sábado, 27 de junio de 2015

CLAUDE MONET, LAS NINFEAS Y SU CASA EN GIVERNY

Siempre he sido una gran admiradora de Claude Monet (1846-1926), conozco gran parte de su obra pictórica,y cada que vez que puedo voy tras sus pasos. Es así como ayer estuve por segunda vez en su casa de Giverny, con el fin de hacer una larga visita a los estanques de ninfeas y de sauces llorones; así como al taller donde quedaron fijados en el lienzo definitivamente, como si el tiempo no hubiese pasado.
Monet se instaló en este hermoso pueblo de Normandía en el año de 1883, en 1890 compró la casa a la que hago referencia y posteriormente el terreno que la circunda donde daría rienda suelta a su imaginación con la concepción de los jardines que la harían famosa y donde él pintaría la mayor parte de sus obras.
Recorrer el estanque, los pequeños canales que lo alimentan, atravesar los puentes japoneses, uno de ellos con glicinias, observar los lotos y los sauces llorones, es asistir a la contemplación de una obra de arte viva y que está ahí para el disfrute de todos los sentidos. El espectador se convierte en un contemporáneo de Monet y de todos los artistas que conformaron el grupo de los Impresionistas, Berthe Morizot, Auguste Renoir, Edgar Degas, Camille Pissarro, Paul Cézanne y Édouard Manet.
Luego están los jardines que él mismo diseñó, alejándose bastante de la concepción francesa de rigor y armonía absoluta que había sido la constante en los parques de los castillos. Aquí el protagonista es el color. Monet creó una fiesta permanente de colores, una orgía sería la palabra más indicada. Además, al mezclar diferentes flores, creó la posibilidad de un perfume que se propaga en el aire y que hace vibrar los sentidos. Es como si el jardín fuese una gran paleta y cada árbol un pincel que le sirve al artista en ese oficio enorme que es la pintura. Y por último está la casa. Una inmensa construcción, de habitaciones amplias y bien iluminadas. En su salón principal creó un pequeño museo con sus obras, cuyas copias pueden observarse hoy en día, ya que los originales están en los museos.
El comedor nos habla de su propietario, una inmensa mesa, con capacidad para 14 comensales nos da la bienvenida. Y al lado una cocina espaciosa y bien dotada. En la segunda planta están las alcobas y aunque no se pueden visitar todas, si se puede entrar a la de Monet y su esposa. No hay que olvidar que Monet era un gran admirador de las estampas japonesas, lo que lo llevó a tener una muy buena colección de una pintura que él y sus amigos comenzaban a conocer y a respetar.// Las estampas japonesas tuvieron una influencia muy importante en el grupo de los Impresionistas, pero también fueron admiradas por los intelectuales y escritores de la época, como Zola. Las cuales mostraban a los pintores occidentales otra forma de concebir la perspectiva. Ya no era el punto de fuga, tan en boga desde el Renacimiento, sino las imágenes superpuestas; una encima de la otra, como una especie de escalera o de pirámide. También mostraban una forma diferente de ver el mundo, o para ser más precisa de ver la intimidad de una casa; ya que los japoneses describen todas las actividades diarias, como cocinar, ver a alguien caminar, o verlos trabajar en los campos de arroz, o en el baño, desde el suelo. Recuérdese que los japoneses realizan su vida cotidiana, al menos en el siglo XIX, no sentados en sillas, como los occidentales, sino sentados en el suelo.// Volvamos a sus jardines y al lago artificial donde sembró cientos de nenúfares, que se convirtieron en su modelo predilecto y en un permanente laboratorio de experimentación pictórica. Monet vivió allí los últimos cuarenta años de su larga y prolífica vida. Es en estos jardines donde pudo entregarse sin reserva alguna a su gran pasión, la pintura; ya que los años de precariedad económica habían quedado atrás. Monet, desde muy temprano, había logrado un rompimiento absoluto de todos los cánones académicos; pero es solo al final de su vida que logra, gracias a los nenúfares, acercarse a lo que posteriormente se conocería en la historia del arte como abstraccionismo. Es aquí donde surgen Las Ninfeas, cuadros que ya preludian lo que posteriormente sería el abstraccionismo. Es de recordar que Monet y Cézanne son los verdaderos precursores de la pintura abstracta. // A un costado de la casa está el taller que Monet hizo construir para los veintidos cuadros de los nenúfares. Es espacioso, con una luz cenital que lo atraviesa de pared a pared, y donde instaló telas para filtrar la fuerte luz del verano.
Y por último está la visita obligada al pequeño pueblo de Giverny, donde se puede almorzar en un buen restaurante, entrar a una de sus galerías de arte o visitar la tumba de Monet y de su familia o la pequeña iglesia, o admirar las casas, perfectamente restauradas; como si Giverny se hubiese detenido en el tiempo, esperando ver surgir la imagen de Claude Monet de alguno de sus recovecos. // Cabe recordar que Claude Monet y Georges Clemenceau (1841-1929) eran amigos y se respetaban y admiraban mutuamente. Por otra parte, Monet era conciente del rompimiento que su obra significaba en la historia del arte y que sus ninfeas eran algo completamente inédito; por lo que deseaba para ellas un lugar único y que todo el pueblo francés pudiese verlas y apreciarlas. Clemenceau comprendió en toda su dimensión el deseo de Monet; por lo que le pidió que él mismo decidiera como deseaba que sus pinturas fueran expuestas.
Es así como el Museo de L’Orangerie, conocido también con el apelativo de la Capilla Sixtina del Impresionismo, expone desde 1927 “Las Ninfeas” de Claude Monet. La sala fue especialmente adecuada para estas inmensas pinturas, ya que Monet las legó al Estado francés con la condición de exponerlas en un lugar permanente. // De dos obras que inicialmente iba a donar terminó por entregar veintidos paneles, que componen a su vez ocho composiciones, para un total de cuarenta metros de lienzo. Este proyecto le llevó catorce años de arduo trabajo. En esta hermosa sala el espectador puede sumergirse en el mundo poético y privado de Claude Monet.

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