Sunny intenta amansar una herida, de Juana M. Ramos
Berta Lucía Estrada Estrada
Crítica Literaria
Esta semana leí un poemario que me dejó anonadada; hoy he vuelto a leerlo con más detenimiento y tratando de desentrañar cada palabra como si fuesen las imágenes in-finitas de un poliedro. Recordemos que poliedro viene del vocabo πολύεδρον (polyedron) del griego antiguo polys que significa muchos y ἕδρα (hedra) que significa base, asiento o cara[1]. No en vano Leonardo Da Vinci dibujó decenas de esta figura geométrica para ilustrar un libro de Lucas Paccioli; luego de hacerlo quedó para siempre atrapado por la magia de sus caras y por la plasticidad de las figuras. Pues bien, eso me sucede con la lectura de Sunny intenta amansar una herida; el último poemario de Juana M. Ramos, publicado porPolimnia Ars Poética en castellano y en la traducción al griego de Stelios Karayanis[2], con un hermoso y profundo prólogo de Melvyn Aguilar.
Este poemario le da un vuelco completo al registro de la voz poética de Ramos; es una voz tallada por un dolor inenarrable ante la pérdida de un sueño que la atormenta, que no le da reposo. Un sueño que esconde a una mujer que oscila entre maga y bruja, entre un ser benevolente y un buitre que le devora las entrañas cada día mientras en las noches las teje nuevamente con su canto.
Nunca intentes buitres,
dice Sunny,
amenazan la levedad
de otros vuelos.
En este diálogo entre la poeta/paciente y el médico/chamán vamos escuchando la voz del guérisseur (curandero) como un laúdano que penetra en el oído de la paciente que llegó a su casa/consulta cuasi reptando al haber sido convertida en una culebra maíz, indefensa, mansa, muy mansa; a la que οὐραῖος (ouraeus) ha derrotado. Me refiero, por supuesto, a la áspid de Cleopatra.
Sunny indaga en mis insomnios,
me escucha con cautela:
es una mujer, le explico, que
abre y cierra mis heridas
hace y deshace el nudo en mi garganta
dilata y abrevia mi derrumbe.
El veneno inoculado en pequeñas e interminables dosis la fue menguando; su lengua viperina absorbió su fuerza, su ánimo de saltar, bailar, correr, desaparecieron. Al condenarla a reptar in-finitamente quiso también quebrarle la voz para que no pudiese ser escuchada por nadie. Sunny, el médico/chamán, le puso sus manos en la garganta, le dio brebajes de diferentes hierbas para que recobrara el uso de la voz. Le puso las agujas de acupuntura en los pies para insuflarle la fuerza necesaria para levantarla del piso.
No devores ansias,
no sigas morando
en el destierro.
Ya no repitas sin cesar
dulces cuchillos en tu pecho,
reza Sunny,
mientras retira las agujas
de mis pies.
enquistado en el trapecio.
Con su cultura milenaria trata de restaurarle la armonía que la poeta/paciente creía perdida para siempre. Sunny es uno de los avatares de Orfeo. Sus manos y su voz son su lira y él sabe como usarlas. La poeta/paciente las siente en sus heridas abiertas como abismos insondables.
Sunny hierve espino,
ajo y canela,
prepara una infusión
para este corazón cansado.
Mientras la cuela,
pregunta por la mujer mansa.
El té de cardo mariano, la lavanda o los petálos de rosas sin espinas, impiden que la pus siga causando estragos. Poco a poco el recuerdo de las caricias, afiladas como cuchillas, ya no tienen el poder de cortar.
Sunny ha escuchado muy atento,
me observa con quebranto,
pone en mi mano un pocillo:
“azahar, tomillo, lavanda”, susurra.
Purifica el alma, promete.
Las manos y la mirada de Sunny las sutura con una delicadeza antigua como el mundo.
Sunny habla del Qi
del equilibrio,
del ying y el yang,
de las emociones,
de los doce meridianos.
Dice tierra, metal, agua,
madera, fuego.
Lo silencia mi mirada perdida.
Le confieso que en mi cuerpo
permanece esa mujer,
a veces fiera, a veces mansa.
Al regresar a casa la poeta/paciente sufre alucinaciones, el buitre se ha transfromado en una paloma que no vuela sino que danza en su ombligo y con su pico vuelve a horadar abismos que se creían cerrados.
La paloma se hunde voraz,
siembra urgencias en sus zanjas,
hace nido en su ombligo,
satisfecha se derrama en su gruta.
Comprendo su apetencia,
musita Sunny.
Sunny, el médico/chamán, con esa paciencia milenaria transmitida de padre a hijo durante decenas de generaciones, vuelve a susurrar palabras recogidas en aguas calmas:
La tristeza ha consumido la ira.
Sunny presiona con acierto
el meridiano del pulmón.
Té de menta o tomillo,
propone.
La poeta/paciente se ausenta un tiempo de esa gruta cálida que es el consultorio de Sunny para regresar otra vez derrotada. Un dolor en la espalda le impide caminar de nuevo:
Vuelvo a Sunny como
el verdor al mes de abril.
…
La cuarta y quinta vértebras
resienten el trabajo excesivo del corazón:
“piensas demasiado”, amonesta.
Me mira con ternura.
La amonesta porque sabe que si no lo hace ella se perderá para siempre:
Has perdido el apetito,
esgrime Sunny,
ha vuelto la ira,
se ensaña con el hígado,
arremete contra el estómago.
Solemne,
dilucida la relación
entre madera y tierra,
entre hígado y estómago.
La madera, concluye,
embiste la tierra,
liba su esencia.
Sunny ya no es Sunny, es el chamán, el guérisseur, el curandero milenario que surge de las porfundidades de un volcán dispuesto a impedir que la poeta/paciente se queme en la lava que corre por las laderas:
En trance, Sunny repite:
ira-tristeza-alegría
madera-metal-fuego
hígado-pulmones-corazón.
En su mano hay fuego, un fuego que no quema, que no arde; un fuego que calienta y que ofrece refugio:
Hay que eliminar el insomnio,
observa,
aligerar los miedos.
Hierbas amargas,
como paridas por el fuego,
para fortalecer tu corazón,
asegura.
Su conocimiento milenario
me supera.
En sus fórmulas busco alivio,
tal vez la cura.
Sé que debo aceptar el láudano que me ofrece Sunny, así que
Tiendo en la camilla
esta herida que soy,
honda, punzante.
En una tarde de domingo su padre me invita a tomar el té:
“Mientras lo bebes” – dice –
“deberán coincidir el favor del cielo,
la asistencia de la tierra y tu propio empeño,
porque solo así domarás la herida”.
Ni padre ni hijo renuncian a la lucha por liberarme del buitre/áspid. Ellos, dos chamanes milenarios, unen sus fuerzas y su sabiduría para traerme de nuevo al mundo. Una nueva forma de nacer; más consciente y más real. Una especie de exorcismo para protegerme de ese dolor que penetra en la columna vertebral, que la fractura y que pretende a la vez secuestrar mi cordura:
Un bastón es mi apoyo,
pastillas e inyecciones,
paliativos que pretenden atenuar
denuestos alojados en la tenaz
memoria de este cuerpo.
Sunny presta atención,
se enfrenta a mi lumbalgia,
el meridiano del riñón
se manifiesta:
“debemos trabajar
el desequilibrio”, apunta.
Sus dedos y las finas agujas
atrapan el miedo, la ira,
la frustración.
El aliento de la artemisa seca
que Sunny quema sobre mi piel
augura el flujo adecuado del Qi,
ofrece sanarme.
El buitre/áspid aletea con furia, repta con la cabeza en alto y con su lengua bífida grita:
“esfúmate”,
“lárgate”,
“desaparece”,
Cada palabra se incrusta en la amplitud de la herida.
Sunny me recoge una vez más y me susurra al oído:
“Los pulmones hospedan la tristeza;
Y la tristeza consume el Qi”.
Es entonces que recurre a unir a la poeta/paciente con sus orígenes, llama a su padre desaparecido hace decenas de años:
Tal vez, en la herida, el origen – asesta Sunny –,
entretanto toma mis pulsos y descubre
con destreza la razón de mis insomnios
Y luego, con su voz, con su paciencia y con su sabiduría de chamán milenario, me acaricia con su mano que sólo conoce de cobijos:
la mano avezada y piadosa de Sunny,
perdurable bálsamo,
amansa la herida – descomunal e interminable –,
que gruñe tendida sobre una camilla
cubierta con una sábana floreada.
Felicitaciones Juana M. Ramos por este trabajo tan meticuloso y tan delicado como el más fino de los encajes de Flandes.
Chapeau!