domingo, 4 de abril de 2021

BRUJAS O HECHICERAS

 BRUJAS O HECHICERAS

Berta Lucía Estrada Estrada

NOTA: Este artículo forma parte de mi libro …de ninfas, hadas, gnomos y otros seres fantásticos (Sial Pigmalión-Pijao Editores, España, 2018):

https://sialpigmalion.es/libro/ninfas-hadas-gnomos-otros-seres-fantasticos/

 

 

La bruja levantó los brazos como si quisiera volar, y con este movimiento indicó al jinete rojo que prosiguiera su carrera desenfrenada a través del espacio (La princesa rana - Cuento popular ruso). 

La bruja, o hechicera, es un personaje legendario, se re- monta incluso a la época de los faraones egipcios. En el libro Las Sociedades Secretas, de Peter Gitlitz, se menciona un papi- ro encontrado en una de las pirámides donde puede observarse a Ramsés III con punciones en diversas partes del cuerpo, lo que coincidía con las dolencias reales del faraón; según el papiro ésto habría sucedido en el año 1.100 a. C. 

En la Grecia antigua también se practicaba el oficio de la brujería. Los autores clásicos hacen alusión a estos enigmáticos personajes y a sus pócimas mágicas.Teócrito nos habla de ellas en su obra Idilios: 

“En una noche serena, en un poblado junto al mar. La luna y las estrellas destacan en el cielo... Ante una hoguera, dos mujeres se dedican a hacer conjuros y hechicerías amorosas... entre hierbas, laureles, vellones de oveja, harina, filtros, fórmulas y varios instrumentos hechiceriles, Simeta invoca a la Luna, a Artemis y a otras diosas para lograr de nuevo el amor de su idolatrado Delfis” (1 Idilios. Teócrito. Aguilar S.A. de Ediciones, 1963. España. Pág. 37 ) 

Más tarde Horacio hace referencia a una mujer de nombre Canidia, cuyo oficio era la preparación de perfumes y de bebedizos para rendir culto a Príapo, el dios del sexo. 

Pero las brujas de la antigüedad estaban muy lejos de ser consideradas como los seres maléficos del Medioevo. En el mundo antiguo, como ocurre aún hoy en día en los llamados pueblos naturales, no se hacía una clara distinción entre magia y religión. La preparación de brebajes, así como el ejercicio de la magia, estaban reservados a personas que gozaban de gran prestigio dentro de la comunidad. Por otra parte, sólo se podía ejercer este oficio el elegido que hubiese cumplido con largos y penosos años de aprendizaje. 

La persecución de las brujas sólo se inició en el siglo XIV. En realidad las mujeres que serían posteriormente perseguidas, torturadas y asesinadas en la hoguera, o ahogadas en los ríos, eran sacerdotisas al servicio de diosas de antiguas religiones precristianas, en su gran mayoría de origen panteísta. Su gran crimen fue seguir profesando las creencias de sus antepasados en una época donde el cristianismo luchaba por asegurar su do- minio como única religión monoteísta en territorio europeo. 

En la Alta Edad Media las brujas eran aquellas mujeres campesinas que conocían muy bien su entorno, sabían que plan- tas eran benéficas para las diversas enfermedades que aqueja- ban a su familia y comunidad. Pero por este conocimiento, que además era un oficio ejercido por los judíos, a quienes sólo se les permitía ejercer los oficios concernientes a la medicina y a la de prestamistas, serían perseguidas implacablemente por la Santa Inquisición, persecución que se haría extensiva también a los judíos, aunque los móviles fueran muy diferentes. El manejo de las pócimas curativas, es decir las primeras nociones científicas, no podían ser del dominio femenino. A las brujas se las comenzó a quemar supuestamente por herejes; pero la razón verdadera era por ser amantes del conocimiento. No solamente las quemaban vivas, sino que las sometían a torturas y vejámenes sin límites; para lo cual se desarrollaron aparatos de una alta sofisticación como la Dama de Nuremberg. Sin embargo, la peor tortura era la psicológica; la persecución que se les infligía llegaba a límites tan insoportables que sucumbían rápidamente en la histeria colectiva, lo que agravaba aún más su situación, puesto que sus torturadores afirmaban que estaban poseídas por el diablo. En Alemania, por ejemplo, la caza de brujas llegó a cotas tan altas que en muchos poblados se quedaron sin mujeres. Sólo en Bamberg la cacería condujo al asesinato de 600 personas, la mayoría de ellas mujeres, incluyendo a las niñas y algunas veces a los hombres; por otra parte hay que tener en cuenta que los poblados rara vez superaban los 2000 o 3000 habitantes. 

Posiblemente el juicio más famoso sobre la cacería de brujas fue el de Salem (Estados Unidos) en el invierno de 1.602; llevado magistralmente a las tablas por el dramaturgo Arthur Miller. Las acusadas, al menos en un principio, pertenecían a las clases menos favorecidas, la primera en ser acusada fue una esclava llamada Tituba, lo que la excluía de los derechos otorgados a los habitantes del pueblo. Le siguieron una pobre mendiga y una mujer que vivía con un funcionario sin que es- tuviesen casados. Estas mujeres eran consideradas como una mancha para la comunidad puritana de su tiempo, se salían de los convencionalismos exigidos por la época; por lo tanto no encajaban dentro de su comunidad. La cacería sólo paró cuan- do llegó a las capas más importantes de la sociedad, dieciocho meses después de haberse iniciado. Había dejado diecinueve muertes, entre ellas la de un hombre. Frente a las muertes de 


Europa, especialmente Alemania, esta cifra parece ridícula, no obstante, dejó una herida profunda en la sociedad norteamericana; y si Arthur Miller no hubiera exorcizado ese dolor, es muy posible que la herida nunca hubiese cerrado del todo. Se cree que la razón verdadera que motivó todo el juicio fue una disputa concerniente a la posesión de tierras. 

Ahora bien, ¿quiénes eran en realidad estas mujeres llamadas brujas?

Después de la persecución emprendida por la Santa Inquisición, a las brujas se les ha identificado siempre con el mal, con las fuerzas ocultas y con el culto a Satanás. 

La cacería de brujas corresponde a la represión religiosa y sexual, ésta última derivada de un fuerte sentimiento de misoginia, acentuada por la sociedad patriarcal. 

La represión, si bien había comenzado desde el siglo XIV, no es sino hasta el año de 1.560 cuando se pondrá en marcha la gran maquinaria de horror e ignominia en contra de las mujeres conocidas como brujas. Dicha persecución obedeció a oscuros sentimientos de poder político y ambición económica. Por supuesto que había una creencia generalizada en cuanto a la hechicería se refiere, hechicería que era mal comprendida, puesto que las mujeres que la practicaban eran generalmente curanderas y parteras que por su mismo oficio, como se anotaba anteriormente, conocían muy bien su entorno natural, por lo tanto sabían que plantas tenían propiedades medicinales; algo que podía parecer insólito para el escaso o nulo conocimiento científico de su tiempo. 

Cuando la cacería se desató, cualquier acontecimiento que supuestamente se saliera de lo normal, era considerado de origen satánico: una enfermedad, la muerte de un ser querido o de un animal, una sequía o una inundación. Incluso si una mujer auxiliaba a alguien con hambre y éste moría poco tiempo después, la mujer en cuestión podía ser acusada de poseer poderes maléficos. Es de suponer que estas creencias, que simplemente correspondían a la ignorancia que se tenía sobre la ciencia o sobre las fuerzas naturales, contribuyeron al ejercicio de venganzas personales. Pero también “cazar” brujas otorgaba poder político dentro de la comunidad a la que se pertenecía, puesto que el “cazador” ganaba “respeto”, un respeto que como es fácil suponer era más bien derivado del temor a ser también acusado de prácticas de hechicería. 

El oficio de cazador llegó a ser verdaderamente lucrativo desde todo punto de vista, ésto incluía la edición de manuales que enseñaban como combatir la brujería. El más famoso de todos fue el Malleus Maleficarum. En Francia, por ejemplo, el juez que mandase a la hoguera o a la horca a cierto número de brujas adquiría prestigio dentro de su profesión y en el seno de la sociedad de su tiempo. 

Los hombres que también cayeron dentro de esta ignominia generalmente habían sufrido en carne propia la persecución de sus hijas, sus esposas, hermanas o madres; es decir, habían caído en desgracia ante su comunidad. Se estima que entre 1.560 y 1.760 murieron asesinadas en territorio europeo más de cien mil brujas; lo que significaba que cualquier rescoldo de las religiones consideradas paganas había sido sofocado por las Iglesias Católica y Protestante. 

Sin embargo, en sus inicios estas mujeres simplemente eran magas, personajes benéficos a los que se acudía cuando se tenía un problema que resolver, una enfermedad que curar, un hijo que llegaba al mundo, o simplemente ayudar a un enfermo terminal. Por eso, en muchos relatos antiguos estas mujeres con poderes mágicos aparecen unas veces como la maga y otras como la bruja, es un personaje ambivalente, por lo que el lector, o la persona que escucha el relato, no está muy seguro que en realidad se trate de un espíritu maléfico. De ahí que tengan la facultad de transformación. Unas veces son ancianas benevolentes, entonces son llamadas magas (aunque en el mismo relato se le denomine más adelante bruja cuando se descubra su verdadera condición, tal y como sucede en el cuento popular ruso La Reina Rana), y cuando son llamadas magas invitan a la protección. Incluso esta característica llega a tener connotaciones socioculturales bastante importantes, ya que en los cuentos españoles de la Edad Media las mujeres que son acusadas de practicar hechizos son las moras, y en los cuentos árabes son las cristianas las que posen poderes sobrenaturales; tan poderosos que incluso pueden llegar a producir la locura a los caballeros morunos que se enamoren de ellas. Otras veces las brujas son hermosas mujeres que incitan al descanso y a la pasión, aunque luego se transformen en mujeres diabólicas que terminan por arruinar la vida de los amantes que sucumban ante ellas, como Morgana, la media hermana del rey Arturo:

“Morgana era la más bella... esbelta, fuerte, con largos y rizados cabellos de un llameante rojo tan intenso como el sol poniente. De expresión inteligente, sus ojos felinos cambiaban de color a medida que avanzaba el día... era muy versada en las artes mágicas, porque había estudiado manuscritos antiguos repletos de arcanos hechizos” (El rey Arturo y sus Caballeros. Julek Heller y Deirdre Headon. Grupo Editorial Ceac S.A. Perú, 1993. Pág. 40 ) 

Morgana era una deidad de origen celta que vivía junto con sus hermanas en la isla de Avalón, bajo la égida de la Dama del Lago. Y contraria a algunas versiones de la leyenda del Rey Arturo, era una deidad benéfica. 

Y si bien Morgana, en la leyenda del Rey Arturo, es descrita como una mujer de exuberante belleza, en la mayoría de los casos a las brujas se les representa como ancianas de aspecto repugnante, harapientas, sucias, de uñas largas y afiladas, de pelo desgreñado y nariz aguileña, con un gran lunar en la pun- ta, y montadas en una escoba voladora. 

Al menos ese es el arquetipo dejado por los Hermanos Grimm y por Andersen, y en el cual pensamos siempre que se nos viene a la mente la palabra bruja, como en Hansel y Grettel, o Blanca Nieves y Los siete enanos, o la Bella Durmiente. En este último relato tenemos a una mujer de increíble hermosura, pero al momento de realizar sus conjuros mágicos, o de preparar sus pócimas, recupera su verdadera condición de mujer vieja y horrenda, para luego transformarse en una anciana dulce y bondadosa; es decir, de bruja se convierte en maga. En este cuento tenemos las tres características principales reunidas en un mismo personaje. 

En La Sirenita, de Hans Christian Andersen, se nos presenta a una maléfica bruja que vive rodeada de serpientes de todos los tamaños y su morada está construida con los huesos y cráneos de los hombres que se han ahogado en su territorio. Su más fiel amigo es un sapo al que le permite coger el alimento de su propia boca. Sobre su pecho anidan anguilas y bestias viscosas a las que llama con nombres cariñosos. 

En otro cuento de Andersen, El Compañero de Viaje, hay un personaje semejante a Morgana, una princesa de gran belleza, pero poseedora de una extrema crueldad, por lo que su pueblo la denomina con el apelativo de hechicera. Cuando Juan, el protagonista del relato, la conoce, no puede creer que esa mujer tan hermosa sea la protagonista de las leyendas que circulan en las callejuelas del poblado: 

“—Es imposible –se dijo– que sea una hechicera feroz como dicen. ¿Cómo con ese rostro tan dulce, podría hacer morir a los que no pueden adivinar sus pensamientos?” 

Todos los pretendientes que han osado acercársele han muerto porque no han podido superar la prueba que ella les impone: Adivinar sus pensamientos. 

“De cada árbol (del jardín de la princesa) colgaban los esqueletos de tres o cuatro príncipes que no habían podido adivinar el pensamiento de Su Alteza. Cuando el viento soplaba, los huesos de las víctimas entrechocaban y producían un ruido lúgubre. Ese ruido alejaba a los pájaros; ninguno llegaba a este recinto maldito. Las flores del jardín se sostenían en los huesos humanos. Cabezas de muertos servían de macetas. En ese espantoso lugar, gustaba pasear la princesa”. 

Pero en otro cuento de Andersen, La Reina de las Nieves, encontramos a una bruja muy diferente a las descritas en los anteriores relatos. 

“La mano de la anciana acariciaba el cabello de Gerda, y ésta, al contacto de los acariciantes dedos, iba perdiendo memoria de todo... La viejecita era una hechicera. Pero no una hechicera mala, ni una bruja: hacía encantamientos para distraer su vida solitaria”. 

Esta hechicera está más cerca de la figura de la maga benevolente, es la antítesis de la bruja descrita en La Sirenita. 

En El Señor de los Anillos, de Tolkien, también se encuentra la presencia de un brujo. En este libro aparecen di- versos personajes con conocimientos de magia, tanto benéfica como maléfica. En el caso que nos ocupa se habla de Sauron, el Señor de los Anillos, como un personaje poseedor de una extrema maldad; y con el anillo que él mismo forjó, busca apoderarse del mundo para su propio beneficio. 

Los cuentos infantiles contemporáneos, que tienen como personajes principales a las brujas, nos hacen una radiografía muy 

diferente a la bruja de los cuentos de hadas tradicionales. Generalmente, son mujeres bastante simpáticas, realizan hechizos más por diversión que por hacer el mal. En realidad son magas que viven aisladas en pequeñas chozas y sin hacerle mal a nadie. 

Es el caso de La Pequeña Bruja de Otfried Preussler.
 En la obra de Ruth Chef, Una Bruja en Casa, son dos niñas que se convierten en aprendices de una simpática bruja. O brujas que contribuyen al equilibrio ecológico, como La Bruja de la Montaña de la escritora colombiana Gloria Cecilia Díaz. 

En la tradición oral italiana también está la figura de la bruja Befana, amante de los niños, tal y como nos lo cuenta Gianni Rodari, en su libro Gramática de la Fantasía. Befana, vieja y fea como sus colegas de los cuentos de hadas, también vuela en una escoba. En la noche de Epifanía suele dejar rega- los en las medias que cuelgan al lado de la chimenea. En esta leyenda, que además hace parte de las costumbres italianas, se basó el escritor colombiano Ivar Da Coll, para escribir su libro La Bruja de las Medias Dulces, recurso completamente legítimo en la literatura, pero siempre y cuando se dé crédito a la fuente o al autor, algo que no ocurre en este caso. 

Las obras de autores contemporáneos que hablan sobre brujas tienen siempre la característica de mostrarlas como personajes que aman a los niños. Están muy lejos de ser representadas como el arquetipo de los cuentos tradicionales europeos.