LA VIDA INFAUSTA DEL NEGRO APOLINAR, DE LEÓN VALENCIA
Berta Lucía Estrada Estrada
Crítica Literaria
Hace poco más de dos semanas tuve la enorme sorpresa de leer una entrevista que le hizo el poeta Federico Díaz-Granados al ensayista y escritor León Valencia sobre su libro La vida infausta del negro Apolinar(Editorial Planeta / junio de 2025. 298 páginas). Un título no sólo muy bien logrado sino que deja sembrado el anhelo por conocer tanto infortunio[1]. Luego leí otra entrevista que le hizo Andrés Osorio Guillott en el diario El Espectador el pasado sábado 2 de agosto[2]. Así que decidí comprar el libro para leerlo en mi computador; como no vivo en Colombia me queda muy difícil conseguirlo en papel.
Lo leí en dos tardes. Lo hice disfrutando cada palabra, cada giro, cada golpe de tambor que resonaba en mis oídos. Es un libro, que como dice Díaz-Granados, cautiva y atrapa; esa es la magia del pathos. El logos está precisamente en el título que resume muy bien la narración que vamos a encontrar en sus páginas y el ethosque nos va a permitir decodificar los símbolos de la cultura del Pacífico y del Valle del Cauca colombianos. También encontramos la magia de la poiesis en un lenguaje lleno de musicalidad y de poesía que nos recuerda a la literatura oral. Porque esta novela epistolar es para ser escuchada; y ojalá con maracas, tambores, guitarras y con la voz de las negras del Pacífico colombiano. Me refiero a los alabaos. También es para bailar al son de su lectura en voz alta. Pienso en un currulao, en un mapalé, en una salsa o en un bolero. Música que está ancorada en lo más profundo de la cultura del Pacífico colombiano. Sin olvidar esa danza sensual que es el tango y que estremece cada poro de la piel de las personas que crecimos escuchando este género argentino. En cierta forma muchos de nosotros consideramos a Gardel no sólo como colombiano sino como nuestro amigo y confidente más íntimo.
Y antes de continuar quisiera resaltar lo que yo considero un gran acierto lingüístico de esta novela. Me refiero a la utilización permanente de la palabra negro. Una palabra que ha sido borrada del habla y de los medios colombianos desde hace unas dos décadas por considerarla políticamente incorrecta. Al nacer en el mismo año que León Valencia pude crecer con un lenguaje en que la palabra negro aún no estaba proscrita. Es cierto que desde siempre ha tenido una connotación que es muy ambigua ya que puede significar cariño como desprecio u odio. Todo depende del contexto y del tono que se utilice en el discurso coloquial. Y eso es precisamente lo que hace Valencia. En cada página de esta novela, a todas luces sorprendente, nos encontramos con esta palabra al menos unas cinco veces, sin que nunca signifique ni cacofonía ni desprecio del escritor frente a un pueblo valiente que ha sabido levantarse una y otra vez ante los embates políticos, religiosos y culturales de un país extremadamente racista, clasista y aporofóbico como es Colombia. Las personas que utilizan ese eufemismo de afrocolombiano olvidan o ignoran que el Homo Sapiens proviene de ese continente maravilloso y mágico que es África; ésto al menos hasta que las investigaciones antropológicas y hallazgos arqueológicos no demuestren lo contrario. Con ésto quiero recordar que todos los colombianos, sin excepción, somos afrocolombianos. Una herencia genética y cultural que debería llenarnos de orgullo a todos y a cada uno de los habitantes, ya no sólo de Colombia sino de este planeta llamado Tierra.
Mary Grueso, nuestra poeta del Pacífico, y primera mujer negra en formar parte de la Academia de la Lengua de Colombia, lo dice claramente en su poema Negra soy:
“¿Por qué me dicen morena?
Si moreno no es color
Yo tengo una raza que es negra
Y negra me hizo Dios.
Y otros arreglan el cuento
Diciéndome de color
Disque pa endúlzame la cosa
Y que no me ofenda yo.
Yo tengo mi raza pura
Y de ella orgullosa estoy
De mis ancestros africanos
Y del sonar del tambó”.
Nicolás Guillén lo dice así en su Son # 6:
Yoruba soy, lloro en yoruba
lucumí.
Como soy un yoruba de Cuba,
quiero que hasta Cuba suba mi llanto yoruba,
que suba el alegre llanto yoruba
que sale de mí.
Yoruba soy,
cantando voy,
llorando estoy,
y cuando no soy yoruba,
soy congo, mandinga, carabalí.
Por su parte, Chimamanda Ngozi Adichi, la gran escritora nigeriana y autora de Americanah, se define a sí misma como negra, sin que dicho apelativo tenga ninguna connotación ni racista ni excluyente.
Pasemos ahora a la escritura propiamente dicha de La vida infausta del negro Apolinar.
Ya había enunciado que es una novela epistolar; contada a dos voces. Apolinar -¿cómo no pensar en Apolinar Moscote, el padre de Remedios la Bella?- es un negro libre, honesto, trabajador y parrandero, muy diferente eso sí al Apolinar Moscote que representa al Estado opresivo de Cien Años de Soledad. Y si traigo a colación este paralelo entre el nombre de Apolinar y estos personajes de ficción es porque la novela de Valencia es de cabo a rabo una oda a la novela magna de Gabriel García Márquez. Por ello no es de extrañar que muchos de los giros lingüísticos de La vida infausta del negro Apolinar nos hagan pensar en ella. No obstante, no puede decirse que su estilo sea una copia. La vida infausta del negro Apolinar es una novela completamente original; tanto en su construcción como en su temática. La narración que hace Apolinar tiene la sabrosura del lenguaje utilizado por los negros del Pacífico colombiano. Tanto en el deje, como en el acento o como en el vocabulario utilizado a todo lo largo de sus cartas. Un lenguaje que contrasta con el utilizado por el otro personaje; me refiero a León Valencia. El suyo es un lenguaje de ciudad y de otra cultura, como es la cultura que en Colombia se denomina paisa. Un hombre de izquierda que desea convertirse en un intelectual al servicio de una causa común: la emancipación de la clase obrera. Porque este libro es, ante todo, político.
Volvamos al lenguaje.
Los capítulos, en su gran mayoría, tienen una extensión larga y están escritos como cuando se le cuenta a alguien nuestra propia vida, no por escrito sino oralmente. No hay puntos ni comas, ni puntos apartes, ni puntos seguidos; sólo comas; y eso con el fin de respirar. Y esa forma de escribir ya es por si sola un desafío. Recordemos que El otoño del patriarca está escrito precisamente sin signos de puntuación. Otra alusión de Valencia a GGM.
Esta forma de escribir le da a los dos amigos una gran fluidez y una gran libertad al momento de derramar en el papel sus recuerdos, sus batallas, sus traiciones, sus alegrías y sus derrotas.
Y si hablo de derrotas es porque estas dos historias se concatenan la una a la otra a través de todo el libro hasta conformar una sola historia. La historia de la amistad de dos amigos que creyeron, lucharon y vivieron para crear un mundo mejor y con una sociedad más justa; para encontrarse al final de sus vidas con una pandemia a nivel global. Una hecatombe tan grande como la que se vivió cien años atrás con La Gripe Española. En otras palabras, con la derrota tanto a nivel personal como colectivo. Es un libro que habla sobre la condición humana, sobre su miseria y su repetición; cómo si fuese una serpiente que se come eternamente la cola. No hay escape, ni mañana, ni esperanza. Cuando la esperanza alumbra, en algún pequeño recodo del camino, es para ser inmediatemente aplastada por innumerables razones: desde las políticas -tomadas por una sociedad y por un Estado elitistas y sanguinarios- hasta por esa mísera condición a la que acabo de hacer alusión. Los dos personajes recuerdan sus vidas, en cierta forma sus diferentes avatares, tratando de escapar a sus propios demonios, para encontrarse al final de frente con ellos mismos y darse cuenta que en esa huída no sólo no escaparon de sí mismos sino que la bofetada de la existencia es aún más ruidosa que lo que nunca imaginaron.
Pasemos a la construcción de La vida infausta del negro Apolinar:
Al ser una novela epistolar su estructura narrativa no tiene mayor complejidad. No se trata de una novela como Cien Años de Soledad ni como Pedro Páramo; para no nombrar sino dos pilares de la narrativa latinaomericana. León Valencia, aunque no maneja los intríngulis de una novela que rompe con paradigmas narrativos, conoce lo que es ser lector; y sobre todo un buen lector. Este género literario, tan válido como cualquier otro, permite al lector conocer más profundamente a los personajes principales y a los evocados, ya que la narración en primera persona permite develar todos los secretos anidados en su interior. Los dos se despojan de todo prejuicio narrativo, no hay cedazos por los que la historia tenga que pasar para dejar a un lado secretos y culpas demasiado graves. Es una confesion, de parte y parte, sin pudor, sin trabas. Esto es posible porque Apolinar es el alter ego de Valencia y viceversa. Los dos respiran porque el otro respira. Al final, con la muerte de Apolinar, Valencia podrá seguir respirando precisamente porque pudo recobrar una parte de su vida con las confesiones de Apolinar. Me explico. Valencia recupera una parte de su vida que estaba escondida o aprisionada en el alma negra de Apolinar. Y Apolinar muere tranquilo porque sabe que su historia, la que le faltaba a Valencia, va a ser contada y que los arcanos que escondía serán develados a su hija Damiana.
Ahora pasamos a hablar de las mujeres.
La vida infausta del negro Apolinar es también una oda a la mujer. Es un canto épico que recuerda una y otra vez que sin el arrojo y la valentía de las mujeres no habría sociedad alguna y por ende no existiría ningún Estado. Las mujeres de la vida infausta del negro Apolinar son mujeres guerreras desde todo punto de vista. Son ellas las que hacen mover la rueda del progreso económico e intelectual de las familias y de los grupos sociales a los que pertenecen. El negro Apolinar si bien es trabajador en el sentido más amplio de la palabra, es, también, un hombre que rechaza las raíces y que abandona hogar, mujeres e hijos en cuestión de horas; así sea para venir sobre sus pasos años más tarde. Y cada vez que parte por una nueva senda debe comenzar desde cero. Las mujeres, en cambio, son árboles centenarios, son sequoias con raíces profundas, cuyos rizomas tejen redes de apoyo; no sólo entre ellas sino para ayudar a los hombres de su comunidad. Ellas organizan huelgas, fiestas, comedores comunales; buscan y protegen a sus hombres así ellos les den luego la espalda. Esta oda a las mujeres no ignora que entre esos hombres que las rodean también están los patriarcas que creen que sus cuerpos, y quien dice cuerpo dice sexualidad, les pertenecen. Esos hombres representan a la sociedad patriarcal en todo su apogeo; y luego asisten a la derrota que sus impulsos de machos cabríos les impone haciendo de sus vidas verdaderos infiernos en los que se ahogan en el alcohol y en el fracaso. También están los hombres que visten sotana. Y en este hermoso libro que es La vida infausta del negro Apolinar nos encontramos a boca de jarro con los curas que admiran a Camilo Torres y a otros que deciden seguir los dictados de la Teología de la Liberación. No son curas castigadores, ni violentos. Son curas justos y compasivos qué están del lado de los oprimidos y que sirven de consuelo en las horas de derrota de los hombres y de las mujeres. Son curas que entienden que el mundo espiritual tiene muchas manifestaciones y que todas son válidas; por ello entienden el sincretismo de la religión católica con la santería que llegaron con los barcos negreros[3].
La vida infausta del negro Apolinar es, también, un paseo por la literatura; o sea, un paseo por las novelas y por la poesía. Es un libro que nos muestra que ese acto íntimo de la lectura no es sólo para clases acomodadas y ociosas sino para las clases trabajadoras cuyo acceso a los libros, a veces, por no decir la mayoría, es casi que imposible. Este paseo literario nos muestra que esa idea es sólo otro de los prejuicios que reinan en las élites; posiblemente para demostrar que esa clase trabajadora -los brutos, como a veces los llaman- son incapaces de acceder a la belleza, al análisis y a la crítica. Y detrás de los relatos, escuchamos hablar todo el tiempo de un joven escritor que luego se suicida. Una alusión clara a Andrés Caicedo. Ese joven autor que removió las simientes de la clase privilegiada a la que pertenecía. Aún hoy sigue enrostrándoles en su rostro sus vejamenes en contra de ese pueblo que ella oprime para seguir conservando los privilegios de una clase rancia y maloliente, clasista, racista y violenta en grado sumo. No en vano esa es la columna vertebral del Estado que ellos sostienen; sin él sus privilegios de clase se irían por las alcantarillas.
La vida infausta del negro Apolinar es un libro hermoso, emotivo, a veces se siente como las lágrimas afloran en los ojos; o la rabia que nace del desdén al que los negros deben enfrentarse en su día a día. Es también un libro de resiliencia, combativo. Es un testimonio ficcional y no ficcional de la historia de Colombia; al menos de la historia del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Es, también, el testimonio de un antiguo guerrillero que se dio cuenta bastante tarde que los sueños de su juventud eran demasiado ambiciosos: Destruir el Estado, la familia, la religión y la propiedad privada. Al menos ésto es lo que afirma León Valencia en la entrevista que le hizo Andrés Osorio Guillott; y a la que aludí al comienzo del presente ensayo: “No, pues cómo no nos íbamos a frustrar, si en la adolescencia queríamos acabar con Dios, el Estado, la familia y la propiedad privada. Casi nada.”
La vida infausta del negro Apolinar es un libro que leí con pasión, casi de una sola sentada; desde el principio me dejó perpleja, asombrada, no quería parar de leer; y esa sensación, casi de alucinación, me sucede muy raras veces.
Chapeau, Leon Valencia! Tu negro Apolinar tiene ahora una silla privilegiada en mi sistema límbico.
Berta Lucía Estrada Estrada (Colombia-1955) es escritora, ensayista, poeta, dramaturga, antologadora, crítica literaria y de arte. Es librepensadora, feminista, atea y defensora de la otredad. Ha publicado doce libros, más siete escritos al alimón con Floriano Martins (esta escritura al alimón comprende cuatro piezas de teatro, dos novelas cortas y un poemario). Ha recibido seis premios de poesía; tres con obra publicada.
Algunos de sus artículos y poemas han sido difundidos en revistas como Altazor (Chile), Triplov (Portugal), Agulha Revista de Cultura, Revista Acróbata (Brasil), Blanco Móvil (México), Nueva York Poetry, La otra (México), AErea (Chile y España), EntreTmas (Nueva Yoork) y Aleph (Colombia). Es una colaboradora asidua de las publicaciones de la Universidade Estadual do Oeste do Paraná – UNIOESTE y del programa de radio Pegando la Hebra, dirigido por María Vicenta Porcar Pedro (Valencia-España) donde colabora con el aparte Palabra de Poeta y además tiene un espacio llamado Poliedros; dedicado a entrevistas y a la presentación de libros.
Algunos de sus poemas han sido traducidos al francés, portugués, rumano, griego, italiano e inglés.
[1] https://cambiocolombia.com/cultura/leon-valencia-la-novela-de-una-vida-y-una-vida-de-novela
[2] https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/leon-valencia-habla-sobre-su-novela-la-vida-infausta-del-negro-apolinar-noticias-hoy/
[3] Recuérdese que el barco negrero eran los barcos de la infamia donde los españoles, franceses e ingleses traían a los negros para venderlos como esclavos en el continente americano. Se cree que en poco más de tres siglos habrían llegado a este continente aproximadamente entre unos 8 a 12.5 millones de personas en esa trata perversa y denigrante que fue la Trata de Esclavos y que ha dejado una herida muy difícil de cerrar.
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