jueves, 12 de febrero de 2015

EL JILGUERO DE DONNA TARTT, UNA NOVELA PARA APRENDER A ESCRIBIR

En estos últimos días estuve sumergida en un libro de Donna Tartt (Estados Unidos-1963), una obra que debería ser estudiada en los talleres que se dedican a la creación literaria. Lo digo porque estoy convencida que el principal valor de El Jilguero, (Editorial Lumen, 2014,1.150 páginas), la obra a la que hago mención, es el mejor ejemplo de cómo escribir una novela. El tema, y al cual me referiré luego, no me sedujo mucho, pero la forma como está construida es una joya por decir lo menos. El Jilguero hace alusión a una miniatura holandesa del siglo XVII. Su autor, Carel Fabritius, murió en la explosión de Delft en 1654, cuando una enorme bodega que albergaba 30 toneladas de pólvora estalló a mediodía dejando miles de heridos y cientos de personas muertas. Fabritius fue discípulo de Rembrandt y profesor de Vermeer. Se dice que fue él quien le enseñó el manejo de la luz. De Fabritius sólo se conservan 12 obras; entre ellas la miniatura en cuestión, todas la demás pinturas desaparecieron en la explosión que destruyó prácticamente toda la ciudad de Delft. La leyenda cuenta que la onda explosiva se sintió a 100 Km a la redonda. Sobre El Jilguero algunos críticos de arte han hablado de indicios de lo que posteriormente sería el Impresionismo. Y es esta miniatura holandesa la que da inicio a la obra homónima de Donna Tartt (Premio Pulitzer 2014). Su protagonista, Theo Decker, ve como su vida, su mundo, su universo personal, desaparece en unos cuantos segundos. Al igual que la vida de Fabritius, que estalla literalmente en la explosión de toneladas de pólvora, su vida queda hecha pedazos al ser uno de los pocos sobrevivientes de un atentado terrorista dentro de un museo donde El Jilguero está siendo expuesto al público de la gran manzana. La madre de Theo muere en el atentado y él debe cargar con una dura petición hecha por una de las personas que se encontraba a su lado en el momento del atentado. La aceptación de esa extraña petición le acarreará consecuencias que solo 10 años después estará en la capacidad de comprender en toda su dimensión. Robar El Jilguero será en cierta forma el umbral que trazará el infierno en el que va a vivir en los próximos 10 años. Es así como Theo Decker, con solo 13 años, une su vida al destino trágico de Fabritius, muerto en 1654 a la edad de 32 años. Las dos vidas estarán encadenadas y Theo no sabrá hasta mucho después como desatar el nudo ciego que las unió en esa coincidencia de dos explosiones que tuvieron lugar con más de tres siglos de diferencia. En la explosión de Delft si bien uno de los pintores, Egbert van der Poel (1621-1664), había logrado sobrevivir, también es cierto que de una u otra forma murió con la explosión, ya que perdió la razón. Desde ese momento toda su obra giró en torno a las ruinas de Delft, sus cielos tormentosos y los buitres asolando la ciudad llena de cadáveres; y aunque este detalle no es tenido en cuenta, al menos aparentemente en la obra de Tartt, si debe vérselo como el preámbulo del infierno que le espera a Theo Decker. El libro de Tartt podría leerse como la certeza que el pasado no perdona, que siempre estará ahí, así no queramos darle la cara, ni reconocerlo, así queramos ignorarlo, y pensar que podemos dejarlo atrás. Pero no, él nos alcanza como si se tratase de una enorme ave rapaz, y que con su enorme garra nos destrozara las vísceras una y otra vez, como un eterno Sísifo y luego nos dejara caer en el vacío más atroz. Ella misma ha dicho que El Jilguero es una especie de caída, como la obra de Camus. De hecho reconoce que su existencialismo la marcó profundamente; al menos en la obra a la que hago mención. La obra bucea en los conceptos de predestinación, fatalidad versus libertad. Como si el libre albedrío no existiese. Como si nuestros pasos fuesen guiados por fuerzas invisibles. Como si cada uno de nosotros fuese una marioneta en las manos de un gran actor que nos pone en un telón de fondo y nos obliga a recorrer las sendas que ha trazado para nosotros. En otras palabras habría que ver El Jilguero como una obra filosófica, no como una forma de aprender a vivir, sino como una forma de aceptación de un destino trágico al que no podemos escapar; una predestinación que hay que aceptar a como de lugar. Decker no es solo un antihéroe, o héroe al revés, sino que puede interpretarse como una metáfora de la inutilidad que representa cualquier esfuerzo humano que se haga por mejorar nuestra condición humana. En cierta forma lo que va a hacer Theo Decker, en los diez años que siguen al atentado en el museo, es emprender el camino del suicido. Solo al final tratará de levantarse del todo, antes se levantaba sólo para volver a caer una y otra y otra vez. Otra forma de suicidarse, otra forma de ver el mito de Sísifo. El nombre de Theo también podría leerse como el de un dios de las tinieblas; ya que ese es el universo en el que va a ahogarse. Theo no entiende el mundo en el que vive, pero tampoco quiere hacerlo. Entiende que su vida, y la vida de los otros, está signada por el absurdo, y que escapar a él es una obra de titanes; sabe que no tiene ni las fuerzas ni el deseo de buscar una salida, sabe que no puede ignorar los designios que le han sido trazados. Sabe que la gente no puede entender porque busca sumirse en un huracán de drogas y de alcohol. Entiende que aparte de Hobie, el hombre que le dio la mano cuando todo su mundo había desaparecido para siempre, a nadie le importa lo que pueda pasarle. Hobie, restaurador de muebles antiguos, le abrirá su casa y le enseñará el oficio de anticuario. Y junto con Hobie está Pippa, la niña que compartió con él la explosión en el museo, tragedia que los une más allá de toda comprensión humana. En realidad ella es la luz que lo ilumina en las noches donde las drogas duras juegan con él como si fuese una marioneta en sus manos. Otra persona que será vital en el proceso de regresar al mundo de los normales es la Sra. Barbour, puesto que en cierta forma va a representar a la madre que perdió en la catástrofe. Aspectos a tener en cuenta: 1. El Jilguero es una obra completamente cinematográfica. Cada secuencia, cada acción, cada cuadro, está descrito de una forma completamente visual. Es, posiblemente, la lectura más visual que haya hecho nunca. 2. Desde el punto de vista de construcción narrativa es una verdadera joya. En realidad El Jilguero podría estudiarse en un taller de escritura. Pocas obras literarias recogen tantos elementos narrativos como los que se ven en esta obra de Tartt. Me refiero a los elementos que la autora deja suspendidos en el tiempo, y luego los recoge uno a uno; sin dejar nada en el aire. Es un enorme rompecabezas, bastante elaborado además, que arma a todo lo largo de las 1150 páginas del libro. Y en esa maestría narrativa no deja nada en el tintero. Una muestra de esta escritura, que yo llamaría de bisturí, sería el descenso a los infiernos que hace Decker en los diez años que siguen al atentado terrorista. Es un viaje al corazón mismo de las tinieblas del mundo de las drogas duras, del alcohol, de la soledad, del no futuro, de la desesperanza. Y es ahí, diez años después, que su pasado le explota en la cara, como el día del atentado terrorista, y como la explosión de Delft donde murió Fabritius. 3. En El Jilguero nos paseamos por la mafia rusa y croata, pero también por el mundo de los marchantes de arte y de los anticuarios y restauradores de muebles antiguos; con él conocemos las prácticas no siempre santas de este tipo de mercaderes de la ilusión. También nos paseamos por Nueva York, recorremos sus calles desoladas, grises, húmedas, frías, solitarias. Donde uno creyera que la amistad y el amor son sólo ilusiones ópticas, como la del cuadro del jilguero que no se sabe bien si sobrevivió al atentado en el museo, o si fue robado, escondido o vendido en el bajo mundo. 4. Otro aspecto a tener en cuenta es la estructura de la novela. Podría pensarse que El Jilguero está escrita como si se tratase de una novela policíaca, pero no lo es; aunque a veces uno creyese que si, que sigue los postulados de las novelas negras; sólo que Tartt sigue sus propios caminos y no hace concesión a los autores de la novela negra contemporánea. Y si bien Decker es un personaje derrotado, decadente, también habría que pensar que la obra es un homenaje a uno de sus autores preferidos, Dickens. 5. El mundo de El Jilguero es bastante onírico, podría pensarse que no existe, que ha sido soñado, imaginado; en el mejor de los casos evocado, pero que nunca ha existido. Es una especie de mundo mítico, que está en todas partes y no está en ninguna. 6. Es un libro donde la mentira y la verdad se debaten por encontrar su lugar en el mundo. Dos fuerzas antagónicas que se necesitan mutuamente. Como la vida misma. No hay ni negros ni blancos, solo hay grises, infinidad de tonalidades grises. 7. El final es bastante flojo, le falta consistencia, como si la misma Donna Tartt ya estuviese aburrida de la narración que la tuvo en ascuas durante los largos años de redacción. La verdad es que pareciera escrito para otra obra diferente a la de El Jilguero, en las últimas 30 páginas debí esforzarme para no abandonarlo antes de terminar la lectura. Para terminar quisiera recordar que Donna Tartt sólo ha escrito tres novelas en 20 años, que no le interesan los circuitos literarios, ni los congresos, ni las entrevistas. Para escribir El Jilguero tardó 10 años, 1150 páginas; una constante en su creación literaria. Es amiga personal de Bret Easton Ellis, ese otro autor norteamericano que tanto admiro.

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