viernes, 19 de octubre de 2007

El velo (cuento)


El encuentro
I
La tarde del miércoles es mi preferida, no tengo que ir al liceo. Estoy tirada en mi cama, con los ojos cerrados, tratando de descansar un poco. El timbre suena dos veces con insistencia. Estoy sola en el cuarto y no tengo deseos de recibir a mis amigas. Escucho la voz de mi madre pidiéndome que eche un vistazo. Me paro con desgano y recorro la distancia que hay entre mi cuarto y la entrada principal. El timbre suena por tercera vez, -ya voy, ya voy -grito, malhumorada-. Al abrir la puerta, veo a un hombre parado en el corredor. Su rostro no me dice nada, no creo conocerlo. No es muy alto, debe medir 1.68 m., es más bien delgado, de rostro alargado; pienso que no ha debido afeitarse en los últimos días. Su pelo es liso y sus ojos cafés claros. No vive en el edificio. Todos los vecinos nos conocemos los unos a los otros, los muchachos son amigos de mis hermanos. Es una pequeña comunidad que ha dejado sus raíces atrás en busca de un mejor futuro. Un futuro que aún no llega. El recién llegado me mira y cuando voy a preguntarle que desea, da media vuelta y desaparece en el ascensor.

II
No había vuelto a pensar en el incidente, hasta ahora que lo he vuelto a ver al salir de la tienda de abarrotes con mi mamá. Está recostado en el umbral del edificio del frente, con los ojos puestos en el local. Apenas salimos se escabulle entre la gente. Hay otros “encuentros”, me doy cuenta que no son fortuitos, me molestan, me producen una sensación de agobio que no puedo definir. Puede ser a la salida del liceo, o en el parque, donde llevo a mi hermano pequeño, o en la calle donde vivo. Nunca me habla. No obstante su presencia me disgusta.

La petición
I
Son las ocho de la noche, estamos en familia, es la hora de la cena, no esperamos a nadie. El timbre de la puerta suena. Mi hermano mayor dice que debe de ser uno de sus amigos. Se equivoca, es el mismo hombre que me hostiga desde hace varias semanas. Sin ser invitado y sin saludar siquiera, entra directo a la sala. Pide hablar con mi papá y con mis hermanos. Mi mamá y yo nos vamos para la cocina. -¿Qué querrá? –me pregunta-. No contesto nada, pero yo lo sé. Lo comprendí al verlo atravesar el comedor y sentarse en el sofá. Es por mí que viene, quiere negociar con mi padre y la mercancía soy yo. Venimos de lejos, nos hemos instalado en los suburbios de una gran megalópolis, pero no hemos abandonado nuestras tradiciones ancestrales. En nuestra cultura las mujeres no escogen el marido, son los padres los que deciden por ellas. Me pregunto si mi papá y mis hermanos aceptarán su petición. Siento que los ojos se me llenan de lágrimas, pero sé que no puedo decir nada. De todas formas nadie me escucharía. Sólo me queda esperar.

II
Por mi mamá sé que el desconocido me quiere como esposa. Le ha propuesto a mi padre una buena cantidad de dinero, que él ha rechazado, tiene otros planes para mí. Debería sentirme aliviada, pero no lo estoy. Una vaga sensación de incertidumbre se aloja en mi pecho. Sigo saliendo a hacer las compras o al liceo; lo hago insegura, no quisiera encontrarlo al doblar una esquina o en la mitad de la calle; para mi gran tranquilidad no lo vuelvo a ver. Pasado el tiempo ya ni me acuerdo de él.

III
Hoy nos ha vuelto a visitar el supuesto pretendiente de F. y nuevamente lo he rechazado. No tengo nada en su contra, es sólo que no pertenece a nuestro mundo, aunque profese las mismas creencias religiosas. No habla nuestra lengua, ni conocemos su familia, no sabemos nada de él. Por otra parte he estado hablando con mi primo, hemos acordado unir a nuestras dos familias con la alianza entre su hijo y F. Aún no le he dicho nada a la madre ni a sus hermanos, pienso hacerlo pronto; cuando todo esté arreglado. En cuanto a mi hija será la última en saberlo, su opinión no cuenta, sabrá obedecer, como lo hizo su madre y la madre de su madre y así sucesivamente.

No duermas más, mi niña...
I
Es miércoles, acabo de hacer las compras del día. Me demoré un poco más en la tienda de abastos, había mucha gente esperando su turno. Regreso a casa, los paquetes están pesados, me detengo a cada instante para descansar un poco; ojalá que en casa sepan entenderlo, no me gusta ver a mi papá enojado. Cuando eso sucede me encierro en el cuarto, hasta que se le pase. Sólo me faltan 10 metros para llegar a la calle donde vivimos, respiro tranquila; si estoy con suerte llegaré antes que él. Al doblar la esquina escucho que me llaman por mi nombre, debe de ser uno de mis primos; levanto la cabeza confiada y es entonces cuando veo al señor de pelo liso y ojos cafés claros delante de mí. No debo hablarle, ni siquiera mirarle a la cara; sino me convertiría en la vergüenza de la familia. Decido pasar a su lado rápidamente, pero no logro hacerlo; me ha tirado algo al cuerpo, mis ropas se impregnan de un fuerte olor, luego enciende un fósforo, me ha convertido en una tea humana.

II
No sé donde estoy, imagino que en mi cuarto, aunque no reconozco el colchón donde estoy acostada. A veces escucho la voz de mis hermanos, aunque no logro comprender del todo lo que dicen. Solo he podido escuchar a mi papá que me susurraba muy cerca al oído: -No duermas más mi niña, despierta, despierta. Y yo que creía que no me amaba. Me doy cuenta que debo de estar durmiendo desde hace mucho tiempo, lucho por despertar, pero en vano, no lo logro. Me viene a la mente el cuento de la bella durmiente que me narraban en la guardería, debo dormir igual que ella; la diferencia es que no habrá un príncipe encantado que venga algún día a despertarme, hace mucho dejé de creer en ellos.

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