Acabo de
leer de un tirón, casi sin respirar, Amor
en la nube (Editorial Universidad de Antioquia, 2018) la primera novela de Ana Cristina Vélez, a quien conocemos por
sus libros sobre arte y ciencia, y sobre todo por su blog Catrecillo de
elespectador.com.; y antes de continuar con esta reseña quiero decir lo
gratamente sorprendida que me ha dejado su obra, algo que me sucede muy raras
veces, sobre todo en los últimos años.
Conozco a
la escritora Ana Cristina Vélez desde hace algunos años, y a pesar de no habernos
visto nunca “tête à tête”, puedo afirmar que somos muy buenas amigas; mucho más
que si nos hubiésemos conocido de toda la vida. Tenemos muchas afinidades en
común y hemos ido cultivando nuestra amistad como un inmenso privilegio que la
vida -no el cielo- nos ha otorgado. Me siento más cerca de ella que de otras
personas con las que solo comparto lazos de “sangre”. Sin embargo, el afecto,
la admiración y el respeto que siento por ella, no influyen para nada en mi
criterio para apreciar o no su obra; algo que a veces algunos de mis
detractores no entienden cuando escribo sobre autores que conozco personalmente
o con los que comparto apellido más no lazos familiares; como es el caso de la
gran poeta Lucía Estrada, y a quien desafortunadamente no conozco
personalmente. En Colombia, el país camandulero y relativamente provincial,
hacer elogios pasa necesariamente por los supuestos beneficios que van a
obtenerse después; eso incluye cuando se critica o se apoya a un candidato
político. Si se le apoya es porque ya nos han ofrecido algún cargo público; y
si gana, y así vivamos en un país a diez mil Km de distancia, cogeremos el
primer avión para ir a arrodillarnos ante el supuesto honor que representa
tener un cargo público. Eso habla de la mezquindad del pensamiento burocrático
y clientelista de los colombianos del común.
Habiendo
hecho esta aclaración previa paso a hablar sobre Amor en la nube, la novela que me sorprendió por su gran sentido
del humor y por la agudeza de su argumentación a todo lo largo de la narración
donde la escritora Vélez, no Anita, ese diminutivo muy utilizado por los
hombres cuando algunas de nosotras sobresale en algún ejercicio profesional que
ellos consideran de su ámbito personal. No es sino mirar en lo político
(entonces nos llaman Clarita, por Clara López, o Claudia, por Claudia López,
cuando no es “la mujer brava que parece más bien un hombre”). En fin, esa
constante descalificación que la sociedad patriarcal hace del trabajo
profesional y disciplinado que hemos venido ejerciendo las mujeres en todos los
ámbitos del conocimiento. Incluso hay
poetas que cuando escriben sobre alguna escritora que les ha impresionado, en
vez de profundizar en la maestría del lenguaje o en su poética, o en el tema
por ella desarrollado, o en la complejidad de la construcción narrativa, simple
y llanamente dicen algo así: “ muy simpática”, muy buena persona”; y el peor de
todos: “es bonita y simpática”; como si la belleza física o su simpatía fueran
más importantes que la inteligencia y que el trabajo intelectual desarrollados
y adquiridos en largos y constantes años de estudio y de mucha lectura.
Porque
lectura y trabajo es lo que hay detrás de Amor
en la nube de Ana Cristina Vélez. Su novela, aparte de un maravilloso divertimento, es una prueba fehaciente
de su inmensa sapiencia, de su erudición; tanto desde el punto de vista
literario y artístico, como desde el punto de vista científico. Además, conoce
y maneja muy bien lo que yo denomino secretos del andamiaje (lo que comúnmente
suele llamarse trabajo de carpintería), que hay detrás de la construcción de
una obra literaria.
La obra,
tal y como lo anotaba al principio, se lee de un tirón, no da respiro, cerrar
el libro, sin haberlo terminado, es como si el aire desapareciera de nuestro
entorno; queremos saber que sigue, cual va a ser el siguiente apunte de Teresa,
su protagonista, geóloga y docente universitaria, poseedora de una gran inteligencia y
rebeldía, una contestaría en el sentido literal de la palabra; laica,
librepensadora, atea hasta la médula, consciente que para la preservación del
planeta debemos ser menos consumidores; crítica con las mujeres que se visten
como si siempre fuesen a entrevistarse con el papa -lo del papa es una expresión mía-; Teresa
alude todo el tiempo a esas mujeres que
creen que salir a la calle sin maquillarse es un crimen y que por lo tanto son
menos femeninas; a lo que yo le respondo que la mayoría de ellas abusa tanto de
los afeites que son eternos árboles de navidad, ya que no se maquillan sino que
se decoran.
Pero sobre
todo Amor en la nube es un elogio a la libertad, es la búsqueda del amor y de la pasión, algo que no siempre va de
la mano, y para ello Teresa no escatima en buscar todos los artilugios
posibles, desde Internet, de ahí el título de la novela, hasta hacerle la corte
a un colega de la universidad; solo que su “corte” es bastante discreta, tan
discreta que el “objetivo” tarda meses en darse cuenta que ella existe.
Ana
Cristina Vélez se refiere a su novela como “anticatólica”, yo le respondo que
es ante todo una obra laica en el sentido literal de la palabra, por lo tanto
es una obra “antirreligiosa” que hurga en los miedos, en las taras que la
religión nos ha inculcado a través de los siglos. Vélez lo dice muy bien,
palabras más palabras menos, nos recuerda que hace apenas 2018 años que el
hombre puede salvarse; antes, al no saber que el dios de los cristianos
existía, aparentemente estaba condenado al fuego eterno. Tampoco deja de
recordarnos el peso descomunal de las “culpas”, de los “pecados” que la
religión, en este caso judeo-cristiana, nos ha inoculado con la peor de las
cicutas; sobre todo si se trata de preservar la sumisión y el virtuosismo que
según la sociedad patriarcal y mojigata debería ser la bandera del
comportamiento de una mujer; de no ser así, es “marimacha”, “pecadora”, “está
condenada al infierno” y que si no se casa por la Iglesia es poco menos que una
prostituta; y que hay que tener un hombre permanente en el hogar para zurcirle
las medias y tenerle la sopa caliente cuando llegue del trabajo. Lo que me
recuerda a una amiga que me decía “que es mejor tener un calzoncillo sucio
tirado al lado de la cama que una docena limpios y bien doblados en el
armario”; lo que quería decir que prefería un amante furtivo a un esposo de
“polvos fugaces”.
Y es que Amor en la nube es una obra feminista en
el sentido literal de la palabra. Es una obra que resalta la importancia de la
educación de la mujer, de su independencia económica, de su derecho al trabajo
y a una vida digna, de su derecho de no depender de ningún hombre para vivir,
viajar o simplemente para su solaz. Y si hablo de solaz, es porque la sociedad
patriarcal condena a las mujeres solteras; como si ser célibe fuera una tara,
como si no casarse con el “príncipe azul” fuese una tragedia griega. Se nos
olvida que a veces es mejor la “autoayuda” que el “polvo obligado”.
Amor en la nube debería convertirse en
una lectura OBLIGADA, y aquí si reivindico el concepto de imposición, en todos
los colegios y universidades. Amor en la
nube debería ser una iniciación en la vida afectiva, sexual y social de
todos los colombianos. La lectura de María,
de Jorge Isaacs, debería aplazarse para después; lo digo porque prefiero una
sexualidad satisfecha que un beso en la mano cuando ya me encuentre definitivamente
en los brazos de Tánatos sin haber dejado de ser doncella.
Por último
Ana Cristina Vélez solo me resta decir ¡FELICITACIONES! Leer tu libro fue una
experiencia intelectual, estética y personal de gran envergadura. Espero con
ansias tu próxima novela, ojala tenga el gusto de escribirle un prólogo.
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