lunes, 3 de octubre de 2022

EL MIEDO DE UNA CASA INEXISTENTE, DE ERNESTINA ELORRIAGA

 EL MIEDO DE UNA CASA INEXISTENTE

Autora: Tina Elorriaga

El miedo de una casa inexistente, de Ernestina Elorriaga

                                                                                                     Berta Lucía Estrada

                                                                                                         Crítica Literaria 

La palabra casa, hogar (etimológicamente hogar viene de focus, fuego en latín, el bracero -lar para los romanos- que daba cobijo en las domus romanas y que estaba encendido gran parte del día y además proporcionaba calor en las largas noches de invierno). La casa también es un nido o cueva, y su existencia nos remonta a miles de años atrás donde los primeros homínidos buscaron refugio para resistir a los temporales que doblaban árboles o a las oleadas de calor que quemaban los campos y los bosques. Ese amparo no solo es inherente a esta especie que evolucionó hasta convertirse en Homo sapiens (Hombre sabio) sino que es algo común a todas las especies animales e incluso a las vegetales. Todas las especies vivas deben adaptarse a un hábitat para no sucumbir ante sus momentos de furia. Tal vez por ello nuestra primera morada queda ancorada en lo más profundo de nuestro sistema límbico; y así crezcamos y nos mudemos decenas de veces, así vivamos en ciudades y países diferentes, ese primer techo, en el que dimos los primeros pasos y donde balbuceamos nuestras primeras frases, queda tatuado en nuestra memoria y a él acudimos cuando nos sentimos desorientados. También puede suceder que sea sinónimo de pesadilla y es entonces cuando se transforma en laberinto; por lo que escapar se nos hace completamente imposible. Ni siquiera con las alas de Dédalo podríamos abandonarlo. En ese caso nos quedamos a vivir en una casa inexistente, en la que sus paredes son murallas infinitas que nos impiden avanzar en los caminos que la circundan.Y si alguien conoce esa pesadilla que se repite ad infinitum dentro del refugio convertido en sala de torturas es Ernestina Elorriaga. 


En su poema sobre el incesto aparece ese miedo con el que araña las paredes que le impiden escapar a su propia pesadilla. E incluso en este poema el incesto puede verse desde un punto de vista político que refleja al Estado (Padre) comiéndose literalmente a sus propios hijos; como un eterno Saturno devorando a sus hijos. Hablo, por supuesto, de una de las pinturas negras de La Casa del Sordo; me refiero a la casa de Goya. Y si lo digo es porque el poema puede leerse en dos sentidos, el incesto propiamente dicho, cometido en la intimidad del hogar, o bien la infamia de los treinta mil desaparecidos durante la dictadura argentina de los años setenta del pasado siglo; muchos de ellos lanzados vivos al mar desde aviones militares que sobrevolaban el Atlántico para no dejar huellas ni en los campos desnudos ni en los cementerios. Tal vez por eso el título de este poemario es El miedo de una casa inexistente. 


El título de una obra debe ser, en la medida de lo posible, una bitácora que nos anuncie el tema en el que vamos a sumergirnos, y a la vez su resumen, su compendio. Y este poemario de Ernestina Elorriaga lo logra a la perfección; puesto que su título, El miedo de una casa inexistente, es el logos en toda su dimensión; algo que no siempre es fácil de lograr. Con este título la poeta nos pone delante del drama vivido. Con cada voz, con cada nombre, con cada grito, la poeta recuerda y revive una y otra vez la infamia de la que fue testigo; y al ser testigo también se es víctima. E incluso cabría la posibilidad que ella misma hubiese sido testigo del incesto que evoca en el poema que transcribo:


“No voy a preguntar por lágrimas no lloradas 

en el reflejo del agua soy tu rostro

nos acecha la misma tarde

la misma siesta 

el incesto perfumando las mismas flores rotas 

Una rosa deviene espina la espina 

deviene puñal 

y el puñal penetra nuestras venas”. 


Es un poema que retrata a una niña rota, descuartizada en las paredes de la casa por el hombre que ha debido protegerla.


Pero antes la poeta nos habla de la impotencia de la madre que no puede evitar que su hijo se lance al vacío. En realidad esta madre es la casa que en vez de dar protección defenestra a sus hijos:


“cuando una madre

no puede sostener el cuerpo del hijo que se arroja al abismo …

no quiere sentir los pasos del hijo rumbo el espanto”. 

Y ese miedo que siente la madre (léase Patria o en el sentido literal de la palabra “Matria”) y que transmite por el cordón umbilical a cada uno de sus hijos, hace que solo sea 

“…capaz de engendrar una fiera” 

Que devorará a su vez a un niño “cuya mañana es una ventana despedazada” 


Por eso la madre se conduele y dice:


“dónde estás hijo mío / dónde estoy hijo mío”


Esa misma madre reconoce que los desaparecidos son sus propios huesos tejidos por el mismo magma y luego quemados en sus entrañas:


“Un hermano es uno en otros huesos

el eco de otros pasos

manzanas robadas a la hora de la siesta /el viaje de Laika /su ladrido

la galaxia alucinada y la bomba cayendo en Nagasaki /y en el duermevela

una sombra jalando la desdentada boca del recuerdo /un hermano es un nombre que se teje y desteje /es el mío que quiero me devuelvan/es ausencia de luz en mi carne”


Esa ausencia es también sinónimo de desesperanza, de vacío existencial, la madre sabe que por más que camine solo la espera la “nada”, el abismo:


“entre escombros y ruinas respira el desamor /en el horizonte hay una cruz /y hacia ella camino derrotada” 


La madre sabe que una vez que se ha partido al exilio las posibilidades de regresar son muy pocas; sabe que tanto ella como el hijo desterrado vivirán entre sombras y que la casa de la infancia solo es niebla que esconde sombras y fantasmas.


“salgo a encontrarte pero es en vano/ no he de habitar tu cuerpo/no hay ni habrá regreso del exilio”


Durante la época de la dictadura, y aun hoy, cuarenta años después, las mujeres salían -salen- a las calles a buscar a sus hijos y nietos desaparecidos en ese período atroz de la historia argentina. Incluso ellas reconocen que esa es la peor de las torturas; ya que cada mañana, al despertar imaginaban que ese día tocarían a la puerta y que al abrirla se toparían con el hijo desparecido, y a medida que las horas avanzaban la esperanza disminuía, y al llegar el ocaso se encontraban nuevamente ante la “nada”, ante el abismo, ante la certeza que el hijo desaparecido estaba muerto. Y así, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año. 


“no pude gritar/era tan grande el miedo que alejaba el deseo /era muy frágil la cuerda/y era tu cuerpo más leve que un suspiro”


Una tortura psicológica que engendra miedo, desconfianza, desesperanza. Es una mutilación, es una muerte en vida. Mientras el hijo está desaparecido no puede hacerse un duelo ya que no hay cadáver ni ritual de entierro ni tumba para visitar. Y ella, la madre que se quedó viviendo en la casa fantasma, se convierte en exiliada en sí misma. Vaga por las calles, pregunta por el hijo, escruta cada rostro, grita su nombre y solo responde su propio eco. 


“El cuerpo es la caverna en donde se agazapa el miedo/el último refugio”


Y entonces la madre se reconoce en las plañideras antiguas. Sabe que el dolor habita en su útero; y que cuando pare otro hijo, ese miedo atávico seguirá atado al cordón umbilical que la une a esa nueva vida y a las anteriores que le arrebataron.


“pujas y empujas con tus hombritos el horizonte que se tensa/ avanzas/el dolor pinta mis ojos/los unta con vinagres y no hay luciérnagas”


Y a pesar del horror que se respira en el aire, a pesar del pánico que recorre las venas y que quema las entrañas, la poeta sabe encontrar un láudano que calme el dolor, que lo adormezca: la palabra no dicha, el gesto sororo y amoroso que redime, que salva; así sea por escasos segundos que son a su vez una eternidad. 


“La palabra no dicha

la que huyó temerosa o la que desacató el mandato

también está guardada junto a la risa y la locura

lejos del que todo lo sabe

entonces

lo que sentimos

lo que va o viene

lo ocultamos bajo la sombra fresca de la infancia y de los tamariscos”


Y luego aparece otra evocación, el recuerdo de la abuela, su olor que es un remanso de paz; un refugio seguro que abriga y que calma el dolor.


“Husmear la otredad hasta encontrarla/ buscar en los roperos el olor a abuela /el secreto de un juego en el espejo”

El espejo nos muestra a “la otra”, a esa niña que la poeta coge de la mano y con la que se esconde en los médanos para evitar ser herida.

“mi yo es mi otra / somos siameses unidas por la lengua”


Tal vez por eso luego sepulta la palabra en su vientre y se atreve a arrojar la piedra:


“muda

que la asfixia de la lengua haga de lo callado un templo para la crueldad /ser el habla/

que sepultó en su vientre la palabra/

imaginar la vida bajo una lluvia de cenizas y piedras 

ser

la mano que arroja la primera piedra”

Y en un eterno juego de espejos dice:

“ella devoró a su madre

sus hijos la devoraran a ella”


En el mundo de la infamia, donde los exilados no vuelven, o donde los inmigrantes mueren en las costas de Occidente, no hay libre albedrío. La tragedia no da respiro, repite una y otra vez los pasos del delirio. Por eso es una casa inexistente, una casa de humo, una casa de niebla, una casa de tinieblas de frío y de desamparo. El pasado es un eterno presente y el futuro ya se ha vivido desde los tiempos más antiguos.


“Los hijos ignoran el hilo y la trama de la sangre que los perpetúa/ un sonido sordo y rítmico es el corazón de la madre/

que no cesa ni cesará nunca de latir en ellos /morir/sea tal vez/el grito mas huérfano del mundo”.


El ignorar la sangre y su ascendencia convierte a los huérfanos en “marricidas” (esta palabra no existe en femenino, solo existe en masculino: parricida; aun así yo la utilizo), es como si clavasen un puñal en el vientre de la madre en un acto teatral que se repite siglo tras siglo.


“Madre la demencia me ha vuelto tu hermana /me he quedado sin nombre /soy Nelly/Hortensia/

soy la que se portó mal y la hija que tengo no es mi hija /la demencia crece desmadrando la vida".


La casa inexistente en realidad es el laberinto en el que somos perseguidos por un Minotauro hambriento. A veces vemos espejismos y creemos hablar con Dédalo; no obstante, cuando él intenta ponernos las alas, para escapar a nuestras propias pesadillas, nosotros nos escabullimos aun antes que él toque nuestra espalda.

Chapeau, Ernestina Elorriaga!

Berta Lucía Estrada