domingo, 23 de junio de 2013

LAS ONDINAS, PERSONAJES DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

En las leyendas europeas las ninfas, o divinidades femeninas, dependiendo del lugar donde vivan, tienen varios nombres: Ninfas de los Bosques: Dríadas, Ninfas de los Montes: Oréades, Ninfas de las Fuentes: Náyades, Ninfas de los Lagos: Ondinas, Ninfas del Aire: Sílfides. Ninfas del fuego: Salamandras. Pueden destruir, pero también pueden crear, una vez terminado su período terrestre. Pueden transformarse en: Farrallis, Aspiretes y Ra-Arus. Las ninfas son los espíritus de la naturaleza y cada una de ellas tiene una apariencia diferente. Su origen se remonta a la mitología griega, con las Nereidas, Hijas de Nereo. Hesíodo se refiere a ellas de una forma altamente poética: “Ninfas de Nereo, las de hermosos rostros, castas, llenas de salud, que gustáis de las aguas profundas y seguís los caminos húmedos, y siendo ochenta vírgenes, os regocijáis en la superficie de las aguas”.( [1] Himnos Órficos. Hesíodo. Prometeo, Sociedad Editorial, Valencia. Pág. 163) Tal vez la ninfa más famosa de la historia de la literatura sea Galatea (la blanca como la noche), hija de Nereo, dios marino que representaba la sabiduría insondable del océano. Ella le inspiró una gran pasión y un amor desenfrenado al cíclope Polifemo, hijo de Poseidón. Quevedo haría de este mito uno de los más bellos poemas de la lengua castellana, imprimiéndole, además, la magia del lenguaje barroco. Las Nereidas encarnan la suave pero a la vez temible fuerza de las olas. Los griegos adoraban muy especialmente a las divinidades marinas, dada su cercanía al mar, al que amaban y temían por sobre todas las cosas. No obstante, la mitología griega nos habla de muchas otras ninfas, y todas las leyendas que se refieren a ellas poseen un encanto particular. Una de ellas es Cipariso, una ninfa que habita en la isla de Cos. En sus campos corre un ciervo consagrado a ellas, pero Cipariso es la que más devoción siente por él. Un día en que el ciervo descansaba sobre la hierba, Cipariso, que iba de cacería, le disparó con la jabalina ocasionándole la muerte, sin saber que era su bien amado. Cuando se le acerca y lo reconoce, una profunda pena la invade. Apolo intenta consolarla, pero sin resultado. Su llanto termino por destruir su bello rostro, llenándolo de zanjas profundas, sus cabellos se tornaron del color de la nieve y se elevaron al cielo en forma de pirámide, su cuerpo se convirtió en un grueso árbol, que hoy conocemos como ciprés. Desde entonces, está presente en los duelos de las comunidades campesinas europeas y acompaña a las personas afligidas por alguna pena, especialmente por el dolor ocasionado por la muerte de un ser querido. Las ondinas, espíritus del agua, viven en inmensas ciudades construidas en las profundidades de los lagos o de los ríos y una de sus tantas funciones es guiar el curso del agua por su cauce natural. Una de sus principales recreaciones la encontramos en el poema épico alemán “El Anillo de los Nibelungos”. Las ondinas, hijas del Rin, son las guardianas del oro, tesoro que yace en sus profundidades y que le otorga una apariencia dorada, haciendo relucir al río cada vez que el sol lo ilumina. Por supuesto la existencia del oro hace que muchos deseen robarlo. Además porque su posesión otorgará poder y riquezas sin límites; pero el que ose sustraerlo tendrá que haber renunciado de antemano a los placeres del amor, de otra forma las ondinas lo seducirían antes que pudiese descender a las profundidades de su padre el Rin. Es lo que le sucede a Alberico, el nibelungo, que gélido por todos los desaires de las ondinas, decide apropiarse del oro y construirse un yelmo que lo hará invisible, y que le ayudará a dominar el mundo. En la leyenda del Rey Arturo y de los Caballeros de la Mesa Redonda, encontramos otra variante de estas fantásticas mujeres: La Dama del Lago. Ella preside una corte de herreros que ha forjado a Excalibur, la mítica espada que le permitirá a Arturo escapar ileso y vencer en múltiples batallas: Ante Arturo y Merlín apareció “la resplandeciente figura de la Dama del Lago, envuelta en un manto de brocado de espléndido color verde con hilos de oro; largos rubios y rizados le enmarcaban el rostro. Caminó sobre las aguas hacía donde Merlín y Arturo la contemplaban arrobados; cuando estuvo cerca ambos vieron que llevaba un cinturón y una vaina para Excalibur, decoradas con los colores verde y oro de su mágico reino. Recuérdalo, Arturo – dijo la Dama con voz suave y sonora – mientras lleves este cinturón y esta vaina jamás perderás ni una gota de sangre en combate”. (El Rey Arturo y sus Caballeros. Jules Heller y Deirdre Headon. Grupo Editorial CEAC, Barcelona,pág. 48). El “arrobamiento” que logra la Dama del Lago sobre Merlín será el comienzo del fin del mago. El amor que Merlín siente por ella le nubla los ojos y la razón. Cuando termina de enseñarle todos sus poderes, ella lo sepulta en el fondo del lago, hasta donde aún hoy duerme un sueño infinito: “El astuto de Merlín se había enamorado de Nimue, la Dama del Lago. Ansiaba sobre todas las cosas estar a su lado, pero sabía muy bien que tendría que pagar un precio muy alto por su pasión… La Dama del Lago ambicionaba que Merlín le enseñara todos los secretos de sus mágicas artes, y él así lo hizo, con la esperanza de que de este modo ella lo amaría. Pero Nimue se resistía a sus deseos con taimadas excusas y no tardó en hacer del enamorado mago su más rendido esclavo. Acabó por arrebatarle todo su misterioso saber y se dispuso entonces a echar sobre él un último y definitivo hechizo”. (El Rey Arturo. Op.cit.) Víctima de un encantamiento, Merlín desciende por unas escalinatas hasta el fondo del lago, cuyas aguas han sido separadas para tal efecto por su dama. Una vez terminado el descenso, Merlín penetra en una caverna, y sintiendo un repentino y profundo sueño se tiende sobre el suelo, al mismo tiempo que la entrada a la gruta se cierra con una gran loza de piedra y las aguas se unen nuevamente, cubriendo hasta el fin de los tiempos la prisión del más maravilloso de los magos de todos los tiempos, al menos para los occidentales. La Dama del Lago, o Suma Sacerdotisa de Avalon, es la encargada de mantener el balance de todas las cosas y de todos los seres de la tierra; sin ella la destrucción y el caos prevalecerían, y los hombres vivirían sumidos en las tinieblas y en el horror. La presencia de figuras femeninas, tan enraizadas en la tradición oral, nos habla de un pasado matriarcal, donde la mujer tuvo que haber jugado un rol preponderante en las comunidades precristianas. En la película “Las Nieblas de Avalon”, de David Minkowskj y Justin Muller, realizada en la década de los años 80 del siglo pasado, se plantea incluso un fuerte sincretismo religioso, cuando al final Morgana identifica el culto a María como una supervivencia de la Diosa del Lago. Es importante resaltar que los lagos, lagunas y riachuelos, jugaban un rol preponderante en la mitología celta. El agua era sagrada y allí habitaban sus divinidades, algunas se fusionarían con la religión cristiana, negándose a desaparecer y perpetuando su culto. Es el caso de Santa Brígida, antigua deidad celta, hija de un druida. Santa Brígida pasó a formar parte de las santas cristianas, como la protectora de las mujeres encintas, de los partos y de las comadronas; generándose de este modo otro sincretismo religioso. En los dos relatos analizados (Los Nibelungos y la Leyenda del Rey Arturo) los metales extraídos de las profundidades de las aguas tienen poderes mágicos que hacen invisible a su dueño o que lo protege en las batallas. Este tema también se encuentra en El Señor de los Anillos de Tolkien. En “El Libro de las Virtudes”, selección de cuentos infantiles hecha por William Bennett, hay otra variante de la leyenda de la Dama del Río. En el cuento “El Honrado Leñador”, su protagonista, un humilde labriego, pierde en el río su único instrumento de trabajo y por lo tanto su única riqueza, un hacha. El buen hombre comienza a quejarse amargamente, pues ya no sabe cómo podrá alimentar a sus hijos. Sus lamentos hacen que surja en la superficie de las aguas un hada, que le pregunta que le sucede, cuando él le relata lo sucedido, ella desciende a las profundidades del río y regresa con un hacha de plata; como el leñador le dice que no es la suya, se sumerge nuevamente en busca de otra hacha, esta vez de oro; el leñador vuelve a negar que sea la suya. El Hada del Río baja una tercera vez y regresa con el hacha extraviada. El leñador la reconoce y la Dama lo premia por su honestidad con las hachas de oro y de plata. La Dama del Río también está presente en “El Mercader y el Ángel Negro”, cuento popular flamenco, un rico mercader que ha tenido un sueño premonitorio sobre su próxima muerte, desea a toda costa evitarla; por lo que se dirige al lago e invoca a la bella Dama, la misma que se le había aparecido la noche anterior en sueños, y a quien desea invocar para pedirle un gran deseo, la vida eterna. “Miró un instante la superficie tranquila del agua y luego arrojó una moneda de oro, de acuerdo con la indicación de la figura del sueño. Esperó, con los ojos fijos en el agua, y a los pocos instantes vio surgir de las ondas una bellísima figura de mujer. - ¿Qué deseas? – preguntó la aparecida. Y el aterrado mercader alcanzó a balbucear con voz temblorosa: – Quiero vivir muchos años; no quiero morir todavía… -Bien… comprendo lo que quieres decir, te lo concederé. El mercader sabe muy bien que dicho deseo debe tener un precio: - ¿Qué debo darte en pago de este privilegio? En medio del profundo silencio de la noche se oyó un suave rumor de ondas. Eran las aguas del lago, que temblaban antes que la reina de las sombras formulara su exigencia”. El relato continua con la descripción de la exigencia de la Dama del Río, la vida del mercader a cambio de otra vida, cuando el mercader está por abandonar la rivera del río aparece un hombre joven en estado de embriaguez; este hombre se caerá, y dado su estado de ebriedad terminará ahogándose en sus profundas aguas. De ahí en adelante el mercader tendrá una larga vida, pero los remordimientos finalmente no lo dejarán vivir en paz, y finalmente buscará darle fin al pacto realizado con la Dama del Río. Este tema de la eterna juventud lo retomaré en otro artículo, cuando les hable de un personaje de la literatura infantil y juvenil japonesa. Tolkien, también hace alusión a las Damas del Río, una de ellas, Dama Baya de Oro, debe ser dueña de una belleza inconmensurable, puesto que su paso “deja una estela luminosa y risueña (donde) crecen siempre las flores”. (Bestiario de Tolkien. David Day. Editorial Timun Mas S.A. Barcelona.1.989) Esta imagen que se nos aparece en la mente de una hermosa mujer, dejando tras de sí una estela de flores, nos trae la imagen de Ofelia. Ese maravilloso personaje creado por William Shakespeare, del que Millais, el pintor prerrafaelista más dotado y destacado técnicamente, haría una representación bidimensional de una gran belleza y sensibilidad, imprimiéndole un toque poético indiscutible a la figura de Ofelia flotando en las aguas del río. Por su parte Tolkien nos describe así la hermosura de Baya de Oro: “¡Oh delgada como vara de sauce! ¡Oh más clara que el agua clara! ¡Oh junco a orillas del estanque! ¡Hermosa hija del Río! ¡Oh tiempo de primavera y de verano, y otra vez primavera! ¡Oh viento en la cascada y risa en las hojas!” (El señor de los Anillos. Op. Cit. pág. 140) En esta obra Tolkien también nos deleita con otro personaje que tiene su origen en las ninfas, esta vez en las ninfas de los bosques: La Dama Galadriel, sacerdotisa de los elfos, poseedora de una exuberante belleza; y ademas protectora de Frodo, Sam, Merry y Peppin, y de toda la Compañía; no hay que olvidar que también tuvo un rol importante en la destrucción del anillo del poder. La Dama recibe varios nombres: Reina Galadriel, Dama de los Elfos, Dama Elfíca, Dama Blanca, Dama de Lórien, Dama del Bosque, Dama de los Galadhrim, Dama que no Muere, Dueña de la Magia, Dama del Bosque de Oro. La descripción que se hace de sus cabellos es descrita con una excelsa metáfora: (su hermosura) “supera al oro de la tierra como las estrellas superan a las gemas de las minas”. (El Señor de los Anillos – Op. Cit. pág. 404) En la leyenda australiana “La Serpiente del Arco Iris” aparece otra ninfa, La Señora de las Aguas. Es ella quien tiene el poder de beneficiar con las lluvias a los poblados que le eleven sus plegarias, o castigarlos si no lo hacen. Esta mítica señora puede verse cada cierto tiempo, cuando después de la lluvia se transforma en una gran serpiente de colores, dando así origen al Arco Iris. Las ninfas orientales, a diferencia de sus hermanas occidentales, viven en el cielo, se caracterizan por ser muy hermosas y delicadas, pero sobre todo por ser excelentes bailarinas, los movimientos que le imprimen a la danza, tienen la cadencia y el ritmo del vuelo de las mariposas y de las garzas. En “El Velo Encantado”, cuento popular japonés, un humilde pescador descubre un delicado velo, que luego su propietaria viene a reclamar, pues sin él le sería imposible regresar al lado de las otras ninfas; pero antes de entregárselo le ruega que dance para él: “apareció una doncella que avanzaba hacia él sobre la punta de sus pies descalzos. Aquella joven con su amplio vestido de tela floreada, y los brazos levantados, parecía una gran mariposa que descendía de la copa del pino… la ninfa se le acercó y tomó delicadamente el velo. Lo desplegó como un ala de garza y empezó una danza. Sus pies se movían armoniosamente sobre el verde húmedo de la hierba, y sus brazos seguían el ritmo de una música ausente”. Las sílfides, espíritus del aire, son también representadas en la mitología occidental como mariposas, y están relacionadas con la primavera, controlan a su vez el curso de los vientos. En la literatura oriental también existen los espíritus masculinos: Los silfos, al igual que las Sílfides son los espíritus del aire. En el cuento chino “La Reina del Lago Tung-Ting”, su protagonista, un joven poeta, les compone los siguientes versos: “Los silfos del viento vagan/por el aire alucinado/y danzan extrañas rondas/sobre la hierba del prado”. En el cuento japonés “La Historia de Himelia” se hace mención a las ninfas de la luna, al igual que las ninfas del cielo, su misión es danzar para brindar regocijo a los seres amados, pero también para regocijarse ellas mismas. En la mitología amerindia abundan los personajes que pueden muy bien ser descritos como ninfas. En la mitología embera existe la leyenda de unas niñas llamadas wandras, son las protectoras de las cascadas, ríos, riachuelos; cuando los indígenas desean recoger el agua deben primero pedirles permiso siguiendo un ritual, de lo contrario podrían sufrir la consecuencia de su enojo. En la tradición oral venezolana se encuentran los cabruncos, espíritus guardianes de las lagunas de los páramos. Viven en sus profundidades y no pueden ser molestados. Cuando algún intruso grita en la orilla de una de sus lagunas o tira piedras al agua, puede ocasionar la ira de sus pacíficos moradores, por lo que una intensa niebla cubre la región y entonces el intruso desaparece en ella. La leyenda también cuenta que cada treinta años estos espíritus atrapan a dos o tres personas y no las devuelven jamás. Por otra parte, no hay que olvidar que los chibchas tenían una relación muy íntima con la laguna, de allí emergía Bachué, y en ella se bañaba el cacique en una complicada ceremonia, habiéndose adornado antes todo el cuerpo con polvo de oro. Y por supuesto está Yemayá, la diosa de origen yoruba traída a Cuba y a Brasil por los africanos. Esta diosa es la madre de las aguas, de ella salieron los ríos y todo lo que vive en la tierra. En Chile está otra figura fantástica, La Pincoya que vive en el mar y trata siempre de salvar a los náufragos, cuando no lo logra los lleva a un barco fantasma, donde finalmente encuentran la felicidad. A veces sale del mar y danza por largo tiempo en las playas, si la danza es mirando al mar, significa que los pescadores tendrán las redes llenas de peces y mariscos. Y si por el contrario danza mirando de espaldas al océano, los pescadores deberán buscar su sustento muy lejos de sus puertos.

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