domingo, 11 de diciembre de 2011

ESPAÑA ENTRE DOS SIGLOS, DE ZULOAGA A PICASSO, de 1890 a 1920

I parte:

Generalmente cuando pensamos en la pintura española los artistas que se nos vienen a la mente son Domenico Theotokópoulos, llamado El Greco – originario de la isla de Creta y como su nombre lo indica no era español sino griego-, Velázquez, Zurbarán, Murillo, Ribera, Goya, Picasso, Dalí, Miró, Gris y más recientemente Remedios Varo o Antoni Tápies. No obstante, la historia del arte suele ignorar un período trascendental en la pintura ibérica, que va desde 1890 hasta 1920. Época de gran importancia ya que al igual que los movimientos artísticos franceses, correspondientes a la segunda mitad del siglo XIX, fue un movimiento de ruptura, de innovación, de búsqueda de nuevos lenguajes pictóricos; más osado, menos convencional, tanto en la pincelada como en los temas que abordó. Es este período que el Museo de la Orangerie ha querido mostrarnos a muchos amantes del arte que no lo conocíamos: España entre dos siglos, de Zuloaga a Picasso, de 1890 a 1920, es el nombre de la exposición a la que hago referencia.

Pero para entender un poco el silencio de la historia del arte que va de los años 1830 a 1920, en cuanto a la pintura española se refiere, hay que recordar la guerra llevada por el pueblo español en contra de la opresión napoleónica (recordemos ese gran cuadro de Goya llamado 3 de mayo); también hay que tener en cuenta la España miserable de la que raramente se habla, pero que en realidad se sumergía en la hambruna y la ignorancia, puesto que la mayor parte de su población vivía en condiciones de pobreza absoluta y no tenía acceso a la educación, por lo que la gran mayoría era analfabeta. Y no hay que olvidar otro aspecto importante: la pérdida de su última colonia, Cuba, en 1898. El orgullo de otrora había dado paso a una España que trataba de resurgir de las cenizas de un pasado glorioso, pero opresor; me refiero exactamente a las colonias que había instaurado en el territorio de América Latina y a las cuales había despojado de sus riquezas y había tratado de borrar del mapa sus culturas, lenguas y creencias, habiendo cometido el más grande etnocidio de la historia de la humanidad.

No obstante, España, con un pasado pictórico extraordinario, siguió creando, así no conozcamos a los artistas que surgieron entre el período de 1828; año del deceso de Goya y 1906, cuando Picasso comienza a ser conocido, tras abandonar el período azul y pintar los bocetos de ese gran cuadro que daría inicio a lo que posteriormente se conocería como cubismo, Les demoiselles d’Avignon.

Pero antes de este cuadro excepcional, estaban los pintores Ignacio Zuloaga, Joaquín Sorolla, Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Hermen Anglada Camarasa, Darío de Regoyos e Isidre Nonell, entre otros. Estos artistas eran ante todo viajeros incansables, que se interesaban por otras culturas y otras lenguas y por supuesto deseaban empaparse de otras corrientes pictóricas; especialmente del grupo que posteriormente se conocería como Impresionista (es el caso específico de Sorolla). En 1900, cuando Isidre Nonell regresa a España le cedió su taller de Montmartre a Picasso.

Como gran paradoja, en cuanto al silencio que se hizo en torno a la historia del arte española del período que nos ocupa, es importante anotar que los pintores franceses como Gustave Courbet y Eduard Manet eran grandes admiradores de la pintura ibérica; aspecto ignorado durante mucho tiempo por los especialistas que quisieron tender un manto de olvido sobre los pintores anteriormente señalados. Incluso Ignacio Zuloaga, cuando hablaba de Manet, a quien estimaba, admiraba y respetaba, decía que él era un “pintor franco-español”. Los pintores españoles en cuestión expusieron en las galerías que comenzaban a apostar por un arte no convencional, como la Galería Vollard o la Durand-Ruel. Y el curador Léonce Bénédite, del Museo de Luxemburgo, no dudó en comprar lienzos de Zuluoaga (Mi tío y mis dos primas) o de Sorolla (El regreso de la pesca). Estos artistas también hicieron presencia en Nueva-York, Bilbao, Barcelona y por supuesto Madrid y entablaron amistad con Degas, Toulouse-Lautrec, Matisse, Seurat, Signac y con el grupo de escritores de la época; es así como conocieron a la poeta Anna de Noailles.


La posibilidad de penetrar en un mundo artístico e intelectual de vanguardia, rico en simbología, pero también reconociéndose como herederos de una fuerte e importante tradición pictórica, hicieron posible que estos pintores encontrasen su propio lenguaje, diferente a lo que los críticos posteriores admirarían y respetarían. Es así como finalmente se ha hablado de dos Españas: una blanca, con Sorolla a la cabeza y otra negra, la de Isidre Nonell.

(Este artículo continua la próxima semana)

Nota: El pasado jueves 8 de diciembre de 2011 un periodista de la wradio (Colmbia) confesó, sin ambages, que una de las promesas que se había hecho para el 2011 era leer un libro por mes, pero que esa promesa no la había podido cumplir, que ni siquiera había podido leer seis libros en todo el año. Es inconcebible que un periodista de una emisora tan importante tenga el desparpajo de confesar algo que para cualquier otro periodista europeo sería poco menos que inaudito. Esto me hace pensar en la hermosa y dolorosa carta de demisión que escribió el profesor de la facultad de periodismo de la Universidad Javeriana, al no poder seguir soportando la mediocridad de los estudiantes que llegan a sus aulas.

viernes, 9 de diciembre de 2011

VENUS KHOURY-GHATA, PREMIO GONCOURT DE POESÍA 2011

El pasado miércoles 7 de diciembre fue otorgado el Premio Goncourt de Poesía a Venus Khoury-Ghata, quien ha ganado innumerables preseas literarias, como el Premio de la Academia Francesa (2009), el Premio Apollinaire o el Premio Mallarmé, entre otras.

Venus Khoury-Ghata nació en 1937 en el norte del Líbano, en un pequeño pueblo llamado Pshery, el mismo que vio llegar al mundo al poeta Jalil Gibran. Desde 1972 vive en París. Inicialmente trabajó para la revista Europa, dirigida en ese entonces por Louis Aragon, a quien ella, en compañía de otros colegas, tradujo al árabe. Es novelista y poeta, ha publicado alrededor de treinta títulos. Es de anotar que el New Yorker, al referirse a esta insigne poeta y novelista, dijo la siguiente frase: “Venus Khoury-Ghata es a la poesía lo que Gabriel García Márquez es a la novela”.

Su última libro Où vont les arbres? (¿Adónde van los árboles?) Mercvre de France 2011, indaga en su tema predilecto, la muerte. Ante nuestros ojos desfila la patria herida, violada, devastada por el fuego inclemente de la guerra. La Patria que tiene mil, un millón de amantes, la Patria que se casa todos los días con alguien diferente y a la que la autora llama madre:

“Se casa con guerreros y soldados de plomo

La casa se hundía a medida que ella se casaba de nuevo y que

Las lágrimas corrían por nuestras mejillas”

Es una progenitora que a pesar de estar muerta sigue engendrando hijos de hombres desconocidos que la violan en el patio trasero de un cementerio. Es entonces cuando la autora deja entrever que en realidad ella representa la muerte:

A veces es una madre que ama a sus hijos, pero otras:

“La madre quería vender a sus hijos pero ningún camino los aceptaba”

“Entre la madre y nosotros estaba la sombra del invierno”

“La madre nos quería con brazos largos… para introducirnos en su sueño”

La madre, con cara de fuego, se pierde en las colinas o detrás de los árboles, es esquiva, a veces amante, pero en general violenta. Es una trashumante en un “paisaje sedentario”. Cree partir cuando en realidad es el camino el que avanza.

Cuando hace referencia a la casa, describe su techo como una tumba, pero también como un hueco que entierra el sol:

“La casa le dio la espalda

Ella cavó un hueco dentro de otro hueco y cada noche enterró un sol”

La madre, eterna lavandera, lava la sangre de la tierra mientras que las manos de sus hijos se transforman en piedras.

Al final se pregunta quienes somos para contar la vida de nuestros padres mientras morimos con cada lámpara que se extingue.

Nota: La lectura de este libro me hizo sentir que en vez del Líbano, arrasado por guerras intestinas, la poeta estaba hablando de Colombia y de nuestros ríos de sangre, un país muy diferente a aquellos que se empeñan en mostrar sus habitantes, marcados por el signo de la violencia y de la pobreza, como los más felices del planeta.

domingo, 4 de diciembre de 2011

POMPEYA: EL ARTE DE VIVIR

El derrumbe de una civilización es sinónimo de olvido, y su rescate, una necesidad para la comprensión del pasado y del presente. Al menos esta pareciera ser la premisa de la exposición que actualmente presenta el Museo Maillol de París: “Pompeya: El arte de vivir”. Exposición dedicada, más que a la ciudad en sí misma, a la villa, a la casa, al domus de Pompeya, una de las dos ciudades sepultadas por la terrible erupción del Vesubio el fatídico 24 de agosto del año 79 de nuestra era; la otra ciudad, todo el mundo lo sabe, es Herculano. En esta soberbia exposición vemos desfilar ante nuestros ojos la vida doméstica, la privacidad de cada familia, casi que sentimos el olor del pan salir de sus hornos, el tintineo de las monedas cuando llegan al fondo de la bolsa o el susurro de las comadres contándose las unas a las otras las últimas noticias políticas o sus gemidos a la hora de amar; ya que podemos penetrar en la intimidad de sus hogares, bien sea uno patricio o de un humilde comerciante o de un liberto o la sombría habitación de un esclavo.
Hasta el siglo XVIII, más exactamente hasta el año 1713, nadie había visto ni visitado una verdadera domus romana. Esto fue posible gracias al príncipe d’Elbeuf, Emmanuel de Lorraine, residente de la Villa de Portici, que al ver que semana a semana los campesinos de la región le hacen llegar soberbias estatuas en mármol o diversos objetos de gran valor artístico procede a excavar, en una primera instancia, un teatro de estatuas que envía posteriormente a Viena. Por su parte, Carlos III de España, el rey de las dos Sicilias, ordena en 1734 que las excavaciones sean coordinadas y vigiladas, y en 1738 Herculano aparece debajo de las cenizas. Es sólo en 1748 que se descubre el foro y el barrio de los teatros de Pompeya. Europa, en pleno Siglo de las Luces, descubre estupefacta el Domus de los Papiros, una biblioteca que albergaba 1800 manuscritos antiguos. La fiebre por Pompeya acababa de comenzar, un estado que nunca más nos ha abandonado. Es a partir de ese momento que se comienza a entender que es un atrium, un balneum o un tablinum, entre otros conceptos. Los arquitectos descubren un mundo desconocido, de gran refinamiento, lleno de frescos y de mosaicos; algunos con temas que la falsa moral judeocristiana considera como lascivos; pero comunes y corrientes para la población romana de hace 2000 años.
A pesar de todas las sombras que todavía ocultan el pasado, Pompeya y Herculano nos dan la clave para la comprensión y lectura de un pasado donde el esplendor, la búsqueda permanente de la estética, del hedonismo, tenían un papel fundamental en una sociedad que había entendido muy bien que la vida es una sola y que no se debe desperdiciar ni un sólo minuto que pueda dedicarse al ocio y a la buena mesa, no en vano son ellos los que pusieron en la mesa lo que hoy en día los franceses consideran uno de sus platos insignes, el foie gras; eso si, sin dejar a un lado el trabajo que les permitió tener un excelente nivel de vida, sin este último aspecto dicha sociedad no hubiese llegado al altísimo refinamiento social, cultural y artístico que desarrolló.
Las casas poseían acueducto y alcantarillado; algo no muy común en la India de hoy en día. Habían letrinas tanto en las casas de los patricios, como para el pueblo en general. Es de anotar que las letrinas no eran cubículos unipersonales como las que hoy tenemos en nuestros hogares. Tanto para los griegos como para los romanos ésta era una actividad pública y allí se discutía de política, de filosofía, de literatura. En las casas de los patricios o comerciantes acaudalados incluso se servían ricas viandas; es decir, era una actividad desprovista de la intimidad que la sociedad occidental contemporánea le ha otorgado, incluso las letrinas eran compartidas por hombres y mujeres. No obstante, el alcantarillado no cubría toda la ciudad, en la mayoría de las casas se tiraba el agua sucia a la calle; por lo que en cada una de ellas habían especies de puentes, hechos con piedras más grandes que las del andén propiamente dicho, para poder transitar libremente sin tener que pisar el agua sucia.
En cuanto a la mujer se refiere, es importante anotar que tenía el derecho a trabajar al lado de su marido o bien emplearse en una panadería o como tejedora, o como lo que hoy conocemos una obrera; es decir, no estaba relegada al gineceo. Podía circular libremente por las calles o ir al teatro o recibir a sus amigas en su casa; y las mujeres casadas, conocidas como matronas, le rendían culto a Bona Dea, la diosa buena. El matrimonio estaba reservado a las clases altas y el divorcio era una práctica común; en las clases populares se practicaba la unión libre. El sexo estaba desprovisto de los conceptos que hoy consideramos obscenos o perversos. El acto amoroso se representaba permanentemente, tanto en los triclinium, comedores, como en las alcobas; la iconografía de falos y vulvas era común y podía incluso encontrarse en las tumbas. La iconografía de falos desproporcionados protegían a la familia y a la casa de los malos espíritus. Según Antonio Varone “el sexo era para los romanos un acto positivo, fuente de vida y de felicidad, un elemento mágico”, algo muy diferente a los prejuicios de la sociedad contemporánea.

domingo, 27 de noviembre de 2011

MARIANNE VON WEREFKIN Y EL EXPRESIONISMO ALEMÁN

EL EXPRESIONISMO ALEMÁN

La Pinacoteca de París, fiel a su espíritu de diálogo, presenta por primera vez una exposición sobre el Expresionismo Alemán, no por autores, como se ha hecho hasta ahora, sino exhibiendo las dos corrientes pictóricas, tan diferentes entre sí; tanto desde el punto de vista de la pincelada y de la paleta como desde la búsqueda filosófica, especialmente Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), movimiento intelectual que incursionó incluso en la música al aceptar en sus filas a Shönberg, y Brücke (Puente), movimiento más centrado en la emoción, en la sensibilidad. Los artistas adscritos a estas dos corrientes sufrieron la persecución nacionalsocialista y fueron considerados artistas degenerados. Der Blaue Reiter, se desarrolla, básicamente, en Munich y la región bávara, mientras que Brücke lo hace en Dresde, Moritzburg y Berlín.
Pero antes de hablar un poco más sobre el Expresionismo Alemán, me gustaría recordar que la Historia del Arte del siglo XX se centró sobre todo en analizar y mostrar, una y otra vez, el arte del Renacimiento italiano; por lo cual muchos otros movimientos han sido poco difundidos. Es el caso específico de Las Puertas de Ghiberti (1378-1455), conocidas por todas aquellas personas que se hayan interesado, poco o mucho, por el arte florentino. No obstante, el trabajo en bronce de Las Puertas de Bernward (1015) y de La Columna de Cristo (1020), de la Catedral de Hildesheim, denotan un florecimiento extraordinario en las artes alemanas del Medioevo; siendo prácticamente desconocidas no sólo para los neófitos sino para muchas personas que se precian de conocer un poco el arte occidental.
Después de este breve paréntesis podemos dar un salto en la historia y ubicarnos a comienzos del siglo XX. Desde 1905 artistas como Franz Marc, Paul Klee, Kirchner, Von Jawlensky o Heckel, habían puesto sus ojos en el fauvismo, pero también entendieron la importancia de Vincent van Gogh, al mismo tiempo que descubrían el “arte negro”, que les mostraba otros códigos estéticos, tan diferentes al mundo occidental. O en el caso de Kirchner el arte realizado en los mares australes. No obstante, me interesa hacer énfasis en las mujeres que participaron activamente en el movimiento expresionista, a saber: Gabriele Münter (Alemania, 1877-1962), Natalia Sergejewna Goncharova (Rusia, 1881-1962) y Marianne von Werefkin (Rusia, 1860-1938).
Gabriele Münter, junto con Paula Modershon-Becker (Alemania, 1876-1907), es uno de los íconos de la pintura expresionista. Compañera sentimental de Kandisky por espacio de varios años, incursionó en la pintura abstracta desde sus primeros años como pintora. Después de la II Guerra Mundial se dedicó en cuerpo y alma a la difusión de Der Blaue Reiter. Consciente de su genialidad decidió donarle su obra a la ciudad de Munich.
Natalia Sergejewna Goncharova, de espíritu autónomo, rebelde, contestaria, desde muy joven se vio envuelta en persecuciones moralistas que la acusaban de moverse en círculos de pornografía. Su talento sobrepasaba el interés por la pintura, ya que siempre le interesó trabajar como decoradora de compañías de ballet clásico; habiéndose desarrollando plenamente en este campo cuando decidió instalarse definitivamente en París.
Marianne Von Werefkin
De los artistas que hacen parte de la exposición de La Pinacoteca, hay una que me llamó poderosamente la atención y a quien no conocía, hablo de Marianne Von Werefkin (Rusia, 1860-1938). Nacida en el seno de una familia aristócrata, con el nombre de Marianna Wladimirowna Werefkina, en 1883 decide entrar a la Escuela de Arte de Moscú, en 1886 hasta 1896 toma cursos particulares con el artista Ilya Répin y éste le presenta a Alexej von Jawlensky quien se convierte en su compañero sentimental, poco tiempo después se instalan en Munich, donde abren una galería de arte que expone los trabajos de Jawlensky. Marianne Von Werefkin se dedica por completo a la difusión de la obra de su compañero, lo que les permite entrar de lleno en la vida artística de la ciudad. Durante 10 años se olvida de su propio trabajo; pero también es cierto que años antes había sufrido un accidente de caza en el cual su mano derecha había perdido gran parte de su movimiento, lo que le dificultaba mucho el ejercicio de la pintura. La relación con su pareja es cada vez más tormentosa y la artista se da cuenta que su vida profesional es verdaderamente ahogada por su compañero sentimental, en realidad es su sombra; así que en 1905 retoma nuevamente las riendas de su vida y con ella los pinceles. En 1909 crea, junto con Kandisky y Franz Marc, La Nueva Asociación de Artistas de Munich, en 1912 la abandona y participa en la primera exposición de Der Blaue Reiter, organizada por la Galería Sturm de Berlín y se convierte en una de sus principales teóricas. Muchos de los postulados artísticos que se le atribuyen a Kandinsky son en realidad postulados de Marianne von Werefkin; Kandinsky la respetaba y admiraba; era consciente de su gran capacidad analítica y crítica y de su gran visión artística; no en vano había dirigido con gran éxito la galería de arte que exhibía la obra de von Jawlensky. Un año después Marianne von Werefkin forma parte de Primer Salón del Otoño Alemán, que acoge la vanguardia artística europea. En 1917 conoce a Rilke y en 1918 se instala en Ascona. En 1924 funda Der Grösse Bar, en el cual participan los pintores Walter Helbig, Ernst Frick, Albert Kohlen, Gordon McCouch, Otto Niemayer y Otto van Rees.
Sus obras pictóricas tienen como centro temático a la mujer, a su aislamiento, a su soledad intrínseca; así ella hubiese sido respetada por todos sus congéneres masculinos, entendía como pocas personas el dolor de ser mujer en un mundo gobernado por hombres. Es el caso del cuadro “Otoño” (La Escuela) realizado en 1907, donde se observa a un grupo de niñas acompañadas de su maestra, el grupo camina al lado de un lago apacible pero triste. Ni la maestra ni las niñas tienen rostros definidos, llevan una máscara que las hace iguales, carecen de futuro, son ovejas que van por su propia decisión rumbo al sacrificio. Un sacrificio por lo demás inútil, puesto que la sociedad que lo espera lo considera fútil; como si la profesora y las niñas no tuviesen otra escapatoria distinta a la muerte; en realidad son cadáveres que se pasean antes de quitarse el disfraz que oculta su terrible soledad.
Nadie mejor que ella para entender el dolor humano, y lo plasmaba, incluso, en una extraña mezcla de “realismo onírico”. Cuando hago esta aseveración es básicamente al observar el cuadro que se titula “La Mujer de la Linterna”, 1910. En él se representa a una mujer, que puede también ser un monje medieval, paseándose por un paisaje invernal, desolado; es una persona abatida por la vida, su joroba habla de una vida ruda y un ambiente inhóspito. Al observar la obra pictórica siento el frío corroerme los huesos y el viento helado me pega en la cara. Sin embargo, el color rojo, caro a los fauvistas, está presente en toda la pintura; en ella, dos cerdos duermen plácidamente, como si no les esperara un triste fin, ajenos al drama de la mujer que se aproxima con la linterna.

jueves, 17 de noviembre de 2011

GIACOMETTI Y LOS ETRUSCOS

Giacometti y los Etruscos, la confrontación entre dos mundos”, es el título de una de las exposiciones que se exhiben actualmente en La Pinacoteca de París, un museo que en pocos años se ha convertido en un lugar muy importante de la promoción y difusión del arte; pero sobre todo en la forma de abordar los temas, ya que ha venido haciendo una revolución museográfica, que difiere mucho de las exposiciones que se hacían en los años 80 del siglo pasado. Ahora son más pedagógicas, más investigativas, han dejado de centrarse en el tema central de la exposición, en este caso Giacometti, para bucear en un pueblo poco conocido y bastante desprestigiado como es el pueblo etrusco. Para nadie es un secreto que ningún artista ni escritor surge de la noche a la mañana, para ello es necesario haber leído enormemente, haber estudiado a los clásicos y a los olvidados. Es el caso que nos ocupa, Alberto Giacometti (Suiza, 1901-1966) es un escultor por el que he sentido una gran admiración y cuya obra me ha puesto siempre a indagar sobre los grandes cataclismos humanos. Lo que no sabía es que su verdadera fuente de conocimiento estaba en el pueblo que antiguamente habitó en la región que hoy conocemos como Toscana. Y si bien el arte etrusco me ha llamado poderosamente la atención, desde que visité por primera vez el museo del Louvre en el año 1981, nunca había pensado que había un cordón umbilical que lo uniera a Giacometti. También es cierto que básicamente lo que conocía son las esculturas que servían de urnas funerarias y en las que a menudo se encuentran parejas de amantes tirados en una cama y desde la cual nos miran con esos grandes ojos sabios que tienen a menudo las parejas que aman y disfrutan del sexo y que carecen de los falsos artificios derivados de la equívoca y malsana virtud pregonada más tarde por la religión judeocristiana, prejuicios que también derivan de las sociedades misóginas helénica y romana; ya que es importante tener en cuenta que la mujer etrusca era respetada en el seno de su sociedad y estaba al mismo nivel que su homólogo masculino, y a diferencia de las griegas y romanas no era excluida de la vida política, económica y social e incluso participaba abiertamente en los ágapes que en el caso griego sólo estaban destinados a los hombres y a las hetairas.
Giacometti conoce el arte etrusco en los años 20 en el Museo Etrusco de la Villa Giulia de Roma, donde por primera vez se enfrenta a esas figuras alargadas como cuchillos y en París se convierte en un asiduo visitante del Departamento de Arte y Arqueología del Museo del Louvre; pero lo que verdaderamente llamó su atención fue una exposición sobre el arte etrusco realizada por dicho museo en 1955. En 1960 emprende un viaje, una peregrinación sería la palabra correcta, a la Toscana. En Volterra, antigua ciudad etrusca, visita el Museo Guarnacci y descubre La sombra de la noche (s II a.C. escultura expuesta en París en esta soberbia exposición sobre Giacometti y los etruscos, siendo, además, la primera vez que sale de Italia), que marcó al artista por el resto de su vida, al punto de rendirle un culto especial, culto que en gran parte opacó su obra, ya que el mismo consideraba a veces que no estaba a la altura de esa magnífica figura filiforme, alargada, que es La sombra de la noche. Una obra que aparece a nuestros ojos como actual, rompiendo parámetros académicos, bastante abstracta, una obra revolucionaria en cualquier tiempo y en cualquier espacio. El título de la obra, L’Ombra della sera, ha sido atribuido a un verso de Gabriele D’Annunzio (Italia, 1863-1938, escritor admirado por Joyce y temido por Mussolini). En todo caso cuando observamos las obras de Giacometti, como La mujer de Venecia o El Hombre que camina (ésta última subastada en el 2010 por Sotheby’s por la suma de 104.3 millones de dólares), y tenemos ya como referencia La sombra de la noche o las otras figuras filiformes etruscas, no podemos ignorar ese cordón umbilical que viene de lo más profundo de la historia y que llega hasta nosotros como si el artista o los artistas que las concibieron fueran nuestros contemporáneos. Refinados, exquisitos, hombres del mar, vistos por los griegos como una amenaza, y cuyo trabajo artístico dialoga con la obra de Giacometti, así los separen 2300 años y hablen lenguas diferentes; porque en este caso la lengua del arte les permite decodificar códigos y asumirlos como propios. El arte, a veces, como es el caso que nos ocupa, borra diferencias culturales, étnicas, religiosas e incluso borra diferencias políticas; lo que le confiere una característica y un poder universal. También podría hablarse de un pozo profundo de la memoria común de la humanidad donde algunos escogidos, como Alberto Giacometti, pueden penetrar en sus profundidades, entenderlas y recrearlas para el hombre contemporáneo; es el caso de Pablo Picasso (España, 1881-1973) con la Dama de Elche (arte íbero s v o VI a.C), o del arte africano tanto para Giacometti como para Picasso.
Esas figuras alargadas habrían representado para los etruscos una comunicación con el más allá, una forma de establecer contacto con el alma del difunto. Incluso Giacometti habría dicho a su gran amigo Jean Genet (Francia, 1910-1986) que “le gustaría hacer una estatuilla y enterrarla, para que sólo fuese descubierta cuando nadie más se acordara de él y cuando las huellas de su nombre hubiesen desaparecido”. Una linda forma de cruzar el umbral de la eternidad.

domingo, 30 de octubre de 2011

Breve historia de la bruja

(I parte)

El próximo 31 de octubre se celebrará la fiesta del Día de las Brujas, festejo claramente condenado por la Iglesia católica, que ve en él una amenaza a su inmenso poderío ideológico y religioso, y que esconde las raíces de una tradición milenaria del pueblo celta, cruelmente perseguido por los cristianos, hasta su desaparición como pueblo propiamente dicho. La festividad era conocida con el nombre de Samhain, o fin del verano, lo que significa que llegaba la larga noche, la oscuridad propia del invierno, donde la luz del día es muy corta. Según los celtas en esta noche los espíritus de los muertos podían recorrer los lugares en los que habían vivido, por lo que en las puertas de las casas se dejaba un poco de comida, para que al pasar por allí sintieran que eran bien recibidos. De ahí que hoy en día los niños reciban dulces en la noche del halloween, palabra que tiene origen en un vocablo celta. Para combatir esta festividad religiosa, el cristianismo creó el Día de los Muertos que se celebra el 1 de noviembre.

Sin embargo, la bruja o hechicera es un personaje legendario que se remonta, incluso, a la época de los faraones egipcios. En el libro “Las Sociedades Secretas”, de Peter Gitlitz ,se menciona un papiro encontrado en una de las pirámides, donde se puede observar a Ramsés III con punciones en diversas partes del cuerpo, lo que coincidía con las dolencias reales del faraón. Según el papiro ésto habría sucedido en el año 1.100 a. de J.C. En la Grecia antigua también se practicaba el oficio de la brujería. Los autores clásicos hacen alusión a ellas y a sus pócimas mágicas. Horacio hace referencia a una mujer de nombre Canidia, cuyo oficio era la preparación de perfumes y de bebedizos para rendir culto a Príapo, el dios del sexo. Teócrito nos habla de ellas en su obra “Idilios”:

“En una noche serena, en un poblado junto al mar. La luna y las estrellas destacan en el cielo… Ante una hoguera, dos mujeres se dedican a hacer conjuros y hechicerías amorosas… entre hierbas, laureles, vellones de oveja, harina, filtros, fórmulas y varios instrumentos hechiceriles, Simeta invoca a la Luna, a Artemis y a otras diosas para lograr de nuevo el amor de su idolatrado Delfis”.

Pero las brujas de la antigüedad estaban muy lejos de ser consideradas como los seres maléficos del Medioevo. En el mundo antiguo, como ocurre aún hoy en día en los mal llamados “pueblos naturales”, no se hacía una clara distinción entre magia y religión. La preparación de bebedizos y el ejercicio de la magia estaban reservados a personas que gozaban de gran prestigio dentro de la comunidad. Por otra parte, sólo podía trabajar en el oficio el elegido que hubiese cumplido con largos y penosos años de aprendizaje; tal y como ocurre con los chamanes de múltiples etnias y culturas, o de los “mamos” de la comunidad arhuaca, asentada en la Sierra Nevada de Santa Marta, o de los curanderos de nuestros pueblos indígenas.

En realidad la persecución de las brujas sólo se inició en el siglo XIV. Las mujeres que serían perseguidas, torturadas y asesinadas en la hoguera o ahogadas en los ríos, eran sacerdotisas al servicio de diosas de antiguas religiones precristianas, religiones en su gran mayoría de origen panteísta. Su gran crimen fue seguir profesando las creencias de sus antepasados, en una época donde el cristianismo luchaba por asegurar su dominio como única religión monoteísta en territorio europeo.

En la Alta Edad Media, las brujas eran aquellas mujeres campesinas que conocían muy bien su entorno, sabían que plantas eran benéficas para las diversas enfermedades que aquejaban a su familia y comunidad. Pero por este conocimiento, que además era un oficio ejercido por los judíos (a quienes sólo se les permitía ejercer los oficios concernientes a la medicina y a la de prestamistas), serían perseguidas implacablemente por la Santa Inquisición, persecución que se haría extensiva también a los judíos, aunque los móviles fueran muy diferentes. El manejo de las pócimas curativas, es decir las primeras nociones científicas, no podían ser del dominio femenino. A las brujas se las comenzó a quemar, supuestamente, por herejes, pero la razón verdadera era por ser amantes del conocimiento. Pero no solamente se les quemaba, sino que se les sometía a torturas y vejámenes sin límites; para lo cual se desarrollaron aparatos de una alta sofisticación como la Dama de Nuremberg. De todas las torturas la peor era la psicológica, la persecución que se les infligía llegaba a límites tan insoportables que sucumbían rápidamente en la histeria colectiva, lo que agravaba aún más su situación, puesto que sus torturadores podían aludir que estaban poseídas por el diablo. En Alemania, por ejemplo, la caza de brujas llegó a cotas tan altas, que en muchos poblados se quedaron sin mujeres. Solo en Bamberg la cacería condujo al asesinato de 600 personas, la mayoría de ellas mujeres, incluyendo a las niñas y algunas veces a los hombres; por otra parte hay que tener en cuenta que los poblados rara vez superaban los 2000 o 3000 habitantes. Pero el juicio más famoso lo es sin duda la cacería de brujas emprendida en Salem (Estados Unidos), en el invierno de 1.602; y llevada magistralmente a las tablas por el dramaturgo Arthur Miller. Las acusadas, al menos en un principio, pertenecían a las clases menos favorecidas, la primera en ser acusada fue una esclava llamada Tituba, que además carecía de cualquier derecho otorgado a los habitantes del pueblo. Le siguieron una pobre mendiga, y una mujer que vivía con un funcionario sin que estuviesen casados. Estas mujeres eran consideradas como una mancha para la comunidad puritana de su tiempo, se salían de los convencionalismos exigidos por la época; por lo tanto no encajaban dentro de su comunidad. La cacería sólo paró cuando llegó a las capas más importantes de la sociedad, 18 meses después de haberse iniciado. Había dejado 19 muertes, entre ellas la de un hombre. Frente a las muertes de Europa, especialmente Alemania, esta cifra parece ridícula, no obstante dejó una herida profunda en la sociedad norteamericana; y si Arthur Miller no hubiera exorcizado ese dolor, es muy posible que la herida nunca hubiese cerrado del todo. Se cree que la razón verdadera que motivó todo el juicio, era una disputa concerniente a la posesión de tierras.

¿Pero quiénes eran en realidad estas mujeres llamadas brujas? La Santa Inquisición había hecho su primera aparición en Francia en el año de 1184 con la persecución, y posterior exterminio, de los herejes conocidos como albingenses o cátaros. La maquinaria de persecución y tortura se fue perfeccionando y derivó en la cacería de brujas, a las que se ha identificado desde entonces con el mal, con las fuerzas ocultas y con el culto a Satanás. Dicha cacería corresponde a la represión religiosa y sexual, ésta última derivada de un fuerte sentimiento de misoginia, acentuada por la sociedad patriarcal, de la cual la Iglesia judeocristiana se ha alimentado durante siglos. La represión, si bien había comenzado desde el siglo XIV, no es sino hasta el año de 1.560 cuando se pondrá en marcha la gran maquinaria de horror e ignominia en contra de las mujeres conocidas como brujas. Esta persecución obedecerá a oscuros sentimientos de poder político y ambición económica. Por supuesto que había una creencia generalizada en cuanto a la hechicería se refiere, hechicería que era mal comprendida, puesto que las mujeres que la practicaban eran generalmente curanderas y parteras; que por su mismo oficio, como se anotaba anteriormente, conocían muy bien su entorno natural, por lo tanto sabían que plantas tenían propiedades medicinales; algo que podía parecer insólito para el escaso o nulo conocimiento científico de su tiempo. Cuando la cacería se desató, cualquier acontecimiento que supuestamente se saliera de lo normal, era considerado de origen satánico: una enfermedad, la muerte de un ser querido o de un animal, una sequía o una inundación… Si una mujer auxiliaba a alguien con hambre y éste moría poco tiempo después, la mujer en cuestión podía ser acusada de poseer poderes maléficos. Es de suponer que estas creencias, que simplemente correspondían a la ignorancia que se tenían sobre la ciencia o sobre las fuerzas naturales, contribuyeron al ejercicio de venganzas personales. Pero también “cazar” brujas otorgaba poder político dentro de la comunidad a la que se pertenecía, puesto que el “cazador” ganaba “respeto”, un respeto que como es fácil suponer era más bien derivado del temor a ser también acusado de prácticas de hechicería. El oficio de “cazador” llegó a ser verdaderamente lucrativo desde todo punto de vista, lo que incluía edición de manuales que enseñaban como combatir la brujería. El más famoso de todos fue el Malleus Malificarum. En Francia, el juez que mandase a la hoguera o a la horca a cierto número de brujas, adquiría prestigio dentro de su profesión y en el seno de la sociedad de su tiempo.


II parte

Orígenes de la violencia en contra de la mujer:

Los hombres que también cayeron dentro de esta ignominia, generalmente habían sufrido en carne propia la persecución de sus hijas, sus esposas, hermanas o madres; es decir, habían caído en desgracia ante su comunidad. Se estima que entre 1.560 y 1.760 murieron asesinadas en territorio europeo más de 100.000 “brujas”. Para entonces cualquier rescoldo de religiones paganas había sido sofocado por las Iglesias Católica y Protestante.

No obstante, es necesario tener en cuenta que la violencia en contra de la mujer tiene raíces históricas muy profundas y que no deben minimizarse ni ignorarse. En el caso de la mujer occidental, hay que buscar las raíces en la sociedad misógina griega y romana. Pero también hay que buscar las raíces en la persecución que hizo la Iglesia en contra de las mujeres a las que llamó despectivamente “brujas”, mote que aún se sigue utilizando cuando se desea desprestigiarlas. La bruja, ese personaje de los cuentos infantiles, que produce miedo, y a veces asco, en realidad hace alusión a mujeres sabias, que poseían conocimientos muy profundos sobre las plantas curativas, y eran las depositarias de un legado milenario. Su sapiencia estaba íntimamente ligada a la religión de origen panteísta, tan en boga en las sociedades campesinas de la antigüedad, incluso en las sociedades campesinas del Medioevo. Cuando el cristianismo comienza a expandirse en Europa, se tropieza con los dioses y diosas tutelares y con los espíritus del bosque, a los cuales los campesinos les rendían culto. Pero no será hasta más tarde (s XIV) que la persecución en contra de las creencias campesinas comenzará en todo su horror, me refiero a la cacería de brujas. La persecución se hizo directamente hacia la mujer, puesto que en la ideología judeocristiana es ella el símbolo de la perdición del hombre. La supremacía masculina no podía tolerar que hubiese mujeres sabias, con profundos conocimientos curativos; ello le contrarrestaba el poder omnipotente que los prelados de la Iglesia deseaban imponer a todos los estamentos sociales de la época. Al mismo tiempo que les permitía ahogar todo el rescoldo de las religiones paganas y entronizar aún más el culto mariano, que tanto daño le ha hecho a la mujer occidental. La tortura, la vejación y el asesinato de miles de mujeres, sentó las bases de la demonización de la mujer, por lo que muchos hombres se han sentido desde entonces autorizados para martirizarla e incluso para asesinarla. La imagen de la bruja, poseedora de todos los males, quedó ancorada en lo más profundo del imaginario colectivo; y deshacer esa imagen es una labor que todos deberíamos tener como una prioridad en nuestras vidas, en nuestro quehacer diario, en nuestras actuaciones en familia y en la sociedad. Sin embargo, han habido hombres que han entendido el verdadero rol de la mujer en la sociedad y en la historia, que la han defendido y que han sido feministas aún cuando en el tiempo en que les tocó vivir dicha palabra no existía aún; es el caso de Jules Michelet (1789-1874), en su libro “La bruja. Un estudio de las supersticiones de la Edad Media”, él mismo declara: “me siento profundamente hijo de la mujer”. Con esta obra Michelet busca hacer una reivindicación del papel jugado por la mujer en la historia francesa y al mismo tiempo rendirle un tributo. Seguramente las reflexiones de Michelet tienen origen en las posesas de Loudun, de Aix y de Louviers (2). Para entender que había pasado en el siglo XVII, Michelet se remontó a los orígenes de la bruja; por lo que nos explica el significado de la palabra:

“Durante mil años, la Bruja fue el único médico del pueblo. Los emperadores, los reyes, la gran nobleza tenían algunos médicos de Salerno, musulmanes, judíos, pero la masa del pueblo no consultaba más que a la Saga o a la mujer-sabia. Si no curaba, se la atacaba, se la llamaba bruja. Pero generalmente, por un respeto mezclado de temor, se le llamaba igual que a las Hadas, Buena mujer o Bella dama”. [1]

Y más adelante:

“La Iglesia, que la odiaba profundamente, contribuyó a fundar su monopolio para conseguir la extinción de la Bruja. En el siglo XV declaró que si la mujer se atrevía a curar, sin haber estudiado, sería considerada bruja y debería morir.” [3]

La Iglesia se armó contra la mujer médica, por eso la condenó con el nombre de bruja y la persiguió incansablemente; y al mismo tiempo creó una tortura psicológica que devastó a la mujer: desde la creación de la universidad, en el siglo XII, la Iglesia le había cerrado las puertas. Así que si para ejercer una profesión, como la medicina, era necesario tener un título, la mujer quedaba simple y llanamente por fuera de todo acceso al conocimiento científico. De ahí, a la cacería de brujas, no había sino un paso. Cacería que nunca ha dejado de existir, ya que el feminicidio, y el machismo que lo acompaña, son una supervivencia clara que dicho flagelo sigue azotando a la sociedad contemporánea. Es por ello que considero que la sociedad y las leyes debieran tener este aspecto muy en claro para poder considerar al machismo no sólo como un comportamiento ancorado en el imaginario colectivo, sino como un delito que podría ser considerado incluso como de lesa humanidad.

[1] Michelet, Jules. La Bruja. Un estudio sobre las supertifciones en la Edad Media. Ediciones Akal. 3ª edición 2006. Pág: 31.

[2] En la década de 1970 tuve la oportunidad de ver una película que nunca olvidé “Los demonios de Loudun”, (Director: Ken Russell, protagonizada por Vanessa Redgrave y Oliver Reed-1971).

(3) Jules Michelet, op.cit, pág. 40

martes, 6 de septiembre de 2011

NUALA O'FAOLAIN

“Yo soy la irlandesa típica: nada extraordinaria, heredera de un largo linaje nada extraordinario, de esos que no dejan huella. De un país católico conservador que tenía miedo de la sexualidad y que me prohibía incluso obtener información sobre mi cuerpo, yo podía esperar -desde mi posición de niña, desde mi posición de mujer- a encontrar dificultades en mi existencia. Pero al menos -era lo que se decía entonces- yo no tendría la enorme responsabilidad de ganar mi vida. Un hombre terminaría por casarse conmigo y por cuidarme. Pero la gente típica no existe”. [1]

La voz que habla es la de Nuala O’Faolain (1940-2008), periodista y escritora irlandesa. Mi encuentro con ella fue bastante peculiar. Normalmente entro a las librerías buscando libros de autoras desconocidas o poco publicadas en Colombia y en una de esas visitas me saltó a los ojos el Premio Fémina 2006, “La Historia de Chicago May”. Como hago siempre, leí la reseña de la contracarátula y la breve presentación del libro me cautivó. Estaba ante algo que se salía de todos los esquemas hasta ese momento por mí conocidos. Llegué a casa y me devoré el libro en poco menos de tres días. “La Historia de Chicago May” puede leerse desde diversos ángulos: Desde la sociología, si uno desea conocer al pueblo irlandés de finales del siglo XIX y su éxodo a Estados Unidos; o desde la historia de la prostitución y de los bajos fondos que marcaron esa época; o desde la posición de una mujer a la que la vida le ha negado toda posibilidad de educación y de un trabajo digno. Pero también puede leerse como los apartes autobiográficos de la autora, irlandesa como su protagonista, y conocedora del medio familiar y social de Chicago May. Por sus páginas se deslizan dos vidas paralelas, la de Chicago May, prostituta y ladrona de poca monta, que vivió sus momentos de “gloria” a finales del siglo XIX y comienzos del XX y la de Nuala O’Faolain, periodista exitosa de comienzos del siglo XXI, en las que el hambre, el alcohol y las faltas de oportunidades se hacen eco.

Es un libro que mezcla el trabajo investigativo, con la sociología y con la literatura. El trabajo investigativo bucea en la biografía de una mujer que existió realmente; con la sociología porque trata de entender las causas sociales, económicas e históricas que influyeron en Chicago May; y en la literatura, porque la autora se siente libre para recrear el personaje y poner en su boca palabras que posiblemente nunca dijo ni pensó. Al mismo tiempo que hace crítica literaria, ya que su libro está marcado por autores irlandeses, como Joyce, por ejemplo, al que analiza y reconoce como el principal escritor irlandés. Hace, también, una crítica feroz a la Iglesia católica y a la influencia nefasta que ha tenido en la sociedad irlandesa. Ve en ella una maquinaria de opresión y de avasallamiento contra los más desposeídos y los más vulnerables:

“May se sacudió la fe con tanta brutalidad que se deshizo de las medallas benditas… Pareciera que ella no hubiera estado nunca influenciada por los curas –como muchos irlandeses católicos que abandonan todo una vez cometido el primer pecado, como si el autoritarismo de la Iglesia fuera tan absoluto que ninguna parte de sí mismo pudiera finalmente verse comprometido-.” [2]

Más adelante dice:

“En la época en que May moría, incluso hace medio siglo, Irlanda era víctima del terror institucionalizado hacia las mujeres; es decir, hacia la sexualidad. Un hombre irlandés, entre cincuenta, era sacerdote: las tres cuartas partes de los hombres entre 25 y 34 años eran célibes; las admisiones de hombres en los hospitales siquiátricos se habían multiplicado por cuatro en sólo diez años e Irlanda tenía la tasa de natalidad más baja de Europa. El clero trabajaba de una manera obsesiva con el fin de controlar la sexualidad por imposición y propagando el sentimiento de asco hacia el mismo. Cuando yo era joven… el arzobispo de Dublín prohibía el uso de tampones, para evitar que las niñas se familiarizaran con su cuerpo. Quedar embarazada, por fuera del matrimonio, significaba la desgracia total para las niñas y sus familias. La contracepción estaba prohibida, e incluso se negaba el conocimiento a la misma. Las mujeres debían ir a la iglesia para purificarse después de cada alumbramiento. ” [3]

La crítica a la Iglesia, y a la religión católica, atraviesa toda la obra de Nuala O’Faolain. La autora se revela como una gran anticlerical y es consciente del gran mal que la religión, en este caso la católica, ha hecho entre las masas, a través de todos los tiempos y de todas las sociedades.

Pero, ¿Quién es Nuala O’Faolain?

Esta extraordinaria mujer nace en la Irlanda en 1940 y muere el 9 de mayo de 2008. La Irlanda de su niñez es poco más o menos la misma que describe Frank McCourt (1930).[4] Una infancia dolorosa, traumática, gris, envuelta en una bruma espesa, como su país. Su padre era un mujeriego empedernido y su madre una alcohólica consuetudinaria, que traería al mundo mueve vástagos, sin que llegase nunca a ocuparse de ninguno de ellos. Nuala O’Faolain vivió la pesadilla del alcoholismo por espacio de varios años y uno de sus hermanos, alcohólico como ella, murió por su causa. O’Faolain comienza su carrera profesional como profesora de literatura en la Universidad de Dublín y luego se dedica al ejercicio del periodismo, destacándose por sus columnas mordaces y por su compromiso de género. Y es que a Nuala O’Faolain hay que entenderla básicamente desde su posición feminista; sin esa premisa es difícil acercarse a su obra. Nuala O’Faolain era abiertamente bisexual, tal y como lo habían sido sus predecesoras Georges Sand, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar o Simone de Beauvoir entre otras. Su llegada a la literatura, más bien su despertar como creadora, tiene sus raíces más en el azar, que en una búsqueda consciente de convertirse en escritora. A mediados de los noventa, un editor norteamericano le sugiere publicar sus artículos en un libro. Ella acepta la sugerencia, pero se pregunta ¿Y quién va a escribir el prólogo? Y acto seguido se responde: “Lo haré yo misma”. De un prólogo para un libro que recogía artículos sobre la condición femenina y sobre la cultura, poco a poco surge una autobiografía que llevó como título “Are you somebody?” (¿Nos hemos visto en alguna parte?). Lo que debería haber sido un prólogo de unas cuantas páginas, se convirtió en un libro de 312 páginas y su publicación fue un éxito en Estados Unidos. De la noche a la mañana Nuala O’Faolain se convertía en un hito editorial. Luego vendrían otras obras:

“My dream of you” (2001), “Almost there” (2003), “The story of Chicago May” (2005). En las que continuaba la saga de su vida. Más tarde publicaría “Quimeras”.

Al final de su vida dirigía un taller de creación literaria en una universidad de Estados Unidos.

El 12 de abril de 2008 reconocía, públicamente, que padecía cáncer de pulmón y que no sólo aceptaba la enfermedad sino que rechazaba todo tratamiento agresivo, como podía ser una quimioterapia. En dicha alocución radial, dijo frases tan bellas como:

“La belleza ya no significa nada para mí. Traté de leer a (Marcel) Proust de nuevo recientemente, pero se ha ido. La magia se ha ido. Me impresionó la rapidez con que mi vida se tornó negra.”

Para una mujer como ella -culta, melómana- al no experimentar placer con las cosas que siempre había amado, era una sensación peor que la enfermedad que la aquejaba. Al mismo tiempo reconoció ser atea y por lo tanto no creer en otra vida, por lo que se lamentó que todos sus conocimientos y experiencia adquirida, se fueran con ella a la tumba; e igualmente se lamentó de dejar a los amigos que amaba. Los últimos años los había vivido en Nueva York, así que una vez que se enteró que pronto iba a morir, emprendió un periplo hermoso: Viajó a Berlín para asistir a la Ópera, visitó el Museo del Prado en Madrid y fue a Sicilia, para luego internarse en una clínica para enfermos terminales en Dublín, donde finalmente falleció. Una bella forma de aceptar la partida definitiva y muy diferente a la muerte de millones de personas, como había sido el caso de los muertos en los campos de concentración de Auschwitz o a causa del hambre en Darfur; como ella misma lo reconoció. Nuala O’Faolain murió rodeada de la gente que amaba y en Irlanda, su país, y en su ciudad, Dublín. Murió en el espacio que reconocía como suyo y al que estaba íntimamente unida, tal y como ella lo reconociese en la entrevista anteriormente mencionada.
--------------------------------------------------------------------------
[1] O’Faolain, Nuala. On s’est déjà vu quelque part? Sabine Wespieser Éditeur. 2002. Pág: 7 (Traducción libre del francés al español por la autora del libro).

[2] O’Faolain, Nuala. L’histoire de Chicago May. Sabine Wespieser éditeur. 2005. Pág: 273 (Todas las notas concernientes a este capítulo son traducción libre de la autora del presente artículo).

[3] Idem. pág. 372-373

[4] Autor de “Las cenizas de Ángela”Premio Pulitzer 1997 y llevado al cine en 1999 por Alan Parker.

lunes, 4 de julio de 2011

MARIE NIMIER

En un blog anterior (17.11.2009) escribí sobre “El Africano” (2003) de Le Clézio, Premio Nobel 2008, obra que busca comprender a un padre ya muerto y al que poco o nada se ha conocido. En esa misma línea Marie Nimier, francesa como Le Clézio, escribe “La Reina del silencio”. El nombre de Marie Nimier no nos dice nada en Colombia; es más, me atrevería a decir que en América Latina tampoco es conocida. No sucede lo mismo en Francia. Allí, cuando se pronuncian las dos palabras que componen su nombre y apellido, puede observarse una estela luminosa, seguida de un silencio respetuoso y bien merecido. Marie Nimier nació en París en 1957 y publicó su primera obra a la edad de 28 años; una novela con tintes autobiográficos, de una joven suicida y con la cual obtuvo nada menos que el Premio de la Academia Francesa y de la Sociedad de amigos de las Letras en 1985. Desde entonces no ha dejado de escribir. Actualmente tiene una importante producción que abarca desde canciones y literatura infantil y juvenil, hasta novelas y obras de teatro.
Sin embargo, mi primer encuentro con Marie Nimier fue sólo en el 2004, a través de TV5, la cadena francófona para América Latina, que me permitió, por espacio de algunos años, mantener los lazos con una lengua y una cultura que siempre han sido mi pasión. Era un reportaje que le hacían sobre el libro que acababa de publicar:” La Reina del Silencio” y con el cual había recibido el Premio Médicis. La presentación del libro giró en torno a la figura de su su padre, escritor como ella, prematuramente desaparecido. La escuché hablar -o más bien callar-, sumirse en un silencio insondable, sería la expresión adecuada, cuando se le interrogó sobre el título del libro. En todo caso intuí que era un relato desgarrador e íntimo. Dos años después pude adquirir la obra en cuestión. Su lectura no me defraudó, al contrario, fue un bálsamo para las sensaciones que había despertado en mí la entrevista del 2004. Una entrevista que hablaba de la figura paterna y todo lo que hable sobre dicha figura tiene para mí un significado inmenso. Es por ello quizá que siempre he amado a Jorge Manrique (1440-1479) y sus “Coplas a la muerte de mi padre” y es también una de las razones por las que me gusta tanto “El olvido que seremos” (2006) de Héctor Abad Faciolince.
“La Reina del Silencio” es una obra psicológica, donde la autora hurga en el pasado. Un pasado desconocido para ella o simplemente olvidado. Es un libro que trata de buscar respuestas a las pesadillas y a los miedos que la acechan en la noche. Bucea en los recuerdos de sus hermanos y en los de su madre, interroga a los amigos de su padre, busca en los periódicos de los años 1950 y 1960. Es decir, Marie Nimier parte en un viaje cuyo destino principal es saber quién fue verdaderamente su padre, al que perdió a la edad de cinco años.
Roger Nimier (1925-1962), su progenitor, fue un escritor aclamado por la crítica literaria, una especie de “enfant terrible” de la literatura francesa. Un hombre al que se amaba o se detestaba, pero que nunca pasaba desapercibido. Escritor irreverente, una especie de dandi del siglo XX, amante de la buena vida, sibarita refinado, amante de las mujeres; un “coureur de jupons”, como dicen los franceses. Un hombre brillante, poseedor de una pluma no menos brillante y que significaba en Francia todo un icono a seguir. No obstante, estando en el culmen de su carrera literaria, decide abandonarla y darse un receso de 10 años, previo consejo de un amigo escritor, poco talentoso, y al que imagino enfrentado a una furia de celos frente al talento de Roger Nimier. Una especie de “reclusión”, término empleado por él mismo.
“Mi padre ni siquiera tiene 30 años cuando decide dejar de escribir novelas, y sin embargo, hace parte de los 10 mejores novelistas franceses, según una encuesta publicada en Nouvelles Littéraires; no obstante interrumpe deliberadamente su carrera. Esta decisión le fue sugerida por un amigo, 40 años mayor que él. … Pienso en mi padre, en el silencio de mi padre. Pienso en la tristeza que ha debido sentir al leer las cartas de Jacques Chardonne. Lloro su silencio como nunca he llorado su desaparición. ¿Cómo es posible tomar una decisión semejante a los 29 años? ¿Qué es lo que uno puede decirse a sí mismo? ¿Qué no se tiene talento?... ¿Qué debería haber ganado el Premio Goncourt? ¿Que los otros no saben leer, ni apreciar y que se está cansado de no ser comprendido?... El año en que mi padre deja de escribir, Barthes firma “El Grado Cero de la Escritura” y Robbe-Grillet publica “La doble muerte del profesor Dupont”. …. ¿Qué es lo que cree Roger Nimier? ¿Qué lo dejó el tren de la modernidad?” (Marie Nimier, La Reine du Silence, Éditions Gallimard. 2004, Pág. 51-52-57- traducción libre).

Sólo que el receso fue para siempre, puesto que Roger Nimier murió en un accidente automovilístico a la edad de 37 años. Marie Nimier, su hija, escarba entonces en el pasado para entender la postura paterna, y poder así comprender el abandono de la creación literaria, sobre todo cuando se está en el culmen de la fama.
Es esta pérdida temprana, y lo que ella significa -la ausencia del padre-, el padre conocido por toda una generación y desconocido para la persona más importante: su hija, lo que lleva a Marie Nimier a emprender una búsqueda de la imagen paterna, a tratar de entender sus raíces y los traumas que el pasado ha podido dejar en ella. Uno de los cuales es el no haber podido nunca obtener el permiso de conducir, a pesar de haber presentado cuatro veces el examen requerido para dicho fin; como si el accidente sufrido por su padre le impidiera una y otra vez tener la suficiente concentración para no cometer errores. O bien, como si quisiera purgar eternamente la desaparición del padre, como si en últimas ella fuera la culpable de su muerte.
“La Reina del silencio” posee un lenguaje lírico, intimista; es como una brisa que poco a poco se vuelve viento y que termina por ser un huracán que lo arrasa todo. Es un lenguaje doloroso, conmovedor; es como si se penetrara en terrenos pantanosos, en arenas movedizas, y se temiera a cada instante que la tierra termine por tragarnos. El pasado regresa una y otra vez, la mayoría de las veces a través de pesadillas que le impiden respirar, un pasado que trata de unirse a su presente; a un presente que Marie Nimier rechaza; pero sin ese presente no podría entender ni a su padre ni entenderse a sí misma; por lo tanto sabe muy bien que la búsqueda de la verdad, de “su verdad”, es lo que le permitirá la reconciliación consigo misma y con la imagen del padre que la acecha permanentemente.
En esa búsqueda hay dos palabras que cobran una importancia enorme; la una es “silencio”:
“Numerosos son los escritores que han visto morir a sus padres cuando eran niños. ¿Esta pérdida prematura significaría una pequeña máquina que fabrica, alternativamente, escritura y silencio? Primero de la escritura, para llenar el vacío, y luego el silencio, para hacerse perdonar el hecho de haber robado la palabra paterna, ¿de habérsela apropiado?” (Idem. Pág. 55).
Con esta cita se entienden aún más los traumas de Marie Nimier. Es como si ella se sintiera culpable de estar viva, de escribir, de “usurpar” el lugar que le correspondía al padre. Es como si ella misma se recriminara a sí misma de ser una “ladrona de palabras”. Una culpa que siente que debe expiar por siempre, de ahí el hecho de no haber podido nunca pasar el examen para obtener el permiso de conducir. “Silencio”, es una palabra que aparece una y otra vez a todo lo largo de la narración, hasta casi hacerse a la idea que ese estado, o esa palabra, es la protagonista de la obra.
La otra palabra es “miedo”:
“… el miedo es también la náusea, la misma que me atacaba cada verano en el bus de Saint-Brieuc, la misma que ahogaba con azúcar blanca remojada en alcohol de menta, como si cada vez que pasara cerca del cementerio donde está enterrado mi padre, hubiese sido necesario marcar con ese acto, lo que nunca pudo ser por las palabras. El miedo no era solamente la sensación de ahogo. … sino las piernas temblorosas y la imposibilidad de hablar o de gritar para protegerme del peligro; mis cuerdas vocales hacen parte de ese circuito curioso que une las partes altas y bajas del cuerpo, en una misma incapacidad visceral de reaccionar contra la violencia cuando era dirigida hacia mí.” ( Idem. pág, 157)
¿Qué es lo que esconde Marie Nimier? ¿De qué violencia habla? ¿Acaso fue víctima de abuso sexual por parte de su padre? ¿Es esa la razón principal por la que sufre pesadillas? ¿Y la sensación de ahogo? ¿Qué se le dijo que no dijera?
Es un miedo visceral que se acentúa aún más cuando ve o coge un cuchillo; o el miedo que le inspiran sus propias muñecas, a las que tuvo que tapar durante años con manillas, para poder escapar a su visión. Ella misma reconoce que las muñecas son su Talón de Aquiles. El origen de ese miedo lo conoceremos más adelante cuando sepamos que su padre intentó suicidarse cortándose las venas en la bañera de su apartamento:
“Mi madre está convencida que yo no estaba presente, que no vi las sábanas en la bañera –mucho menos las hojas de afeitar-. Es una de las últimas cosas que me contó de mi padre, su tentativa de suicidio, antes de ella nadie me había hablado al respecto. … es mejor un padre muerto que un padre que amenaza con llevarnos consigo. De arrancarnos del lado de la madre a la que se adora. Que un padre que rompe el sofá. Que un padre que trata de estrangular a su mujer y al día siguiente llega con los brazos llenos de rosas”. (Idem, pág. 125-126)
Ella misma intentará suicidarse tirándose a las aguas heladas del Sena, previa ingestión de una fuerte dosis de barbitúricos, mucho antes de conocer la historia de tentativa de suicidio de su progenitor. Incluso mucho tiempo antes de leer una carta que su padre le escribió a uno de sus amigos cuando ella nació:
“Nadine dio a luz ayer a una hija. /Inmediatamente me fui al Sena para ahogarla y así nunca más oír hablar de ella”. (Idem, pág. 143)
“Para él yo era la Reina del Silencio, sobrenombre poético que me dejaría un mal gusto en la boca, un gusto a fuego y a sangre. ¿Qué reina podía ser yo en su espíritu, yo a quien él había llamado María Antonieta en el registro del estado civil? Una reina silenciosa, una reina a la que se va a cortar la cabeza…” (Idem, pág. 53)
La niña que estorba, la niña que no se deseaba tener, la niña que debe guardar “silencio”, “la reina del silencio”. ¿Qué secreto insondable, oscuro y siniestro guarda una niña de escasos cinco años? ¿Acaso el abuso al que se hacía alusión antes? ¿Es esa la clave para poder exorcizar el pasado y liberarse de las pesadillas? ¿Es ese secreto el que le impide respirar, moverse, ser ella misma? Marie Nimier, no revela el secreto. Sólo sugiere. Es el lector quien debe sacar sus propias conclusiones. El relato de “La Reina del Silencio”, si bien es extremadamente doloroso, también es respetuoso para con el padre. Podría incluso decirse que es un relato púdico, que busca dejar en el pasado momentos escabrosos que podrían “dañar” la imagen del escritor, del hombre público; así su hija necesite a toda costa exorcizar el pasado. En todo caso, el libro es un homenaje al padre y al escritor, pero también muestra la faceta de un hombre lleno de “errores”, de faltas, y el peso que éstas dejan en su progenie.

lunes, 20 de junio de 2011

AKIRA YOSHIMURA

Akira Yoshimura (1927-2006), ganador de múltiples premios y autor de una obra prolífica, pero poco conocido en Colombia; tal pareciera que estuviésemos condenados a navegar por un pequeño mar de conocimiento, ignorando los inmensos océanos que existen. Acabo de leer uno de los libros del autor en cuestión “Libertad bajo palabra”, llevado al cine por Shohei Imamura, con el título de “La anguila” (Premio a la Mejor Película Extranjera en el Festival de Cannes - 1998). Yoshimura fue Director de la Asociación Japonesa de Escritores y del Museo de Literatura Japonesa Moderna, entre otros cargos de importancia cultural.
“Libertad bajo palabra” (Emecé Editores-2002), es la historia de un hombre condenado a prisión por el asesinato de su esposa. La obra se desarrolla cuando sale libre bajo palabra y decide trabajar como obrero en la construcción de una represa. Hasta ahí la historia pareciera banal, sino fuera porque los trabajos a desarrollar tienen lugar en un valle prácticamente inaccesible rodeado de montañas y espesos bosques. En dicho lugar vive una comunidad de 300 personas que no tiene contacto con el mundo externo y que ha estado allí por generaciones. El libro narra el choque entre la comunidad y los empleados de la compañía encargada de los trabajos y de los empleados estatales, que buscan indemnizar a la población al menor costo posible, sin tener en cuenta, además, lo que podría sucederle después. Es decir, sin llevar a cabo estudios sociológicos que permitan una mejor comprensión de la comunidad y por lo tanto que permitan asegurarle un mejor futuro.
La obra es una pequeña tragedia al mejor de los estilos griegos, contada con un lenguaje simple. El destino del narrador, al cual él no puede ni quiere escapar, se entrelaza con el drama que llega como un huracán devastador a ese valle otrora bucólico; pero con códigos sociales bastante estrictos. Los acontecimientos, que van desde la violación, pasando por el suicidio y el asesinato, son contados con un lenguaje de una poesía sutil, delicada, refinada. El lector observa los acontecimientos detrás de la bruma, a través de la cual ve desfilar el pasado del protagonista y el presente del que es testigo obligado. Esta pequeña obra de arte (173 páginas), nos pone delante de la condición humana y toda la miseria que ella conlleva. Es un libro que invita a la reflexión sobre nuestra propia historia y el drama de los más de tres millones de desplazados por los paramilitares, las FARC, y porque no decirlo por el ejército; en esta guerra fratricida a la que los colombianos asistimos de espaldas, ignorando la tragedia que tiene lugar en el patio de nuestras casas. Pero también me hizo pensar en los pueblos desaparecidos bajo las aguas, bien sea intencionalmente, como es el caso de las represas, o en los pueblos borrados del mapa por el invierno que acabamos de vivir.
Akira Yoshimura murió en la primavera de 2006, él mismo decidió el momento de su deceso; ya que estaba aquejado de un cáncer terminal y prefirió una muerte digna al insoportable tratamiento médico que a veces se realiza con el único fin de alargar más la vida, ya de por si dolorosa, de un paciente condenado irremediablemente a la muerte. Lo hizo en su casa, acompañado de su esposa, Setsuko Tsumura, también escritora. A su hija, y cuidadora, le había anunciado horas antes que partiría para siempre. No obstante, tuvo la fuerza suficiente para trabajar en una novela hasta el último momento. Una hermosa forma de morir.

martes, 3 de mayo de 2011

ERNESTO SÁBATO O EL LABERINTO DE LA SOLEDAD

El sábado 29 de abril murió en su casa de siempre, en Santos Lugares, Buenos Aires, Argentina, el gran poeta, pensador y ensayista, Ernesto Sábato, Premio Cervantes 1984. El próximo 24 de junio hubiera cumplido la edad legendaria de 100 años. Es por eso que su muerte no me tomó por sorpresa, al igual que él, yo sabía que su partida era más que inminente; aunque Sábato la esperaba desde hacía más de veinte años. Murió prácticamente ciego, como si su enfermedad hubiese sido una consecuencia directa de su portentoso texto “Informe sobre ciegos”. No en vano Sábato decía que las coincidencias no existen, como si en el fondo todo tuviese un sentido predeterminado, pero ante todo trágico. Y es que la obra de Sábato, como su vida, está signada por el dolor y el sufrimiento. Él mismo decía que siempre sintió estar viviendo en el cuerpo de otro, ese otro era su hermano mayor que había muerto antes de los dos años y al que su madre había bautizado Ernesto. Cuando el Ernesto del que hablo nació, su progenitora decidió llamarlo así para reemplazar al hijo que había perdido. Es posible que eso haya influido en el hecho de querer sobreproteger al hijo; puesto que durante toda la infancia Sábato miraría la vida a través de una ventana, de esa forma vería jugar a los demás niños, los vería correr, caerse y volver a levantarse, los vería pelear y reconciliarse; por lo que la realidad para él era algo que se veía a través de un vidrio, no algo que se vive. Ese sentimiento de soledad y aislamiento aparecerá más tarde en su obra “El Túnel” (1948), publicada inicialmente por la Revista El Sur.
“El Túnel”, narrado en primera persona, presenta algunas semejanzas con esa otra joya literaria de Albert Camus, “El Extranjero” (1942), obra existencialista, donde la incapacidad de mostrar los sentimientos lleva a Mersault, su protagonista, a ser condenado a muerte por un asesinato, que en otras circunstancias le habría valido sólo una ligera pena de prisión. En el caso de Juan Pablo Castel, protagonista de “El Túnel”, él mismo afirma, desde el principio de la obra, que mató a la única mujer que amaba y la única que lo comprendía. Camus, como lo había hecho antes Marguerite Yourcenar con la obra de Virginia Woolf y de Constantino Kavafis, dio a conocer a Ernesto Sábato en los círculos intelectuales de París; y en Alemania es Thomas Mann quien lo elogió.
Según Sábato la existencia humana se desarrolla en un túnel en el que hay pequeñas ventanas, en las cuales nos detenemos a mirar otros túneles, y de vez en cuando nos tropezamos con la mirada de otra persona que se ha detenido al mismo tiempo que nosotros y que también nos observa; es entonces cuando hacemos gestos inútiles que buscan establecer una comunicación con ese otro ser que vaga perdido en un túnel paralelo al nuestro. En la obra que nos ocupa, Juan Pablo Castel conoce a María Iribarne, la única persona que se detiene a mirar el pequeño detalle que ha pintado en una obra, “Maternidad”, en la que hay una mujer que observa jugar a un niño, pero en un extremo de la obra hay otra pequeña escena, una mujer mira el mar a través de una pequeña ventana; detalle que ha pasado inadvertido para todos los asistentes a su exposición, menos para ella. Y es que Sábato es, ante todo, el escritor de la soledad y de la incomunicación humana. Su obra metafísica narra el dolor humano, pero también la incomprensión y el desconocimiento que cada uno de nosotros tiene en cuanto a su propio ser se refiere. Para entender mejor esta idea en “Sobre Héroes y Tumbas” (1961), Sábato habla de las máscaras que cada uno de nosotros se pone para ocultarle a los demás nuestros verdaderos sentimientos; dice que para cada ocasión y para cada interlocutor utilizamos una máscara diferente, y que sólo nos despojamos de ella cuando estamos solos o cuando creemos estarlo.
“Sobre Héroes y Tumbas” es también una epopeya, ya que Sábato narra una parte de la historia argentina; pero también es una discusión filosófica y literaria. Hay un capítulo, que debería ser lectura obligatoria en las clases de literatura, en el que dos de sus personajes, Martín y Bruno, hablan de Borges. Pero sobre todo hay una frase que considero maravillosa y que resume muy bien lo que debería ser considerado buena literatura, en ella Bruno le dice a Martín, palabras menos, palabras más, que no entiende porque en Europa le piden a la literatura latinoamericana hablar de gauchos o de la pampa, cuando hablar de una pareja que se besa en un parque, hace que la narración deje de ser local para convertirse en universal. Pero a Martín y a Bruno también los une el fantasma de una mujer, Alejandra. Heredera de una vieja y rancia familia de abolengo, Alejandra termina inmolándose en la casa de sus ancestros junto con su padre, Fernando Vidal Olmos; acto premeditado que busca, a través del rito del fuego, purificar el incesto en el que viven desde hace muchos años. No obstante, Sábato siempre deja abierta una posibilidad hacia un futuro mejor, por ello, al final del libro, hace alusión a una luz encendida en medio de la noche, y luego Martín viaja el sur como una posibilidad de renacimiento y de esperanza. “Sobre Héroes y Tumbas” es, también, una obra surrealista, completamente onírica. No hay que olvidar que Sábato, luego de obtener un Doctorado en Física, había viajado a París en el año de 1938 con una beca para seguir sus estudios en el Instituto Juliot-Curie; pero su encuentro con André Bréton le mostró que había otra senda diferente a la ciencia. Esa senda era la literatura y Sábato se sumergió en ella como si fuese un mar insondable, donde nadaría siempre en busca de una orilla en la cual pudiese descansar; aunque era consciente de ese imposible.
“Abbadón, el exterminador” (1974), es tal vez su obra más compleja y densa, pero también la más perturbadora de su trilogía literaria. Podría decirse que es una continuación de “Informe sobre ciegos”, ese relato prodigioso que hace parte de “Sobre Héroes y Tumbas” *. En este libro, Sábato bucea en realidades y mundos diferentes. Se pasa de la historia argentina y de la historia del siglo XX a mundos aún más oníricos, si cabe la expresión, que en su obra anterior; es una búsqueda del absoluto y una lucha contra fuerzas ocultas que acechan al ser humano. También encontramos crítica literaria y a un Sábato que hace gala de una inmensa erudición y reflexión existencial, donde él se convierte en un personaje más de la ficción. Con dicha obra ganó en Francia, en 1976, el premio a la mejor obra extranjera.
Pero Sábato no sólo fue un excelente novelista, sino un excelente ensayista, que de una u otra forma creó una corriente filosófica, la “cosificación” del hombre contemporáneo. Para Sábato, la angustia y la soledad del hombre del siglo XX, y porque no decirlo del XXI, se debe a una eterna expiación que estaría pagando, por haber dejado a un lado la época de la espiritualidad que imperaba en el Medioevo, donde el mundo giraba en torno a Dios, lo que comúnmente se conoce como teocentrismo; para dar paso al Renacimiento, época antropocéntrica, donde el mundo olvidó a ese ser superior y entronizó a la razón, sin haber dejado nunca de rendirle tributo.
Sábato también jugó un papel decisivo en política, ya que en su juventud fue comunista y anarquista. Fue, también, un gran defensor de los Derechos Humanos. En 1984, al año siguiente del derrumbe del gobierno de facto (1976-1983); Raúl Alfonsín creó una comisión, la CONADEP, encargada de investigar el horror de esa larga y tenebrosa noche que fue la dictadura argentina; con el fin primordial que los 30000 desaparecidos, y el horror de las torturas a las que fueron sometidos muchos más, no quedaran en el olvido ni en la impunidad, un esfuerzo heroico para el rescate de la memoria y que aún hoy sigue dando frutos con la condena a perpetuidad, en una prisión común, el pasado 22 de diciembre de 2010, de Jorge Rafael Videla, presidente de facto de la junta militar; el mismo que Ernesto Sábato visitara al comienzo de la dictadura. La comisión en cuestión fue presidida por Sábato y nueve meses después se publicó el informe “Nunca más-Informe de la CONADEP- Septiembre de 1984”, también conocida como “Informe Sábato”, con un prólogo escrito por él.
Para terminar con esta breve presentación de una parte de su extensa obra, quisiera reseñar su último libro “España en los diarios de mi vejez” (2004). Oda a ese país al que los latinoamericanos estamos unidos por sentimientos de rencor y de amor; es una obra lírica e intimista, cuya lectura me produjo un inmenso placer y me hizo recordar ese gran poema de Pablo Neruda, “España en el corazón” (1937).
Es de anotar que la primera vez que escribí sobre Ernesto Sábato, fue en 1980 y 1981, cuando con un gran entusiasmo y pasión leí su obra y escribí una monografía para obtener el diploma universitario en la Universidad Javeriana. Trabajo que fue dirigido por el gran docente y crítico literario Cristo Rafael Figueroa, alguien a quien respeto y admiro profundamente. La lectura y análisis del universo sabatiano, tuvieron una fuerte influencia en mi desarrollo y madurez; nunca más volví a ser la misma, Sábato, sin saberlo, me cambió la vida para siempre. Por último quisiera decir que si alguien se merecía el Premio Nobel de Literatura, era Ernesto Sábato, lástima que en Suecia nunca lo hubieran entendido.

*Para mayor información sobre Informe sobre ciegos puede leerse en mi blog la entrada titulada: Ernesto Sábato: elementos míticos en Informe sobre ciegos.

Sitio Webb:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/estrada_berta_lucia/index.htm
Correo electrónico: bertalucia@gmail.com

ERNESTO SÁBATO: ELEMENTOS MÍTICOS EN INFORME SOBRE CIEGOS

En el día de ayer, sábado 30 de abril, una noticia me llegó como si hubiera sido una mirada de ultratumba, la muerte de Ernesto Sabato, el gran intelectual, pensador y escritor argentino que el próximo 24 de junio cumpliría 100 años. Es por ello que publico en mi blog un artículo que escribí a finales de los 80 sobre Informe sobre ciegos, y que fuese publicada incialmente por una revista de la Universidad de Caldas, hoy desaprecida como tantos esfuerzos culturales de América Latina.

ELEMENTOS MÍTICOS EN INFORME SOBRE CIEGOS DE ERNESTO SABATO

EL REINO DE ESTE MUNDO, PEDRO PÁRAMO, CIEN AÑOS DE SOLEDAD, rompen con los postulados de una narrativa facilista y descriptiva, para sumergirnos de golpe en un mundo que va mucho más allá de las tesis del surrealismo que propugnaba André Bretón o del realismo mágico de Franz Roth. Este rompimiento se da por la irrupción de lo real maravilloso (que difiere del realismo mágico) en las letras hispanoamericanas; los escritores transcribieron el mundo circundante, el mundo americano que nunca ha dejado de maravillar a los europeos: "Lo real maravilloso nuestro, es el que encontramos en estado bruto, omnipresente en todo lo latinoamericano. Aquí lo insólito es cotidiano, siempre fue cotidiano"[1]. Esta irrupción tuvo como consecuencia directa el lanzamiento publicitario del boom, e hizo que la crítica literaria se revaluara, labor que exigía de los críticos nuevas disciplinas y nuevos enfoques que permitieran un acertado análisis y comprensión de la obra. Dentro de las nuevas disciplinas se encontraba el estudio del mito que permitiría una reivindicación y un acercamiento a las ricas tradiciones orales del continente, dando así una visión más amplia y más real al análisis del discurso literario. Las concepciones del espacio sagrado y espacio profano, de tiempo lineal y tiempo circular, como la explicación de la labor de un chaman o de un medicine-man van a ser ampliamente desarrolladas, lo que significa que la literatura, la antropología, la historia de las religiones, la sociología y la etnología van a unirse con el fin de lograr una acertada interpretación del texto. Por otra parte, no hay que olvidar que Juan Rulfo y José María Arguedas se entregaron de lleno al estudio de la antropología. En el presente ensayo se analizarán los aspectos míticos en Informe sobre ciegos, esa pequeña joya literaria que hace parte de "Sobre Héroes y Tumbas" de Ernesto Sábato.

Leer a Sábato es enfrentarse a los grandes problemas metafísicos que aquejan al hombre del siglo XX: la angustia, la soledad, el derrumbamiento de los valores que otrora lo sostenían; es hacer un buceo de la irracionalidad y del sentimiento lírico. Su trilogía está conformada por el desvelamiento de la realidad exterior y de la realidad interior, de la razón y de la sinrazón. Es ante todo una búsqueda de la verdadera condición humana. Su principal inquietud es la de devolverle al hombre su verdadera esencia, su ser; en un deseo de unificar nuevamente la naturaleza humana escindida, según Sábato, por la razón. De esta búsqueda surge su trilogía El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas y Abbadón el Exterminador, además de incontables ensayos y artículos.
Por otra parte, Sábato promulga que el arte es la única herramienta de conocimiento, más válida aún que la ciencia; puesto que para el arte lo existente equivale tanto a lo objetivo como a lo subjetivo, mientras que para la ciencia sólo cuenta lo que es demostrable en un laboratorio o sea solamente lo objetivo:
"La novela colocada como está entre el arte y el pensamiento, desempeña una triple y trascendental misión: la catártica, ya intuida por Aristóteles, la cognoscitiva, al explorar regiones de la realidad que solo ella puede llevar a cabo y la integración de una realidad humana desintegrada por la civilización abstracta". [2]
La crisis del mundo moderno: Con el siglo XX aparecieron los grandes cataclismos que habrían de estremecer al hombre contemporáneo: las dos guerras mundiales, la bomba atómica, los campos de concentración. Sumado a lo anterior, el siglo XX es también testigo de la aparición de la gran urbe, y dadas sus connotaciones podría muy bien denominársela como un laberinto, donde reinan la angustia y las tinieblas y donde ninguna escapatoria es posible:
"La ciudad está dominada por el dinero y por la razón". [3]
La ciudad contribuye a la alienación del hombre, a su enajenación absoluta, le niega la posibilidad de existir, lo sumerge en una profunda soledad e incomunicación. Pero la causa principal de la masificación, de la "cosificación", del hombre se debe a la razón. Diosa entronizada en el renacimiento, y cuya labor fue relegar a los lugares más ocultos a las fuerzas irracionales que habían caracterizado al espíritu medieval; siendo solo rescatadas, siglos más tarde, por el romanticismo en su abierta rebelión contra la razón, la ciencia y el incipiente, pero tenaz, capitalismo. [4]
"El arte nos salvará de la alienación total, de esa segregación brutal del pensamiento mágico y del pensamiento lógico". 5]
La lucha de la razón y de la sinrazón, de la lógica y de la intuición, de la realidad exterior (para el autor es sólo aparente) y de la realidad onírica, caracterizan a Informe sobre ciegos. Narración desbordante, delirante, relatada en primera persona por Fernando Vidal Olmos. Es un diario en el que cuenta los pormenores de la investigación que emprende con el fin de descubrir los secretos de la secta de los ciegos, secta que podría muy bien simbolizar a la razón. Su descenso lo irá poco a poco alejando de esa hipótesis al irse transformando en el retorno hacia los orígenes.
Elección e iniciación: Fernando Vidal Olmos, al igual que Tiresias y Edipo, es el elegido para hurgar en las fuerzas desconocidas que rigen el universo. El primer indicio de la labor que debe realizar se produce en un sueño iniciático al escuchar "una campanilla como de alguien que quisiera despertarme de un sueño milenario" [6]. El sueño es sólo la continuación de las "pesadillas y alucinaciones" que habían poblado su infancia, sin comprender entonces, que representaban una revelación. La labor que se le encomienda es la de luchar contra las fuerzas oscuras del universo que impiden que la verdad y el conocimiento le sean develados al hombre. Las diferentes etapas que conforman la investigación están regidas por la intuición y la premonición. Una de ellas es el anuncio que hace de su propia muerte por medio del fuego: "Verdaderamente ¡Qué manga de canallas! Que para creer necesiten que a uno lo quemen". [7] Atravesar el fuego o morir a causa del mismo, en un intento de purificación, significa -según la tradición judeo-cristiana- que la condición humana es abolida y por lo tanto el acceso al paraíso es permitido.

El laberinto: En su descenso, o viaje iniciático, a las cloacas de Buenos Aires, Vidal Olmos encuentra pasadizos, habitaciones, puertas, escaleras y túneles que por su estructura conforman un espacio laberíntico: "¿Quién sospecharía, ...que el taller de una modista pudiera ser la entrada al gran laberinto?". [8] Esto nos remonta a la prehistoria, época en la cual la caverna era asimilada o transformada en laberinto, lugar sagrado que servía a la iniciación de los neófitos y para la sepultura de los muertos. El laberinto es, a su vez, homologado al cuerpo de la madre-tierra (la Pachamama de los mineros peruanos). Tener acceso a un laberinto, a un túnel o a una caverna, simboliza el retorno a las entrañas de la madre-tierra.

La matriz subterránea: "Polvo eres y en polvo te has de convertir". Lo que en un principio se había revelado como la búsqueda de las fuerzas ocultas del universo se metamorfosea en la búsqueda de los orígenes: "Allí está la gruta..., costase lo que costase, debía penetrar en ella". [9] Es significativo que el autor utilice el verbo penetrar, en vez de entrar. Más que significativo, es simbólico, puesto que esa gruta representa al útero de la madre-tierra. En muchos mitos los hombres fueron sacados de las cavernas, de las entrañas de la tierra, como los minerales, plantas y piedras; siendo todos homologados a pequeños embriones que esperan su momento de crecimiento y desarrollo. La nostalgia del estado prenatal se convierte, a menudo, en un fenómeno colectivo que obliga al grupo tribal a renunciar a la lucha y a la consecuente espera de su desaparición total. Aún hoy el hombre occidental conserva hasta su muerte un fuerte sentimiento de solidaridad para con la tierra que lo vio nacer. Un sentimiento que va mucho más allá del falso patriotismo inculcado por la clase dirigente o por la educación tradicional. Es admiración y amor por el paisaje familiar o el recuerdo de los ancestros enterrados en el cementerio local. Este sentimiento aparece tanto en los mitos y leyendas como en el lenguaje: los romanos llamaban a los hijos ilegítimos TERRAE FILIUS, y los rumanos continúan denominándolos "hijos de las flores" [10]. La madre sólo es portadora de la obra de la madre-tierra. De ahí, que cuando la muerte se acerca, el hombre desee, ante todo, ser enterrado en su región natal, puesto que ese último acto le permite regresar al vientre materno, único lugar de paz verdadera jamás conocido por el hombre. El retorno significa que el ciclo de la vida se ha cumplido:
"La soledad absoluta, la imposibilidad de distinguir los límites de la caverna en que me hallaba... Me creí solo en el mundo y atravesó mi espíritu como un relámpago, la idea de que había descendido hasta sus orígenes. Me sentí grandioso e insignificante". [11]
La soledad y las tinieblas son el común denominador de las cuevas, pero también del útero, es el estado natural de la vida embrionaria. El sufrimiento como medio de iniciar al neófito: El sufrimiento siempre ha tenido un gran valor espiritual en los mitos. En la tradición judeo-cristiana, para poder salvar a los hombres, Jesús tuvo que ser sacrificado. Más aún, todos conocemos el proverbio que dice "más fácil pasará un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos". La pobreza y el sufrimiento son bendecidos por Dios, y entre más pobre sea el hombre y entre más dolor lo agobie, más cerca estará de la salvación eterna. En el mito, como en la religión cristiana, la tortura y el sufrimiento son siempre ocasionados por espíritus y dioses, y tienen como fin primordial la regeneración espiritual del hombre. Soportar el sufrimiento estoicamente, significa para el neófito dejar atrás la vida profana para nacer a una nueva vida, esta vez sagrada. En Informe sobre ciegos observamos diferentes etapas de tortura: pesadillas delirio, extravío...
"Sentí que aquel pico entraba en mi ojo izquierdo... En virtud de un mecanismo que no alcanzo todavía a comprender, por su falta de lógica yo mantenía mi cabeza siempre en la misma posición, como si quisiera facilitar la perversa tarea, como, aunque sufrimos, mantenemos la boca y la cabeza ante el dentista". [12] El sufrimiento, tanto físico como mental, es indispensable a la iniciación, es la prueba que debe cumplirse para que el iniciado se regenere espiritualmente.
La cópula con la deidad: Otra de las pruebas iniciáticas es la de ser tragado por un monstruo (bastaría con citar el pasaje bíblico de Jonás y la ballena). Semejante prueba tiene dos significados:
1. En el Medioevo, generalmente se representaba al infierno como un gran monstruo marino, y ser engullido por él no sólo era la muerte sino la condenación eterna.
2. Por otra parte, el acceso al vientre del monstruo, al igual que la penetración en la caverna, es el medio para reintegrarse al estado embrionario.
Lo anterior nos enfrenta a un dualismo: de un lado la muerte, el fin de la existencia y por consiguiente del tiempo; de otro el retorno a los orígenes que precede el comienzo de toda existencia temporal. [13]
En el análisis que nos ocupa, encontramos también esta prueba iniciática:
"Tuve la certeza de que allí tendría acabamiento mi largo peregrinaje y que tal vez, en aquel reducto poderoso encontraría por fin el sentido de mi existencia". [14]
Cita que corrobora el tema anteriormente desarrollado: la búsqueda de los orígenes. Esta nueva etapa comienza con una metamorfosis que se acentúa a medida que Vidal penetra la deidad:
"La cordillera parecía la espina dorsal de un monstruoso dragón petrificado... Y a medida que avanzaba veía que nada era viviente, que todo había sido calcinado por la lava o petrificado por las ardientes cenizas que aquel cataclismo cósmico había lanzado en edades pretéritas". [15]
En este viaje se hace contemporáneo de la creación, de los albores de la naturaleza, regresa a la edad primera del cosmos:
"Me sentí de pronto tan horrendamente solo que grité. Y mi grito, en aquel silencio mineral y fuerza de la historia, resonó y pareció atravesar centurias y generaciones desaparecidas". [16]
El tiempo lineal es abolido, por ello puede ser testigo del tiempo primigenio en el que vivieron los ancestros míticos:
"Ahora entra. Este es tu comienzo y tu fin". [17]
El ciclo total se ha cumplido. Sólo le resta llevar a cabo la etapa final:
"Algo atroz me sucedía a medida que ascendía por aquel resbaladizo, crecientemente cálido y sofocante túnel: mi cuerpo se iba convirtiendo en el cuerpo de un pez". [18]
En la cópula, Vidal sufre una metamorfosis y al mismo tiempo recuerda hechos remotos y olvidados, que debían ser conservados en la memoria colectiva al igual que hechos de su infancia. Posteriormente pierde el sentido y al recobrarlo se encuentra en el cuarto de la ciega (donde había comenzado su viaje iniciático). Con ella tendrá la siguiente cópula, pero en realidad la ciega es la madre de Fernando que a su vez representa a la madre-tierra.
Una de las obsesiones permanentes de Sábato, es el incesto, acto que permite el retorno al útero. El incesto es para Fernando Vidal Olmos el encuentro consigo mismo, la recuperación de una identidad perdida:
"por un instante tuve la vertiginosa, y ahora inequívoca revelación: ¡Era ella!... mientras espero la muerte medito sobre el misterio de aquella encarnación, quizá semejante al que convocado por un deseo imperioso se apodera del cuerpo de una médium... Entré furiosamente en aquel ídolo y entonces tuve la sensación de que era un volcán de carne, cuyas fauces me devoraban y cuyas entrañas llameantes llegaban al centro de la tierra". [19]
El incesto termina con una fiesta saturnal:
"El volcán de carne fue entonces desgarrado a cornadas por minotauros, cavado ávidamente por ratas gigantescas". [20]
El desgarramiento de la deidad coincide con el retorno al caos:
"La funesta luna radioactiva estalló... un gran incendio se desató, y propagándose con furia inició la destrucción total y la muerte... El universo entero se derrumbó sobre mí". [21]
Esta visión apocalíptica es el aniquilamiento total del tiempo y del espacio, aniquilamiento por medio del fuego, símbolo de purificación y de premonición de su propia muerte.

Bibliografía:

ELIADE, Mircea. Mythes, rêves et Mystères. Paris. Gallimard, 1957.
SABATO, Ernesto. Abbadón el Exterminador. Barcelona. Seix Barral.1982.
Hombres y Engranajes. Madrid. Alianza Editorial. 1983.
Más sobre las Misiones trascendentales de la novela. En: Antología. Buenos Aires. Librería del Colegio.1975.
Sobre Héroes y Tumbas. Barcelona. Círculo de Lectores. 1973.


Referencias:

[1] Alejo Carpentier, la novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos, siglo XXI editores, México 2ª edción,1981, pág.130
[2] SABATO, Ernesto. "Más sobre las Misiones Trascendentales de la Novela". En: Antología. Buenos Aires, Librería del Cole¬gio, 1975. p. 137.
[3] SABATO, Ernesto. Hombres y Engranajes. Madrid, Alianza Editorial, 1983. p. 23.
[4] ídem. p. 199.
[5] SABATO, Ernesto. Abbadón el Exterminador Barcelona, Seix Barral, 1982. p. I99
[6] SABATO, Ernesto. Sobre Héroes y Tumbas. Barcelona, Círculo de Lectores 1973 p. 261.
[7] ídem, p. 366.
[8] ídem, p. 339.
[9] ídem, p. 343.
[10] ELIADE, Mircea. Mythes, Rêve et Mystères. París, Gallimard, 1957.
[11] SABATO, Ernesto. Sobre Héroes y Tumbas. Op. Cit. p. 383.
[12] ídem, p. 345.
[13] ELIADE, Mircea. Op. Cit.
[56] SABATO, Ernesto: Sobre Héroes y Tumbas. Op. Cit. p. 390.
[57] ídem, pp. 390-391.
[14] ídem, p. 392.
[15] ídem, p. 393.
[16] ídem, p. 394.
[17] ídem, pp. 398-399.
[18] ídem, p. 400.
[19-20-21] ídem, pp. 400-401.

sábado, 23 de abril de 2011

LIBERTAS

A La Pola y a las miles de mujeres que apoyaron
a las tropas en la gesta libertadora.
Servos ad pileum vocare (1)


En el ocaso de una tarde sombría,
mi espíritu vagaba por los vericuetos de la sinrazón,
me crucé con Libertas en un recodo del camino;
llevaba el gorro frigio que libera al esclavo,
había roto las cadenas del oprobio,
su mano derecha blandía una vindicta
y su túnica de lino blanco iluminaba el sendero.

Desde entonces,
los rayos de luz, al final del túnel,
me guían entre las sombras,
me dan cobijo en épocas de aguaceros.

En períodos de hastío,
reposo en un lecho de esperanza;
allí donde la palabra libertad
nació de un grito y de una mujer
llamada La Pola.

(1)“Servos ad pileum vocare”, es un llamado que se hacía en la antigua Roma a los esclavos para que por medio de las armas pudieran luego obtener la libertad.
Nota: Este poema fue traducido al francés por la poeta y traductora Maggy De Coster y publicado en la revista que ella dirige "Le Manoir des Poètes", No19-2011.

jueves, 3 de marzo de 2011

Premiación concurso Ediciones Embalaje del Museo Rayo

El Museo Rayo anuncia el fallo del jurado del
Concurso Ediciones Embalaje del XXVI
Encuentro de Poetas Colombianas. -El jurado
conformado por -Marga López Díaz, Mary
Grueso Romero -y Águeda Pizarro Rayo,
resolvió otorgar los siguientes premios y
menciones:
GRAN PREMIO DE EDICIÓN—MARÍA TABARES
por su libro “LA LUZ”, poemas de sombra. Un
poemario de gran profundidad en el que la
autora se adentra en el misterio de la muerte
con un lenguaje a la vez depurado e intenso tan
personal como universal. Este libro será
editado en las Ediciones Embalaje del Museo
Rayo y lanzado en el marco del XXVII Encuentro
de Poetas Colombianas del Museo Rayo en julio
del 2011.
PRIMER PREMIO, sin edición—SORELY BERRIO,
“AL RITMO DE LA LENGUA”, una obra de gran
originalidad y audacia verbal que explora la
experiencia de la expresión poética de una
mujer desde su nacimiento en la inconsciencia
hasta su florecer en poema.
SEGUNDO PREMIO, sin edición--PIEDAD DEL
CARMEN MORALES, “LLUVIA DE ROSTRO”, una
obra de imágenes inolvidables y acertadas que
despierta la conciencia del lector sobre las
injusticias que se cometen a diario contra la
mujer y que penetra el origen del sentir, ahonda
en el sufrimiento e ilumina el renacer de cada
mujer que vive en este mundo convulsionado.
TERCER PREMIO, sin edición--GLORIA MARÍA
MEDINA, “MI MADRE AÚN CANTA”, un
poemario que con hondo dolor y profundo
júbilo celebra la vida y llora la muerte de la
madre de la autora.
CUARTO PREMIO, sin edición—PAULA ANDREA
GARCÍA SÁNCHEZ, “CAMBIO TRISTEZAS POR
BICICLETA”, obra original, de lenguaje
despojado de lugares comunes en el que aflora
el sentido del humor que brota del dolor de la
experiencia de una mujer y lo cambia por la
bicicleta de la libertad.
MENCIÓN ESPECIAL—ANDREA JULIANA
CORREA, por un CD de poesía visual, plasmada
en fotografías de la autora ensambladas y
alteradas para producir la revelación poética.
Esta obra responde a un reto del maestro Omar
Rayo para estimular la exploración de la poesía
visual por las mujeres de los Encuentros.
PREMIO ESPECIAL, fuera de concurso—BERTA
LUCÍA ESTRADA, “NÁUFRAGA PERPETUA”. Este
libro, digno de edición en cualquier editorial
dedicada a la obra de la mujer, es a la vez una
investigación a fondo de la vida y la obra de
Virginia Woolf, un ensayo sobre ella y una obra
de teatro poética. Parte en prosa y parte en
verso consiste en un diálogo entre Virginia y su
esposo por el que se analizan las razones y
sinrazones que la llevaron a suicidarse

miércoles, 23 de febrero de 2011

Día Internacional de la Mujer

1911-2011, CIEN AÑOS DE LUCHAS Y REIVINDICACIONES DE LA MUJER
Esta semana leí un artículo publicado en la revista Carrusel, del diario El Tiempo, la siguiente frase “No son feministas que buscan reivindicarse frente al mundo apabullante de los hombres” (El Tiempo, 20.02.2011), frase escrita con relación a cinco escritoras de un nuevo género al que han denominado “chik lit”, y del cual haría parte Isabella Santo Domingo. No sé si ella es antifeminista, lo que sí sé es que yo siempre me he considerado feminista, sin que me avergüence de ello o lo oculte. Por el contrario, he tratado que mi postura sea de carácter público, puesto que considero que la reflexión sobre la condición femenina y la investigación sobre su historia, son necesarias a la hora de entender el complejo mundo en el que vivimos. El desconocimiento de la historia nos condena a repetir infinitamente los mismos errores y las mismas injusticias. El desconocimiento del pasado nos impide comprender el presente, e impide, igualmente, que nos proyectemos al futuro. No en vano se dice “que él que ignora el pasado, está condenado a repetirlo”. Y la historia de la humanidad, léase historia política, social, religiosa, económica, artística, cultural, está viciada de argumentos y posiciones que dejan por fuera la visión del mundo de la mujer; como si ella simplemente no existiera, o no pensara, o no trabajara. Y creer en este mito es ignorar una serie de acontecimientos que han hecho posible que la mujer occidental participe hoy en día en procesos políticos, culturales, educativos, o científicos, entre otros. Si hoy en día la mujer puede votar, elegir sus gobernantes, o ser elegida; si puede decidir cuántos hijos tener y cuándo, es gracias a las luchas que llevaron mujeres como Clara Zetkin (1857-1933-sufragista y de quien hablaré más tarde), o Margaret Sanger (1879-1966) quien había ejercido como enfermera en la primera guerra mundial y que luchaba por dar a conocer a las mujeres las ventajas de la planificación familiar. Gracias a ella es que hoy en día gozamos de la píldora anticonceptiva, puesto que financió la investigación llevada a cabo por el Dr. Gregory Pincus; investigación que hizo posible la creación de la píldora anticonceptiva y que salió al mercado en 1965, la misma que cambiaría para siempre la vida de millones de mujeres.
Mujeres feministas han existido siempre, desde Diotima de Mantinea, sacerdotisa y filósofa, maestra de Sócrates, o Aspasia de Alejandría, pasando por la emperatriz Teodora o por Hildegarda de Bingen o por Eloísa o por Sor Juana Inés de la Cruz. Mujeres que dejaron una huella enorme en la historia de la búsqueda del conocimiento; así la historia escrita por los hombres, para los hombres, las haya borrado de un plumazo.
Y si bien la revolución sexual de los años 60 y 70 del siglo XX fue posible gracias a la píldora anticonceptiva, solemos pasar por alto la otra revolución que influye en el día a día, la conquista del sufragio femenino, así como la Revolución Industrial y el derecho a la educación. Los derechos inalienables como ciudadanas solo fue posible hacerlos valer después de llevar a cabo luchas de gran magnitud. Me refiero al derecho al voto.
La primera en reivindicarlo fue la francesa Olimpia de Gouges (1748-1793). En 1843 Flora Tristán, precursora de la emancipación de la mujer en Francia, redactaba un discurso dirigido a los obreros, en el que los llamaba a reflexionar sobre la igualdad; aludía que ésta comenzaba con la igualdad de sexos y el respeto hacia la mujer. La lucha por el derecho al voto si bien fue notoria en las clases burguesas francesas, no lo fue en las clases populares. La clase obrera no participó y en los campos simplemente ni se hablaba de ello. No obstante, Flora Tristán luchó por los derechos de la clase trabajadora y de la mujer. La lucha por la emancipación de la mujer encontró enemigos de la talla de Proudhon (1809-1865), quien argumentaba que la igualdad entre los dos géneros sería "el fin de la institución del matrimonio, la muerte del amor y la ruina de la raza humana"; y que por lo tanto “no hay otra alternativa para las mujeres que ser amas de casa o prostitutas”. Afortunadamente había voces masculinas que ya profundizaban en la importancia de la inclusión de la mujer; me refiero a Federico Engels (1820-1895) y Carlos Marx (1818-1883), quienes proclamaban que la emancipación de la clase obrera tenía que ir acompañada de la emancipación de la mujer y de su independencia económica.
El derecho al sufragio, fue una lucha larga y ardua, llevada a cabo por mujeres de diversas nacionalidades y culturas; pero unidas por un único deseo: ser reconocidas como parte activa de una sociedad democrática, lo que quiere decir que sus derechos civiles les fueran acordados. En España emerge la figura de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), que si bien reconocía que en el siglo XIX se habían logrado avances considerables en el campo de la cultura y de la política, y que se reconocía la libertad de cultos; ponía sin embargo el dedo en la llaga al denunciar que el tema de la emancipación de la mujer había sido ignorado por los legisladores. En Estados Unidos surgieron las figuras de Matilda Electa Joselyn Gage (1826-1898), Susan B. Anthony (1820-1906) y Elizabeth Cady Stanton (1815-1902). Otra sufragista importante fue Alice Paul (1885-1977), una de las primeras mujeres en asistir a la universidad. Estudió sociología en la Universidad de Pensilvania y luego viajó a Londres para hacer un doctorado en economía y ciencias políticas. Fue una gran defensora del sufragio femenino y en 1916 fundó el Partido de Mujeres (NWP, por sus siglas en inglés). Luchó por incluir en la Constitución de 1923, una enmienda para que el derecho a la igualdad de la mujer, frente a los derechos del hombre, fuese aprobada. La enmienda fue incluida en 1972, cinco años antes de su muerte. Junto con Alice Paul luchó otra gran mujer, Lucy Burns (1879-1966), juntas enfrentaron a la sociedad de su época y la prisión. Todas estas mujeres lograron una ruptura radical con las costumbres de su época y sembraron las bases de la sociedad contemporánea.
Y si bien cada sufragista jugó un papel clave en la reivindicación de los derechos políticos de las mujeres, debe destacarse a la alemana Clara Zetkin, creadora del Día Internacional de la Mujer. Normalmente se ha creído que el 8 de marzo conmemora el incendio en el que habrían perecido 129 obreras de una fábrica textil de Nueva York, Estados Unidos, incendio que habría sido provocado por el dueño para acabar de raíz la huelga inminente de las trabajadoras que luchaban por mejores condiciones laborales y el cual tuvo lugar en 1857. Sin embargo, hay otra fecha que alude también a una fábrica ardiendo con 146 obreras dentro, la mayoría de ellas de origen judío e italiano, es la del 25 de marzo 1911. Incendio que habría sido provocado por un corto circuito y en las que las empleadas quedaron atrapadas. Pero en realidad quien concibe el Día Internacional de la Mujer, es esta valiente mujer llamada Clara Zetkin, quien había ingresado al Partido Socialdemócrata en 1881 y en 1890 creó la sección femenina del partido. Luego pasó a formar parte del partido Comunista Alemán. En la Primera Guerra Mundial se unió a un movimiento pacifista con su amiga y colaboradora Rosa Luxemburgo (1870-1919) y en 1915 realizó en Berlín una Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas contra la Guerra. Su actividad militante y su posición antibélica la condujeron varias veces a la prisión. Fue una férrea defensora de los derechos de la mujer y de su derecho al sufragio universal. Clara Setkin presenta una propuesta en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, que había sido llevada a cabo en agosto de 1910, y cuya idea había surgido por el Woman’s day, que venía celebrándose en Estados Unidos desde 1908 por las sufragistas, como una clara reivindicación de sus derechos a ser consideradas ciudadanas de primera y dejar a un lado la errónea imagen de ama de casa que el ala conservadora y religiosa había defendido hasta la saciedad: la mujer como garante de la reproducción y conservación de la familia; negándole la participación en procesos económicos, políticos y sociales.
Es así como el 19 de marzo de 1911 se lleva a cabo la primera celebración del Día Internacional de la Mujer; en 1914 la fecha se pasa para el día 8. Otro acontecimiento importante, silenciado por la historia oficial, es la protesta de las mujeres rusas el 8 de marzo de 1917, a causa de la escasez de alimentos, lo que desencadenó el movimiento de masas conocido como la Revolución de Octubre del mismo año. En 1975 la ONU, declara, sin hacer alusión a este acontecimiento, el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer y reconoce la figura de Clara Zetkin como su creadora. El 19 de marzo de 1911 pasó a la historia como una jornada donde más de un millón de mujeres, en diferentes ciudades europeas, salió a la calle para exigir su derecho al voto, a la educación y al trabajo y en la que también se denunciaba la discriminación laboral. La manifestación se había llevado a cabo, exitosamente, en Alemania, Suiza, Dinamarca y Austria, lo que mostraba a qué punto la mujer era capaz de aglutinar fuerzas y de hacer valer sus derechos.
No obstante, las mujeres que combatían la inequidad y el sometimiento ancestral al poder masculino eran muy pocas. La mayor parte de la población femenina occidental no participó y cuando lo hizo fue en su contra. Es el caso de la Liga Nacional de Mujeres Anti-Sufragio, creada en 1908, y presidida por la novelista Mary Ward (1851-1920). La Liga rechazaba de plano el derecho al sufragio de las mujeres, con argumentos tan traídos de la cabeza, como era el de “no querer aceptar más cargas de las ya impuestas”. El derecho al sufragio femenino no fue otorgado fácilmente, ni se dio al mismo tiempo en todos los países. El primer país en otorgarlo fue Nueva Zelanda en 1893, seguido de Australia en 1901. En Europa, fue Finlandia en 1906, España en 1931, Francia en 1957 y Suiza en 1971. En América, el primer país en concederlo fue Canadá en 1918 y Estados Unidos en 1920. En Colombia en 1954 -paradójicamente fue bajo la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla que este derecho fue otorgado a las mujeres-. Y mientras todas estas luchas se daban, los hombres seguían insistiendo en sus prerrogativas patriarcales, como lo siguen haciendo hoy en día. Los salarios de las mujeres siguen siendo inferiores al de los hombres, sin tener en cuenta ni la formación ni la capacidad de unos y otros. La jornada laboral de la mujer sigue siendo más larga que la del hombre, ya que el trabajo de la casa, el cuidado de los hijos, la supervisión de los deberes escolares, siguen estando en gran medida en manos de la mujer. La mujer conquistó el derecho a la educación, a trabajar fuera del hogar y a ganar un salario que le permitiese mejorar su nivel de vida y el de su familia; pero al mismo tiempo incrementó su tiempo de trabajo. Y si hago esta acotación, es para afirmar que aún nos queda un largo camino para recorrer, que debemos seguir luchando por nuestros derechos, pero sobre todo que debemos educar a nuestros hijos con una conciencia de igualdad y de respeto; ya que muchas veces somos las mismas mujeres las que perpetuamos la tradición de una sociedad machista, intolerante e injusta.
Sitio webb:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/estrada_berta_lucia/index.htm