Antes de
hablar sobre Lulu es bueno recordar
que Rumania posee una larga tradición literaria así no sea muy reconocida en
Colombia. Por otra parte, algunos de sus grandes escritores son identificados
como si fuesen franceses; me refiero a Cioran, o al historiador de las
religiones Mircea Eliade, o al padre del teatro del absurdo, Ionesco; y así
hayan escrito sus obras en Francia y escrito en francés, su cultura, al menos
el sustrato de la misma, es la cultura rumana, de eso no hay la menor duda; y
así hay que entenderlo para poder aproximarse a su obra, para poder entender la
complejidad que engendra su universalidad.
Después de
haber hecho esta breve introducción pasemos a otro gran autor, Mircea
Cartarescu (Bucarest, 1956), varias veces nominado al Premio Nobel de
Literatura; es de anotar que ninguno de sus colegas ha recibido este galardón,
así que de ganarlo él sería el primer rumano que tendría ese honor. También es
cierto que lo del honor es bastante dudoso, puesto que muchos de los premiados
lo han sido simple y llanamente por sus posiciones políticas, y otros que lo
merecían por la alta calidad estética de sus obras, pero considerados políticamente
incorrectos, no lo recibieron nunca. Me refiero por supuesto a Borges, a Philip
Roth o a Marguerite Yourcenar. Otra autora que considero que la Academia sueca
está en deuda con ella es la rusa Ludmila Oulitzkaïa; así que a veces creo que
es mejor ser ignorado por la Academia y saber que esos grandes autores pueden
sentarse juntos a contemplar la eternidad, mientras que muchos otros solo son
recordados por tener el Nobel, aunque su obra carezca de la calidad literaria
necesaria para que sus nombres pasen a ser escritos en lajas de mármol. Así que
si Mircea Cartarescu sigue siendo invisible en Estocolmo eso a lo mejor es un
reconocimiento a su trabajo literario.
Ahora bien,
pasemos a la obra que nos ocupa, Lulu
(título original: Travesti), Editorial
Impedimenta (2º edición marzo 2018, 156 páginas), una hermosa y cuidada edición
que tuve el privilegio de comprar en el Parque del Retiro, donde se realiza
cada año la Feria del Libro de Madrid.
Y para
hablar de esta obra inquietante, sombría, cenagosa, debo antes recordar el
Efecto Mariposa; un concepto de la Teoría del Caos que sostiene que un simple
aleteo de una mariposa puede generar un huracán al otro lado del planeta. Y ese
es precisamente el efecto que Lulu, la mariposa soñada y evocada por Víctor, el
escritor que la rememora a todo lo largo del libro que nos ocupa, va a desencadenar
en la vida de este hombre gris y atormentado para quien la vida nunca será
igual después del breve y a la vez eterno aleteo de Lulu.
Víctor, un
adolescente de diez y siete años, con baja autoestima, ya que considera que su
rostro es feo y asimétrico, asiste a una excursión con su compañeros de aula
para celebrar el fin de la secundaria; y la última noche, en una fiesta de
disfraces, aparece Lulu, para no dejarlo nunca más, para poseerlo noche tras
noche detrás de las tinieblas de su propia angustia. Los afeites, el perfume de
Lulu, y sobre todo el aleteo de sus pestañas postizas, lo perseguirán durante
los siguientes diez y siete años cuando finalmente se encierre en una vieja
casona de los Cárpatos para exorcizar los dolores de la ausencia y traer a su
olfato el olor de animal en celo de Lulu; el compañero de clase que con su
parpadeo incesante y provocador lo lanzó al centro del ojo del huracán y del
cual Víctor ya no supo -léase no quiso- abandonar nunca más.
Con esto
puede intuirse que si bien el relato nos sumerge en una pesadilla, que el libro
es onírico, surrealista, donde la realidad se mimetiza con el delirio, con los
fantasmas y las voces que aturden los oídos de Víctor y del lector, que como un
voyeur, sigue uno a uno sus pasos así sienta que cada uno de ellos lo amenaza a
cada instante con lanzarlo al vacío; y que aunque es un relato ficcional también
es un relato matemático. Como matemático es El
Sur de Borges. No en vano Borges dice: “A la realidad le gustan las simetrías y los
leves anacronismos”.
Recuérdese al bibliotecario Juan Dahlmann que un
día cualquiera busca un viejo ejemplar de Las
Mil y una Noches y al llegar a su edificio sube rápidamente las escaleras
sumidas en una semipenumbra que anuncia la noche, por lo que él no ve el
postigo abierto en uno de sus tramos, ¿o eran las alas de un murciélago?[1]; el resto
ya lo sabemos. Algunos días después despierta en un hospital[2], luego
vendrá el viaje al sur y el encuentro con los cuchilleros de una estación de
tren perdida en La Pampa y su salida a ese terreno infinito con un cuchillo que
alguien le ha puesto en las manos, pero que él, bibliotecario de Buenos Aires,
no sabe utilizar, y al frente, dándole la espalda al horizonte, un cuchillero
avezado en su uso. Y por supuesto que este final puede ser real o puede ser una
imagen dantesca, igual que la máscara de Lulu que aparece y desaparece en cada
puerta, en cada recodo de la casa, al final de cada tramo de las escaleras, y
eso durante diez y siete años, sin dar pie a un respiro, una máscara que podría
ser como el puñal que le pusieron en la mano a Dahlmann.
¿Cómo salir
indemne después del horror?
¿Cómo salir
indemnes después de leer esta obra magna de Cartarescu?
Lo pregunto
porque esta lectura es un descenso más allá de los círculos dantescos, puesto
que cada uno de ellos forma parte de una espiral que succiona al lector-voyeur hasta el siguiente
círculo; sin tocar fondo jamás y sin poder ascender de nuevo.
Víctor crea
infiernos que se suceden los unos a los otros y omite perversamente crear
salidas, puertas de escape, ventanas donde mirar entornos menos sórdidos, más
acogedores. Y es que Víctor es un exiliado en sí mismo. Entiende que aunque
crease otros mundos más afables, su tortura -la tortura de Lulu- lo precedería
siempre, hasta más allá de la eternidad.
Lulu es una obra alucinante y sin lugar a dudas es un homenaje a Aurelia, de Gérard de Nerval, y a La Metamorfosis, de Kafka; y aunque el
autor no nombra en ningún momento Informe
sobre ciegos, de Ernesto Sábato, estoy segura que Víctor sigue uno a uno los pasos de Fernando
Vidal Olmos. Lulu
es una obra laberíntica que invita a un viaje donde Ariadna no ha sido convocada. Es un relato
perturbador y el lector-voyeur se pasea por escenarios oníricos, grises,
turbulentos, en los que camina por terrenos poblados de arenas movedizas que amenazan con succionarlo;
y cuando logra ver un poco más allá de lo que le permite el ojo de una
cerradura, es para ponerlo al frente de sus propios demonios. Y es que
Cartarescu lo que en realidad hace es crear un escenario de desafíos
permanentes para desestabilizar a ese lector-voyeur que busca encontrar el
meollo de la tragedia; así que le pone trampas, juega con él como el gato con
el ratón, borra los límites de su propia imaginación y lo amenaza con lanzarlo al
más profundo de los abismos; y lo que es aún más inquietante, sin que el
lector-voyeur olvide que una vez que esa caída ha comenzado el regreso es
imposible.
La
grieta por la que atraviesa Víctor, grieta que arrastra a su vez al lector-voyeur
que lo sigue y que respira su oxigeno envenenado, se cierra a medida que ellos
avanzan por el laberinto de su propio desvarío. Y mientras avanzan, guiados por
la pluma de Cartarescu, van recreando una galería de espejos donde se ven
multiplicados hasta el infinito; así que ¿cómo reconocerse a sí mismos? ¿cómo
identificar la imagen que no es repetida ni soñada sino la verdadera?; por lo
que habría que preguntarse ¿existe una imagen verdadera? ¿acaso no son todas
efímeras, imaginadas y tramposas? Tal vez por ello Víctor había llevado consigo
el poema Soledad de Rilke para que
fuera su compañía en esa excursión donde perdería el rumbo de su vida. Lo que
nos lleva a pensar que el paraíso no existe, que la adolescencia es una puerta
al infierno y que una vez cruzado su umbral ya no hay marcha atrás, solo espera
el juego de espejos que van a arrebatarle la cordura, y a demostrarle, una y
otra vez, que él solo es una pequeña e ínfima pieza de un gran puzzle donde la
tragedia es el gran titiritero que controla cada movimiento y por lo tanto es
el único personaje que conoce cada milímetro del espacio donde han sido
lanzados; aunque a veces imaginen que han caído por su propia voluntad.
Antes
de terminar habría que recordar que en la tragedia griega no existen ni el azar
ni los hechos fortuitos, simple y llanamente el hombre obedece a designios
previamente trazados; y en el caso específico de Víctor, y del lector-voyeur
que lo sigue, sus pasos han sido ya
esculpidos por las tres Erinias, las Furias hijas de la noche; no en vano vigilan
la entrada al inframundo; incluso a veces salen para perseguir a los que huyen
de sí mismos.
Por último diría que Lulu es una obra de ficción enorme; pocas veces tengo el placer
estético de sumergirme en una narración que me lleva al límite de mi propia
imaginación y que amenaza con lanzarme al más profundo de los abismos.
Lulu, de Mircea Cartarescu, es una lectura
altamente recomendada.
[1] “Dahlmann había conseguido, esa tarde, un
ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese
hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras;
algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara
de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó
por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que
alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida”. El Sur, de Jorge Luis
Borges.
[2] “en una celda que tenía algo de pozo y, en los
días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había
estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno”. Idem.
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