miércoles, 26 de junio de 2013

ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Primera voz Pronto va a amanecer, oiré el gallo cantar y las viejas beatas se apresurarán para venir a escuchar la misa de seis. Será la última misa que yo oficie, aunque ellas todavía no lo saben. Hoy me bendicen, mañana me maldecirán. Sé que dentro de poco vendrán por mí. Saldré de la casa parroquial esposado y en un segundo tendré a todo el pueblo mirando mi salida al cadalso. Porque, ¿qué es la prisión, sino un cadalso? Hay muchas formas de matar a un hombre. Y la prisión es una de ellas. Mata las esperanzas, destruye la dignidad, aniquila el futuro. Es la primera vez que lo pienso, tal vez porque ahora tengo la certeza de terminar en una celda maloliente, húmeda, rodeado de cucarachas, de ratas, de asesinos a sueldo, de malandrines sudorosos y mal hablados.________________ Soy un sacerdote. Mi lugar está en la iglesia, rodeado de fieles que esperan impacientes mis consejos, mi ayuda espiritual. No he tenido vida propia. Siempre pendiente de la gente. Siempre escuchando sus pecados, algunas veces tan blancos como un vestido de novia y otros oscuros como las profundidades de una caverna. Los seres humanos llevamos dentro el infierno y el paraíso. Pero no puedo decírselo a los fieles. Sería una herejía por la que tendría que pagar caro, aunque yo no crea en ello. Porque si hay una justicia estatal, hay una peor, la de la Iglesia. Creen que la Inquisición se ha acabado. Y es cierto. Siempre y cuando uno crea que la Inquisición es el potro de tortura o morir en una hoguera, entonces sí, ya no existe. Lo que no se dice es que la tortura peor nunca ha dejado de existir, la psicológica. ¿Cómo exponerme a ser excomulgado? Sería el escarnio público y fuera de ser cura lo único que sé hacer es tajar carne. Lo aprendí de mi padre que compraba reses en pie para luego vender cada una de sus partes en la ciudad donde vivíamos; pero es un negocio que no me gusta. No sabría ganarme la vida por fuera de la parroquia. Sé muy bien que en el temor a Dios que le infundimos a la gente, está nuestro poder. Un poder absoluto, al que no deseo renunciar. Controlamos la vida de la gente. Nosotros les damos tranquilidad espiritual, a cambio nos dan sus vidas, a veces también nos dan sus bienes. Y yo no tengo porque ser la excepción. Solo he tomado lo que han querido darme, a cambio les he indicado el camino a seguir, el de la salvación eterna. Así que cuando alguna de mis feligreses ha querido confesarse en horas non sanctas, no me he negado. Ellas saben lo que hacen y yo también. Soy un sacerdote, conmigo no cabe la palabra compromiso. Estoy unido a Dios, es la única alianza posible para mí. Por eso no acepto que después vengan con chantajes emocionales, con llantos y con historias. Si ellas vienen por su propia voluntad, puesto que yo no las obligo, también deben tomar las medidas pertinentes, para evitar consecuencias no deseadas. Cuando eso sucede, me transformo, dejo de ser el cura apacible, bonachón y cualquier cosa puede suceder. Al día siguiente lo olvido, total, el día que tomé los hábitos también tomé conciencia de que era un elegido, y a los elegidos no nos pasa nada; estamos por encima del bien y del mal. Eso pensaba hasta esta noche, porque fue ella, cuando creía que ya no podía hacerme daño, que vino a decirme que vendrían por mí y que no había escapatoria posible______________________________________ Segunda voz: El día que lo busqué, era porque me sentía sola. Varias veces me había pedido que le diera una mano con los papeles parroquiales, yo aceptaba a regañadientes. Poco a poco me convertí en su secretaria privada, le ayudaba en el despacho parroquial o lo acompañaba en su labor de catequesis. Me decía que mi presencia era necesaria y que los jóvenes se sentían más a gusto si yo estaba presente. En mi casa les gustaba que yo ayudara al cura, “es tan buena gente”, decían. Todos en el pueblo le prendían velas. No es un cura joven, pero tampoco es viejo, digamos que está en una edad interesante. Sin ser un apolo, no deja de ser buen mozo. ¿Quién dijo que los curas no son hombres? ¿Quién dijo que no los podemos mirar, como miramos las mujeres a los hombres que nos atraen? Porque el cura me atraía, no sé si era la cadencia de su voz, o la forma de caminar pausado, como si el mundo no fuera a acabarse jamás, o si era ese pelo negro e hirsuto en que mis manos clamaban hundirse. Su pelo y sus ojos me invitaban a un viaje. ¿Pero adónde? Fue la pregunta que me hice durante mucho tiempo. Creo que ya encontré la respuesta. Su pelo semeja una selva y las selvas se tragan a los extraños. Eso fue lo que me pasó. El me tragó, me absorbió sin que yo me diese mucha cuenta de ello.______________________________ Trabajamos un tiempo juntos, siempre bajo la mirada vigilante de Ifigenia, el ama de llaves de la casa cural. Me daba cuenta de que ella no se sentía a gusto con mi presencia. Parecía un felino. Nunca la sentía llegar, cuando levantaba la cabeza del computador, la veía en el umbral de la puerta, observándome sin pestañear. ¿Qué me quería decir? ¿Que me fuera? ¿Que saliera volando y que no regresase nunca? Pero no se lo pregunté. Finalmente yo estaba allí porque había entendido que afuera no había nada, solo un calor sofocante y unas calles polvorientas. Quedarme en casa era convertirme en la sirvienta de mis hermanos, sin que me diesen un peso además. Al menos, el trabajo de secretaria me daba para la leche de mi hijo. Y estaba él, por supuesto. Y aunque Ifigenia no abandonaba nunca la casa, al menos cuando yo estaba presente, yo sabía que era cuestión de tiempo. Algún día se le presentaría algo ineludible y tendría que ausentarse. Yo fui quien le dio la noticia, su madre estaba agonizando, se la habían llevado al hospital de la ciudad. En el pueblo no pasábamos de tener un puesto de salud. Se tomaría los tres días que le correspondían por calamidad doméstica.____________________ Primera voz: La sentí caminar por la casa cural, mover mis cosas, mirar, tocar, algo que detesto que hagan, ni siquiera Ifigenia puede hacerlo. Yo me quedé sentado al lado de la ventana. No habría podido impedírselo. Ni siquiera intenté acostarme. Por sus pasos apresurados y por el ruido que hacía en mi despacho, sabía que había venido para hacerme saber que mi vida de cura había llegado a su final y que pronto vendrían por mí. Hay actos que pueden dar marcha atrás, pero hay otros a los que quedamos encadenados por el resto de nuestras vidas e incluso aún más allá. Ella había sido mi secretaria. Al principio ni la miraba, su juventud no me atraía. Prefiero las mujeres maduras, con experiencia y con marido. Las viudas habían sido descartadas hacía tiempo; con ellas el rumbo que tomaba cada historia terminaba en el chantaje. Varias veces me vi en la cuerda floja. Además, comprendí que el estatus de casada, hace a las mujeres inmunes a la sensiblería. Pensar en un compromiso conmigo estaba de antemano descartado. Cuando alguna de ellas se confesaba en horas non sanctas, yo sabía que en realidad buscaba lo que la cama matrimonial le negaba. Y es que en este país de machos, el matrimonio es un biombo que a menudo esconde sus verdaderas inclinaciones sexuales. ¡Si lo sabré yo! Al fin y al cabo todos terminan en el confesionario. A otros, la droga y el alcohol les impide comportarse como los machos que fingen ser. Otros se la pasan de cama en cama y cuando llegan a la oficial, es sólo para dormir. En fin, el hecho es que nunca me había faltado la tibieza de un cuerpo que me ayudase a soportar la soledad. La Iglesia pretende que los curas estamos por encima de los placeres terrenales, pero la castidad no es una de las reglas que más se practican en nuestro seno, así se predique lo contrario. Y yo no soy la excepción. Así que sin buscarlo, al menos conscientemente, terminé enredándome en la tela de araña que se construía poco a poco a mi alrededor. Debería haber recordado que Atenea las detestaba.____________________________ Segunda voz: Tenía tres días libres, nadie me vigilaría. Estaría sola con él, y por supuesto, estaba dispuesta a no desperdiciar esa oportunidad. Yo sabía que le gustaba. A menudo lo pillaba mirándome de reojo, sobre todo cuando me ponía la minifalda negra y los zapatos rojos de tacón alto. Era cuando sentía su olor de macho cabrío flotando a mi alrededor. Su aroma quedaba impregnado en mi cuerpo y mis senos se erguían como si los hubiese rozado con sus dedos. Trabajar con él en el mismo despacho era semejante a tener un acceso de fiebre. Sentía que cada parte de mi ser ardía y que el único alivio posible era poderme meter en las sábanas con él o en últimas sentarme a horcajadas en el escritorio. Ni siquiera me importaba que fuese en el despacho parroquial. Cualquier lugar podía servir para darle rienda suelta al deseo que se apoderaba de mí. Yo sabía que era el amor, o más que el amor, la pasión. Como muchas jóvenes de mi generación había sucumbido a los embates del noviecito de turno; el mismo que desapareció cuando quedé en embarazo. Eso me debería haber curtido. Pero cuando las hormonas se alborotan, las experiencias quedan olvidadas en algún baúl secreto de nuestra memoria. He debido tomar “precauciones”, como él me diría tiempo después. Pero la primera, y única precaución, ha debido ser no involucrarme ni sentimental ni sexualmente con él. Pero esos razonamientos vienen después. Si uno los previese, ¡cuántas desgracias se podrían evitar! A veces la fatalidad hace parte de nuestro sino y alejarla es imposible. Esta vez era ella quien tocaba a mi puerta. No había escapatoria posible, pero yo aún no lo sabía. Cuando fui consciente de su llegada, la luz que guiaba mi camino se había trocado en una tiniebla tenebrosa. Terminé en un laberinto que no conocía, y Dédalo no estaba allí para mostrarme la salida. Así que me pasó lo mismo que a las mujeres atenienses. Serví de comida para el monstruo, aunque para ese entonces yo no sabía que tiempo atrás se había tragado a una que otra mujer del pueblo. Nadie lo sabía. Nadie sospechaba que había un minotauro entre todos nosotros y para colmo de males escondido en la iglesia.____________________________ Primera voz: Hacía tiempo que no aceptaba viudas en mi vida y de pronto tenía una en mi propio despacho. No sólo había sido atrapado por la tela de araña, sino que su dueña pertenecía a la especie más peligrosa: Latrodectus tredecimguttatus, más conocida como la viuda negra. Debí sospecharlo cuando al día siguiente de la partida de Ifigenia, llegó a trabajar con la minifalda que se ponía desde hacía algún tiempo, conocedora del efecto que eso me producía. ¿A qué mujer se le ocurre ir a trabajar a un despacho parroquial con una minifalda negra y zapatos rojos de tacón alto? A ninguna supongo. Es más una vestimenta arrabalera, propia de las cantinas y de prostitutas, que de una secretaria que trabaja para un sacerdote. He debido de darle tres días libres. He debido decirle que regresara cuando Ifigenia estuviese de vuelta. Total no había nada importante que no pudiese aplazarse. No lo hice. Siempre dejamos de hacer las cosas más fundamentales, en los momentos de más vulnerabilidad. Supongo que en el fondo de mí mismo esperaba que eso sucediese. Al día siguiente de la partida de Ifigenia, la vi llegar desde la ventana de mi cuarto. Atravesaba la plaza muy despacio, pero con paso seguro. Cuando llegó a la altura del flamboyán, se detuvo un momento y observé como arrancaba una de sus flores. La acercó a su cara, y durante algunos segundos, que a mí me parecieron una eternidad, la acercó a su cara y la olió. Luego se arregló el pelo y la flor se hundió en su cabellera. Luego prosiguió su marcha. Cuando ella entró al despacho, yo ya la estaba esperando. La vi entrar, como quien entra a un escenario sabiéndose la protagonista de la historia que se va a desarrollar. Sólo dijo: -¡Buenos días! Así, a secas, sin el Padre de todos los días, por lo que he debido ponerla de patitas en la calle. Pero quien ha jugado con fuego alguna vez, sabe el placer que se siente, no habría sino que preguntárselo a un pirómano. El fuego es purificador, pero también puede ser destructor. El hecho es que se me invitaba a una queimada y yo no tenía ninguna intención de rechazarla._________________ Segunda voz: Cuando dije ¡Buenos días!, sin el Padre, lo hice adrede. Él ni siquiera respondió. Me senté en su escritorio, muy cerca de él, crucé las piernas y comencé a balancearlas. Los zapatos parecían dos llamas y sus ojos los seguían, extasiados. Con la punta de uno de ellos, comencé a tocarle los ojos, las mejillas, como si fuera un pincel delineé el contorno de su boca y comencé a descender. Con mis manos deshice el peinado que venía de hacerme, y olí nuevamente la flor que hacía pocos instantes había colocado en mi cabeza. A medida que mi pie tocaba su cuerpo, sentía como su respiración de animal en celo iba in crescendo. Con el tacón presionaba su pecho. Cuando ya había descendido lo suficiente para sentir debajo de mi pie como su sexo se abultaba, comencé a desabotonar mi camisa. Acaricié mis pechos y me deshice del brasier. Él no se movía, me dejaba hacer. Me acerqué lentamente y como antes lo había hecho con la flor, empecé a oler su cuello, su boca. Cuando mis labios tocaron los suyos, cualquier resistencia que hubiese podido tener, había quedado atrás. En la pared del fondo se reflejaba una sombra que seguía los movimientos de una danza tan antigua como la especie humana. Poco tiempo después, en el letargo del amor, pensaría que teníamos tres días para nosotros dos.___________________ Primera voz: Los tres días se convirtieron en semanas. Yo sentía como Ifigenia resoplaba en la cocina. Pero yo sabía que no diría nada. El pacto de silencio que se había sellado entre nosotros, hacía muchos años, nunca se había roto. Por eso estaba aquí, en la casa parroquial. Era el precio que yo debía pagar, aún si su presencia no siempre me agradara. Alguna que otra vez, pensé en cambiar las reglas del juego, pero entonces la veía erigirse ante mí como si fuera un ave de mal agüero. Así que terminé por aceptar que mi vida estaba ligada a su silencio. Y cuando las reglas son claras, el juego puede continuar. Pero siempre hay un final. Lo que pasa es que nunca sabemos cuándo será.______________________ Segunda voz: Yo tenía un hijo. Un hijo hermoso. Así que sabía muy bien qué podía pasarme sino tomaba las “precauciones” necesarias. No lo hice, ni él tampoco. La mañana en que me senté a desayunar y terminé en el baño, vomitando lo que acababa de comer, constaté lo que ya intuía. No dije nada, esperé algunos días hasta estar completamente segura y luego me hice la prueba. Dio positivo. Cuando llegué a la casa cural, se lo dije. Tranquilamente, como si se tratara de mandarme al dentista para la extracción de una muela, me dijo que abortara. Me negué. Sus ojos negros se clavaron en los míos por un largo rato. Sentí un mal presagio. Sin embargo, no insistió. Días después me dijo que estaba buscando una solución para mi caso. Como si ese caso no fuese de los dos.______________ Primera voz: Le dije que en la ciudad tenía una casa que había heredado de mis padres y que se podría trasladar allí por un tiempo, mientras encontrábamos una solución. Le indiqué que debía partir sola, que más tarde podría llevarse consigo a su hijo y que no le dijera a nadie donde iba a estar. Quedamos de encontrarnos en la noche, en las afueras del pueblo, donde yo pudiese recogerla sin que nadie nos viera partir juntos. Cuando llegué al lugar de la cita, ella ya estaba esperándome con una pequeña maleta y con un morral, lleno a reventar, por lo que no cerraba bien. Le dije que se durmiera, que el trayecto era largo. Más adelante, y cuando constaté que ella dormía profundamente, tomé un atajo, no me convenía encontrarme con nadie. Me interné en un paraje boscoso, descendí del carro, la desperté, se bajó confiada, no sabía dónde estábamos. Miró alrededor y entonces comprendió, me miró aterrada, el morral que llevaba consigo cayó al suelo, algunas de sus cosas se desparramaron a su alrededor. No tuvo tiempo de gritar, mis dedos en su cuello se lo impidieron. Procedí a hacer una maniobra que creía olvidada, pero al tocar el cuchillo mis manos recordaron los pasos que debían seguir. Terminada la operación, cavé una fosa donde fueron a parar sus restos, el morral, la maleta, las cosas que recogí del suelo y la ropa que yo llevaba puesta. Luego me lavé con un porrón de agua que tenía en la bodega del carro y me puse una muda limpia que había guardado para la ocasión. Eché la tierra encima y partí sin mirar atrás.____________________ Ifigenia: La mañana en que ella no apareció a las ocho en punto, como lo hacía siempre, supe que había pasado lo inevitable. Había tratado de decírselo de mil maneras, pero ella me miraba como si yo fuese su enemiga. Soy mujer de pocas palabras, al fin y al cabo soy de origen campesino y en mi familia sólo se hablaba lo estrictamente necesario; por lo que nunca supe decir las palabras adecuadas en el momento adecuado. Sabía que se había metido en la cueva del lobo, como me metí yo cuando enviudé, como se metieron las otras dos viudas antes que yo, aunque no sé si pudo haber otras antes de su llegada a este pueblo. Sólo que las otras corrieron con la peor de las suertes. Yo escapé a sus manos de carnicero, porque entendió que yo no diría nada. Por eso me convertí en su sombra. Por eso nunca abandoné esta casa maldita. Fue por eso que se dedicó a las casadas, a las que no le daban ningún problema. Pero yo seguí de vigía. Hasta que llegó ella. El día que entró por primera vez a la casa parroquial, dejó tras de sí un olor a gladiolos y a cartuchos que me dejó sin aliento. Me quedé parada en el umbral de la puerta, sin cerrarla, como diciéndole -¡no siga! ¡Devuélvase! Pero ella ni siquiera volteó a mirarme. ____________________ Ni siquiera preguntó por ella. Yo tampoco dije nada. A la hora del almuerzo entró al comedor sin mirarme, como era su costumbre; luego se sentó en la mesa como si nada hubiera pasado. Yo le puse el plato de fríjoles haciendo un ruido casi imperceptible, por lo que se dio cuenta que yo sabía. Me miró por un buen instante y luego sin decir nada se puso a almorzar.___________________________ Segunda voz: Todo está negro a mi alrededor. La selva terminó por engullirme. Trato de tocarme, pero no me encuentro, parece como si todos mis miembros estuviesen diseminados y mi tronco separado de la cabeza. Pero no veo nada, debe de ser una pesadilla. La misma pesadilla que se repite cada noche, desde que quedé en embarazo. Quiero gritar, pero no puedo. Ningún sonido sale de mi boca. Es entonces cuando siento algo pegajoso alrededor de los labios. Sé que es sangre. Mi sangre. Ahora entiendo lo que me pasó. Esta vez no se trata de una pesadilla. Ya no veré más a mi niño. Pero, ¿Cómo pudo hacerlo? E ¿Ifigenia? ¿Ella lo sabía? ¿Por eso se paraba en el umbral de la puerta y me miraba hasta que me ponía nerviosa? Recuerdo que la única vez que hablamos me dijo que ella era viuda, que no tenía a nadie en el pueblo y que no había tenido hijos. También recuerdo que me habló de dos viudas, solas como ella, que un buen día habían desaparecido del pueblo sin que nadie volviese a saber nada sobre su paradero. Me dijo que eso había pasado hacía mucho tiempo, agregó que no era buena la viudez, sobre todo en un pueblo donde el calor del mediodía, hace que todo el mundo se refugie en sus casas para hacer la siesta. El letargo es malo, muy malo. Lo repitió con un deje que me heló la sangre, me miró a los ojos y como yo no respondí ni pregunté nada, dio media vuelta y se fue. Yo sentí alivio. El ave de mal agüero ya no emitía sonidos desagradables. Ahora entiendo que no era un ave de mal agüero y que no eran sonidos los que emitía, sino mensajes que querían salvarme de esta selva que me engulló. _____________________________ Primera voz: Ifigenia lo sabe. Me di cuenta por la forma como me puso el plato de fríjoles delante. Ese ruido inhabitual, aunque muy leve, es su forma de decirme que lo sabe todo. Es su forma de gritar. Una vez más estoy en sus manos. Pero sé que no hablará, ya lo habría hecho hace mucho tiempo. Tendré que volverme más precavido. No he debido bajar la guardia. Debo cuidarme de las viudas negras._________________________ Segunda voz: Sé que me están buscando. Lo sé porque oigo el ladrido de los perros. Pronto la policía estará aquí con mi padre y mis hermanos. En cuanto a él, ya sabe que yo los he guiado hasta aquí. Está esperando que vayan por él. Al menos tuvo el coraje de no escapar y yo podré descansar en paz.__________________________ Epílogo: -Ya casi amanece, -pensó el teniente-. Llevamos varias horas buscándola. Hemos rastreado toda la zona, sin encontrar nada. Voy a decirles que lo dejemos para mañana. -¡Hey! ¡Mi teniente! -gritó uno de sus subalternos- ¡Mire! los perros han encontrado algo, parece un zapato. ¡Rápido, una linterna! ¡Es un zapato rojo_____________________________________________________________________________________________________________ *Este cuento fue publicado en el 2008 y forma parte del libro de cuentos Voces del Silencio (Ble Ediciones, Manizales). Fue escrito en el 2006, antes que el cura José Francey Díaz Toro, condenado la semana pasada a 45 años y 10 meses de cárcel, por el asesinato de su compañera sentimental y de su hija de cinco años, cometiese el crimen encuestión. Nota: Este cuento también fue publicado por el Magazín, de www.elespectador.com, el 26 de junio de 2013, pueden verlo en el siguiente vínculo: http://blogs.elespectador.com/elmagazin/2013/06/25/entre-el-cielo-y-el-infierno/

domingo, 23 de junio de 2013

LAS ONDINAS, PERSONAJES DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

En las leyendas europeas las ninfas, o divinidades femeninas, dependiendo del lugar donde vivan, tienen varios nombres: Ninfas de los Bosques: Dríadas, Ninfas de los Montes: Oréades, Ninfas de las Fuentes: Náyades, Ninfas de los Lagos: Ondinas, Ninfas del Aire: Sílfides. Ninfas del fuego: Salamandras. Pueden destruir, pero también pueden crear, una vez terminado su período terrestre. Pueden transformarse en: Farrallis, Aspiretes y Ra-Arus. Las ninfas son los espíritus de la naturaleza y cada una de ellas tiene una apariencia diferente. Su origen se remonta a la mitología griega, con las Nereidas, Hijas de Nereo. Hesíodo se refiere a ellas de una forma altamente poética: “Ninfas de Nereo, las de hermosos rostros, castas, llenas de salud, que gustáis de las aguas profundas y seguís los caminos húmedos, y siendo ochenta vírgenes, os regocijáis en la superficie de las aguas”.( [1] Himnos Órficos. Hesíodo. Prometeo, Sociedad Editorial, Valencia. Pág. 163) Tal vez la ninfa más famosa de la historia de la literatura sea Galatea (la blanca como la noche), hija de Nereo, dios marino que representaba la sabiduría insondable del océano. Ella le inspiró una gran pasión y un amor desenfrenado al cíclope Polifemo, hijo de Poseidón. Quevedo haría de este mito uno de los más bellos poemas de la lengua castellana, imprimiéndole, además, la magia del lenguaje barroco. Las Nereidas encarnan la suave pero a la vez temible fuerza de las olas. Los griegos adoraban muy especialmente a las divinidades marinas, dada su cercanía al mar, al que amaban y temían por sobre todas las cosas. No obstante, la mitología griega nos habla de muchas otras ninfas, y todas las leyendas que se refieren a ellas poseen un encanto particular. Una de ellas es Cipariso, una ninfa que habita en la isla de Cos. En sus campos corre un ciervo consagrado a ellas, pero Cipariso es la que más devoción siente por él. Un día en que el ciervo descansaba sobre la hierba, Cipariso, que iba de cacería, le disparó con la jabalina ocasionándole la muerte, sin saber que era su bien amado. Cuando se le acerca y lo reconoce, una profunda pena la invade. Apolo intenta consolarla, pero sin resultado. Su llanto termino por destruir su bello rostro, llenándolo de zanjas profundas, sus cabellos se tornaron del color de la nieve y se elevaron al cielo en forma de pirámide, su cuerpo se convirtió en un grueso árbol, que hoy conocemos como ciprés. Desde entonces, está presente en los duelos de las comunidades campesinas europeas y acompaña a las personas afligidas por alguna pena, especialmente por el dolor ocasionado por la muerte de un ser querido. Las ondinas, espíritus del agua, viven en inmensas ciudades construidas en las profundidades de los lagos o de los ríos y una de sus tantas funciones es guiar el curso del agua por su cauce natural. Una de sus principales recreaciones la encontramos en el poema épico alemán “El Anillo de los Nibelungos”. Las ondinas, hijas del Rin, son las guardianas del oro, tesoro que yace en sus profundidades y que le otorga una apariencia dorada, haciendo relucir al río cada vez que el sol lo ilumina. Por supuesto la existencia del oro hace que muchos deseen robarlo. Además porque su posesión otorgará poder y riquezas sin límites; pero el que ose sustraerlo tendrá que haber renunciado de antemano a los placeres del amor, de otra forma las ondinas lo seducirían antes que pudiese descender a las profundidades de su padre el Rin. Es lo que le sucede a Alberico, el nibelungo, que gélido por todos los desaires de las ondinas, decide apropiarse del oro y construirse un yelmo que lo hará invisible, y que le ayudará a dominar el mundo. En la leyenda del Rey Arturo y de los Caballeros de la Mesa Redonda, encontramos otra variante de estas fantásticas mujeres: La Dama del Lago. Ella preside una corte de herreros que ha forjado a Excalibur, la mítica espada que le permitirá a Arturo escapar ileso y vencer en múltiples batallas: Ante Arturo y Merlín apareció “la resplandeciente figura de la Dama del Lago, envuelta en un manto de brocado de espléndido color verde con hilos de oro; largos rubios y rizados le enmarcaban el rostro. Caminó sobre las aguas hacía donde Merlín y Arturo la contemplaban arrobados; cuando estuvo cerca ambos vieron que llevaba un cinturón y una vaina para Excalibur, decoradas con los colores verde y oro de su mágico reino. Recuérdalo, Arturo – dijo la Dama con voz suave y sonora – mientras lleves este cinturón y esta vaina jamás perderás ni una gota de sangre en combate”. (El Rey Arturo y sus Caballeros. Jules Heller y Deirdre Headon. Grupo Editorial CEAC, Barcelona,pág. 48). El “arrobamiento” que logra la Dama del Lago sobre Merlín será el comienzo del fin del mago. El amor que Merlín siente por ella le nubla los ojos y la razón. Cuando termina de enseñarle todos sus poderes, ella lo sepulta en el fondo del lago, hasta donde aún hoy duerme un sueño infinito: “El astuto de Merlín se había enamorado de Nimue, la Dama del Lago. Ansiaba sobre todas las cosas estar a su lado, pero sabía muy bien que tendría que pagar un precio muy alto por su pasión… La Dama del Lago ambicionaba que Merlín le enseñara todos los secretos de sus mágicas artes, y él así lo hizo, con la esperanza de que de este modo ella lo amaría. Pero Nimue se resistía a sus deseos con taimadas excusas y no tardó en hacer del enamorado mago su más rendido esclavo. Acabó por arrebatarle todo su misterioso saber y se dispuso entonces a echar sobre él un último y definitivo hechizo”. (El Rey Arturo. Op.cit.) Víctima de un encantamiento, Merlín desciende por unas escalinatas hasta el fondo del lago, cuyas aguas han sido separadas para tal efecto por su dama. Una vez terminado el descenso, Merlín penetra en una caverna, y sintiendo un repentino y profundo sueño se tiende sobre el suelo, al mismo tiempo que la entrada a la gruta se cierra con una gran loza de piedra y las aguas se unen nuevamente, cubriendo hasta el fin de los tiempos la prisión del más maravilloso de los magos de todos los tiempos, al menos para los occidentales. La Dama del Lago, o Suma Sacerdotisa de Avalon, es la encargada de mantener el balance de todas las cosas y de todos los seres de la tierra; sin ella la destrucción y el caos prevalecerían, y los hombres vivirían sumidos en las tinieblas y en el horror. La presencia de figuras femeninas, tan enraizadas en la tradición oral, nos habla de un pasado matriarcal, donde la mujer tuvo que haber jugado un rol preponderante en las comunidades precristianas. En la película “Las Nieblas de Avalon”, de David Minkowskj y Justin Muller, realizada en la década de los años 80 del siglo pasado, se plantea incluso un fuerte sincretismo religioso, cuando al final Morgana identifica el culto a María como una supervivencia de la Diosa del Lago. Es importante resaltar que los lagos, lagunas y riachuelos, jugaban un rol preponderante en la mitología celta. El agua era sagrada y allí habitaban sus divinidades, algunas se fusionarían con la religión cristiana, negándose a desaparecer y perpetuando su culto. Es el caso de Santa Brígida, antigua deidad celta, hija de un druida. Santa Brígida pasó a formar parte de las santas cristianas, como la protectora de las mujeres encintas, de los partos y de las comadronas; generándose de este modo otro sincretismo religioso. En los dos relatos analizados (Los Nibelungos y la Leyenda del Rey Arturo) los metales extraídos de las profundidades de las aguas tienen poderes mágicos que hacen invisible a su dueño o que lo protege en las batallas. Este tema también se encuentra en El Señor de los Anillos de Tolkien. En “El Libro de las Virtudes”, selección de cuentos infantiles hecha por William Bennett, hay otra variante de la leyenda de la Dama del Río. En el cuento “El Honrado Leñador”, su protagonista, un humilde labriego, pierde en el río su único instrumento de trabajo y por lo tanto su única riqueza, un hacha. El buen hombre comienza a quejarse amargamente, pues ya no sabe cómo podrá alimentar a sus hijos. Sus lamentos hacen que surja en la superficie de las aguas un hada, que le pregunta que le sucede, cuando él le relata lo sucedido, ella desciende a las profundidades del río y regresa con un hacha de plata; como el leñador le dice que no es la suya, se sumerge nuevamente en busca de otra hacha, esta vez de oro; el leñador vuelve a negar que sea la suya. El Hada del Río baja una tercera vez y regresa con el hacha extraviada. El leñador la reconoce y la Dama lo premia por su honestidad con las hachas de oro y de plata. La Dama del Río también está presente en “El Mercader y el Ángel Negro”, cuento popular flamenco, un rico mercader que ha tenido un sueño premonitorio sobre su próxima muerte, desea a toda costa evitarla; por lo que se dirige al lago e invoca a la bella Dama, la misma que se le había aparecido la noche anterior en sueños, y a quien desea invocar para pedirle un gran deseo, la vida eterna. “Miró un instante la superficie tranquila del agua y luego arrojó una moneda de oro, de acuerdo con la indicación de la figura del sueño. Esperó, con los ojos fijos en el agua, y a los pocos instantes vio surgir de las ondas una bellísima figura de mujer. - ¿Qué deseas? – preguntó la aparecida. Y el aterrado mercader alcanzó a balbucear con voz temblorosa: – Quiero vivir muchos años; no quiero morir todavía… -Bien… comprendo lo que quieres decir, te lo concederé. El mercader sabe muy bien que dicho deseo debe tener un precio: - ¿Qué debo darte en pago de este privilegio? En medio del profundo silencio de la noche se oyó un suave rumor de ondas. Eran las aguas del lago, que temblaban antes que la reina de las sombras formulara su exigencia”. El relato continua con la descripción de la exigencia de la Dama del Río, la vida del mercader a cambio de otra vida, cuando el mercader está por abandonar la rivera del río aparece un hombre joven en estado de embriaguez; este hombre se caerá, y dado su estado de ebriedad terminará ahogándose en sus profundas aguas. De ahí en adelante el mercader tendrá una larga vida, pero los remordimientos finalmente no lo dejarán vivir en paz, y finalmente buscará darle fin al pacto realizado con la Dama del Río. Este tema de la eterna juventud lo retomaré en otro artículo, cuando les hable de un personaje de la literatura infantil y juvenil japonesa. Tolkien, también hace alusión a las Damas del Río, una de ellas, Dama Baya de Oro, debe ser dueña de una belleza inconmensurable, puesto que su paso “deja una estela luminosa y risueña (donde) crecen siempre las flores”. (Bestiario de Tolkien. David Day. Editorial Timun Mas S.A. Barcelona.1.989) Esta imagen que se nos aparece en la mente de una hermosa mujer, dejando tras de sí una estela de flores, nos trae la imagen de Ofelia. Ese maravilloso personaje creado por William Shakespeare, del que Millais, el pintor prerrafaelista más dotado y destacado técnicamente, haría una representación bidimensional de una gran belleza y sensibilidad, imprimiéndole un toque poético indiscutible a la figura de Ofelia flotando en las aguas del río. Por su parte Tolkien nos describe así la hermosura de Baya de Oro: “¡Oh delgada como vara de sauce! ¡Oh más clara que el agua clara! ¡Oh junco a orillas del estanque! ¡Hermosa hija del Río! ¡Oh tiempo de primavera y de verano, y otra vez primavera! ¡Oh viento en la cascada y risa en las hojas!” (El señor de los Anillos. Op. Cit. pág. 140) En esta obra Tolkien también nos deleita con otro personaje que tiene su origen en las ninfas, esta vez en las ninfas de los bosques: La Dama Galadriel, sacerdotisa de los elfos, poseedora de una exuberante belleza; y ademas protectora de Frodo, Sam, Merry y Peppin, y de toda la Compañía; no hay que olvidar que también tuvo un rol importante en la destrucción del anillo del poder. La Dama recibe varios nombres: Reina Galadriel, Dama de los Elfos, Dama Elfíca, Dama Blanca, Dama de Lórien, Dama del Bosque, Dama de los Galadhrim, Dama que no Muere, Dueña de la Magia, Dama del Bosque de Oro. La descripción que se hace de sus cabellos es descrita con una excelsa metáfora: (su hermosura) “supera al oro de la tierra como las estrellas superan a las gemas de las minas”. (El Señor de los Anillos – Op. Cit. pág. 404) En la leyenda australiana “La Serpiente del Arco Iris” aparece otra ninfa, La Señora de las Aguas. Es ella quien tiene el poder de beneficiar con las lluvias a los poblados que le eleven sus plegarias, o castigarlos si no lo hacen. Esta mítica señora puede verse cada cierto tiempo, cuando después de la lluvia se transforma en una gran serpiente de colores, dando así origen al Arco Iris. Las ninfas orientales, a diferencia de sus hermanas occidentales, viven en el cielo, se caracterizan por ser muy hermosas y delicadas, pero sobre todo por ser excelentes bailarinas, los movimientos que le imprimen a la danza, tienen la cadencia y el ritmo del vuelo de las mariposas y de las garzas. En “El Velo Encantado”, cuento popular japonés, un humilde pescador descubre un delicado velo, que luego su propietaria viene a reclamar, pues sin él le sería imposible regresar al lado de las otras ninfas; pero antes de entregárselo le ruega que dance para él: “apareció una doncella que avanzaba hacia él sobre la punta de sus pies descalzos. Aquella joven con su amplio vestido de tela floreada, y los brazos levantados, parecía una gran mariposa que descendía de la copa del pino… la ninfa se le acercó y tomó delicadamente el velo. Lo desplegó como un ala de garza y empezó una danza. Sus pies se movían armoniosamente sobre el verde húmedo de la hierba, y sus brazos seguían el ritmo de una música ausente”. Las sílfides, espíritus del aire, son también representadas en la mitología occidental como mariposas, y están relacionadas con la primavera, controlan a su vez el curso de los vientos. En la literatura oriental también existen los espíritus masculinos: Los silfos, al igual que las Sílfides son los espíritus del aire. En el cuento chino “La Reina del Lago Tung-Ting”, su protagonista, un joven poeta, les compone los siguientes versos: “Los silfos del viento vagan/por el aire alucinado/y danzan extrañas rondas/sobre la hierba del prado”. En el cuento japonés “La Historia de Himelia” se hace mención a las ninfas de la luna, al igual que las ninfas del cielo, su misión es danzar para brindar regocijo a los seres amados, pero también para regocijarse ellas mismas. En la mitología amerindia abundan los personajes que pueden muy bien ser descritos como ninfas. En la mitología embera existe la leyenda de unas niñas llamadas wandras, son las protectoras de las cascadas, ríos, riachuelos; cuando los indígenas desean recoger el agua deben primero pedirles permiso siguiendo un ritual, de lo contrario podrían sufrir la consecuencia de su enojo. En la tradición oral venezolana se encuentran los cabruncos, espíritus guardianes de las lagunas de los páramos. Viven en sus profundidades y no pueden ser molestados. Cuando algún intruso grita en la orilla de una de sus lagunas o tira piedras al agua, puede ocasionar la ira de sus pacíficos moradores, por lo que una intensa niebla cubre la región y entonces el intruso desaparece en ella. La leyenda también cuenta que cada treinta años estos espíritus atrapan a dos o tres personas y no las devuelven jamás. Por otra parte, no hay que olvidar que los chibchas tenían una relación muy íntima con la laguna, de allí emergía Bachué, y en ella se bañaba el cacique en una complicada ceremonia, habiéndose adornado antes todo el cuerpo con polvo de oro. Y por supuesto está Yemayá, la diosa de origen yoruba traída a Cuba y a Brasil por los africanos. Esta diosa es la madre de las aguas, de ella salieron los ríos y todo lo que vive en la tierra. En Chile está otra figura fantástica, La Pincoya que vive en el mar y trata siempre de salvar a los náufragos, cuando no lo logra los lleva a un barco fantasma, donde finalmente encuentran la felicidad. A veces sale del mar y danza por largo tiempo en las playas, si la danza es mirando al mar, significa que los pescadores tendrán las redes llenas de peces y mariscos. Y si por el contrario danza mirando de espaldas al océano, los pescadores deberán buscar su sustento muy lejos de sus puertos.