sábado, 25 de julio de 2015

EL PUZZLE DE LA HISTORIA O EL AROMA A TRÓPICO DE JORGE ELIÉCER PARDO

El pianista que llegó de Hamburgo y La baronesa del circo Atayde son dos de las obras literarias que forman parte de la saga El quinteto de la frágil memoria, en la cual se narran acontecimientos históricos de Europa y Colombia en los últimos 150 años. Una obra monumental en la cual su autor, Jorge Eliécer Pardo, se sumerge a través de dos personajes claves, Hendrik Joachim Pfalzgraf, el pianista que llegó de Hamburgo, y Carlos Arturo Aguirre, el carpintero del barrio Egipto. Una obra en la que ha estado inmerso en los últimos 25 años, pero que en realidad abarca toda su existencia e incluso varios decenios antes de su nacimiento.* Es un viaje en el que el pasado se hace contemporáneo del lector. Una soberbia lección de historia, sobre todo en un país donde la hemos vilipendiado y convertido en el trapo con el que limpiamos la basura que no queremos que vean los vecinos. En ella se entrelazan, como si se tratase de un puzzle, o de una fina madeja, las consecuencias de la guerra en los pueblos y en la vida familiar y privada, recordándonos que no hay ninguna decisión política que no tenga efectos en las personas anónimas. En otras palabras, que los ciudadanos sólo somos marionetas en las manos de los poderosos, y que ellos juegan con nosotros sin medir las consecuencias de sus actos; además, porque la mayoría de las veces no les importa. Sólo les interesa el poder político y para lograrlo se ponen al servicio de unos pocos individuos sin rostro que controlan el sistema económico. Todos sabemos lo que significó la Segunda Guerra Mundial en Europa; sin embargo, ignoramos que Colombia también se vio afectada económica y socialmente por este conflicto bélico. Se suele hablar de los campos de concentración nazi y se omite hablar del campo en el que se encerraron a las colonias judía, japonesa y alemana durante dos años. Al mismo tiempo, que nunca se habla de la política perversa que tuvo el gobierno de Eduardo Santos para impedir que los judíos, que habían sobrevivido al horror de los campos de exterminio, viajaran a Colombia. Los que lograron llegar fueron una minoría que no fue bien acogida. Jorge Eliécer Pardo nos lo cuenta así: “Luis López de Mesa … escribió en una circular que el gobierno consideraba a los cinco mil judíos establecidos un porcentaje insuperable. Pedía a los cónsules que pusieran las trabas posibles al visado de nuevos pasaportes para impedir el ingreso de judíos, rumanos, polacos, checos, búlgaros, rusos e italianos. Afirmaba, además, que estos personajes llegaban a los puertos en tal grado de miseria, que carecían de los centavos necesarios para el pago del timbre nacional y del transporte al lugar de destino, aumentando el número de desocupados que se dedicaban a negocios ilícitos o de ilícita operación. Hacía énfasis en que los judíos que abandonaban Alemania perdían su identidad, adquirían la condición de apátridas y que para dejar de serlo solicitaban la nacionalidad, y que Colombia no estaba en condiciones de aceptarlos. Cuando la Unión Panamericana exigió la entrada de refugiados, López de Mesa dijo que sí lo harían si se trataba de inmigrantes de buena índole racial y moral, porque los judíos tenían una orientación parasitaria de la vida (El pianista que llegó de Hamburgo, Cangrejo Editores, 2012, pág. 27). Luis López de Mesa era su canciller desde 1938 y en el año de 1932, en el gobierno de Alfonso López Pumarejo, había sido ministro de Educación. López de Mesa, médico y especializado en psiquiatría, abogaba por un mejoramiento de la raza como requisito previo para poder acceder al progreso, practicó una política racista, xenófoba y antisemita. Según él, la llegada de judíos amenazaba los valores supremos de la sociedad colombiana y además se oponía férreamente a la alfabetización de las clases populares. Muchos de esos alemanes, japoneses o judíos, que creían haber escapado a las garras del delirio, fueron atrapados más tarde por la vesania que significó la Guerra Civil colombiana, más conocida como la Época de la Violencia, que se desató después del fatídico 9 de abril de 1948, cuando asesinaron a Gaitán. La pugna fratricida por el poder, que enfrentó a liberales y conservadores, sembraría las semillas de la violencia que hemos vivido en los últimos 60 años. Pues bien, es este eterno conflicto humano, el de la guerra, la columna vertebral de la obra de Jorge Eliécer Pardo. Y como toda columna tiene varias ramificaciones, entre ellas: el lenguaje, la intertextualidad, la soledad y el exilio. El lenguaje El manejo del lenguaje de Jorge Eliécer Pardo es de una gran riqueza en todos los sentidos: gramatical, verbal y sintáctico. Si se habla de una fuerza descomunal en los libros de Pardo es, precisamente, el lenguaje. Diría que leer su obra es hacer una aventura en el lenguaje, como si cada palabra, cada imagen, cada frase, fuese una nave que nos transporta al pasado, a mundos conocidos o inimaginables, existentes o inexistentes, tangibles e intangibles. Pocas veces puede leerse una obra literaria con un manejo tan brillante de la lengua castellana; al menos de la lengua que hablamos en Colombia. En la utilización de la lengua están implícitas múltiples características alusivas al pueblo que la habla, a su idiosincrasia, a su historia, a su trayectoria sociológica y cultural. Con esto no quiero decir que la obra de Jorge Eliécer Pardo no sea universal. Si bien parte de acontecimientos locales, éstos rápidamente se transforman en universales; por lo que todos los lectores, sin importar su lengua y cultura, pueden reconocerse a sí mismos. La obra de Pardo se convierte en una metáfora fácilmente reconocida por el lector, sin importar la situación geográfica y la cultura a la que pertenezca. La intertextualidad El Pianista que llegó de Hamburgo y La baronesa del circo Atayde son también un soberbio recorrido y un gran homenaje a dos obras cumbres de la literatura colombiana: Cien años de soledad y La vorágine, sin olvidar a José Asunción Silva y la obra de Vargas Vila. Jorge Eliécer Pardo establece un diálogo permanente con los autores fundacionales de la literatura colombiana. Por supuesto que sólo la palabra pianista nos hace pensar en Pietro Crespi, el eterno enamorado de Amaranta. Y es que Hendrik Joachim Pfalzgraf tiene mucho de ese italiano extraviado en el amor, fugado, sería la palabra adecuada, que es Crespi. Los dos tienen ese aura de desamparo que los persigue hasta más allá del delirio. En ese laberinto sin Dédalo, Pfalzgraf busca a Matilde, a veces la encuentra en el rostro esquivo de Julieta-Matilde para terminar por refugiarse en una senilidad que lo conduce a los puertos del pasado, donde finalmente se reúne de nuevo con ella, con la verdadera, con Matilde Aguirre. Además hay un sinfín de alusiones a Mauricio Babilonia que hacen que la obra de Jorge Eliécer Pardo navegue en una enorme ola por el mar insondable que es el realismo-mágico de Gabriel García Márquez, sin sacrificar su impronta, su huella, su sello personal. Pero también hay múltiples alusiones a La vorágine y a Arturo Cova. El solo nombre de Carlos Arturo Aguirre es un homenaje a Cova. Él y Pfalzgraf siguen los pasos de ese hombre que se lo tragó la selva cuando sólo buscaba a la mujer amada. Ninguno de los dos cae en sus fauces, pero sí se los traga la soledad, el desamparo y el alcohol. La soledad En el caso de la soledad, hay una frase que penetra como puñal afilado: “Estaba a punto de volverse retrato como los que colgaban en su sala”. Es una descripción de la soledad, no la que buscamos para vivir y trabajar en paz, sino la que nos impone la vida, sumiéndonos en un túnel oscuro y aparentemente infinito. Y si digo que esta frase tiene el filo de un puñal afilado, es porque Pfalzgraf siente cómo su identidad va borrándose, desdibujándose en el tiempo y en el espacio, como si tuviese dificultades para ver su imagen reflejada en el espejo, como si la soledad le robase su identidad. Así como había vivido oculto por varios años en el sótano de la casa de su tío, para evitar ser una más de las sombras de los trenes sin regreso, que viajaban a los campos de exterminio nazi, otra forma de borrarse a sí mismo, vuelve a ocultarse en los vericuetos del desamparo para evitar el delirio que lo acosa con el disfraz de la soledad. Sin embargo, ese delirio acabará por darle alcance años más tarde, cuando se interne ineluctablemente en las sombras de la decrepitud y senilidad. En cuanto a Carlos Arturo Aguirre se refiere, es gracias al olor que puede ir tras de las huellas de su amada y a veces inventada baronesa. Es el olor de la mujer amada, sumado al del alcohol, la cuerda floja en la que camina como un sonámbulo-funámbulo tratando de no caer al vacío, a la nada, que es la soledad. Sin embargo, es consciente de que la cuerda siempre se rompe por la parte más delgada, y que la soledad, que lo atormenta en sus noches de pesadilla, es la constatación de la presencia etérea de su amada María Rebeca. Al menos bajo los efluvios del alcohol puede creer que sí existió, que no es un invento de su mente febril o de un delirium tremends que lo lanza ineluctablemente al vacío, una y otra vez, hasta el infinito, hasta el agotamiento total. El exilio Soy de Hamburgo, huérfano y desamparado, desplazado por la guerra. Perseguido aún por Hitler. Abandonado por el amor y por una única hija. Dolido por la soledad. Eso es tu profesor: poca cosa (ídem, pág. 145). En otras palabras, exiliado en sí mismo. Como lo somos todos los seres humanos en mayor o menor medida, así la mayoría no lo reconozca o no alcance a entenderlo. Pfalzgraf, en la búsqueda de sí mismo, terminó desaviado, definitiva e inexorablemente, en el laberinto de su memoria. Tal y como le había sucedido años antes a Carlos Arturo Aguirre cuando se perdió por entre los zaguanes y las esquinas y en las noches de amor robadas a las empleadas domésticas después de llegar a su casa en el estado de semiconciencia que deja una botella de alcohol bebida con la única compañía que brinda la soledad: el desarraigo y la errancia. Pfalzgraf y Carlos Arturo Aguirre se perdieron por los vericuetos de la peste del olvido, fueron barridos por el mismo viento que borró a Macondo. --------------------- *Versión impresa en El Magazín del diario El Espectador (Colombia) http://elespectador.com/noticias/cultura/el-puzzle-de-historia-articulo-575050

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