sábado, 15 de septiembre de 2007

MARGUERITE YOURCENAR (ensayo)

MARGUERITE YOURCENAR (1903-1987)

Esta incomparable mujer, una de las más grandes intelectuales del siglo XX, marcó un hito en la historia de la literatura. Además fue la primera mujer en ser elegida miembro de la Academia Francesa. Ganadora de innumerables premios literarios, entre ellos el Premio Fémina.
Su padre, un verdadero librepensador, formado en la más rancia aristocracia del siglo XIX y bajo la tutela de preceptores privados, educa personalmente a su hija, quien a los 16 años valida el bachillerato, sin haber pasado nunca por una escuela, ni pública ni privada. Desde pequeña le infunde el amor por las lenguas antiguas y modernas. Es así como Marguerite Yourcenar aprende el griego antiguo y moderno, el latín, el inglés y el italiano, además del francés, su lengua materna. Fue considerada una de las más grandes helenistas de su tiempo. Su padre le enseñará también el amor por los viajes y por las culturas foráneas, hasta el punto que cuando observaba en su hija un apego especial por una ciudad o un país determinado, empacaba maletas y emprendía con ella un rumbo diferente. De esta trashumancia, Marguerite Yourcenar repetirá hasta el cansancio la frase preferida de su padre: "Sólo se está bien en otra parte". Más que su padre, fue su mentor, amigo y guía. A su muerte le legó su enorme biblioteca y una fuerte fortuna, que le permitiría vivir holgadamente por espacio de varios años.
A los l6 años escribe y publica su primer poema, cuyo tema era la leyenda de Icaro. A los 26 publica su primera novela: "Alexis o el Tratado del Inútil", donde comienza a bucear, a indagar, a reflexionar sobre un tema que siempre sería una constante en su narrativa y en su poesía: la homosexualidad. Tema tabú para comienzos del siglo XX, y arduo aún para muchas mentes conservadoras de nuestro tiempo. Su traducción de Virginia Woolf y de Cavafis, es una respuesta a esa búsqueda que se impone desde su juventud. Más tarde, y siempre fiel a la traducción y a la difusión literaria y cultural, dará a conocer en Francia los cantos espirituales de los descendientes de los esclavos de los Estados Unidos.
En la Segunda Guerra Mundial escribe "El Tiro de Gracia", texto narrado por su protagonista en primera persona, veinte años después de terminada la guerra. En él nos muestra una visión bastante particular de Los Balcanes, del amor, de la guerra, del ménage à trois. Esta obra es antes que nada una reflexión ontológica sobre las pasiones (léase miserias y grandezas del ser humano).
Terminada la guerra M. Yourcenar se encuentra sin dinero, por lo que emigra a Estados Unidos, haciéndose incluso ciudadana norteamericana, allí vive y comparte el resto de su vida con Grace Frick. Comienza a escribir "Memorias de Adriano", un tema que la había obsesionado desde los 20 años, y cuyo manuscrito había sido escrito y reescrito varias veces, destruyendo siempre las copias anteriores. Para 1949 sólo quedaba un pequeño fragmento de todo el material que había acumulado en todo ese tiempo. "Memorias de Adriano" narra la vida de uno de los más importantes emperadores romanos, protector de las artes, de las letras y de los esclavos y amante de los efebos, como cualquier romano de su época. Este libro, más que una lectura, es un regalo al espíritu humano, contiene sentencias de profunda sabiduría y conocimiento del alma (cuando digo alma, no me refiero al concepto judeocristiano, sino a la esencia misma del ser humano).
"Memorias de Adriano" es, sin lugar a dudas, su obra más conocida en Colombia, y aunque para muchos es su obra maestra, yo me inclino por Opus Nigrum. Novela menos conocida, menos divulgada, pero de una belleza estética inconmensurable. El libro narra la vida de Zenón, un monje que está a caballo entre el Medioevo y el Renacimiento; y como muchos de los hombres sabios de su época, Marguerite Yourcenar lo concibe como un hombre total, lo convierte en médico, en alquimista, en pensador, en transgresor, en viajero y por supuesto en un hombre perseguido por la Iglesia. Sus perseguidores, a pesar de estar viviendo en el siglo XVI, aún están anclados en el siglo XIII o XIV. Zenón será el personaje preferido de Marguerite Yourcenar, hasta el punto que en el ocaso de su vida afirmará que en el momento de su muerte él será su médico de cabecera. Este enigmático personaje, posee las características de Leonardo Da Vinci o de Paracelso, entre otros. Zenón, a diferencia de Adriano no ostenta ningún poder, es un ser más bien marginal, hereje y aventurero. En esta última característica estaría reflejada la M. Yourcenar, viajera e inquieta por otras culturas y por otros tiempos. No hay que olvidar que antes de escritora, se consideraba a si misma como historiadora. Zenón, al igual que su creadora, no cae en ninguna ortodoxia y al igual que el padre de Yourcenar, es un libre pensador, posición intelectual inconcebible en el siglo XVI.
Ahora bien, uno podría preguntarse porque M. Yourcenar prefirió ahondar en la historia del pensamiento humano, antes que escribir sobre su propia vida, a lo cual ella respondió en una entrevista: "El público que busca confidencias personales en los libros de un escritor determinado, es un público que no sabe leer". Esta búsqueda de otras culturas, la llevó a escribir un ensayo sobre Mishima y un libro de cuentos orientales, donde rescata el gran valor de la tradición oral. "Los Cuentos Orientales" podrían hacer parte de "Las Mil y un Noches"; poseen la magia y el encanto de ese mundo desconocido y mágico que es el desierto; al mismo tiempo que nos acerca a la cultura de los pueblos transhumantes.
Pero si aún nos queda un rescoldo de duda sobre la importancia y trascendencia de M. Yourcenar, no habría sino que pensar en su gran aporte desde el punto de vista estilístico. Obras como "El tiro de Gracia", por ejemplo, son narradas en primera persona, en este caso por su protagonista. Esta técnica narrativa, por la que siente especial aprecio, elimina el punto de vista del autor y por lo tanto su discurso se hace más objetivo, más universal. En el prefacio a esta obra, la autora escribe: "La narración es en primera persona y puesta en boca del principal personaje; procedimiento al que a menudo he recurrido, puesto que elimina del libro el punto de vista del autor, al menos, sus comentarios y permite mostrar a un ser humano haciéndole frente a la vida y esforzándose más o menos honradamente por explicarla, así como, en primer lugar por recordarla".
No obstante habría que recordar que dicha técnica narrativa ya había sido abordada por André Gide, por quien M. Yourcenar sentía un especial aprecio. La diferencia con Gide radica en la suprema maestría que imprime Yourcenar a sus textos. En su narración se observa, a la vez, la crueldad que todo ser humano lleva en lo mas profundo de su ser y la búsqueda del absoluto, muchas veces a través de la sexualidad....

Rebeca (cuento)


Prólogo

Hola Pablo. Te llamo para decirte que el cuerpo de Rebeca apareció en una de las riberas del Río Negro, varios kilómetros más abajo del lugar donde había acampado. Fue difícil reconocerla, el cadáver había empezado a descomponerse, llevaba en su cuello un collar hecho de flores. Lo encontró un campesino que vivía cerca; estaba atrapado en unos árboles que habían caído la noche anterior durante una tormenta. De no ser así, creo que nunca hubiese aparecido. La misa está prevista para esta tarde a las 3 p.m., en la María Magdalena, te lo digo por si quieres asistir. Sé cuan importante fue para ti.

Pablo

Cuando supe que Rebeca había desaparecido, que hacía varios días que no daba señales de vida y que habían encontrado la carpa donde solía acampar cuando quería alejarse un poco del mundo y tomar aire, “-cargarse de nuevas energías”, como solía decir; imaginé este desenlace. No sé porque pensé en la Ofelia de Millais, ese cuadro prerrafaelista, que muestra una mujer de inconmensurable belleza, flotando en las aguas. Ahora veo que no estaba equivocado. Murió como la amada de Hamlet, a la que él mismo había rechazado. La conocí en la casa de unos amigos, una de esas rumbas un poco descabelladas, donde había de todo. Casi todos mis amigos estaban en pareja. Ella y yo habíamos llegado solos. Esa noche me diría que hacía un tiempo largo que no salía con nadie. Aunque luego comprendería que un tiempo largo para ella podían ser tres horas, tres días, tres meses o tres años. No tenía mucha concepción del tiempo, podía dormir 30 horas seguidas, sin despertar, o pasarse otras tantas en una fiesta que terminaba ella sola en cualquier bar de la ciudad, en su apartamento o en uno de los cuchitriles desconocidos para los demás. Al principio ni siquiera me miró, le he debido parecer bastante insignificante. Se tomó la palabra, hablaba de política -más que hablar despotricaba contra el gobierno de turno- o de la última película que había visto, o del artículo que había leído horas antes. Pasaba de un tema a otro a la velocidad de la luz. Oírla hablar, era enfrentarse a una mente lúcida, brillante, contestaria, rebelde y también alucinante. Éramos pocos los que teníamos el coraje de interrumpirla o de contradecirla.

Era la primera vez que yo la veía, por lo que su lenguaje provocador no me intimidaba, tal vez fue por eso que la interrumpí un par de veces y le hice saber que si bien su razonamiento me parecía muy bien expresado, yo no estaba de acuerdo con lo que planteaba. No estoy muy seguro con respecto a qué yo no estaba de acuerdo con ella. El hecho es que de invisible pasé a ser el único receptor al que ella aparentemente se dirigía. Tenía una cierta manera de ignorar a los otros, como si simplemente no existiesen. Su monólogo terminó siendo un diálogo entre los dos, en el que cada uno buscaba un argumento mejor. Como si se tratase de un justa, alguien debía perder y el otro ganar. Supongo que el ser retada por alguien que no conocía, ni del que había oído hablar nunca, le clavó una espina en el cuerpo que tenía que sacarse a como diera lugar. Por mi parte me divertía con el juego inesperado. Los otros, cansados de estar por fuera de una conversación que saltaba de un tema a otro continuamente y que no siempre podían seguir, se dedicaron a bailar o amarse, sin importar demasiado que todos estuviésemos en el mismo lugar. No pasaría mucho rato sin que nosotros hiciésemos lo mismo. Terminamos tirados en el piso besándonos y manoseándonos, con ese frenesí que dan las primeras caricias de dos personas que están por convertirse en amantes, pero que hacía pocas horas ignoraban todo el uno del otro.

Amanecimos en su cama. Después de dos días de estar encerrados en su habitación y de no tener ni siquiera un pantaloncillo limpio a la mano, decidimos que lo mejor era que yo me trasladase a vivir a su apartamento. Le gustaban los extremos, el albur, lo inesperado. Esa era su droga, su cocaína, el gusto por lo desconocido; para eso vivía. No en vano practicaba deportes de alto riesgo. Fue una de las pioneras del torrentismo, del rafting y del canotaje en este país. Por eso le gustaba acampar cerca al río, sobre todo en los alrededores de los cauces más violentos. Era pura adrenalina. Pero de igual forma podía entrar en períodos de angustia que la llevaban a cerrar puertas y ventanas, postigos que no existían y puentes imaginarios, como si su apartamento fuese sitiado por un ejército invencible. Pasaba de la euforia a la melancolía, como otros se cambian un par de zapatos. Esa inestabilidad emocional había sido la causa principal por la que no hubiese terminado nunca una de las tantas carreras que quiso estudiar. Antropología y sociología en París, historia en España, arqueología en Londres, arte dramático en Nueva York. En Ámsterdam se había inscrito en un curso para aprender a tallar diamantes... Fuera del español, hablaba francés, inglés, alemán y decía que chapuceaba el árabe, vaya a saber porqué. A lo mejor vivió algún tiempo con un argelino o con un tunecino o con un marroquí. Lo supongo porque a veces hacía alusiones al Magrebh, como si lo conociera de cerca. Otras veces recitaba versos en japonés. Luego supe que en San Agustín, en un hotel barato, especial para estudiantes extranjeros, una especie de torre de babel del siglo XX, había conocido a un poeta nipón, que recorría Colombia con un morral a la espalda. Rebeca podía decir que había tenido muchos amantes, pero ninguno podía decir que ella había sido su amante. Ella los elegía y ella los desechaba, como George Sand. De todas formas al lado de Rebeca uno podía estar seguro de todo y de nada. Podía ser una brújula con las agujas bien dirigidas hacia el norte, como un remolino que arrastraba todo lo que encontraba a su paso a un caudal de agua infernal.

Ella era el comienzo y el fin. La creación y la destrucción. La armonía y el caos. Rebeca era el compendio de Brahma, Vishnú y Shiva. Un enigma permanente. En la noche, después de dejar la oficina y llegar a su casa, podía encontrar una mesa adornada con un mantel de lino, una vajilla de Sèvres, no una que hubiese sido comprada en Sèvres-Babylone, sino una auténtica o una de Limoges; cubiertos y copas de plata, una botella de Dom Pérignon fría o una Veuve Clicquot, acompañada de caviar Osciètre de Irán o un Beluga de Azerbaijan o una “langouste à l’armoricaine” o todo al mismo tiempo; aún así se lamentaba de no encontrar un homard para prepararlo, -eso sí español, son los mejores -decía enfáticamente-. Hubiese podido decir un bogavante, pero no para ella era un homard. –Je l’aurais fait grillé, accompagné d’une sauce mayonaise maison -agregaba-. Adornaba la mesa con un par de velas. En la sala ponía luces discretas y música de Loorena Mckennitt, como fondo al “souper d’amoureux” que había preparado.

O bien podía encontrar el apartamento patas arriba. La ropa del closet regada por todas partes, la cocina sucia, la nevera vacía, la cama sin tender y ella sin haberse bañado siquiera. Podía recibirme con la mejor de sus sonrisas, como con una palabra convertida en dardo envenenado. La vida a su lado me llevaba de un vértigo a otro. Vivir con ella era igual que subirse a una montaña rusa o descender por un tobogán infinito. Era como estar de pasajero en un cohete dirigido por un capitán que busca descubrir galaxias desconocidas, pero que a cada momento cambia de rumbo. Una aventura permanente, pero también un delirio, una locura, un desatino. El desvarío total y absoluto. Por eso la abandoné y por eso la amaba.
Rebeca
Me han metido en esta caja, donde es imposible moverse; como si no supieran que detesto estar inmóvil. Puedo estar encerrada, más no quieta. Me han puesto cerca al altar. Siento el olor a incienso, a cirios y a las flores que deben haber enviado a mi familia. Como si así fueran a menguar el dolor de mi madre, cuando en realidad lo hacen para quedar bien entre ellos mismos. Sé muy bien lo que piensa cada uno. –En el fondo no se ha perdido nada. Se fue como vivió, en un permanente sobresalto, así está mejor -dirían-. Lo que no saben, es que viví cada día como si fuese el último y no me arrepiento de haberlo hecho. Amé y fui amada tantas veces como lo quise, como me lo permití, y me lo permití siempre. ¿Porqué tener ataduras? Una noche, Pablo quiso saber con cuantos hombres me había acostado, no pude responderle; habría sido más fácil hacerlo si la pregunta hubiese sido con cuantas nacionalidades había visto amaneceres. Recuerdo que en una fiesta escuché a alguien decir que se había casado con el novio de toda la vida y que había llegado virgen al matrimonio. Lo que para ella era un orgullo, para mí era un absurdo. No le dije nada, pero sonreí para mis adentros, pensé que a los treinta años yo ya había perdido la cuenta de los hombres que habían pasado por mi cama, sin contar las ajenas. Fue la llegada de Pablo la que estabilizó mi cama. Lo amé con la piel, con la mente, con el alma. Supongo que él también me amó; de no ser así no me habría podido soportar ni un día. Lo que no entendió es que mi adrenalina no alcanzaba para los dos. Yo necesitaba vivir en una permanente aventura. Necesitaba que él me cuestionase mañana, tarde y noche. Solemos creer que la vida es muy larga, cuando en realidad es efímera como la de una mariposa. ¿Alguna vez han leído sobre la vida de las monarcas? Recorren cerca de 4000 km, pasan de la hibernación al calor de la primavera y del verano. En su estado de orugas cambian hasta cinco veces de piel antes de tejer el capullo que dará paso a la mariposa. Ellas saben lo que es el cambio, la transformación y por supuesto el peligro. Están preparadas para enfrentarlo, para ello cuentan con la ayuda de las asclepias, a las que a su vez ayudan a polinizar. Palabras más palabras menos es lo que yo traté de hacer siempre. Pero en un mundo donde los cambios no son bien recibidos yo no podía encajar. Le envié señales a Pablo, todas las que me fue posible. Pero él no hizo mucho esfuerzo por entenderlas. Terminó por irse de casa. La vida se me hizo cada más insoportable, la soledad me carcomía los huesos y mi cama estaba vacía. Entendí porque Alfonsina Storni se entregó al mar y porque Virginia Woolf se llenó de guijarros los bolsillos de su bata, antes de entrar al río. Al igual que ellas, yo había intuido que el agua era fiel y solidaria, que una vez entregaba su amor, era para siempre. Por eso acampaba cada vez más cerca a sus cauces. El descenso por sus rápidos me proporcionaba lo que la gente me negaba, a lo mejor yo estaba impregnada de la misma sustancia que las asclepias. Me aprendí de memoria todos sus recovecos, lo amé y él me amó. Me entregué a él en un ritual hermoso. Al igual que Ofelia adorné mi cuello con pensamientos y amapolas y dejé caer al río nomeolvides, lirios y margaritas; su aroma hizo cantar al río una canción de amor. Al igual que las monarcas con las plantas, el río y yo nos fusionamos en un largo abrazo para convertirnos en un solo cuerpo. Sé que mi madre lo entiende, siempre ha estado de mi parte. Lo demás no cuenta, ni siquiera Pablo. Van a enterrar mi cadáver, pero mi cuerpo se quedó en los brazos del río. En su nicho encontré la paz que me fue siempre tan esquiva. Ellos no lo saben, ni tienen porque saberlo. Por fin soy feliz.

viernes, 7 de septiembre de 2007

LAS BRUJAS EN LA HISTORIA DE OCCIDENTE (ensayo)

LAS BRUJAS EN LA HISTORIA DE OCCIDENTE

El próximo 31 de octubre se celebra el día de las brujas, una conmemoración que ha sido importada de Estados Unidos, pero que ya hace parte de las fiestas importantes de nuestros niños y niñas, pero pocas veces nos detenemos a pensar en quienes han sido verdaderamente esos personajes y cual ha sido el rol que han desempeñado a todo lo largo de la historia. Por otra parte la bruja, como personaje histórico y literario, me ha llamado siempre poderosamente la atención; es por ello que el presente artículo hace una breve reseña de esa mágica figura por la que a veces sentimos miedo o atracción.

La bruja o hechicera es un personaje legendario, se remonta incluso a la época de los faraones griegos. En el libro “Las Sociedades Secretas”, de Peter Gitlitz, se menciona un papiro encontrado en una de las pirámides, donde se puede observar al faraón Ramsés III con punciones en diversas partes del cuerpo, exactamente donde el faraón decía sentir dolencias. Según el papiro ésto habría sucedido en el año 1.100 a. de J.C.

En la Grecia antigua también se practicaba el oficio de la brujería. Los autores clásicos hacen alusión a ellas y a sus pócimas mágicas. Teócrito nos habla de ellas en su obra “Idilios” Y Horacio hace referencia a una mujer de nombre Canidia, cuyo oficio era la preparación de perfumes y de bebedizos para rendir culto a Príapo, el dios del sexo.

Pero las brujas de la antigüedad estaban muy lejos de ser consideradas como los seres maléficos del medioevo. En el mundo antiguo, como ocurre aún hoy en día en los llamados “pueblos naturales”, no se hacía una clara distinción entre magia y religión. La preparación de bebedizos y el ejercicio de la magia estaban reservados a personas que gozaban de gran prestigio dentro de la comunidad. Por otra parte sólo podía trabajar en el oficio la persona que hubiese cumplido con largos y penosos años de aprendizaje.

La persecución de las brujas sólo se inició en el siglo XIV. En realidad las mujeres que serían posteriormente perseguidas, torturadas y asesinadas en la hoguera o ahogadas en los ríos, eran sacerdotisas al servicio de diosas de antiguas religiones precristianas, religiones en su gran mayoría de origen panteísta. Su gran crimen fue seguir profesando las creencias de sus antepasados, en una época donde el cristianismo luchaba por asegurar su dominio como única religión monoteísta en territorio europeo.

En la Alta Edad Media, las brujas eran aquellas mujeres campesinas que conocían muy bien su entorno, sabían que plantas eran benéficas para las diversas enfermedades que aquejaban a su familia y comunidad. Pero por este conocimiento, que además era un oficio ejercido por los judíos (a quienes sólo se les permitía ejercer los oficios concernientes a la medicina, al comercio y a la de prestamistas), serían perseguidas implacablemente por la Santa Inquisición. El manejo de las pócimas curativas, es decir las primeras nociones científicas, no podían ser del dominio femenino. A las brujas se las comenzó a quemar, supuestamente, por herejes, pero la razón verdadera era por ser amantes del conocimiento. No solamente se les quemaba, sino que se les sometía a torturas y vejámenes sin límites; para lo cual se desarrollaron aparatos de una alta sofisticación como la Dama de Nuremberg. Pero de todas las torturas la peor era la psicológica, la persecución que se les infligía llegaba a límites tan insoportables que sucumbían rápidamente en la histeria colectiva, lo que agravaba aún más su situación, puesto que sus torturadores podían aludir que estaban poseídas por el diablo. En Alemania, por ejemplo, la caza de brujas llegó a cotas tan altas, que en muchos poblados se quedaron sin mujeres. Solo en Bamberg, la cacería condujo al asesinato de 600 personas, la mayoría de ellas mujeres, incluyendo a las niñas y algunas veces a los hombres; por otra parte hay que tener en cuenta que los poblados rara vez superaban los 2000 o 3000 habitantes. Pero el juicio más famoso lo es sin duda la cacería de brujas emprendida en Salem (Estados Unidos), en el invierno de 1.602; y llevada magistralmente a las tablas por el dramaturgo Arthur Miller. Las acusadas, al menos en un principio, pertenecían a las clases menos favorecidas, la primera en ser acusada fue una esclava llamada Tituba, que además carecía de cualquier derecho otorgado a los habitantes del pueblo. Le siguieron una pobre mendiga, y una mujer que convivía en unión libre con un funcionario. Estas mujeres eran consideradas como una mancha para la comunidad puritana de su tiempo, se salían de los convencionalismos exigidos por la época, por lo tanto no encajaban dentro de su comunidad. La cacería sólo paró cuando llegó a las capas más importantes de la sociedad, 18 meses después de haberse iniciado. Había dejado 19 muertes, entre ellas la de un hombre. Frente a las muertes de Europa, especialmente Alemania, esta cifra parece ridícula, no obstante dejó una herida profunda en la sociedad norteamericana; y si Arthur Miller no hubiera exorcizado ese dolor, es muy posible que la herida nunca hubiese cerrado del todo. Se cree que la razón verdadera que motivó todo el juicio, era una disputa concerniente a la posesión de tierras.

¿Pero quiénes eran en realidad estas mujeres llamadas brujas? Después de la persecución emprendida por la Santa Inquisición, a las brujas se les ha identificado siempre con el mal, con las fuerzas ocultas y con el culto a Satanás. La cacería de brujas corresponde a la represión religiosa y sexual, ésta última derivada de un fuerte sentimiento de misoginia, que ha caracterizado la tradición judeocristiana. La represión si bien había comenzado desde el siglo XIV no es sino hasta el año de 1.560 cuando se pondrá en marcha la gran maquinaria de horror e ignominia en contra de las mujeres conocidas como brujas. Dicha persecución obedecerá a oscuros sentimientos de poder político y ambición económica. Por supuesto que había una creencia generalizada en cuanto a la existencia de la hechicería se refiere, hechicería que era mal comprendida, puesto que las mujeres que la practicaban eran generalmente curanderas y parteras; que por su mismo oficio, como se anotaba anteriormente, conocían muy bien su entorno natural, algo que podía parecer insólito para el escaso o nulo conocimiento científico de su tiempo. Cuando la cacería se desató, cualquier acontecimiento que supuestamente se saliera de lo normal, era considerado de origen satánico: Una enfermedad, la muerte de un ser querido o de un animal, una sequía o una inundación... Si una mujer auxiliaba a alguien con hambre y éste moría poco tiempo después, la mujer en cuestión podía ser acusada de poseer poderes maléficos. Es de suponer que estas creencias que simplemente correspondían a la ignorancia que se tenían sobre la ciencia o sobre las fuerzas naturales, contribuyeron al ejercicio de venganzas personales. Pero también “cazar” brujas otorgaba poder político dentro de la comunidad a la que se pertenecía, puesto que el “cazador” ganaba “respeto”, un respeto que como es fácil suponerlo era más bien derivado del temor a ser también acusado de prácticas de hechicería. El oficio de “cazador” llegó a ser verdaderamente lucrativo desde todo punto de vista, ésto incluía la edición de manuales que enseñaban como combatir la brujería. El más famoso de todos fue el Malleus Malificarum. En Francia, el juez que mandase a la hoguera o a la horca a cierto número de brujas, adquiría prestigio dentro de su profesión y en el seno de la sociedad de su tiempo.
Los hombres que también cayeron dentro de esta ignominia, generalmente habían sufrido en carne propia la persecución de sus hijas, sus esposas, hermanas o madres; es decir habían caído en desgracia ante su comunidad. Se estima que entre 1.560 y 1.760 murieron asesinadas en territorio europeo más de 100.000 "Brujas". Para entonces cualquier rescoldo de religiones paganas había sido sofocado por las Iglesias Católica y Protestante. Pero lo que es verdaderamente insólito es que en el ocaso del siglo XX las comunidades campesinas europeas aún seguían perpetuando imaginarios que supuestamente habrían desaparecido. Me refiero a la condena a la hoguera de la cual fue víctima Estaricha Yokanovich, una mujer serbia de 71 años, quien fuera golpeada con un hacha por su yerno y nieta para evitar que huyera de la hoguera donde finalmente moriría. Estaricha había sido víctima del mandato empleado por la Inquisición siglos atrás: “No dejes con vida a la hechicera”. Y si bien este relato pareciese haber ocurrido en el siglo XVI, fue tan solo en el año de 1995 cuando la intolerancia e ignorancia revivieron una vez más los horrores de esta macabra Institución.

El tristísimo y... (cuento)

El tristísimo y sonadísimo ocaso de una seudodiva criolla o las tribulaciones de una niña bien destinada a convertirse en dama de la lata sociedad

Hace rato llegué al quinto piso, cada vez me acerco más al sexto. Lo hago con desgana, más que desgana habría que decir que me produce terror. Nunca me ha gustado la vejez. Mi vida ha estado dedicada al culto de la belleza y de la juventud. Hubiera querido ser una aprendiz de Nicolás Flamel, el alquimista, para que me enseñara la transmutación del mercurio en oro y la manipulación de la piedra filosofal. O hubiese seguido, sin dudarlo ni un minuto, a Juan Ponce de León, el conquistador español que recorrió la Florida en el siglo XVI, en busca de la fuente de la eterna juventud. Y si me hubiese encontrado a Uraquimataro, le habría impedido que abriese el cofre que le había dado el dragón. Yo había visto en sueños al pájaro que estaba en su interior, por lo que conocía el secreto que él guardaba. Si Uraquimataro abría el cofre, el pájaro se escapaba y con él el don anhelado de no envejecer nunca. Al compartir mi secreto con Uraquimataro yo habría podido compartir ese privilegio, el dragón me lo había dicho en otro sueño. Por eso dentro de mis lecturas predilectas están El Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde y el Orlando, de Virginia Woolf. Hace algunos años hubiera negociado mi alma con el diablo, a cambio hubiese pedido un porrón de agua de la fuente sagrada. Pero se la vendí a un diablo sin cuernos y sin cola, pero con unas garras de aquí a Cafarnaum. Se la vendí al capo dei capi, cuasi iletrado y de baja estofa, que se tomó este país hace más de veinte años. Y como cualquier candinga, me engañó, no me concedió nada. En vez de otorgarme la belleza eterna, me quitó los ojos. Me pasó lo mismo que a Yocasta, me acosté con el hombre equivocado, ella pagó con su vida y Edipo se arrancó los ojos. En el caso nuestro, fue él quien encontró una trágica muerte y soy yo quien está perdiendo la visión. Me estoy quedando ciega, ese es el obsequio que recibí como pago a mi compañía.

Pero es mejor comenzar por el principio. Nací para ser amada, venerada. Mi belleza ya es una leyenda en este país; soy la Marinlyn Monroe criolla. A diferencia de ella soy políglota, me gusta la poesía, estoy enterada de los movimientos bursátiles y vengo de una familia burguesa. Asistí a uno de los tres mejores colegios de este país y a uno de los 10 mejores del continente latinoamericano. Soy educada, delicada, conozco el glamour como la palma de mi mano y me vistieron las mejores casas de costura francesas e italianas. Como no estaba contenta con mi nariz, un leve defecto de producción, me hice corregir esos milímetros de más que afeaban mi rostro. Pero como siempre, aquí creen que saben mucho, cuando en realidad lo ignoran todo. El cirujano plástico, si es que puede llamársele así al tegua que me operó, lo que hizo fue dejarme la nariz peor de lo que era. Por fortuna conocía al brasilero que había operado a las grandes estrellas de Hollywood; así que él corrigió lo que el medicucho en cuestión había terminado de averiar.

De ahí a saltar a la pantalla chica no había sino un paso. Desde pequeña me moví en los círculos sociales más exigentes de la capital. Con mi don de gentes, mis conocimientos y mi belleza tenía el cielo a mis pies. Aunque debiera decir a mis piernas. Me convertí en la imagen de una reconocida marca de medias de nylon y todos los días, en los horarios de más alta sintonía, millones de compatriotas soñaban conmigo. Marlene Dietrich había asegurado sus piernas por un millón de dólares, de haberlo querido yo las habría asegurado por cinco. De todas formas lo que he debido asegurar no eran las piernas sino los ojos. Me estoy quedando ciega, ya se los había dicho. Pero pareciera que nadie comprendiese mi tragedia. Los periódicos y la televisión hablan de ello. En estos últimos días he hecho correr ríos de tinta, sólo equiparables al río Amarillo, al Ganges -cuando se sale de su cauce- o al Amazonas. Cuando debieran hacer una teletón para poder pagar la operación. Y no es broma lo que digo, harto que les hice ganar hace más de veinte años, me lo deben, no me cabe la menor duda.

Me convertí de la noche a la mañana en la presentadora de un noticiero. De tener un bajo rating y de pasar por dificultades económicas, el noticiero pasó a batir records de audiencia en pocas semanas y eso durante todo el tiempo que me tuvo como imagen. Y por supuesto que lo salvé de la bancarrota, si lo sabré yo. Fue entonces cuando los hombres de este país, sin distinciones de clase, comenzaron a soñar conmigo. Los escotes pronunciados que me ponía cada noche, les cortaban el aliento, preferían mirar el noticiero solos, sin que sus esposas los acompañaran, vaya uno a saber porqué. El hecho es que muchas de ellas, ya no eran “molestadas en la noche”, a otras la situación les llegaba de maravillas, sobre todo si debían cumplir doble jornada, después de haberse visto con el tinieblo de turno en cualquier apartamento prestado por una amiga chévere. Pero para algunas, no tan pasivas, en el caso de las primeras, ni tan permisivas, en el caso de las segundas; en otras palabras, para las que de verdad lo disfrutaban en su propia cama, me les convertí en un problema. Yo era la amante etérea de sus mariditos. Si bien algunas se hubiesen contentado con el orgasmotrón que se inventó Woody Allen para una de sus películas, éste nunca llegó a los supermercados. Y para colmo de males en esa época las boutiques de objetos calientes aún no habían hecho su aparición en la carrera 13. Tampoco se acostumbraban las tardes de té entre amigas, en el que se rifan los favores de un mancebo bien dotado, al que previamente se ha contratado con el fin de amenizar las tardes con una danza más que sensual. La costumbre de hacer el amor por internet aún no se vislumbraba y a pocas personas se les ocurría hacerlo por teléfono. La moda vendría después, yo fui una de las pioneras.

Entre tanto, de ser la modelo de medias para dama, pasé a modelo de toallas íntimas, como se les llama ahora. Un nombre más discreto, más púdico; léase decoroso e incluso casto. Los pocos hombres que aún no habían “craqués”, cayeron rendidos al piso. Besaban las huellas que dejaba a mi paso. A esas alturas, mis hombres iban desde políticos -senadores y alguno que otro futuro, presente o pasado presidente- hasta banqueros, joyeros, industriales, periodistas y alguno que otro intelectual o artista. Me convertí en la barbie de lujo, en una cortesana criolla del siglo XX, en la mujer que sirve para hacer ostentación de autoridad, de dinero y con la que se despierta envidia en los demás. Ellos me utilizaban y yo los utilizaba. El comercio, y por supuesto las ganancias, era recíproco. En otras palabras yo estaba detrás del poder. Aprendí a amarlo, tanto como a mi cuerpo. Entendí que no debía tener hijos, en su ausencia radicaba mi belleza y mi poderío. En el colegio había leído Historias de amor de la historia de Francia, y había entendido que eran las mujeres las que tejían y destejían los hilos del dominio absoluto de un país o de un imperio. Pensé en la hetaira más famosa de la antigüedad. Aspasia, la amante de Pericles e inspiradora de guerras y de complots. El rapto de dos de sus pupilas habría sido la causa de la guerra del Peloponeso. Las súplicas de su marido le evitaron un juicio y la salvaron de una condena segura. Ella le enseñó el arte de la oratoria. También estaba Friné, cuya belleza fue inmortalizada en la soberbia escultura que le hizo Praxiteles, La Venus de Cnido. Cuando quisieron procesarla por la vida licenciosa que llevaba, no aceptó que la defendiesen. Simplemente se desvistió delante del tribunal dispuesto a condenarla. Entendieron que una belleza de esa magnitud tenía por fuerza que pertenecer a todos. Llegó a poseer una gran fortuna. Cuenta la leyenda que con su dinero reconstruyó las murallas de Tebas, la ciudad que la había visto nacer. Y por supuesto estaba una de las pupilas de Aspasia, Lais de Corinto, considerada una de las bellezas más grandes de todos los tiempos. Aún no había nacido Pauline, la hermana de Napoleón, conocida por ser bastante ligera de cascos. Lais enloqueció a más de un hombre de la Grecia antigua. Mirón, le ofreció toda su fortuna por una noche. Ella lo rechazó, pero no dudó en aceptar a Diógenes por unas pocas monedas. Le interesaba más alardear de haberse acostado con un filósofo que con un escultor. Todas estas mujeres tenían en común el gusto por el arte, la literatura, la filosofía, la política y por supuesto el amor por sus propios cuerpos. Ellas fueron las diosas que me enseñaron como sacar provecho de las artes amatorias.

Y cuando se ha tenido una educación de esa magnitud, se está en la obligación de perpetuarla. Las hetairas también recibían mujeres; así que yo no podía dejar atrás tan interesante costumbre. Por mis sábanas de seda roja pasaron los hombres más influyentes de la época, ya lo había dicho; y cuando la ocasión lo ameritaba iniciaba niñas recién egresadas de los colegios non plus ultra de la ciudad; algunas habían pasado por las pasarelas de Cartagena. Con ellas hablaba en inglés o en francés. Los hombres de aquí a duras penas hablan español. Las escogía cuidadosamente. Para lo cual tenía en cuenta su gusto artístico y su elegancia. Luego debían pasar por una conversación rigurosa en historia del arte y en literatura. Si clasificaban, pasaban a formar parte de mi círculo privado, con el cual me entretenía en las horas de la tarde. Las noches eran reservadas para los señores. No me gustaban las monas. Prefería las morenas por ser más ardientes. Y cuando ya estaban bien entrenadas, se las pasaba a uno que otro senador. ¡Les encantaba! A las unas y a los otros. Por eso me buscaban. Hubo una incluso que llegó a ser la preferida de un presidente y otra de un conde portugués con quien terminaría casándose. Y por supuesto que la primera en sacar provecho de la situación era yo. ¡Ni más faltaba! Con las más osadas hicimos algunas partouzes. Poco a poco me convertí en una madame. Me he debido quedar con ese oficio, hoy mi vida sería diferente. No hice caso a la historia de Lais. En su vejez y después de haber recibido a Platón en su “Jardín de elocuencia y arte de amor”, no como amante sino para que le mostrase los caminos de la filosofía, terminó vendiéndose en las calles por un pedazo de pan rancio o por una copa de vino; comenzó a rendirle más culto a Dyniosios que a Afrodita. La diosa no dudó en castigarla, perdió toda su fortuna y su cuerpo se secó como la arena del desierto.

Pero la ambición rompe el saco. Son expresiones populares que no siempre tenemos en cuenta. No supe retirarme a tiempo, ni rechazar las mieles que la vida me daba a manos llenas. Cuando estaba en la cima del poder y de la gloria, uno de mis influyentes amigos, integrante de una de las familias más importantes del país, presidenciable, para más datos, me presentó a quien sería el hombre de mi vida. Al principio creí que era una especie de rey Midas, todo lo que tocaba lo convertía en oro. Así que lo invité a compartir mi lecho, esperaba que sus largueros de madera se convirtieran en oro macizo. Era senador, y aunque mal hablado, como muchos de ellos, y de pésimo gusto para vestir, otro drama bastante generalizado entre mis compatriotas; yo creí que por fin haría algo grande con mi vida. A partir de ese momento me convertí en su sombra. Lo acompañaba a todas partes, con él, y con su compañero de fórmula, recorrí todo el país. Sólo que no era la fórmula 1, sino una más veloz y por lo tanto más peligrosa: la búsqueda de la silla dorada del palacio de gobierno. Esa no la podía transmutar en oro, había que ganarla. Así que todos los métodos fueron utilizados. Sin contemplaciones de ninguna índole. Sin pudor y sin remordimientos, me convertí en su cómplice. Quise apropiarme del paraíso y terminé recorriendo los nueve círculos del horror. Allí quedé atrapada para siempre, como un alma en pena. El rey Midas, no era sino un farsante, megalómano, mitómano y poseedor de la mente asesina más abyecta que se haya conocido hasta ahora. Lo comprendí muy tarde. Acabó con esta nación y en lo que a mí concierne me dejó sin nada. Para sobrevivir he debido dedicarme a las ventas por correspondencia. Las clases de glamour, que hubiese podido dictar a las jovencitas que se presentan cada año en sociedad, no funcionaron. Los hombres que me habían adorado, simplemente les dio amnesia y de la severa. Nadie se volvió a acordar de mi existencia. Hasta ahora que vuelvo del olvido a remover las cenizas que todo el mundo creía desperdigadas en los cuatro puntos cardinales. El pasado siempre regresa. La historia nos lo ha demostrado con creces. A veces lo solemos olvidar.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Entre el cielo y el infierno (cuento)


Primera voz

Pronto va a amanecer, oiré el gallo cantar y las viejas beatas se apresurarán para venir a escuchar la misa de 6. Será la última misa que yo oficie, aunque ellas todavía no lo saben. Hoy me bendicen, mañana me maldecirán. Sé que dentro de poco vendrán por mí. Saldré de la casa parroquial esposado y en un segundo tendré a todo el pueblo mirando mi salida al cadalso. Porque, ¿ qué es la prisión, sino un cadalso? Hay muchas formas de matar a un hombre. Y la prisión es una de ellas. Mata las esperanzas, destruye la dignidad, aniquila el futuro. Es la primera vez que lo pienso, tal vez porque ahora tengo la certeza de terminar en una celda maloliente, húmeda, rodeado de cucarachas, de ratas, de asesinos a sueldo, de malandrines sudorosos y mal hablados.

Soy un sacerdote. Mi lugar está en la iglesia, rodeado de fieles que esperan impacientes mis consejos, mi ayuda espiritual. No he tenido vida propia. Siempre pendiente de la gente. Siempre escuchando sus pecados, algunas veces tan blancos como un vestido de novia y otros oscuros como las profundidades de una caverna. Los seres humanos llevamos dentro el infierno y el paraíso. Pero no puedo decírselo a los fieles. Sería una herejía por la que tendría que pagar caro, aunque yo no crea en ello. Porque si hay una justicia estatal, hay una peor, la de la Iglesia. Creen que la Inquisición se ha acabado. Y es cierto. Siempre y cuando uno crea que la Inquisición es el potro de tortura o morir en una hoguera, entonces si, ya no existe. Lo que no se dice es que la tortura peor nunca ha dejado de existir, la psicológica. ¿Cómo exponerme a ser excomulgado? Sería el escarnio público y fuera de ser cura lo único que sé hacer es tajar carne. Lo aprendí de mi padre que compraba reses en pie para luego vender cada una de sus partes en la ciudad donde vivíamos, pero es un negocio que no me gusta. No sabría ganarme la vida por fuera de la parroquia. Sé muy bien que en el temor a Dios que le infundimos a la gente, está nuestro poder. Un poder absoluto, al que no deseo renunciar. Controlamos la vida de la gente. Confían en nosotros de manera absoluta y total. Nosotros les damos tranquilidad espiritual, a cambio nos dan sus vidas, a veces también nos dan sus bienes. Y yo no tengo porque ser la excepción. Solo he tomado lo que han querido darme, a cambio les he indicado el camino a seguir, el de la salvación eterna. Así que cuando alguna de mis feligreses ha querido confesarse en horas non sanctas, no me he negado. Ellas saben lo que hacen y yo también. Soy un sacerdote, conmigo no cabe la palabra compromiso. Estoy unido a Dios, es la única alianza posible para mí. Por eso no acepto que después vengan con chantajes emocionales, con llantos y con historias. Si ellas vienen por su propia voluntad, puesto que yo no las obligo, también deben tomar las medidas pertinentes, para evitar consecuencias no deseadas. Cuando eso sucede, me transformo, dejo de ser el cura apacible, bonachón y cualquier cosa puede suceder. Al día siguiente lo olvido, total el día que tomé los hábitos también tomé conciencia que era un elegido, y a los elegidos no nos pasa nada; estamos por encima del bien y del mal. Eso pensaba hasta esta noche, porque fué ella, cuando creía que ya no podía hacerme daño, que vino a decirme que vendrían por mí y que no había escapatoria posible.

Segunda voz

El día que lo busqué era porque me sentía sola. Varias veces me había pedido que le diera una mano con los papeles parroquiales, yo aceptaba a regañadientes. Poco a poco me convertí en su secretaria privada, le ayudaba en el despacho parroquial o lo acompañaba en su labor de catequesis. Me decía que mi presencia era necesaria y que los jóvenes se sentían más a gusto si yo estaba presente. En mi casa les gustaba que yo ayudara al cura, “es tan buena gente”, decían. Todos en el pueblo le prendían velas. No es un cura joven, pero tampoco es viejo, digamos que está en una edad interesante. Sin ser un apolo, no deja de ser buen mozo. ¿Quién dijo que los curas no son hombres? ¿Quién dijo que no los podemos mirar, como miramos las mujeres a los hombres que nos atraen? Porque el cura me atraía, no sé si era la cadencia de su voz, o la forma de caminar pausado, como si el mundo no fuera a acabarse jamás, o si era ese pelo negro e hirsuto en que mis manos clamaban hundirse. Su pelo y sus ojos me invitaban a un viaje. ¿Pero adónde? Fue la pregunta que me hice durante mucho tiempo. Creo que ya encontré la respuesta. Su pelo semeja una selva y las selvas se tragan a los extraños. Eso fue lo que me pasó. El me tragó, me absorbió sin que yo me diese mucha cuenta de ello.

Trabajamos un tiempo juntos, siempre bajo la mirada vigilante de Ifigenia, el ama de llaves de la casa cural. Me daba cuenta que ella no se sentía a gusto con mi presencia. Parecía un felino. Nunca la sentía llegar, cuando levantaba la cabeza del computador, la veía en el umbral de la puerta, observándome sin pestañear. ¿Qué me quería decir? ¿Que me fuera? ¿Que saliera volando y que no regresase nunca? Pero no se lo pregunté. Finalmente estaba allí porque había entendido que afuera no había nada, fuera de unas calles polvorientas y de un calor sofocante. Quedarme en casa era convertirme en la sirvienta de mis hermanos, sin que me diesen un peso además. Al menos el trabajo de secretaria me daba para la leche de mi hijo. Y estaba él, por supuesto. Y aunque Ifigenia no abandonaba nunca la casa, al menos cuando yo estaba presente, yo sabía que era cuestión de tiempo. Algún día se le presentaría algo ineludible y tendría que ausentarse. Yo fui quien le dio la noticia, su madre estaba agonizando, se la habían llevado al hospital de la ciudad. En el pueblo no pasábamos de tener un puesto de salud. Se tomaría los tres días que le correspondían por calamidad doméstica.

Primera voz
La sentí caminar por la casa cural, mover mis cosas, mirar, tocar, algo que detesto que hagan, ni siquiera Ifigenia puede hacerlo. Yo me quedé sentado al lado de la ventana. No habría podido impedírselo. Ni siquiera intenté acostarme. Por sus pasos apresurados y por el ruido que hacía en mi despacho, sabía que había venido para hacerme saber que mi vida de cura había llegado a su final y que pronto vendrían por mí. Hay actos que pueden dar marcha atrás, pero hay otros a los que quedamos encadenados por el resto de nuestras vidas e incluso aún más allá. Ella había sido mi secretaria. Al principio ni la miraba, su juventud no me atraía. Prefiero las mujeres maduras, con experiencia y con marido. Las viudas habían sido descartadas hacía tiempo, con ellas el rumbo que tomaba cada historia terminaba en el chantaje. Varias veces me ví en la cuerda floja. Además comprendí que el estatus de casada hace a las mujeres inmunes a la sensiblería. Pensar en un compromiso conmigo estaba de antemano descartado. Cuando alguna de ellas se confesaba en horas non sanctas, yo sabía que en realidad buscaba lo que la cama matrimonial le negaba. Y es que en este país de machos, el matrimonio es un biombo que a menudo esconde sus verdaderas inclinaciones sexuales. ¡Si lo sabré yo! Al fin y al cabo todos terminan en el confesionario. A otros, la droga y el alcohol les impide comportarse como los machos que fingen ser. Otros se la pasan de cama en cama y cuando llegan a la oficial, es sólo para dormir. En fin, el hecho es que nunca me había faltado la tibieza de un cuerpo que me ayudase a soportar la soledad. La Iglesia pretende que los curas estamos por encima de los placeres terrenales, pero la castidad no es una de las reglas que más se practican en nuestro seno, así se predique lo contrario. Y yo no soy la excepción. Así que sin buscarlo, al menos conscientemente, terminé enredándome en la tela de araña que se construía poco a poco a mi alrededor. Debería haber recordado que Atenea las detestaba.
Segunda voz

Tenía tres días libres, nadie me vigilaría. Estaría sola con él y por supuesto estaba dispuesta a no desperdiciar esa oportunidad. Yo sabía que le gustaba. A menudo lo pillaba mirándome de reojo, sobre todo cuando me ponía la minifalda negra y lo zapatos rojos de tacón alto. Era cuando sentía su olor de macho cabrío flotando a mi alrededor. Su olor quedaba impregnado en mi cuerpo y mis senos se erguían como si los hubiese rozado con sus dedos. Trabajar con él en el mismo despacho, era semejante a tener un acceso de fiebre. Sentía que cada parte de mi ser ardía y que el único alivio posible era poderme meter en las sábanas con él o en últimas sentarme a horcajadas en el escritorio. Ni siquiera me importaba que fuese en el despacho parroquial. Cualquier lugar podía servir para darle rienda suelta al deseo que se apoderaba de mí. Yo sabía que era el amor, o más que el amor, la pasión. Como muchas jóvenes de mi generación había sucumbido a los embates del noviecito de turno; el mismo que desapareció cuando quedé en embarazo. Eso me debería de haber curtido. Pero cuando las hormonas se alborotan, las experiencias quedan olvidadas en algún baúl secreto de nuestra memoria.

He debido tomar “precauciones”, como él me diría tiempo después. Pero la primera y única precaución ha debido de ser no involucrarme ni sentimental ni sexualmente con él. Pero esos razonamientos vienen después. Si uno los previese, ¡cuántas desgracias se podrían evitar! A veces la fatalidad hace parte de nuestro sino y alejarla es imposible. Esta vez era ella quien tocaba a mi puerta. No había escapatoria posible, pero yo aún no lo sabía. Cuando fui consciente de su llegada, la luz que guiaba mi camino se había trocado en una tiniebla tenebrosa. Terminé en un laberinto que no conocía y Dédalo no estaba allí para mostrarme la salida. Así que me pasó lo mismo que a las mujeres atenienses. Serví de comida para el monstruo, aunque yo aún no sabía que tiempo atrás se había tragado a una que otra mujer del pueblo. Nadie lo sabía. Nadie sospechaba que había un minotauro entre todos nosotros y para colmo de males escondido en la iglesia.

Primera voz
Hacía tiempo que no aceptaba viudas en mi vida y de pronto tenía una en mi propio despacho. No sólo había sido atrapado por la tela de araña, sino que su dueña pertenecía a la especie mas peligrosa: Latrodectus tredecimguttatus, más conocida como la viuda negra. Debí sospecharlo cuando al día siguiente de la partida de Ifigenia, llegó a trabajar con la minifalda que se ponía desde hacía algún tiempo, consciente del efecto que eso me producía. ¿A qué mujer se le ocurre ir a trabajar a un despacho parroquial con una minifalda negra y zapatos rojos de tacón alto? A ninguna supongo. Es más una vestimenta arrabalera, propia de las cantinas y de prostitutas, que de una secretaria que trabaja para un sacerdote. He debido de darle tres días libres. He debido decirle que regresara cuando Ifigenia estuviese de vuelta. Total no había nada importante que no pudiese aplazarse. No lo hice. Siempre dejamos de hacer las cosas más fundamentales, en los momentos de más vulnerabilidad. Supongo que en el fondo de mí mismo esperaba que eso sucediese.

Al día siguiente de la partida de Ifigenia, la vi llegar desde la ventana de mi cuarto. Atravesaba la plaza muy despacio, pero con paso seguro. Cuando llegó a la altura del flamboyán, se detuvo un momento y observé como arrancaba una de sus flores. La acercó a su cara y durante algunos segundos, que a mí me parecieron una eternidad, la acercó a su cara y la olió. Luego se arregló el pelo y el tallo de la flor se hundió en su cabellera. Luego prosiguió su marcha. Cuando ella entró al despacho, yo ya la estaba esperando. La vi entrar, como quien entra a un escenario sabiéndose la protagonista de la historia que se va a desarrollar. Sólo dijo: -¡Buenos días! Así, a secas, sin el Padre de todos los días; por lo que he debido ponerla de patitas en la calle. Pero quien ha jugado con fuego alguna vez, sabe el placer que se siente. No habría sino que preguntárselo a un pirómano. El fuego es purificador, pero también puede ser destructor. El hecho es que se me invitaba a una queimada y yo no tenía ninguna intención de rechazarla.
Segunda voz
Cuando dije ¡Buenos días!, sin el Padre, lo hice adrede. Él ni siquiera respondió. Me senté en su escritorio, muy cerca de él, crucé las piernas y comencé a balancearlas. Los zapatos parecían dos llamas y sus ojos los seguían, extasiados. Con la punta de uno de ellos, comencé a tocarle los ojos, las mejillas. Como si fuera un pincel, delineé el contorno de su boca y comencé a descender. Con mis manos deshice el peinado que venía de hacerme y olí nuevamente la flor que hacía pocos instantes había colocado en mi cabeza. A medida que mi pie descendía por su cuerpo, sentía como su respiración de animal en celo iba in crescendo. Con el tacón presionaba su pecho. Cuando ya había descendido lo suficiente para sentir debajo de mi pie como su sexo se abultaba, comencé a desabotonar mi camisa. Acaricié mis pechos y me deshice del brassier. Él no se movía, me dejaba hacer. Me acerqué lentamente y como antes lo había hecho con la flor, empecé a oler su cuello, su boca. Cuando mis labios tocaron los suyos, cualquier resistencia que hubiese podido tener, había quedado atrás. En la pared del fondo se reflejaba una sombra que seguía los movimientos de una danza tan antigua como la especie humana. Poco tiempo después, en el letargo del amor, pensaría que teníamos tres días para nosotros dos.
Primera voz
Los tres días se convirtieron en semanas. Yo sentía como Ifigenia resoplaba en la cocina. Pero yo sabía que no diría nada. El pacto de silencio que se había sellado entre nosotros hacía muchos años, nunca se había roto. Por eso estaba aquí, en la casa parroquial. Era el precio que yo debía pagar, aún si su presencia no siempre me agradara. Alguna que otra vez pensé en cambiar las reglas del juego, pero entonces la veía erigirse ante mí como si fuera un ave de mal agüero. Así que terminé por aceptar que mi vida estaba ligada a su silencio. Y cuando las reglas son claras, el juego puede continuar. Pero siempre hay un final. Lo que pasa es que nunca sabemos cuando será.
Segunda voz
Yo tenía un hijo. Un hijo hermoso. Así que sabía muy bien que podía pasarme sino tomaba las “precauciones” necesarias. No lo hice, ni él tampoco. La mañana en que me senté a desayunar y terminé en el baño, constaté lo que ya intuía. No dije nada, esperé algunos días hasta estar completamente segura y luego me hice la prueba. Dio positivo. Cuando llegué a la casa cural, se lo dije. Tranquilamente, como si se tratara de mandarme al dentista para la extracción de una muela, me dijo que abortara. Me negué. Sus ojos negros se clavaron en los míos por un largo rato. Sentí un mal presagio. Sin embargo, no insistió. Días después me dijo que estaba buscando una solución para “mi caso”. Como si “ese caso” no fuese de los dos.
Primera voz
Le dije que en la ciudad tenía una casa que había heredado de mis padres y que se podría trasladar allí por un tiempo, mientras encontrábamos una solución. Le indiqué que debía partir sola, que más tarde podría llevarse consigo a su hijo y que no le dijera a nadie donde iba a estar. Quedamos de encontrarnos en la noche, en las afueras del pueblo, donde yo pudiese recogerla sin que nadie nos viera juntos. Cuando llegué al lugar de la cita, ella ya estaba esperándome con una pequeña maleta y con un morral, lleno a reventar, por lo que no cerraba bien. Le dije que se durmiera, que el trayecto era largo. Más adelante, y cuando constaté que ella dormía profundamente, tomé un atajo, no me convenía encontrarme con nadie. Me interné en un paraje boscoso, descendí del carro, la desperté, se bajó confiada, no sabía donde estábamos. Miró alrededor y entonces comprendió, me miró aterrada, el morral que llevaba consigo cayó al suelo, algunas de sus cosas se desparramaron a su alrededor. No tuvo tiempo de gritar, mis dedos en su cuello se lo impidieron. Procedí a hacer una maniobra que creía olvidada, pero al tocar el cuchillo mis manos recordaron los pasos que debían seguir. Terminada la operación, cavé una fosa donde fueron a parar sus restos, el morral, la maleta, las cosas que recogí del suelo y la ropa que yo llevaba puesta. Luego me lavé con un porrón de agua que tenía en la bodega del carro y me puse una muda limpia que había guardado para la ocasión. Eché la tierra encima y partí sin mirar atrás.
Ifigenia
La mañana que ella no apareció a las ocho en punto, como lo hacía siempre, supe que había pasado lo inevitable. Había tratado de decírselo de mil maneras, pero ella me miraba como si yo fuese su enemiga. Soy mujer de pocas palabras, al fin y al cabo soy de origen campesino y en mi familia sólo se hablaba lo estrictamente necesario; por lo que nunca supe decir las palabras adecuadas en el momento adecuado. Sabía que se había metido en la cueva del lobo, como me metí yo cuando enviudé, como se metieron las otras dos viudas antes que yo, aunque no sé si pudo haber otras antes de su llegada a este pueblo. Sólo que las otras corrieron con la peor de las suertes. Yo escapé a sus manos de carnicero, porque entendió que yo no diría nada. Por eso me convertí en su sombra. Por eso nunca abandoné esta casa maldita. Fue por eso que se dedicó a las casadas, a las que no le daban ningún problema. Pero yo seguí de vigía. Hasta que llegó ella. El día que entró por primera vez a la casa parroquial, dejó tras de sí un olor a gladiolos y a cartuchos que me dejó sin aliento. Me quedé parada en el umbral de la puerta, sin cerrarla, como diciéndole -¡no siga! ¡devuélvase! Pero ella ni siquiera volteó a mirarme.

Ni siquiera preguntó por ella. Yo tampoco dije nada. A la hora del almuerzo entró al comedor sin mirarme, como era su costumbre; luego se sentó en la mesa como si nada hubiera pasado. Yo le puse el plato de fríjoles haciendo un ruido casi imperceptible, por lo que se dio cuenta que yo sabía. Me miró por un buen instante y luego sin decir nada se puso a almorzar.
Segunda voz
Todo está negro a mi alrededor. La selva terminó por engullirme. Trato de tocarme, pero no me encuentro, parece como si todos mis miembros estuviesen diseminados y mi tronco separado de la cabeza. Pero no veo nada, debe de ser una pesadilla. La misma pesadilla que se repite cada noche, desde que quedé en embarazo. Quiero gritar, pero no puedo. Ningún sonido sale de mi boca. Es entonces cuando siento algo pegajoso alrededor de los labios. Sé que es sangre. Mi sangre. Ahora entiendo lo que me pasó. Esta vez no se trata de una pesadilla. Ya no veré más a mi niño. Pero, ¿Cómo pudo hacerlo? E ¿Ifigenia? ¿Ella lo sabía? ¿Por eso se paraba en el umbral de la puerta y me miraba hasta que me ponía nerviosa? Recuerdo que la única vez que hablamos me dijo que ella era viuda, que no tenía a nadie en el pueblo y que no había tenido hijos. También recuerdo que me habló de dos viudas, solas como ella, que un buen día habían desaparecido del pueblo sin que nadie volviese a saber nada sobre su paradero. Me dijo que eso había pasado hacía mucho tiempo, agregó que no era buena la viudez, sobre todo en un pueblo donde el calor del mediodía, hace que todo el mundo se refugie en sus casas para hacer la siesta. El letargo es malo, muy malo. Lo repitió con un deje que me heló la sangre, me miró a los ojos y como yo no respondí ni pregunté nada, dio media vuelta y se fue. Yo sentí alivio. El ave de mal agüero ya no emitía sonidos desagradables. Ahora entiendo que no era un ave de mal agüero y que no eran sonidos los que emitía, sino mensajes que querían salvarme de esta selva que me tragó.
Primera voz
Ifigenia lo sabe. Me di cuenta por la forma como me puso el plato de fríjoles delante. Ese ruido inhabitual, aunque muy leve, es su forma de decirme que lo sabe todo. Es su forma de gritar. Una vez más estoy en sus manos. Pero sé que no hablará, ya lo habría hecho hace mucho tiempo. Tendré que volverme más precavido. No he debido bajar la guardia. Debo cuidarme de las viudas negras.
Segunda voz
Sé que me están buscando. Lo sé porque oigo el ladrido de los perros. Pronto la policía estará aquí con mi padre y mis hermanos. En cuanto a él, ya sabe que yo los he guiado hasta aquí. Está esperando que vayan a buscarlo. Al menos tuvo el coraje de no escapar y yo podré descansar en paz.
Epílogo
-Ya casi amanece, -pensó el teniente-. Llevamos varias horas buscándola. Hemos rastreado toda la zona, sin encontrar nada. Voy a decirles que lo dejemos para mañana.

-¡Hey! ¡Mi teniente! -gritó uno de sus subalternos- ¡Mire! los perros han encontrado algo, parece un zapato. ¡Rápido, una linterna! ¡Es un zapato rojo!

COCINA Y CULTURA (ensayo)

COCINA Y CULTURA


Normalmente cuando se habla, se estudia o se analiza la historia de un país, o de un pueblo determinado, generalmente se circunscribe a los episodios políticos, económicos, religiosos y sociales; quedando por fuera muchos aspectos que nos darían más luces para una comprensión más amplia del tema objeto de investigación. Es lo que suele ocurrir con los procesos culturales: Literatura, danza, teatro, artes plásticas, entre otros; pero me atrevería a asegurar que la manifestación más ignorada de todas es la cocina. Posiblemente porque siempre ha sido del dominio de las mujeres (el gyneceo griego), y la historia ha sido contada por y para los hombres... No obstante hablar del pueblo francés, italiano o chino, y no hablar de su gastronomía, es casi que una herejía. ¿Quién de nosotros no ha saboreado un delicioso filet-mignon, una lasagna o un chuep-suey? Son platos que rompieron las fronteras, y que se internacionalizaron mucho antes que la palabra globalización llegara a los oídos de los diferentes pueblos del planeta. No olvidemos que la pasta la introdujo Marco Polo en Italia, a su regreso de China, después de haber viajado a través de la ruta de la seda en la segunda mitad del siglo XIII. Por su parte el pavo conquistó el paladar europeo después de la llegada de Cortéz a México y la papa salvó a Europa de las hambrunas que solían asolarla; y por supuesto el maíz, el cual ha jugado un rol preponderante en la historia americana, no sólo como base alimentaria de los pueblos aborígenes, sino en su cosmogonía. Para el pueblo Quiché el maíz figura en la que se ha denominado la “Biblia Americana”: El Popol-Vuh, o Libro Sagrado de los Quichés. El maíz, la papa y la yuca, principalmente, le permitieron a los pueblos americanos crecer y fortalecerse demográficamente; hasta el punto que Guy Martinière afirma en su libro “Les Amériques Latines: Une histoire économique”, que a la llegada de los españoles había en el continente americano 80’000.000 de habitantes. La papa, y más de 160 maneras de deshidratarla, le permitió a los pueblos andinos sortear sin dificultad las malas cosechas y lo que ellas hubieran significado: El hambre.

En el caso de Colombia hay que tener en cuenta sus diferentes regiones, tan disímiles entre sí, y ésto incluye a la culinaria. El Caribe colombiano se enriquece con los hábitos alimenticios de los esclavos venidos de Africa y los cocos que venían en los barcos negreros, como estrategia de los esclavistas para que los esclavos no se les murieran de deshidratación, ya que con esta fruta se suplía el agua, y además les proporcionaba proteína y grasa. Asia, por su parte, aportaría más tarde el arroz, y de esa mezcla de culturas surgiría el arroz con coco costeño. Los fritos, caros a los africanos, y la “carimañola” se insertan en el lenguaje de todos los colombianos; sin olvidar al banano, o “macondo” en lengua yoruba y por supuesto el café, fuente de la principal entrada de divisas en Colombia. La arepa indígena, o tortilla en Centroamérica, acaba por deleitar a los españoles y criollos sin que hasta el momento haya podido ser desplazada por sus descendientes, especialmente en el Altiplano Andino.

La papa se inserta en el menú diario, y surge ese plato extraordinario, digno de exportación: El ajiaco santafereño. La yuca se une a la papa ya mencionada, y se crea el sancocho (con sus múltiples variedades), al cual se le agrega carne para ser cocida al mismo tiempo que los otros ingredientes, con lo cual se evitaba su pronta descomposición, ya que la sal en tiempos de la Colonia era bastante costosa y los esclavos no tenían medios para adquirirla. El mondongo tiene su origen en España, en los “callos madrileños”, pero en su criollización dejará de ser un plato seco para convertirse en una sopa, al menos en Colombia, ya que en Chile se conserva como segundo plato y recibe el nombre de “guata”. El arequipe valluno es igualmente una herencia española.

Por otra parte no hay que olvidar el cacao americano, sin él no existiría” esa bebida energizante que conquistó a la corte española, y al mundo entero: “El chocolate, xocolatl, palabra azteca y producto azteca. En el imperio de Moctezuma era precioso y abundante a la vez, y hacía las veces de circulante monetario... El emperador Moctezuma gozaba bebiendo chocolate”, tal y como nos lo cuenta Carlos Fuentes en su magnífico libro EL ESPEJO ENTERRADO. Los tamales, o hallacas, también son un legado de las culturas precolombinas; y en Nariño se perpetúa una tradición gastronómica también indígena: el cuí. En Antioquia y Viejo Caldas, fuera de la arepa ya mencionada, están los fríjoles o frisoles, ricos en proteína vegetal, acompañados por un buen hogao, plátano maduro y arroz, ingredientes africanos y asiáticos, perfectamente asimilados por nuestra cultura.

En el Altiplano Cundiboyacense se hacen las almojábanas, de la palabra árabe “mojábena”, que por supuesto sufre su transformación; de la torta árabe, hecha con queso, huevos, manteca y azúcar, se pasa a lo que nosotros degustamos de harina de maíz y queso. Y otra herencia, no estrictamente árabe sino mudéjar, el indio, en vez de estar envuelto en hoja de parra como sucede en su lugar de origen, en Colombia se envuelve en una hoja de repollo.

En el Tolima está la lechona, en Los Llanos Orientales la ternera a la llanera, y en los dos casos, como ya vimos, ni el cerdo ni la res son originarios de América. Al contrario de la yuca brava o mandioca del Amazonas (que de no saberla tratar puede llegar a ser fatal), o las hormigas culonas de los Santanderes, platos ancestrales indígenas, que hoy seguimos comiendo, aunque a veces sólo se trate de simple y llana curiosidad.

Y por supuesto están las frutas, ese gran universo gastronómico al que no siempre le concedemos el lugar que se merece, especialmente a las frutas tropicales, a no ser que de pronto colombianos de la talla de Gabriel García Márquez escriban un ensayo cuyo título sea “El olor de la guayaba”. El madroño, la guanábana (o lechosa), la feijoa, la guama, por no nombrar sino unos cuantos, son una verdadera delicia, hasta para el paladar más exquisito. Americano es también el tomate, refiriéndose a él Carlos Fuentes dice:

“Al principio, en Europa, se temió que fuese venenoso, pero más tarde, por supuesto, se descubrieron sus deliciosas virtudes. La palabra deriva del azteca xitomatl pero probablemente los italianos le dieron su nombre más hermoso: pomodoro, la manzana dorada, con su insinuación de paraísos, tanto de placer como de pecado – como si los dos pudiesen separarse”.

El tabaco, el ají (o chile), y por supuesto la coca, son productos netamente precolombinos. Un cronista de las indias, citado también por Carlos Fuentes, el padre Joseph de Acosta, en su Historia Natural de las Indias de 1591, se refería a ésta última que “[mascándola un hombre] puede caminar doblando jornadas sin comer a las veces otra cosa...”. Todo ésto sin olvidar los animales que por siglos habrían de alimentar la imaginación de escritores y artistas: El cóndor, la llama, la alpaca, el guaxolotl, más conocido entre nosotros como pavo, y entre los franceses, donde enriquecería considerablemente su cocina, dindon. Es también en la corte de Versalles donde la esposa de Luis XIV, una infanta española, introduciría la bebida a la que ya hemos aludido: El chocolate.

Como hemos podido observar la historia de Colombia, y con ella la del Mundus Novus, nombre dado en honor a Américo Vespucio a esta tierra ignota y desconocida para Europa hasta 1492, no puede ignorar la historia de la culinaria y de los elementos que la componen, puesto que el encuentro de culturas dejó una traza indeleble en nuestro diario vivir.

BIBLIOGRAFIA

ABAD FACIOLINCE, Héctor. Tratado de culinaria para mujeres tristes. Santafé de Bogotá, Alfaguara, 1997.
FUENTES, Carlos. El espejo enterrado. México, Fondo de Cultura Económica, 1992.
MARTINIERE, Guy. Les Amériques Latines: Une Histoire Economique. Presses Universitaires de Grenoble, 1978.
El sabor de Colombia. Bogotá, Villegas Editores, 1994.
La cocina colombiana paso a paso. Santafé de Bogotá, Editorial Voluntad, 1995.
(Nota: Apartes de este artículo fueron publicados en Papel Salmón del diario La Patria, Manizales- Colombia, en Septiembre de 2001).

miércoles, 29 de agosto de 2007

PERSEPÓLIS, DE MARJANI SATRAPI, UNA OBRA PARA SER LEÍDA UN AY OTRA VEZ

Nota: El presente artículo fue publicado por primera vez en el año 2008 en Papel Salmón del diario La Patria de la ciudad de Manizales, cuando Marjane Satrapi aún no era conocida en el país. ———————- El nombre de Marjane Sátrapa no es muy conocido en Colombia, a no ser que se haya visto la película “Persépolis”, basada en el libro homónimo, escrito por la autora en cuestión, y dirigida por Vincent Paronnaud. “Persepólis”, el libro, es una historieta en cuatro tomos, sin color, realizada enteramente en blanco y negro; habiendo vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Por otra parte, es la primera obra en su estilo escrita por una iraní. “Persepólis” narra la vida de su autora y los últimos treinta años de la historia iraní, con títulos tan sugestivos, y tan simples a la vez, como: El velo, La carta, La llave, El maquillaje, La convocación, entre otros, pero cada capítulo nos sumerge en un mundo desconocido para Occidente; en especial para los latinoamericanos, al mismo tiempo que nos da las claves para entender mejor al Irán contemporáneo. Y es que, como dice su autora, los iraníes, si bien son musulmanes no quiere decir que sean árabes. Es una cultura de 4000 años de antigüedad, donde la mujer siempre tuvo un lugar preponderante y que luego le fue arrebatado por el fundamentalismo islámico imperante en su país desde casi tres décadas. Marjane Satrapi nace en Irán en 1969, en el seno de una familia burguesa, culta, laica y emancipada. A los diez años le toca enfrentar el derrocamiento del Sha y ael inicio de la Revolución Islámica. Poco a poco, y a medida que va experimentando los cambios que sufre la sociedad, descubre el pasado de su familia. Un pasado cuya línea transversal es la política, la rebelión contra la injusticia social y la búsqueda de una sociedad más equitativa. La voz de estos relatos se alterna en la voz de la madre, del padre y de la abuela. Esta última es una mujer que contradice en todos los aspectos la imagen de la mujer musulmana que los medios nos han querido mostrar. Es una mujer libre, contestataria y de una gran rebeldía a la hora de expresar sus ideas. Característica que heredará en grado sumo su nieta Marjane y que la llevará a enfrentar diferentes problemas a lo largo de su vida. Su padre es un libre pensador y respetuoso de las ideas ajenas. Su madre, feminista y cultivada, empujará a Marjane para que parta lejos de Irán y así poder protegerla del círculo que se cierra cada vez más en contra de las mujeres iraníes. En otras palabras, su familia es humanista y moderna; algo inconcebible en el Irán contemporáneo. Martajen Satrapi vive y trabaja en Francia, siendo ampliamente conocida en el ámbito de las historietas y en el mundo cinematográfico. El primer tomo de “Persepólis” fue galardonado con el Premio Autor Revelación de 2001 y el segundo al Mejor Guión 2002 del Festival Internacional de Angulema. Después vendrían varios premios que la han consolidado como una de los autoras de viñetas más respetadas en un país donde el culto por la historieta hace parte de su cultura. Sin embargo, antes de ser aceptada por L’Association, su casa editora, Satrapi había enviado su obra a 168 editoriales, donde era sistemáticamente rechazada. Hasta cuando conoce a Christophe Blain. Es él quien la introduce en el Atelier des Vosges, sede de L’Association, la cual ha visto nacer a muchos de los autores de historietas que han alcanzado renombre internacional. El haberse visto rechazada, un sinfin de veces, hace que Satrapi vea su proyecto de publicación como un fracaso inevitable y así se lo expresa a su editor, quien lejos de preocuparse, le dice: “Hasta ahora nunca he hecho un libro con el fin de conseguir dinero, incluso, si sólo se vendiesen 100 ejemplares, tu libro debe existir”. Los críticos de historietas concuerdan al decir que el éxito de “Persepólis” está en la calidad del dibujo. A lo que Marjani Satrapi agrega que el elemento principal de la obra está en la carencia del color, no porque el color sea un enemigo de la viñeta, sino porque en su obra la palabra es la protagonista. Satrapi confiesa que para ella las mejores obras están representadas en el trabajo realizado por Félix Valloton, más específicamente por sus grabados en madera. El blanco y negro le dan la posibilidad de ignorar la decoración y de hacer más énfasis en los gestos y diálogos de sus personajes. La obra de Satrapi es un compendio sociológico de la condición femenina en Irán, pero también es una crítica fina y profunda al sistema político y religioso. Estas características fueron hábilmente preservadas en la película que se estrenó en el Festival de Cannes de 2007, donde fue ovacionada por el público hasta el punto que se llegó a especular que sería la ganadora de la Palma de Oro. No se llevó el preciado galardón, pero si una mención especial, máxime que era la primera vez que una película de dibujos animados era aceptada por dicho Festival. Es de anotar que Catherine Deneuve y Chiara Mastroniani formaron parte de dicho proyecto, puesto que prestaron sus voces para darles vida a los personajes femeninos. En el libro, como en la película, se aprecia un gran sentido del humor, lo que no oculta la tragedia de un sistema regido por el fanatismo, y en gran parte por la ignorancia, que con gran frecuencia, surge de sus entrañas. Cuando la película fue seleccionada por el Festival de Cannes, Irán, a través de su Agregado de Cultura, adscrito a la Embajada Iraní en Francia, trató de impedir que fuese proyectada. La respuesta de la Dirección del Festival no se hizo esperar: “Es una decisión artística, no política”. Al ser interpelada al respecto, Satrapi respondió: “No es un asunto de Estado. No quiero atizar el fuego. Como demócrata acepto críticas, pero también ejerzo mi derecho de libertad y de expresión, aunque no pienso regresar a Irán. No es un Estado de Derecho y no se sabe que pueda pasar”. “Persepólis”, como se anotaba anteriormente, es una obra totalmente autobiográfica; por lo que no es de extrañar que en ella se nos narren acontecimientos como una clase de dibujo o la anécdota de una adolescente que corre para no perder el bus que acaba de arrancar antes que ella llegue a la parada de transporte. Pero, ¿En qué radica que algo tan banal, pueda ser tenido en cuenta en una historieta o en una película, pero que sobre todo se salga de lo usual? En lo que a la clase se refiere, se trata de una clase de dibujo anatómico, sólo que la modelo está cubierta por el chador; por lo que lo único que puede apreciarse son sus ojos, la nariz, la boca y el mentón. Y una escena tan común en cualquier país occidental, una mujer corriendo detrás de un bus para no perderlo, aquí se convierte en una escena trágico-cómica: uno de los guardianes de la Revolución, barbudo, fanático y machista, por decir lo menos, le ordena a través de un altavoz de dejar de correr, porque el movimiento de sus caderas es indecente. Y es que para los fundamentalistas musulmanes todo lo que concierne a la mujer es símbolo de lujuria: el pelo, las orejas y el cuello, deben ser ocultados con el uso del velo; mientras que los brazos y piernas, deben estar bajo el chador. Una frente que no se cubra bien y algunos cabellos que se dejen al descubierto, son la fuente de la perdición masculina. Sin embargo, la autora increpa a un estudiante revolucionario, que exige una presentación más estricta para las mujeres, para que ni él ni los otros estudiantes se exciten a la vista de unos cuantos cabellos que se escapan del velo, por qué los compañeros de su clase se ponen pantalones estrechos y ni ella ni sus compañeras de curso se excitan al ver claramente marcados sus sexos. En un país machista la fuente del mal es la mujer, por lo que el hombre se otorga el poder omnímodo de humillarla para supuestamente no caer en la tentación carnal. Pero la obra no sólo habla de la condición femenina. De igual forma hace un recorrido por la guerra Irán-Irak que sacudió el país en la década de los ’80 y que acabó con la economía del país. Al final de la obra, cuando Marjani Satrapi va a tomar el avión rumbo a Francia, su madre le recuerda que Irán regresó al estado en el que se encontraba 50 años antes; y es en ese momento en el que le prohíbe el regreso a casa. Esa despedida generosa, pero no por ello menos dolorosa, no oculta el amor por la hija. Lo que en verdad le está ordenando es que sea feliz y ante todo libre. La libertad es el regalo más importante que puede dársele a un hijo. Por eso en la última escena, cuando Marjane está en la sala de espera del aeropuerto y se quita el velo, el blanco y negro dan paso al color; que en este caso es símbolo de la libertad y de la esperanza por una vida mejor.

Rosa Montero, HISTORIA DEL REY TRANSPARENTE (ensayo)

HISTORIA DEL REY TRANSPARENTE

La primera vez que leí un libro de Rosa Montero, escritora y periodista española, fue La Hija del Caníbal (I Premio de Primavera 1997) y luego una recopilación de ensayos periodísticos Historia de Mujeres. Y si bien me llamaba la atención su narrativa y sobre todo su búsqueda ferviente de la reivindicación de la mujer, su obra no acababa de seducirme; en cuanto a su libro Temblor (Six-barral-2004), no pude nunca pasar de la cuarta o quinta página, por lo que no había vuelto a intentar su lectura. Historia del Rey Transparente (Editorial Alfaguara-2005) cambió mi percepción de la autora. Siempre he sido una gran amante del medioevo, a veces digo que si yo creyese en la reencarnación, podría decir que viví en el siglo XII o XIII, en alguna parte de la región de Provenza; donde la mujer tuvo una relevancia social y cultural que el obscurantismo de la Inquisición y el poder omnipotente del rey de Francia, Felipe II (1), le arrebataron para nunca más volvérselo a conceder. Para León el herrero, uno de los personajes de la historia del rey transparente, la región occitana es tolerante, culta y más abierta. Este es el trasfondo de la obra de Rosa Montero, La Provenza en particular, y la Occitania en general, en los siglos anteriormente mencionados.El personaje central, Leola, una humilde campesina, ve de pronto que su mundo desaparece ante sus ojos al serle arrebatada su pequeña familia y el novio con el que pronto contraerá nupcias. Entiende que debe escapar y esconderse, so pena que al ser descubierta sea violada y asesinada, según las normas de la guerra en todos los tiempos, donde la mujer es un botín más. En el campo, desolado por la batalla, intuye que para sobrevivir debe cambiar de identidad, aunque eso implique tener que esconder su condición de mujer; por lo que se apropia de la armadura de un joven caballero y se convierte en Leo. Pronto conoce a Nyneve, una mujer madura, quien en algún momento de su pasado fue la Dama del Lago, en algún momento de ese pasado bastante remoto tuvo amores con Myyrdin -quien más tarde se conocería como el mago Merlín- y en algún momento vivió en la isla sagrada de Avalon. Por lo que puede deducirse que Nyneve posee poderes mágicos, pero ante todo puede deducirse que es una mujer sabia, culta, erudita, conocedora del latín y del griego. Sus poderes mágicos, son más bien el resultado de su estrecha relación con la naturaleza; es decir, de su conocimiento de las plantas curativas. Ella es el compendio de muchas mujeres provenzales, pero también de toda la región de la Occitania medieval. Es por ello que en la obra nos encontramos con Leonor (2), esa reina extraordinaria, nieta de Guillermo IX de Poitiers (1071-1126), el trovador. Por lo que no es de extrañar que Leonor, reina de Francia y luego de Inglaterra, haya instaurado las Cortes de Amor. Es en su palacio y bajo su tutela que el amor cortés conoce todo su apogeo. Protectora de los trovadores y de los artistas, Leonor influirá enormemente para que María de Francia (3) escriba sus Lais. María de Francia, a vez, protegerá a Chrétien de Troyes (hacia 1135-1183), el autor de El Caballero de la Carreta, considerada por muchos críticos como la primera novela de Occidente. También es conocida por haber traducido del latín a la lengua occitana, El Arte de Amar, de Ovidio, una obra que tuvo una fuerte influencia en el medioevo. El Caballero de la Carreta, es la obra que da origen a toda la producción literaria que más tarde se conocería en España como las novelas de caballería. La Historia del Rey Transparente, recoge dicha tradición y de que forma. Al leer el libro no pude dejar de pensar en el Amadís de Gaula (4). Si bien en la obra de Rosa Montero encontramos los elementos fantásticos, inherentes al género de las novelas de caballería, no deja de ser una novela contemporánea en el mejor sentido de la palabra; ya que los actos de encantamiento, los hechos fantásticos, son del todo explicables y reconocibles para el lector actual. La misma Rosa Montero dice que es una obra abierta, ya que podemos quedarnos con la versión que deseemos, la real o la fantástica. Es importante anotar que la autora no la considera una obra histórica, aunque esté ambientada a finales del medioevo; época en la que se gestaron todos los elementos que harían posible el Renacimiento: La banca, la industria y el comercio, desde el punto de vista económico; los inicios de la perspectiva, con Giotto, ese gran pintor florentino, desde el punto de vista artístico; o la aparición de La Divina Comedia, de Dante Alieghiri (5) en cuanto a la literatura se refiere. Es la época en que aparecen las primeras obras artísticas firmadas por el autor, lo que facilita, entre otros aspectos, el paso del teocentrismo al antropocentrismo; ya que este aspecto es característico para la formación del individualismo. Es de anotar que en la Alta Edad Media, el autor o autores de la mayoría de las obras se quedaban en el anonimato, es el caso de muchos arquitectos de las iglesias góticas; sobre todo si eran seglares.Otro de los aspectos a resaltar de la Historia del Rey Transparente, es la persecución y aniquilación de los cátaros, por parte del Vaticano y del rey de Francia Felipe II. Dicha persecución se conoce como la Cruzada contra los Albingenses, la cual tendría una duración aproximada de 150 años. Con esta Cruzada, el Vaticano afianzó aún más su ya inmenso poder y el rey de Francia amplió de manera asaz considerable su territorio y sus riquezas. Los albingenses serían finalmente derrotados y exterminados luego de resistir durante 10 meses en la fortaleza de Montségur (1244), en los Pirineos franceses, a un duro asedio por parte de las tropas del rey y del Papa. En el libro aparece el Papa Honorio III (1148-1227), tristemente recordado por ser el que instaura lo que más tarde sería la Inquisición, ya que otorga poderes absolutos a los dominicos para que siembren el terror en la clase campesina. Era tal el terror que dejaban a su paso, que pronto fueron conocidos como domini can, los perros de Dios, la otra orden que combatió la herejía fue la franciscana. ¿Cuál era el gran pecado que debían exterminar? El culto a las antiguas divinidades celtas, en algunos casos, o la herejía de los cátaros, en otros. Honorio III también estuvo detrás de la 5º Cruzada contra el Islam.Si bien Leola, la protagonista de la Historia del Rey Transparente, cuenta los 25 años de su vida como caballero andante, en realidad el libro abarca un espacio de la historia francesa por espacio de 200 años. Pero también relata aspectos de la historia inglesa, puesto que no hay que olvidar que Leonor, al casarse con el rey de Inglaterra, le hizo el don de sus tierras de Aquitania, y por su parte el Condado de Anjou aún estaba bajo la hegemonía inglesa. En un relato de ficción con trasfondo histórico, como es el de esta novela, se pueden tomar todo tipo de libertades, de hacer saltos en la historia, de sentar en la misma mesa a la reina Leonor y a Eloísa (6), aunque en realidad nunca se hayan conocido. Eso no ocurre en la novela, pero hubiera podido pasar y hubiera sido literariamente correcto. Leola no sólo conoce a Leonor sino a Eloísa. Otro dato importante con respecto a Leonor de Aquitania, es que fue la madre de Ricardo Corazón de León y de Juan sin Tierra, entre otros. Fue también la bisabuela de Felipe el Hermoso (7), el rey que llevaría a la hoguera a Jacques de Molay (8), el gran Maestre de los Templarios, pero que también liberaría a los siervos de la gleba. Es Felipe el Hermoso quien instala el Papado en Avignon y su hija Isabel (9) sería a su vez reina de Inglaterra al contraer nupcias con Eduardo II (10), el mismo que sufriría una muerte atroz en mano de sus verdugos, muerte ordenada por su esposa Isabel y su amante Roger Mortimer (11).La Historia del Rey Transparente, es una invitación que nos hace Rosa Montero para que conozcamos una de la épocas más apasionantes de la historia de Occidente. Leerlo significó para mí un regalo y la posibilidad de viajar a un mundo que creía perdido. Al leer la obra me dí cuenta que ese mundo, o al menos una parte, puede estar dentro de cada uno de nosotros sin que nos demos verdadera cuenta de ello.Leola posee la fuerza y lealtad propias de los caballeros de la Corte del rey Arturo y la tenacidad de una mujer de cualquier época. Defiende al desvalido y enseña a los niños que encuentra a su paso. Nyneve cura a los enfermos y combate toda suerte de fanatismo. Las dos son unas abanderadas del conocimiento, pero sobre todo de su transmisión. He ahí la verdadera enseñanza de este libro: El derecho inalienable que tiene todo ser humano al acceso del conocimiento.Historia del rey transparente. Editorial Alfaguara. 2005. 534 páginas.

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) 1165-1223(2) 1122-1204(3) ) Libro anónimo, escrito probablemente a finales del siglo XIII. No hay que olvidar que es la única obra que habría de escapar a la pira en la que ardería la biblioteca perteneciente al Caballero de la Triste Figura, más conocido como Don Quijote de la Mancha.(4) Maria de Francia: 1145-1198, hija de Leonor de Aquitania con Luis VII, El Piadoso. También conocida como María de Champaña. Hay algunos críticos que hacen una diferencia entre las dos y dicen que María de Francia era una media hermana de Eduardo II de Inglaterra, el segundo marido de Leonor.(5) Dante Alighieri:1265-1321(6) Eloísa (1100-1164). Fue una de las mujeres más sabias de su época. Conocedora del latín y del griego, amante de los clásicos latinos y altamente versada en teología. Fue la amante y esposa de Pedro Abelardo (1079-1142), el gran filósofo y teólogo medieval; quien sería castrado por el tío de Eloísa, como venganza por haberla enamorado.(7) Philippe le Bel:1285-1314. Conocido también como El rey de Hierro.(8) Jacques de Molay: 1243-1314(9) Isabel de Inglaterra : 1292-1358. Más conocida como la Loba de Francia.(10) Eduardo II: 1284-1327(11) Roger Mortimer: 1231-1282

El Acantilado (cuento)

EL ACANTILADO

Prólogo

Subo y bajo escaleras, me interno en túneles lóbregos y malolientes, en vano busco la salida, siento que no hay escapatoria. El miedo me paraliza, atenaza mi garganta, me impide respirar. Aunque no sabría explicar de donde viene esta sensación de pánico, ni la incertidumbre que la acompaña. Tengo la impresión que me acorralan infinidad de alimañas a las que no puedo ver. Las ratas hambrientas esperan que la fatiga me tire al piso, por lo que trato de moverme, lo logro con dificultad. Tanteo las paredes húmedas y viscosas, sé que ellas me conducirán a la boca de esta gruta. Después de un tiempo interminable veo una luz mortecina, gris. Un vaho a olvido y desolación me golpea la cara. Estoy en un cementerio abandonado, de esos que ya nadie visita, a lo mejor porque se ignora su existencia. Veo cruces caídas, nombres borrados. La maleza cubre casi todas las lozas. Echo un vistazo a algunas de ellas, casi adivino el nombre de cada tumba. La bruma me oculta la mayoría de ellas, como si quisiera esconderme algo. Sigo avanzando, no sé hacia donde. Tampoco puedo retroceder. Tropiezo con los restos de una cruz, algo llama mi atención, no sé si es una fecha o un nombre, me inclino, limpio el polvo que la cubre en gran parte y leo: Fernanda Osorno, 24 de marzo de 1933 - 24 de marzo 1950. Un grito sale de mi garganta y caigo por un acantilado.

I

Hace frío, la escarcha dejó una capa blanca en el campo. Camino rápido, no quiero helarme. Unos doscientos metros antes de la parada del bus, siento que alguien o algo me observa. No sé quien es o que es, pero sé que me acechan. Estoy asustada. Todavía está oscuro, no veo nada a mi alrededor. No es la primera vez que siento esta sensación, se repite desde hace algunos días, desde que el invierno nos cubrió con su manto de niebla. No puedo detenerme, debo apresurarme, el bus ya va a pasar, el próximo no lo hará sino hasta dentro de una hora, el tiempo suficiente para sufrir una hipotermia. Corro para no perderlo.

II

Cuando horas más tarde regreso a casa, la oscuridad ha vuelto a reinar. Debo coger el mismo camino, no me siento bien, sé que algo inusual ocurre. Llego a casa, casi no puedo hablar. ¿Cómo explicar que el camino que recorro todos los días desde que tengo memoria, se ha vuelto hostil? –En este pueblo nunca pasa nada. Zalamera -dirían-. Este es un pueblo de estoicos, la aprensión no existe para ellos. El invierno los hace duros como las rocas contra las que se estrellan las olas del mar.

III

Es tarde, todo el mundo se ha ido a dormir. Me he quedado sola en la cocina, debo preparar una tarea para mañana. Me siento al lado de la chimenea. Siempre está encendida, incluyendo el mes de enero, que se supone es la época del verano austral. Extiendo las manos para calentarme un poco, atizo el fuego, la estancia se ilumina, es entonces cuando veo una sombra que atraviesa la pared. Me levanto, voy a la ventana, la noche está más negra que nunca, no veo nada. Pero sé que me han observado. ¿Quién? ¿Porqué? No lo sé ni lo entiendo. A lo lejos escucho el mar.

IV

Despierto con la sensación de no haber dormido. Imágenes de cruces atraviesan mi mente y recuerdo que tuve una pesadilla. Soñé con un cementerio poblado de ratas-calvas-voladoras; era el nombre que le daba a los murciélagos cuando era pequeña. Quiero quedarme en cama, no tengo ánimos para levantarme. Escucho una voz, es uno de los vecinos llamando a mi padre para ir de pesca. Nuestro mundo no hace concesiones. Cada uno de nosotros tiene un rol determinado, somos hormigas que hacen su trabajo sin descanso; por eso sobrevivimos en esta isla olvidada del mundo. El que no trabaja, debe abandonar el pueblo para siempre. Conozco muy bien a mi gente. Así que me levanto. Debo preparar el desayuno para la abuela y llevarlo a su cama antes de irme para la escuela.

Cuando era pequeña me acostaba a su lado, me gustaba el calor de su cuerpo y me dormía con las historias de pescadores que me solía contar. -Pescadores que habían sido secuestrados por las sirenas -decía-, con un dejo de celos que no pasaba desapercibido. Se los llevan a sus palacios en el fondo del mar, allí donde no hace frío, ni la niebla nos quita los sueños -agregaba-. Su voz se volvía amarga. El viento y el frío le habían cuarteado la piel hacía tantos años, que ya ni se acordaba que alguna vez había sido joven. El trabajo en el campo había encorvado su espalda y los sueños no realizados habían quebrado su voz. Pero me amaba. Luego crecí y me echó de su cama. Ese día sentí que el mundo de sirenas con el que ella soñaba, era el mundo que yo perdía. Me volví adulta sin pasar por la adolescencia. Fue entonces cuando decidieron que cada día debía ir al otro pueblo, en el nuestro no había secundaria.

Al llevarle la taza de té y el pan me miró como hacia una eternidad que no lo hacía. Hubiese querido abrazarla y quedarme a su lado. No quería irme. No podía decir ni hacer nada. Las expresiones de cariño son muestras de debilidad -diría-; como lo haría cualquier otra persona en el pueblo. Dejé la bandeja en su mesa de noche, cogí el maletín del colegio y dejé mi casa. Al llegar a la esquina hice un gesto inusual, volví la cabeza y la contemplé unos minutos. La encontraba hermosa con sus paredes de madera, con sus colores fuertes que contrastaban con la luz opaca de la isla. La pesadumbre me oprimía el pecho.

V

De nuevo enfrento al frío glacial y el viento azota mi cara. Sigo el camino de todos lo días. Trato de pensar que no pasa nada, que el invierno me juega una mala pasada y que en el bus se me quitará la sensación de sinsabor y angustia que me atenaza cada vez más. Cuando estoy por llegar a la autopista, doscientos metros antes de la parada del bus, una garra me tapa la boca y la otra me arrastra hacia un rastrojo. Debo de haber perdido la conciencia, porque cuando vuelvo en sí, veo cruces, estoy en un cementerio, mis ropas están desgarradas y mis muslos sangran. Mi boca y mis mejillas están tumefactas, he debido de recibir un golpe muy fuerte. Me duermo nuevamente con la sensación de poder descansar.

Epílogo

He vuelto a soñar con las escaleras, con la gruta. El miedo no me abandona, ni me acostumbro a él. Veo las cruces olvidadas, no se que busco, pero busco algo; encuentro una que me llama la atención: Fernanda Osorno –24 de marzo de 1933-24 de marzo de 1950. Nuevamente caigo por el acantilado. No he sido yo quien se ha lanzado, ahora comprendo que ese alguien o ese algo me tiró al mar el día que cumplía 17 años. Con razón mi abuela me había regalado esa mañana una mirada de amor.