lunes, 9 de junio de 2008

LOUISE BOURGEOIS


“EL ARTE ES UNA GARANTÍA DE SALUD MENTAL”


En 1978, hojeando el periódico, leí por primera el nombre de Louise Bourgeois, estaba al pie de una foto que mostraba algo para lo que la sociedad no estaba aún preparada, y mucho menos yo, que venía de una provincia mojigata y conservadora. Se trataba de la exposición “A banquet fashion-A fashion show of body parts”. Era un performance presentado en la Galería de Arte Contemporáneo de New York, donde el crítico de arte Gert Schiff se paseaba entre las obras de Louise Bourgeois luciendo un extraño vestido en látex que ella misma había confeccionado para la ocasión. No volvería a saber de ella y mi frágil memoria la olvidaría. Pasarían poco más de veinte años antes de volver a sumergirme en las imágenes inquietantes de su obra. Fue en el marco del Diplomado de Historia y Crítica del Arte del Siglo XX, programado por el entonces Instituto de Cultura del Departamento, bajo la égida de Carlos Arboleda G. y por la Universidad Santo Tomás. Desde entonces he estado fascinada por esa mujer casi centenaria y que aún continua en el oficio inmenso y doloroso de la creación artística.

Pero solo el año pasado pude estar frente a una de sus obras. Fue en el Museo Guggenheim de Bilbao, donde se encuentra una de sus grandes arañas y la cual amenaza con engullir a los turistas que se pasean debajo de sus inmensas patas. Esta cercanía me dejó el amargo sabor de no poder contemplar sus Cell, sus tótems o sus dibujos; pero al menos había podido tener una idea más real de la genialidad de la artista. Esta frustración desapareció hace algunos días cuando pude visitar la retrospectiva que le dedicó el Centro Pompidou de París, del 5 de marzo al 2 de junio. Más de 200 obras, exposición nunca hecha hasta ahora de su producción artística, en cuanto a la cantidad de obras se refiere. Es de anotar que nunca una obra, o más bien el conjunto de ellas, me había producido un impacto tan absoluto y brutal. Sus Cell me sumergieron en un mundo doloroso, oscuro, turbio; fue como descender a las tinieblas de un pasado agobiante y lacerante. No en vano la autora ha estado siempre fascinada por el psicoanálisis. Yo no sería la única espectadora en confesar su confusión. Al respecto la artista dice: “Mis obras son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido”*. O bien: "Todos los días uno tiene que abandonar su pasado o aceptarlo, y entonces, si no puede aceptarlo, se hace escultor." A lo que yo le replicaría: o escritora.

Louise Bourgeois nace el 25 de diciembre de 1911, en el seno de una familia burguesa y adinerada, cuyo oficio era el de restaurar antiguos tapices. Es en este taller que comenzará su labor de dibujante, al “recrear” los trazos que el tiempo había arruinado. Su labor de tejedora no la abandonará nunca. Más tarde entrará como alumna al taller de Fernand Léger, quien le hará comprender que su verdadero camino no es el dibujo ni la pintura sino la escultura. De ahí a admirar a Bruncusi o a Giaccometti no habría sino un paso. Sus primeros dibujos nos muestran a la mujer-casa. Una obsesión permanente en su obra. La mujer que no puede ni debe prescindir de ese espacio que en muchas ocasiones se convierte en una cárcel; sobre todo cuando la figura paterna corresponde más bien a la de un cancerbero o un torturador. Toda su vida Louise Bourgeois ha estado tratando de exorcizar una infancia traumática, no sólo con el dibujo sino con la escultura, “Destrucción del padre” (1974), y con la escritura, “Niñez abusada”. Tal vez por eso dice: “Cuando se experimenta el dolor, uno se puede enclaustrar con el fin de protegerse. Pero la seguridad de la guarida puede también ser una trampa”. A la edad de 11 años su madre cae enferma y Louise deberá cuidar de ella hasta su muerte 10 años después. Es en este lapso de tiempo que su padre, y con la aceptación tácita de la madre, llevará a vivir bajo el techo familiar a su amante. Un acto que Louise Bourgeois siempre sintió como una violación. Ella misma dice que “ser artista es una garantía para nuestros congéneres que los agravios recibidos no harán de nosotros un asesino”.

Los dibujos de la Mujer-Casa, realizados a partir de los años 40, cuando ya la artista se encuentra viviendo en New-York, nos muestran las piernas frágiles de una mujer sosteniendo un inmenso rascacielos, por lo que su identidad queda perdida entre las ventanas y chimeneas del paisaje neoyorkino o bien nos muestran a la misma autora volando por encima de ellos o flotando en el aire. Es la época en que su condición de exiliada se le hace insoportable. Sabe que no podría vivir en el seno familiar pero tampoco puede abstraerse al dolor que significa estar lejos de las personas que ama. Conocer a Louise Bourgeois es enfrentarse a un mundo sensible del cual no se habla, pero que está allí: la casa, el hogar, la maison, el foyer. Dicho en otras palabras el territorio que cualquier especie animal protege y defiende. En él se abriga, en él ama y en él sufre. La casa puede ser vista, o «vivida», como un remanso o como una prisión. Durante milenios la mujer estuvo aislada de la sociedad, recluida en un gineceo, sin permitírsele espacios para la expresión estética. Carencia que experimenta la artista quien con esos ejercicios bastante íntimos, pero innovadores dentro de la plástica, y que imagino que no debieron haber sido concebidos para ser vistos por persona alguna, mucho menos para ser expuestos en una galería o museo. Los veo más bien como ejercicios introspectivos que tratan de dar respuestas a la vida de una mujer enclaustrada entre cuatro paredes, a las cuales se llama «casa». Y desde allí observa como la vida transcurre sin que a ella le ocurra nada extraordinario, y peor aún sin que ella pueda hacer algo por cambiar el mundo que la rodea. No hay que olvidar que durante años fue considerada sólo la esposa del gran especialista de arte primitivo Robert Goldwater, sin que las galerías o los museos se mostrasen interesados en su obra. Estos primeros dibujos, que bien podrían clasificarse como surrealistas, de una u otra forma desnudan su alma, y nos dan la mirada de una mujer en un mundo de hombres hecho para hombres; de ahí sus Femme-Maison. Mujeres que no sólo portan la casa a cuestas sino que se identifican a tal punto con ellas que llegan a reemplazar a sus rostros. Y es que su obra siempre ha estado marcada por una permanente búsqueda de la identidad de la mujer, en el buceo de su propia psique; búsqueda que se ha acentuado en los últimos años, cuando la muerte la acecha en cualquier lugar de su apartamento. Ella misma dice: “Mi cuerpo se convierte en la materia prima y yo expreso lo que siento a través de él”. Al mismo tiempo que crea la serie mujer-casa, defiende el rol de la mujer, sin que se haya considerado nunca una feminista comprometida. Yo diría más bien que ha sido una feminista consciente del rol que le ha tocado jugar a la mujer en la sociedad de todos los tiempos; lo que la hace, a mi modo de ver, mucho más feminista que las radicales que han contribuido a crear un ambiente de desconcierto y rechazo en la sociedad actual.

A finales de los ’60 crea “Personajes”. Tótems que recuerdan los personajes de su infancia, marcados por el fantasma del exilio y que no hubiesen podido ser concebidos en su país de origen: “Yo no hubiera sobrevivido en Francia en el caos de la celda familiar”, explica la artista. Es una obra compuesta aproximadamente de 80 esculturas, cada una con una identidad bien definida. Son esculturas frágiles, con un equilibrio precario y que recuerdan un poco a las obras de Brancusi. Algunas de ellas siguen con el tema ya explorado de la Mujer-Casa; los rascacielos que la encierran y que la ahogan, pero cuyos techos le permiten respirar. No en vano es en la terraza del edificio donde vive, donde instala por primera vez su taller. Otro de sus temas recurrentes en esta serie, es la soledad. Al respecto la artista dice: «Al principio hacía figuras solitarias que no tenían ninguna libertad... Ahora hago grupos de objetos que se relacionan entre ellos... Pero todavía existe el sentimiento que me movió al principio: el drama de uno entre muchos».

En los años ’60, se muestra como “l’enfant terrible” que ha sido desde siempre, al desafiar el puritanismo radical de la sociedad americana al crear “La abstracción excéntrica”. Un serie de falos desproporcionados, algunos colgando del techo, otros emergiendo de superficies que recuerdan los drapeados de Bernini. Es cuando crea “Fillete” (Niñita). Un inmenso falo con el que posará orgullosa para el fotógrafo Robert Mapplethorpe en 1982. Una vez más surge la Louise Bourgeois que quiere bucear en el inconsciente. Ella misma dice: «toda mi obra está basada en mi infancia». Por lo que para llegar a arrullar un falo proverbial y tomarse una foto con él debajo del brazo, como si se tratara de una baguette, con una sonrisa de mujer realizada sexualmente y sin tabues a la hora de gozar del sexo, tuvo que haber librado primero una lucha consigo misma del tamaño de una catedral gótica. Sobre todo para expresar su sentimiento con respecto a “Fillette”: “Cuando yo cargo un pequeño falo en mis brazos, me da la impresión de cargar un objeto amable, no un objeto al que yo le haría daño”. Es en esta década que su obra alcanza dimensiones extraordinarias, sus temas abarcan todo el mundo femenino: el coito, el embarazo, la crianza, amamantar, el cuerpo de la mujer en el espacio, el dolor, sobre todo el dolor humano; y estos temas son representados con todos los materiales que están a su alcance: Bronce, mármol, yeso, látex, madera. En cuanto al exorcismo se refiere, ella misma dice: “El exorcismo es algo sano. Cauterizar, quemar con el objetivo de sanar. Es como cortar las ramas de los árboles. He aquí mi talento”.

En 1974 crea la serie a la que hacía alusión anteriormente, “La destrucción del padre”. Por una parte quiere aniquilar la imagen paterna y por otra deshacerse del dolor que le ha infligido la muerte del marido. Es una instalación turbadora. Es una gruta concebida como un pequeño teatro, donde la artista, junto a su familia, se dispone a darse un gran festín, a todas luces antropófago. La figura del padre amado y a la vez odiado, surge, en esta su primera instalación, como “…Una pieza claustrofóbica, demasiado claustrofóbica, sin que ofrezca ninguna salida”, tal y como lo expresa la propia artista. El gran escultor Richard Serra, y quien expone actualmente en el Grand Palais de París, dice al respecto: “La fuente del dolor, el corazón y la ansiedad de esta obra son indescifrables, no obstante despierta en mí recuerdos de experiencias personales que yo preferiría olvidar”. En esta obra, como en muchas otras no es tanto la materia prima la protagonista como el color; sobre todo el rojo. El rojo puede significar pasión pero también violencia, desastre, caos, aniquilación, rabia y olvido. Y por supuesto el negro, muerte, tragedia, llanto, duelo. No es sino hasta el año de 1982, con la retrospectiva que se realiza en el Museo de Arte de Nueva York, que esta artista prodigiosa comienza a ser conocida en el ámbito internacional y a ser nombrada al lado de genios como Picasso o el mismo Giaccometti.

En 1980 Louise Bourgeois se traslada a vivir a un gran loft. Lo que parecería una anécdota sin importancia se convierte en uno de los ejes fundamentales de la obra que comienza a tomar forma a partir de ese momento. Son las Cell, o Celdas, donde la artista comienza a recrear todo el universo de su infancia. Sillas, brocados, tapices, miembros colgando, juguetes. En los ’90 recrea las habitaciones de sus padres y la suya propia. Al observarlas, el espectador no puede escapar a la sensación de opresión y de ahogo que le invade. Las puertas, las ventanas, los laboratorios, las habitaciones íntimas, invitan al voyeur que abriga en cada uno de nosotros a fisgonear, léase bucear, las obsesiones que dieron lugar a tan extraordinarias instalaciones. El símbolo de la tragedia y de la desesperanza está magistralmente representado en este ambiente traumático que cuenta, sin decirlo explícitamente, el abuso del que posiblemente fue víctima en su niñez. El buceo y la búsqueda de los recuerdos se hace aún más intenso, todo el pasado se despierta y grita para no ser olvidado ni ignorado. Luego vendrían las Cell encerradas por una inmensa araña. Homenaje a su madre, a quien ve como a alguien que trabaja permanentemente, que teje y desteje como la eterna Penélope. Desteje no para destruir sino para restaurar. No hay que olvidar que su oficio era restauradora de tapices antiguos. Ella misma dice: Yo vengo de una familia de restauradores. La araña es una restauradora. Si destruyes su tela, ella no se desespera. Ella teje y repara”. Al mismo tiempo sus arañas quieren hacer un homenaje a la madre que cuida, que protege, que ama. Entre las dos había un lazo muy fuerte, hasta el punto que cuando la madre muere, Louise Bourgeois intenta suicidarse. Ella misma ha manifestado en varias ocasiones que su madre era su mejor amiga.

En los últimos años, hablo de la presente década, la artista, ya nonagenaria, ha encontrado nuevos canales de expresión. Lejos de sentarse en una butaca a esperar que la muerte le toque la espalda, se ha dedicado a crear las cabezas y tótems utilizando burdas telas y tapices antiguos: “Yo necesito mis recuerdos. Ellos son mis documentos. Me paso la vida mirándolos… y estoy profundamente celosa de ellos”. El trabajo de su madre, el de tejedora, aparece nuevamente en sus manos y al igual que ella se convierte en otra Penélope. Como toda su obra es un trabajo inquietante, un grito que sale de sus entrañas para recordarle el embarazo, el parto, la crianza de los hijos, el hijo problema, el amor de madre. Ya no sale de su apartamento, recordemos que ha alcanzado la edad de 97 años y aún sigue creando… No en vano Louise Bourgeois no ha dejado de repetir a lo largo de estos años que “el arte es una garantía de salud mental”, a lo que yo agregaría: una garantía de sentirse vivo.
*Nota: Tanto los nombres de las obras como las citas bibliográficas han sido traducidas del francés al español por la autora del artículo.


BIBLIOGRAFÍA


BADER, Cristhine. Louise Bourgeois, Scultura e opera grafichi. Suisse 2006.
CLAIR, Jean. Cinq notes sur l’oeuvre de Louise Bourgeois. Envois L’Échoppe. 1999.
Louise Bourgeois. Por Simonne Sauren (Búsqueda por Internet).
Louise Bourgeois: decir lo que no se puede decir. Por Sara Rivera (Búsqueda por Internet).

Publicaciones del Centro Pompidou:
Louise Bourgeois. Folleto de la exposición del Centro Pompidou. 2008.
Louise Bourgeois au Centre Pompidou. Beaux Arts. 2008. Este catálogo contiene los siguientes artículos:
- “Indiferente à tout ce qui n’est pas art”. Entretien avec Marie-Laure Bernadac et Jonas Storve. Commisaires de l’exposition.
- Chère Louise, lettre d’amour. Par Marie Darrieussecq.
- Magistrale marginale, Louise Bourgeois dans l’art contemporain. Par Itzhak Goldberg.
- L’Album de 1945 à nos jours. Par Emmanuelle Lequeux.
- Au nom du père, l’art comme thérapie. Par Eveline Grossman.
- Les fils de l’araignée. Robert Gober, Mike Kelley, Tracey Emin… Par Emmanuelle Lequeux.
- Face caméra. Entretien avec Brigitte Cornand. Propos recueillis par Bernard Blistene.
Louise Bourgeois. Connaissance des Arts. Centre Pompidou. 2008. Este catálogo contiene los siguientes artículos:
- Naissance et rennaissances de Louise Bourgeois. Entretien avec Marie-Laure Bernadac, par François Legrand.
- Roman de famille. Par Myriam Boutoulle.
- Être sculpteur. Par Jerôme Coignard.
- Quand les mots deviennent formes. Par Françoise Monnin.
- Dans la peau de Louise Bourgeois. Oeuvres commentées par Guitemie Maldonado.