lunes, 15 de octubre de 2007

LA POESÍA EN TIEMPOS FARAONICOS (artículo)

LA POESIA EN TIEMPOS FARAONICOS



“Díos Mío! Esposo mío
Es placentero ir al estanque
Tu deseo de verme descender
De bañarme delante de ti
¡Me regocija!

Te permito ver mi belleza
A través de una túnica del más fino de los linos reales,
Impregnado de esencias balsámicas,
Y mojado en aceite perfumado.

Me sumerjo en el agua para estar a tu lado,
Gracias al amor, salgo, con un pescado rojo en la mano.
Contento está entre mis dedos,
Lo coloco sobre mis senos.

¡Oh! Tú Esposo mío, ¡Oh! Amado mío
Ven y mira”.


Cada vez que se habla del tiempo de los faraones se suele pensar siempre en las pirámides, en la Esfinge y en las momias. Pero rara vez se piensa en el rol que jugaron las mujeres en el antiguo Egipto, con excepción de Nefertiti o de Cleopatra, rara vez hacemos alusión a ellas. De estas dos mujeres sabemos que eran poseedoras de una extrema belleza, y en el caso de Cleopatra conocemos la historia de su reinado, más por haber sido el gran amor de Marco Antonio, que por haber sido reina de Egipto.

Pero la poesía que se nos ha legado nos muestra a una mujer muy diferente a la que habita hoy en día en los afluentes del Nilo. La mujer en tiempos faraónicos se caracterizaba por poseer una gran libertad sexual, e incluso, como puede apreciarse en los siguientes versos, era considera igual al hombre:

“¡Oh! Isis…
Tú eres la Diosa de la Tierra,
El poder que les conferiste a las mujeres
Es el mismo que ostentan los hombres”.

De todos los aspectos divinos de feminidad, Isis se manifiesta a nuestros ojos como la diosa por excelencia, la más conocida de todas, la imagen misma de Egipto. Admirable compañera de Osiris, que supo secundarlo, e incluso ayudó a perpetuar el culto de su esposo. Isis es considerada como la maga por excelencia, con poderes que le otorgaban la capacidad de curar a los dioses. Isis es también considerada como la diosa de la tierra, es decir la madre biológica y por ende protectora de las mujeres, ella también es la diosa del amor y de la felicidad:

“Como es de hermosa tu cara gozosa
Cuando te rodea la gloria.
Hombres y mujeres te ruegan les concedas el amor
Las vírgenes, en las festividades, se abren para ti y te obsequian su espíritu.
Tú eres la Dama de la Alabanza, Maestra de la danza,
Maestra del amor, de las mujeres y de las núbiles.
Tú eres la Dama de la embriaguez y de las fiestas,
Dama del Olivo, Maestra en trenzar la corona,
Dama de la felicidad, Dama de la exultación,
Es a ti, Majestad, a quien cantamos”.


Los cantos fúnebres:

Los ritos funerarios eran acompañados de mujeres, conocidas como las plañideras, que clamaban al cielo por la pérdida de un ser querido. Estos cantos cumplían las funciones de lamentaciones, en ellos la amante se conduele por la pérdida del amado:

“Regresa, Amado mío, tú que has partido,
Para que bajo los árboles hagamos lo que más te gusta.
Lejos está mi corazón
Sólo contigo, deseo hacer lo que me gusta.
Si te vas al país de la eternidad, yo te acompaño,
Tengo miedo que mi esposo me mate.
Vine por el amor que te profeso.
Libera mi cuerpo de tu amor”.

En este canto funerario puede observarse también la presencia del adulterio, el cual era gravemente castigado. Mientras que el divorcio era una práctica aceptada, que no necesitaba de jueces que lo aprobaran, puesto que era suficiente el deseo común de la pareja y el consentimiento de la familia, para que la separación fuera un hecho. No obstante, el adulterio tenía características socio jurídicas bien diferentes. Al hombre adúltero, considerado como un violador, se le practicaba la emasculación (castración), si la unión no había sido violenta se le daban cien bastonazos, o se le cortaban las orejas y la nariz. A la mujer que había consentido a la unión sexual también se le cortaba la nariz, lo que le causaba una desfiguración y la vergüenza permanentes, ya que quedaría marcada de por vida, recordando que había sido adúltera. El castigo para la mujer también podía traducirse en la condena a trabajos forzados y el destierro al vecino país de Nubia.

Sin embargo en la práctica los jueces no siempre eran tan severos, y con frecuencia perdonaban a los adúlteros; sobre todo si la mujer declaraba haber sido seducida, lo que era considerado como una especie de violación, por lo que su marido se abstenía de presentar demanda:

“No copules con una mujer casada. El que copula con una mujer casada, en su cama, su propia mujer podría ser violada en el suelo”.

Este refrán podría muy bien significar: No le hagas a los demás lo que no deseas que te hagan a ti.

Por otra parte los faraones podían tener una esposa y una favorita, práctica que no era exclusiva de los reyes, sino que parece haber sido común a toda la sociedad; al menos para aquellos que podían darse el lujo de mantener dos mujeres, que por otra parte debían convivir bajo el mismo techo.


Las egipcias y su arreglo personal:

Las mujeres egipcias se vestían con túnicas del más fino de los linos, túnicas transparentes y perfumadas:

“(He aquí) una túnica blanca
Bálsamo para tus hombros
Guirnaldas para tu cuello
(Llena tu) nariz de salud y felicidad;
Perfuma tu cabeza
Dedica este día a la celebración”.

El enamorado, por su parte, desea convertirse en parte de la túnica, para poder estar al lado de su amada:

“¡Si yo pudiera solamente, ser su blanqueador!
¡Sólo por un simple mes!
Entonces mi felicidad sería lavar los aceites
De olivo que impregnan su diáfano vestido”.

Los vestidos de las mujeres del Antiguo Egipto eran siempre tejidos en lino blanco. La única manifestación en el color se hacía en los cinturones, tejidos en diferentes tonalidades. En ningún caso se veía una mujer egipcia adornada con vestidos bordados con múltiples colores, como si lo hacían las mujeres del Oriente Medio.

Sin embargo las mujeres egipcias amaban el maquillaje con el cual ornaban sus ojos. Se hacían grandes líneas que los enmarcaban, dándoles un sensual encanto. Esto sumado a los ungüentos y perfumes que aplicaban tanto a sus cuerpos como a sus vestidos, nos muestran unas mujeres de gran voluptuosidad. No es sino pensar en la imagen de Nefertiti, quien nos hace soñar aún hoy en día con la inefable belleza de estas seductoras mujeres.


El matrimonio:

La mujer gozaba de los mismos derechos que el hombre, era libre y podía ser propietaria de sus bienes; no obstante para casarse se le exigía ser virgen. Toda jovencita, en edad de merecer (como se decía en el siglo XIX), aspiraba a convertirse en nébèt – pèr, ama de casa, puesto que es el título que otorga seguridad económica y un puesto respetable en la sociedad:

“¡Oh, tú, el más hermoso de los hombres!
Mi mayor deseo es vigilar tus bienes,
Y convertirme en el ama y señora de tu casa.
Que tu brazo repose sobre el mío
Y que mi amor te regocije.

Le confieso a mi corazón
Con un deseo de amante:
¿Puedo tenerte como esposo?
Sin ti soy un ser en la tumba
¿No posees tú la salud y la vida?


Los poemas de amor de las jovencitas están marcados por la pasión, pero también por la discreción y la ansiedad. Su erotismo es aún tímido:

“La voz de mi amado ha turbado mi corazón.
El me dejó presa de mi ansiedad.
El vive cerca de la casa de mi madre.
¡Sin embargo yo no sé como ir hacia él!
¿Será que mi madre podrá hacer algo?

El no conoce mi deseo de tenerlo entre mis brazos
El no conoce lo que ha hecho confiarme a mi madre
Oh bienamado ojalá la diosa de las mujeres
¡La Dorada, me destine para ti!

Mi corazón se agita,
Cuando pienso en mi amor,
El no me deja reaccionar “como se debe”,
Se sobresalta cuando me acerco a él.

No logro vestirme
No pongo atención a mi apariencia
No maquillo mis ojos
Y no me perfumo con suaves fragancias.


¡No te rindas, ya casi lo tienes!
Me dice mi corazón cuando pienso en él.
¡Oh, corazón mío, no me conduzcas a la pena!
¿Por qué reaccionas como un loco?

Espera sin temor, el bienamado viene hacía ti;
Pero compórtate a los ojos de la multitud.
No les hagas decir de mí:
“¡Esta mujer está enamorada!”.

Cálmate mientras lo evocas,
¡y no te agites tanto mi corazón!”


El joven enamorado también le canta a su amada:

“La bienamada sabe lanzar el lazo,
(Sus cabellos, ella los lanza como un reto)
Agita su cabellera como si fuera una red
Con sus ojos me convierte en su cautivo
Con sus adornos me domina
Con su lengua me marca como si fuera hierro candente”.


Hasta que la enamorada cede a sus deseos:

“Cuando la tengo entre mis brazos
Y cuando sus brazos me enlazan
Es como un país de ensueño
Es como tener el cuerpo impregnado de aceites perfumados.

Cuando la beso
Y siento sus labios entreabiertos
Me siento ebrio
Aún sin haber bebido cerveza.

Ah, mi sirviente, yo te digo,
Apúrate a preparar la cama,
Coloca el más fino de los linos para cubrir su cuerpo,
No tiendas para ella una simple tela
Coloca en el lecho sábanas perfumadas…

Ah, quisiera ser su esclava negra,
La que lava sus pies,
Así podría ver la piel
De todo su cuerpo”.



Estos versos de un fuerte erotismo y sensualidad nos permiten ver a una mujer que sabe disfrutar de su sexualidad, nos conducen inmediatamente a reflexionar sobre la actual condición de la mujer musulmana. A la mujer de los tiempos faraónicos aún no se le practicaba la ablación, como si ocurre hoy en día en muchos poblados campesinos del Egipto contemporáneo.


Bibliografía : DESROCHES NOBLECOURT, Christiane. La femme au temps des Pharaons. Stock / Laurence Pernoud. Paris, France. 1986.

Los poemas han sido traducidos del francés por la autora del artículo.






















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