo tenía muy claro. Por otra parte tengo mis principios, muy bien infundados además. ¿Qué como terminé en ese trabajo? Muy simple. Como muchas de las mujeres de este país. No crea, porque somos un montón de mujeres desesperadas. Como en la película de Almodóvar. Todas por razones diferentes. Sus maridos las abandonaron o los mataron y hay bocas que alimentar. Porque no han estudiado y tienen que ganarse la vida y llevar dinero a casa. Otras, porque son profesionales, pero no encuentran un trabajo bien remunerado; en fín, razones todas las que quiera. Algunas trabajan como vendedoras o secretarias, pero se ganan el mínimo, y con eso no se come. En el fondo la razón es la misma: carencia de dinero.

Mi caso no difiere mucho al de todas ellas. Mi familia, si bien nunca tuvo dinero, si era acomodada. Mis hermanos y yo asistimos a colegios privados, no los más caros, por supuesto, pero buenos colegios. A medida que terminábamos el bachillerato, ingresábamos a la universidad. Pero éramos cuatro, ¡imagínese! Un batallón. Y nos cogió la crisis de los ‘90. Para acabar de completar yo quedé en embarazo de mi novio. Mi novio, por decirle de alguna forma, porque como ya se imaginará, apenas le conté que estaba encinta, me dijo que eso no estaba en sus planes, que lo mejor era que abortara. Como me negué a hacerlo, simplemente cogió las de villadiego... y hasta el sol de hoy. Un cobarde, como muchos en este país. Y luego van a misa, comulgan y todo, sin confesarse. Así que decidí seguir adelante. En casa ni siquiera conté quien era el responsable de mi estado. ¿Qué habría podido decir? Que era un pobre bicho que no merecía ni siquiera la pena de ser aplastado. Borrón y cuenta nueva. Con un niño a cuestas y con un padre con dificultades para pagar las facturas cada mes ¿Qué quería que hiciera? Pues dejar la universidad, cuando sólo me faltaban tres semestres para terminar la carrera. No había otra alternativa, al menos para mí. Había que trabajar, urgentemente, un niño no da espera. Pero tenía que ser un trabajo en casa. Los niños exigen que trabajemos, pero a la vez debemos ocuparnos de ellos. Son nuestros pequeños y maravillosos tiranos. Creía que un trabajo así era imposible encontrarlo. Eso creía yo, porque nunca me había dedicado a mirar las ofertas de empleo que aparecen en el periódico. Hay de todo. Lo que pasa es que uno no da la medida para todo. Y de pronto, ¡Bingo! Un call center ofrecía trabajo a las mujeres y desde su propia casa. Así que me presenté. Fue entonces cuando estaba esperando para ser entrevistada que me di cuenta de la clase de trabajo que tendría que llevar a cabo. Había mujeres de todas las condiciones sociales. Feas, bonitas, jovencitas o entradas en años, flacas o gordas. Todo un zoológico. Para todos los gustos. Único requisito: tener una voz sensual y ser desinhibida. Lo primero no es difícil de lograr, en cuanto a lo segundo tendría que aprender a soltar la lengua. Pasada la entrevista, me hicieron una prueba, debía atender a un cliente. Pasé a la cabina y hable con él cinco minutos. La cabeza me daba vueltas y quería trasbocar. Creía que iba a desmayarme. Pero me aguanté. Y me quedé con el empleo. $1’500.000= fijos al mes. ¡Imagínese!, cuando en este país el salario mínimo está en $400.000=, más las comisiones que podría ganar si lograba alargar las conversaciones. Entre más tiempo entretuviera al cliente, más podría ganar.

A los pocos días instalaron el teléfono en mi casa. Sólo era para recibir llamadas del trabajo, de ahí no se podía llamar. Cuando sonó ese maldito aparato, yo estaba preparando una compota para mi hijo, y de pronto debía poner la voz más erótica posible. Tratar de poner caliente a alguien que no se tiene al lado, no es fácil. Porque si pensaba en el que había sido mi novio, lo que menos tenía eran ganas de tener sexo. Más bien me daban ganas de romperle la cara. Así que decidí ilustrarme un poco. Por rara que parezca la palabra: ilustrarme. Me fui a la biblioteca y leí algunos libros de poesía erótica. Hay unos poemas que a cualquiera le ponen la piel de gallina, por no decir que cualquier mujer se humedece y que cualquier hombre siente como su vara se yergue. Para la muestra, un botón:

“Yo te vine a dar placer, florida vulva mía/paladarcito inferior mío./Tengo gran deseo/del Rey Axayacatito./Mira por favor mis cantaritos floridos, /Mira por favor mis cantaritos floridos: /¡son mis pechos!”.

Quien lo creyera, es poesía náhuatl. Ya se lo había dicho, no siempre hablé así, con tanto desparpajo. Eso lo aprendí en el call. Mis compañeras, con las que debía encontrarme de cuando en cuando, sobre todo el día de la paga, me enseñaron un vocabulario que no estaba en mi disco duro. Por ellas supe que para aprender a “atender” a los clientes, lo que hacían era ver películas de varias x. Alguna vez lo intenté, pero no pude aguantar ni 3 minutos. La poesía me salvó, por ella no enloquecí. Cuando los clientes llamaban, y lo hacían todo el tiempo, yo lo que hacía era repetir los versos, pero con mis propias palabras y con un tono de sensualidad que los mandaba a la estratosfera. Eso fue lo que me hizo ganar tanto dinero, la literatura ¡imagínese! ¡quién lo creyera! Si siempre dicen que los poetas y los artistas se mueren de hambre.

Cuando comencé a ganar tanto dinero, mi familia comenzó a hacer preguntas. No entendían como podía salir adelante, sola y con un hijo pequeño, si siempre estaba en casa. Creían que estaba en malos pasos... Uno de esos sofismas con los que buscamos disfrazar la verdad que no queremos ver. Así que me inventé cualquier cosa, algo que fuera creíble. Les dije que vendía artículos por catálogo, y como este país está lleno de vendedoras que no salen de sus casas, pues la mentira terminó por ser creída. ¿A quién se le ocurre que su hija del alma está metida de puta por teléfono? A nadie. Como ganaba bien y gastaba poco, pronto tuve el dinero que necesitaba para terminar de pagar mis estudios. Seguí en el call un tiempo, trabajaba por horas. Ganaba menos, pero podía seguir sosteniendo a mi hijo y podía asistir a la U, no al partido, ¡válgame dios!, sino a la universidad. Por lo que aquí estoy. Pasado el tiempo terminé por graduarme y encontré un empleo como arquitecta. No importa que gane menos. Al menos me siento bien conmigo misma y puedo mirar cara a cara a mi hijo. Eso no hay plata que lo compre. Por eso estoy aquí contándole mi historia, hacerlo me libera de unas cadenas que me ataban al pasado y me limpia la suciedad que tenía en la piel y en el alma.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

LA MUJER MUSULMANA Y LA MUJER OCCIDENTAL


LA MUJER MUSULMANA Y LA MUJER OCCIDENTAL


Después de la orgía

Cuando, llena de su embriaguez, se durmió, y se durmieron los ojos de la ronda.
Me acerqué a ella tímidamente, como el amigo que busca el contacto furtivo con disimulo.
Me arrastré hacia ella insensiblemente como el sueño; me elevé hacia ella dulcemente como el aliento.
Besé el blanco brillante de su cuello; apuré el rojo vivo de su boca.
Y pasé con ella mi noche deliciosamente, hasta que sonrieron las tinieblas, mostrando los blancos dientes de la aurora.
BEN SUHAYD DE CORDOBA (992-1.034)


En los orígenes de la literatura castellana encontramos las jarchas, breves poemas mozárabes, salpicados de un dulce y suave erotismo que aún hoy en día nos llenan de regocijo y donde apreciamos un gran valor estético, como en el poema de Ben Suhayd de Córdoba. Estos poemas eróticos nos llevan a reflexionar sobre la condición femenina actual en los países musulmanes, y sobre todo en aquellos países donde los regímenes fundamentalistas, amparados en una interpretación fanática de El Corán, han hecho de la mujer su principal víctima. Si nos remitimos a las jarchas, y a la gran libertad sexual que se respira de ellas, se nos hace difícil entender la crítica situación de las mujeres en el mundo musulmán. Máxime si se tiene en cuenta el rol preponderante que ellas juegan en el desarrollo de una comunidad, de un pueblo, de una nación; lo que nos lleva a pensar en las condiciones infrahumanas en las que viven millones de mujeres, donde palabras como equidad, justicia y libertad, pareciera que no existiesen en el diccionario, al menos cuando de una mujer se trata. Las libertades alcanzadas, léase derechos a la educación superior, al libre ejercicio de una profesión, fueron de pronto borradas por la pluma de un Jhomeini en Irán, donde las mujeres fueron obligadas a llevar el shador permanentemente, como una primera medida para lograr una sumisión absoluta e irredenta. En otros países musulmanes, como en Afganistán fueron obligadas a llevar la burka, cubriéndolas de pies a cabeza, y como único contacto con el mundo una especie de rejilla a la altura de los ojos. La burka impide, además, la mirada colateral por lo que muchas mujeres son atropelladas por los carros al cruzar las calles. En las montañas yemenitas la condición de la mujer raya con lo inverosímil, en estas aldeas perdidas, donde difícilmente puede llegar un extranjero, las mujeres son equiparadas a animales de carga, puesto que son ellas las que acarrean el agua desde lugares muy apartados de sus hogares, al igual que diversos materiales, como los de construcción. Las casan, la realidad es que son vendidas; a edades muy tempranas, ésto puede suceder a la edad de 9 años, cuando aún no han tenido la menarquia, y sus maridos son igualmente niños, cuyas edades pueden oscilar entre los 14 y 18 años. En estas aldeas la mujer no tiene ninguna posibilidad de mejorar su condición de vida, puesto que la educación le está vedada, su puesto dentro de la sociedad es tan ínfimo que incluso para atravesar el poblado debe utilizar caminos diferentes al de los hombres, y éstos suelen ser detrás de las casas, escondiéndose siempre, evitando “importunar” al hombre. Las labores de la casa son desempeñadas en condiciones extremadamente fuertes, puesto que estas comunidades estarían más cerca de lo que nosotros conocemos hoy en día como medioevo que con el siglo XXI. Por otra parte las recién casadas llegan a vivir con sus familias políticas, y la suegra, cansada de toda una vida de vejaciones y duro trabajo, descarga toda su ira y todos los trabajos en la que considera una advenediza. En Yemen, igualmente, las niñas de origen campesino suelen ser sometidas a torturas indecibles como es la de cercenarle los labios menores antes de ser casadas por la fuerza. En algunos países africanos se realiza una práctica similar a la que se denomina ablación (extirpación del clítoris).

Pero ¿Porqué estas prácticas que atentan contra la dignidad humana, son aceptadas culturalmente e instituidas, respaldadas y salvaguardadas por los partidos gobernantes? La respuesta estaría en las interpretaciones que se le han dado a los preceptos dictados por Mahoma, y contemplados en El Corán:

“Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Dios ha elevado a éstos por encima de aquellas... Reprenderéis a aquellas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero tan pronto como ellas os obedezcan no les busquéis camorra. Dios es elevado y grande”. Sura IV-38

En la reseña de este precepto se alude a las mujeres como seres inferiores, y en la reseña de la Sura XLIII-17, como seres imperfectos. Esta visión de superioridad, convierte al hombre en amo y señor y lo faculta para infringirle a la mujer tratos que menoscaban su autoestima y que van en contra de todo postulado que pugne por la dignidad y la justicia humana:

“Si vuestras mujeres cometen la acción infame (léase adulterio), llamad cuatro testigos. Si sus testimonios concurren contra ellas, encerradlas en casa hasta que la muerte las lleve o hasta que Dios les procure algún medio de salvación”. Sura IV-19

En los inicios de la fe musulmana el adulterio se castigaba con el encerramiento forzoso, y de por vida, de la mujer; a la cual se la recluía en una habitación casi del tamaño de un ser humano y luego se le emparedaba; dicha práctica, sin embargo, no está contemplada en El Corán. Posteriormente sería reemplazada por la lapidación.


Pero ¿Es que estas prácticas han sido sólo del dominio del mundo musulmán? Los judíos también lapidaban a las mujeres adúlteras, y en la Baja Edad Media, aún en los siglos XV y XVI, muchas mujeres recluidas en los monasterios se emparedaban, bien fuese por su propia voluntad o como castigo por haber violado alguna norma establecida por la orden religiosa a la que perteneciesen, sin que la medida tuviera marcha atrás; no es difícil imaginarse las torturas indecibles por las que deberían haber pasado: miedo, dolor, angustia, hambre, frío y por último la locura, y todo lo que ella conlleva. Por otra parte en los países mediterráneos las mujeres campesinas o de pequeños poblados, sobre todo las que habitan en las islas, literalmente visten de negro de los pies a la cabeza (mientras que las iraníes portan el shador, las mujeres del mediterráneo europeo llevan una pañoleta que les cubre siempre la cabeza) sin importar la estación del año, aún bajo un fuerte verano. En las islas griegas, las mujeres, al igual que sus congéneres afganas, no pueden salir a la calle sin la compañía de una miembro masculino de su familia (el padre, el esposo, el hermano o el hijo). Y estas costumbres están enraizadas en lo más profundo de la historia griega, en una época donde las costumbres patriarcales no le otorgaban ningún valor a las mujeres, como no fuera la procreación y la crianza de los hijos; pero eso sí, siempre y cuando estuviesen recluidas en el gineceo, espacio que comprendía las habitaciones de las mujeres, entre ellas la cocina (es de anotar que esta costumbre aún sobrevive en algunos poblados de Libia, donde las terrazas de las casas son de exclusividad femenina, un mundo secreto vedado al hombre, y desde allí las mujeres pueden observar, más bien espiar, las calles o mundo de los hombres, sin que a su vez puedan ser vistas desde las calles, pero igual sucedía en España, los postigos no cumplían solo la labor de dar sombra en el verano, sino de espiar la vida de las calles; y por eso fueron implantados en la América hispana).Por otra parte, en la Grecia antigua las únicas mujeres que tenían acceso a las artes y a la literatura eran las hetairas (conocidas miles de años después como cortesanas), siendo la más conocida Aspasia (s. V a.c), quien llegaría a estar al lado de Pericles por espacio de veinte años; y de quien se dice que no sólo era poseedora de una gran belleza, sino de una gran inteligencia, siendo además una de las mujeres más cultas de su época, lo que le permitía incluso sostener largos diálogos con los filósofos más sobresalientes de su época. En la Isla de Lesbos, en cambio, sería el único lugar de la Heláde donde florecería la creación literaria por parte de mujeres, teniendo como principal exponente a Safo, más conocida como Safo de Lesbos. El machismo imperante desde la antigüedad helénica sigue vigente hoy en día y la visión que se tiene de la mujer es tan pobre, que incluso una griega que emigre a otra isla diferente a la de su origen, es considerada como una extranjera; y ésto si se tiene en cuenta que el idioma y la religión siguen siendo los mismos, en este caso el griego y la religión ortodoxa. Es más, en las islas griegas los hijos varones son criados por las abuelas paternas, la madre carece del más mínimo derecho sobre su pequeño hijo, y le está prohibido interferir en su crianza. Para concluir sólo me restaría decir que la cultura musulmana no puede desligarse de un pasado común que está inmerso en lo más profundo de los pueblos mediterráneos, especialmente en aquellos donde la civilización helénica se impuso a los pueblos avasallados.


Bibliografía:
El Corán. Distrobuidora A.L. Mateos, S.A. Madrid.1.992
Poesía Erótica Castellana. Círculo de Lectores. Barcelona. 1.975
Vendidas. Zana Muhsen

Una mirada amarga (cuento)


Aunque cada hombre mata lo que ama,
Que lo oiga todo el mundo,
Unos lo hacen con una mirada amarga,
Otros con una palabra lisonjera,
El cobarde lo hace con un beso,
el hombre valiente con una espada.
Lord Byron

Isabel
Esta carta que te escribo, como muchas otras que escribí hace más de 20 años, no llegará a tus manos; pero al menos podré terminar de exorcizar la humillación de la que fui víctima. Hoy como en otras ocasiones, el azar me ponía una vez más en tu camino. Fue en el marco de la Feria del libro. Tú lanzabas tu último poemario y yo debía hacer la presentación de un novel escritor. He seguido tu carrera de cerca. Cada vez que sale un libro tuyo, corro a comprarlo. Eres muy talentosa, siempre lo has sido. En los últimos tiempos coincidimos cada vez más en este tipo de eventos. Lo cual no me extraña, ya que nuestras profesiones así nos lo exigen. No obstante me evades. Cuando tus ojos se encuentran con los míos, es como si no me vieran. Ante ti soy invisible. Si escuchas mi voz, aparentas no oír nada. Podría gritar y tú no reaccionarías. Perdí la cuenta del número de veces que traté de acercarme a ti. ¿Cinco, siete, ocho? No lo sé. Ya ni siquiera lo intento. Pero tampoco renuncio a poder escuchar tu voz y mucho menos a escuchar la lectura de tus poemas. Cuando salí de casa esta mañana, rumbo a la Feria, ya había decidido que iría a la sala donde tú te presentarías. Lo que no había previsto era que me vieses. Cuando llegué, la sala estaba llena a reventar, como siempre. Nadie quiere perderse la presentación de uno de tus libros. Sobre todo los adolescentes. Te admiran y te respetan. Te has forjado un nombre en este país donde todos nos creemos poetas. Camuflarme en la sala no fué difícil. Busqué un lugar estratégico, donde pudiese verte sin que tú te dieses cuenta de ello. Cuando diste inicio a la lectura de tus poemas, el público enmudeció. Tu voz embrujadora, la misma voz que me embrujó hace tantos años, seguía intacta. Más firme, más segura, una voz a toda luces madura, pero tu misma voz. El hechizo fue total. Al final de la lectura, todo el mundo quería hacerte preguntas, tú las respondías con una calma que contrastaba con el tono que le habías dado a tus versos. Al escuchar tus poemas tuve la sensación de ser ser lanzada a una cascada que parecía no tener fin. Estaba sudorosa y ansiosa. Nuevamente me habías atrapado. Por fortuna el tono dado a las respuestas de los participantes me permitió caer en un lago transparente y tranquilo. Me sentí orgullosa de tí. Nunca he dejado de estarlo.

Recuperada la calma, y aprovechando que la gente comenzaba a desocupar la sala, me dispuse a salir. Fue entonces cuando un periodista, que se había percatado de mi presencia, me llamó del otro lado de la estancia. Mi nombre no podía pasar desapercibido para ti. Inevitablemente tenías que escucharlo. Sin querer busqué tu mirada y como siempre tus ojos, clavados en los míos, no me vieron. Yo me escabullí. Una vez afuera corrí a esconderme, necesitaba respirar y recobrar el aliento. El mismo aliento que me había quitado tu no mirada.

Debo parecerte una cobarde. -La peor de todas, dirías. No te falta razón. Soy una cobarde. Cualquier palabra que pudiese decir, sonaría a una falsa excusa. Y no es eso lo que pretendo. Tú viviste un infierno, el peor de todos. Pero no fuiste la única. Cada una conoció su propio calvario. Tú, porque te arrebataban el mundo por el que habías luchado durante tres años. Yo, por perderte y por perder mi propia dignidad. He debido defenderte, he debido llamarte. He debido decirte que lo sentía, he debido decirte que tu dolor era mi dolor. No lo hice. Lo lamento, lo he lamentado toda mi vida. Podría expiar mi culpa eternamente y nunca podría devolverte lo que te quitaron. Todo eso es verdad. Pero también hay causas, que aunque no son atenuantes, si pueden explicar mi silencio.

Cuando te conocí, yo ya tenía mi vida hecha. Estaba casada, tenía dos hijos y esperaba el tercero. Había nacido en la década de los 40, por lo que había sido testigo de mucho cambios. En el 63, del asesinato de Jhon Kennedy y en el 68, el de Martin Luter King. Aunque separada por km de distancia vibré intensamente con mayo del 68 y con la llegada del hombre a la luna. Crecí con la música de Los Beatles y asistí a Woodstock. Bueno, para ser sincera, solo asistí a la película. Mi adolescencia se paseó por Chapinero y fue cómplice del movimiento hippie, el mismo que obligó a los gringos a irse de Vietnam. Su consigna de “Hagamos el amor y no la guerra”, dejó huellas indelebles en la sociedad occidental. Para los años 60 hacer el amor había dejado de ser sinónimo de reproducción, las mujeres por fín podíamos decidir cuando ser madres, ya que la píldora nos ayudó a tomar conciencia que somos las dueñas de nuestro cuerpo y que el sexo es también para nuestro disfrute. Para entonces las universidades comenzaron a recibir estudiantes mujeres, cada vez eran más las que optaban por la vida laboral, entendían que la vida era mucho más que el cuidado de los hijos y del marido. Más tarde sería testigo de la muerte de Franco y del destape de la mujer española. En política fui contemporánea del movimiento de Los Tupamaros y de la llegada de Fidel al poder. Mis primeros devaneos en el amor fueron con los versos de Neruda.

Crecí con el cambio y me comprometí con él. Yo había roto con muchos prejuicios. Pertenecía a una generación de ruptura, era conciente de ello y así lo asumí. Sin embargo mi vida sexual y sentimental había estado dirigida dentro de parámetros bastante convencionales. Me había casado muy joven, sin terminar la universidad. Seguí estudiando y mientras tanto di a luz a mi primer hijo. Luego entré a trabajar a la universidad, la misma donde tú y yo nos conoceríamos años más tarde. Al principio sólo eras una alumna; muy inteligente eso sí, pero nada más. Estaba enamorada de mi marido. Tenía un hogar, un trabajo y había hecho planes en el ámbito profesional. Cuando comenzaste a regalarme versos, los leía porque estéticamente estaban bien escritos. Ya tenían la impronta que ha caracterizado toda tu producción poética.

A medida que tu cerco se fue intensificando, una parte de mí quería rechazarte, pero otra se dejó querer. ¿Porqué razón? Lo ignoro. Podría ser la novedad que representaba tu asedio o podría ser que me tentara el riesgo. Como cuando estás al borde de un precipicio y no sabes si entregarte a él o salir corriendo en dirección opuesta. También pudo ser la soledad de pareja. A veces el matrimonio no es más que la constatación de lo solos que estamos en el universo. La cama matrimonial puede convertirse en un barco a la deriva y cuando eso ocurre los cuerpos son azotados por la tormenta. O pudo ser todo eso y más. El ser humano cree que tiene todas las respuestas, cuando ni siquiera conoce las preguntas. Nos creemos sabios, sin embargo tambaleamos ante lo desconocido. En esa época tú eras lo desconocido. En cuanto a mí, era madre de dos hijos pequeños y esperaba el tercero. Esa era mi certidumbre, aun lo sigue siendo. ¿Cómo entregarme a la aventura? En ese tiempo no tenía respuestas, sigo sin tenerlas.

Cuando comencé a escribirte versos, fue después de pasar por estados catalépticos. Porque eso eran los fines de semana para mí. No verte, no escucharte, era caer en estado de catalepsia. Pensarás que nunca te lo dije, pero ¿Cómo iba a hacerlo? Lo callé igual que callé mi desconcierto ante lo que me sucedía a medida que nuestra relación progresaba. Callé mi temor, pero también los anhelos que despertabas en mí. Callé la angustia que sentía en la alcoba y el abandono del que era víctima. ¡Callé tantas cosas! A las mujeres de mi generación nos enseñaron a callar. Es lo mejor que sabemos hacer. Mi vida estaba comprometida con el cambio, pero eso no quiere decir que estuviese preparada para tu llegada. Te adelantaste en veinte o treinta años, porque estoy segura que hoy en día habría reaccionado de manera diferente. Hoy tendría las agallas que no tuve en ese entonces. Pero hoy es hoy y el ayer es ayer. En eso Cronos es implacable. El tiempo no nos permite adelantarlo o atrasarlo como si fuese un reloj manual. De ahí la zozobra que el saberlo nos genera.

Comenzamos a salir juntas, para tomarnos un café, hablar de poesía o ver una película; en ese momento tú no eras más que una mujer inteligente que nutría mi intelecto. Para mí las relaciones afectivas entre mujeres era algo que podía suceder, pero no en mi esfera. Y mucho menos teniéndome a mí como protagonista directa de un amor a todas luces prohibido. Pero ahí estabas e ignorarte era imposible. Tu lucidez mental, tu sensibilidad e intuición poética, lograron conquistarme. Penetraste mi razón, antes de penetrar mi piel. Por eso nunca he podido sacarte de mi cuerpo. Mi alma te amaba cuando mi cuerpo aún no lo sabía. Yo te anhelaba, pero desconocía el lenguaje corporal que me hubiese llevado a tí. -¿Cómo? -dirías- si hacía tiempo estabas casada. Lo que no sabes es que mi cama era un desierto, sobre todo cuando estaba en embarazo. Durante los meses de gestación Esteban ni me tocaba, de resto nuestros encuentros sexuales me dejaban por fuera de toda participación. Una vez cumplida su faena se daba media vuelta, sin desearme siquiera las buenas noches. Más que su mujer, yo era la madre de sus hijos. Ya sabes, esa concepción decimonónica de muchos latinoamericanos que creen que el sexo hay que buscarlo por fuera del lecho conyugal y luego hablan del latinlover. Habría que buscarlo con la linterna de Diógenes. Debería proponerle a Florence Thomas que saliésemos juntas a buscar alguno.

El momento en que irrumpiste en mi vida, significó un despertar de todos los sentidos. Poco a poco fuiste buceando en ellos. A medida que los despertabas, con flores, con canciones o con tus versos, yo tomaba conciencia de la existencia de mi propio cuerpo. El día de nuestro fugaz encuentro en Oma, el roce premeditado de tus piernas contra las mías, me sumergió en un mundo desconocido y abrió una esclusa que dio rienda suelta al deseo acumulado en mi cuerpo y al que mi razón se negaba a aceptar. Ante mí se abría la oportunidad de conocer lo que hasta entonces yo llamaba un placer prohibido. Y pensar que para los griegos y los romanos era el verdadero, por no decir el único. El cuerpo no debería tener barreras, ni la mente tampoco. Es la tradición judeocristiana la que ha impuesto trabas a la vida y al goce. El roce de tu piel y la copa de vino que tomamos juntas, produjeron en mí una sensación cercana al orgasmo; al fín y al cabo hacía mucho tiempo que el volcán de mi cuerpo se había apagado. Creo que no ha vuelto a activarse.

Con el nacimiento de mi hijo dejaría de verte. No me lo había planteado así. Pero ya ves, a veces los acontecimientos deciden por nosotras, o bien son las personas de nuestro entorno familiar quienes nos despojan de nuestras vidas. En este caso fue Esteban. El día que comencé trabajo de parto, él cogió mi cartera con el fin de buscar los papeles de la seguridad social; por lo que era inevitable que no encontrase el poema que me habías dado ese mismo día a la salida de Oma. Era el poema que escribiste mientras me hacías el amor con la ligera caricia de tus piernas. Llegar a los otros no le fue difícil. De ahí a atar cabos de nuestras escapadas juntas, había sólo un paso. A mi regreso de la clínica, mi vida se convirtió en un infierno. El hombre que creía conocer, el escritor mesurado, respetuoso, dio paso a un huracán. Vociferaba, daba puños a diestra y siniestra, se convirtió en mi cancerbero. ¡Ni el teléfono pude volver a contestar! Para cuando regresé a la universidad, ya te había perdido por completo. De tus versos, no me quedó nada, los rompió todos; por eso ahora cada vez que publicas un nuevo libro, corro a comprarlo. Al menos así tengo la impresión de recuperar en algo lo que él me arrebató y lo que yo perdí.

Hasta siempre, Marcia

Hoy te he vuelto a ver. Creías que no te había visto, pero siempre te veo. Te vi camuflada en el público y también vi como te subyugaba la lectura de mi obra. Los papeles se invertían. Años atrás era yo la que quedaba alelada oyéndote hablar de literatura. Recuerdo cuando nos hablaste de Lord Byron y de su libro La Balada de la Cárcel de Riding, ¡con que vehemencia lo analizabas! Ese día aprendí a mirarte con otros ojos. Con los ojos que se miran a la mujer que nos atrae sexualmente. Sabía que eras casada, que tenías dos hijos y que esperabas el tercero. Tú eras mi maestra, yo tu pupila. Muchas historias de amor se han tejido en las aulas de clase, la mayoría de ellas de amores no convencionales, amores escondidos, amores trágicos. Cada vez que nos cruzábamos en el pasillo, yo sentía que mis piernas temblaban y que mi cabeza daba vueltas. Te me habías convertido en una obsesión. Siempre me han gustado las mujeres, desde que estaba en el colegio, cuando una de mis compañeras, al saber que yo no sabía besar, decidió convertirme en su aprendiz. Era un juego entre varias amigas. Pero el juego me gustó y yo me quedé en la cama con ella, mientras las otras se iban a la playa con sus noviecitos de turno. Era mi primer beso, más no el de ella. Ese día me enseñó a besar y me llevó de la mano a la isla de Lesbos; allí me inició en los placeres de su máxima sacerdotisa, poeta como yo. Desde entonces le rindo culto a la bella Safo, como la llamaba Sócrates. Así que comencé a regalarte poemas, el primero era de ella, decía así:

“Y sonríes seductora... un escalofrío me apresa toda, estoy más pálida que la hierba y me parece que falta poco para morir”.

Tú lo leíste. En vez de sorprenderte o mandarme simplemente al diablo, me regalaste una sonrisa y luego lo guardaste en tu cartera. Te vi alejarte. Apenas te perdí de vista salté y salté, estaba enamorada. Yo tenía 20 años, tú 37. Nos hicimos amigas. Sabías que te amaba. Te dejabas querer. Te convertiste en mi diosa. Todos los días te rendía un tributo. Podía ser una flor, un cassette con alguna canción en especial o un libro. Comencé a escribirte poemas. A fuerza de seducirte con el poder de la palabra, la muralla en la que te parapetabas comenzó a ceder. Mis poemas encontraban eco. Tú también comenzaste “a escribirme unos bellos poemas de amor”, así los llamaba, cuando en las noches, en la soledad de mi cama y sabiéndote acostada con tu marido, leía y releía los versos que me habías escrito. ¡Cuántas veces besé esos trozos de papel! Mis labios hubiesen podido desaparecer de tantas veces que lo hice. Leía tus poemas y mi cuerpo se humedecía. ¡Cómo te deseaba!

Poco a poco comenzamos a salir juntas. Íbamos a cine. El que quedaba cerca a la universidad... eran nuestras pequeñas escapadas. Yo sentía que tú no eras feliz, que algo te oprimía, pero no me hacías partícipe de tus problemas. Aunque era consciente que yo hacía parte de esos problemas. Yo no quería presionarte, así me muriera de deseo. Eras tú quien tenía que prepararse, yo te esperaba. Te hubiera esperado todo el tiempo del mundo. Recuerdo que vimos El Imperio de los Sentidos. A la salida y con mucha seriedad te dije: -Es la búsqueda de la verdad absoluta a través del sexo. Te echaste a reír. Me respondiste: -Siempre tan trascendental. Pero detrás de esa risa, escondías tu desconcierto. Comenzabas a descubrir en ti unos sentimientos que meses antes no hubieses osado imaginar. Comenzabas a trastabillar. Una tarde fuimos al Museo Nacional, había una exposición de un artista fauve, esa fiesta de colores nos inundó de alegría. A la salida me invitaste a una copa de vino, querías prolongar esa sensación de bienestar que nos había producido la pintura de Raoul Dufy. Sentadas, una al frente de la otra, en una de las mesas más discretas de Oma, mis piernas comenzaron a rozar las tuyas. Sentí tu vacilación, sin embargo no dijiste nada, ni tampoco las retiraste. Eras consciente de lo que estaba pasando y aunque no participabas de una forma directa, tampoco me rechazabas, dejabas que te sedujera, que te amara. Y yo me entregaba a ese juego, como si en él me fuera la vida. Aún no sabíamos que nunca más volveríamos a estar juntas. Mi felicidad de esa tarde la compartí con dos compañeras de la universidad que estaban enteradas de lo nuestro. Respetaban mi amor, no me censuraban, no obstante entendían que podía ser muy doloroso.

Ese día entraste en trabajo de parto y yo me sumí en un estado muy cercano al coma. Ante mí surgían tres meses sin poder verte. Las pocas veces que intenté ponerme en contacto contigo, la voz recia de tu marido me decía que estabas atendiendo al bebé, otras que estabas durmiendo. Yo había logrado derribar una parte de tu muralla, pero derrumbar la de él era imposible. Al colgar el teléfono quedaba más desamparada que nunca. ¡Si tan sólo hubiese podido escuchar tu voz una sola vez! Comencé a sospechar que algo pasaba. No era normal que no dieses señales de vida, ni que nunca contestases al teléfono. No me quedaba sino esperar tu regreso.

Dos semanas antes de tu reincorporación a la universidad, yo ardía de deseos de verte. Contaba los días, las horas y los minutos que me alejaban de ti. Pero no eran dos semanas las que tendría que haber contado. Tendrían que haber sido miles, tendría que haber sido una vida, dos vidas, tres vidas ¿Quién sabe? ¿Cómo medir el tiempo cuando se está enamorada? Poco antes de tu regreso me llamaron de la decanatura. Me dijeron que como estaba acosando a una profesora, y eso era inadmisible en una universidad y además en un país católico, apostólico y romano, debían cancelarme la matrícula. Yo, que ya estaba terminando sexto semestre. Yo, que tenía las calificaciones más altas del grupo. Yo, la intelectual, tenía que salir por la puerta trasera de la universidad como si fuese una delincuente. No era una delincuente, pero si era mujer. ¿Cuántos profesores homosexuales había en la universidad y nadie les había dicho nunca nada? Un montón, de eso no tengo la menor duda.

Me cancelaron la matrícula. En menos de lo que canta un gallo yo perdía todo por lo que había luchado sin descanso por espacio de tres años. Mi madre nunca me juzgó. Ella sabía que cada persona es dueña de su cuerpo y de sus sentimientos. ¿Cómo es que en la universidad no lo entendían? Nuestra relación se había llevado de la manera más discreta posible. No soy amiga de los escándalos. Por eso no hice ninguno cuando me vi ante un hecho cumplido. Me echaban de la universidad. Pues lo aceptaba, así sin más ni más. No di la pelea. No denuncié mi caso a los medios de comunicación. Era joven e inexperta. Me faltaba la fortaleza que sólo llega con los años. En cuanto a la tutela, aún no existía esa figura jurídica. De haber existido, creo que ellos no hubiesen llegado tan lejos, ni yo habría aceptado el atropello del que fui víctima.

Los lazos que me unían a ti, habían sido salvajemente cortados. Ante el dolor de no volverte a ver, se sumaba el dolor de saberte tan cobarde. No llamaste ni una sola vez para decirme que lo sentías. Mi vida se derrumbó. Pero ya ves, el ave fénix siempre renace de las cenizas. Comencé de cero. Me inscribí en otra universidad y aunque la mayoría de las materias vistas no fueron homologadas, logré terminar mi carrera, encontré trabajo y tiempo después el amor. No sería el definitivo. Habría de conocer otras rupturas, otras desilusiones, pero ninguna como la que tú me causaste. Para cuando nos volvimos a ver yo estaba curada, ¿Tú? No lo sé, ni tampoco me importa. Sería en uno de los tantos eventos literarios en los que inevitablemente tenemos que coincidir. No hemos vuelto a hablar, ni lo haremos. Si escribo esta carta es para contar lo que nunca he debido callar. Como ves, yo también fui cobarde.

En algún lugar de los cerros de Bogotá, con el bolero de Ravel como única compañía, Isabel.

ESTEBAN

Mi profesión es enseñar a dilucidar el pensamiento, a mirar detrás del espejo, como Alicia. Soy yo quien pone los retos y quien decide que tan alto podemos llegar. Conduzco las masas de estudiantes como el pastor conduce un rebaño de ovejas. No estoy acostumbrado a que me desafíen, ni a seguir a los otros. Sigo planes previamente determinados. No me gustan los imprevistos ni las sorpresas. Soy un pensador y para ello se requiere de mucha disciplina. Las ideas son para elucubrarlas largo tiempo, antes de decidir que hacer con ellas. El azar no es para mí, ni soy un jugador. De serlo exigiría que las cartas estuviesen sobre la mesa, los ases debajo de la manga me parecen rastreros, propios de garitos de mala muerte. Cada paso que he dado en la vida ha correspondido a coordenadas trazadas con antelación y previstas para que tengan una larga duración, los cambios sólo traen desconcierto y son signo de inmadurez.

En el colegio y en la universidad, me caractericé por ser un alumno brillante. En el día de mi graduación tenía la certeza que no entraría a las filas de desempleados. Con el cartón en la mano me presenté a un concurso como docente y me lo gané. Poco tiempo después contraía nupcias con la novia de siempre. La había conocido en la universidad, en uno de los cursos que nos tocó tomar juntos. Era amante de los libros y recitaba poemas. A diferencia de muchas otras prefería escuchar a Beethoven al lado de la chimenea, que irse a bailar salsa a cualquier antro. Eso me daba tranquilidad. Una vez casada le quedaba poco tiempo para las amigas. Cuando terminó sus estudios ya había nacido nuestro primer hijo. En la universidad buscaban profesores de literatura, con su curriculum vitae y sus conocimientos no le fue difícil pasar las pruebas. Mi vida seguía el curso que yo me había trazado. Los años transcurrieron sin mayores altibajos. Nació otro hijo y venía en camino el tercero.

En las noches y los fines de semana era Marcia quien se ocupaba de los niños, yo me dedicaba a escribir. Ya había publicado dos libros, con muy buena acogida por parte de la crítica y de los pares académicos y preparaba otro. Me estaba ganando un nombre en un medio profesional árido y poco amigo de las lisonjas mutuas. Me encontraba tan embebido en mi trabajo que no me di cuenta que el tren que yo conducía corría peligro de descarrilarse. Sentía a Marcia cansada, por lo que supuse que era el embarazo. Alguna vez se había quejado, aduciendo que no le dedicaba suficiente tiempo a la familia; como se dio cuenta que sus quejas me molestaban, no volvió a decir nada. A veces iba al cine, suponía que lo hacía sola. A medida que el embarazo avanzaba yo la veía más ensimismada, cada vez hablaba menos; lo que para mí era un gran alivio. Necesitaba tiempo para escribir. A veces la veía conversar con una de sus alumnas y en su mesa de noche encontraba libros de autores que antes no le había visto leer. Supuse que era normal; al fin y al cabo su oficio es la literatura.

En los días que precedieron al parto presentó una complicación, por lo que hubo que internarla de urgencia en la clínica. Mientras que ella era atendida por los médicos y las enfermeras, yo debía ocuparme de los trámites administrativos; así que abrí su bolso para buscar los papeles de la seguridad social. Fue entonces cuando ví una hoja de cuaderno doblada en cuatro, la iba a dejar a un lado cuando algo me llamó la atención, en ella estaban estampados los labios de una mujer. Era un colorete discreto, pero la evidencia de un beso saltaba a la vista, así que decidí leer lo que había dentro. Hacerlo fue lo mismo que descender al universo de Dante. El horror tomó forma y se me presentó con un lenguaje procaz, no por las palabras sino por el sentido que les otorgaban. De pronto varias imágenes que había visto en los últimos meses, comenzaron a tener sentido.

Las lecturas y los análisis apasionados que Marcia hacía últimamente de Rimbaud, de Verlaine, de Walt Withman, de Virginia Wolff, de Marguerite Yourcenar, me saltaban a los ojos con un significado que antes no había sabido ni querido interpretar. Una vez en la casa hurgué en sus cosas, dentro de una caja y envueltos en un papel de flores, encontré otras hojas de cuaderno y otros versos. La evidencia no dejaba lugar a dudas. Jamás había imaginado a mi mujer siendo cortejada por otro hombre, y si así hubiese sido habría estado dentro de parámetros normales. Pero de ahí a ser enamorada por una mujer había un abismo. Tomé todas las medidas necesarias antes de su regreso, tanto en la casa como en la universidad. Cuando ella llegó tres días después, nuestro mundo ya no existía, se había diluido, como se diluye la pintura en el aguarrás. Nunca más seríamos los mismos. Finalmente el tren se había salido de los rieles y ya no podía ser encarrilado de nuevo; pero eso lo comprendería más tarde. De todas formas actué correctamente, defendí lo que era mío, defendí la decencia, la moral, salvé mi familia, salvaguardé nuestra imagen ante la sociedad, la protegí del escándalo; debería estarme agradecida. En todo caso no lamento las medidas que tomé en ese momento, aún hoy las volvería a tomar de idéntica manera. Por otra parte me convertí en una persona más precavida y no volví a pisar el mismo guijarro. Cerré el telón y no lo volví a abrir, hasta ahora que mi vida desfila ante mí como si fuese una película. Creo recordar que alguna vez un amigo me dijo que algo así sucede en los momentos que preceden a la muerte. Esa debe de ser la razón por lo que recuerdo lo que ya creía olvidado.