viernes, 29 de junio de 2018

EL EFECTO MARIPOSA O EL ABISMO EN LULU, DE MIRCEA CARTARESCU




Antes de hablar sobre Lulu es bueno recordar que Rumania posee una larga tradición literaria así no sea muy reconocida en Colombia. Por otra parte, algunos de sus grandes escritores son identificados como si fuesen franceses; me refiero a Cioran, o al historiador de las religiones Mircea Eliade, o al padre del teatro del absurdo, Ionesco; y así hayan escrito sus obras en Francia y escrito en francés, su cultura, al menos el sustrato de la misma, es la cultura rumana, de eso no hay la menor duda; y así hay que entenderlo para poder aproximarse a su obra, para poder entender la complejidad que engendra su universalidad.

Después de haber hecho esta breve introducción pasemos a otro gran autor, Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), varias veces nominado al Premio Nobel de Literatura; es de anotar que ninguno de sus colegas ha recibido este galardón, así que de ganarlo él sería el primer rumano que tendría ese honor. También es cierto que lo del honor es bastante dudoso, puesto que muchos de los premiados lo han sido simple y llanamente por sus posiciones políticas, y otros que lo merecían por la alta calidad estética de sus obras, pero considerados políticamente incorrectos, no lo recibieron nunca. Me refiero por supuesto a Borges, a Philip Roth o a Marguerite Yourcenar. Otra autora que considero que la Academia sueca está en deuda con ella es la rusa Ludmila Oulitzkaïa; así que a veces creo que es mejor ser ignorado por la Academia y saber que esos grandes autores pueden sentarse juntos a contemplar la eternidad, mientras que muchos otros solo son recordados por tener el Nobel, aunque su obra carezca de la calidad literaria necesaria para que sus nombres pasen a ser escritos en lajas de mármol. Así que si Mircea Cartarescu sigue siendo invisible en Estocolmo eso a lo mejor es un reconocimiento a su trabajo literario.

Ahora bien, pasemos a la obra que nos ocupa, Lulu (título original: Travesti), Editorial Impedimenta (2º edición marzo 2018, 156 páginas), una hermosa y cuidada edición que tuve el privilegio de comprar en el Parque del Retiro, donde se realiza cada año la Feria del Libro de Madrid.

Y para hablar de esta obra inquietante, sombría, cenagosa, debo antes recordar el Efecto Mariposa; un concepto de la Teoría del Caos que sostiene que un simple aleteo de una mariposa puede generar un huracán al otro lado del planeta. Y ese es precisamente el efecto que Lulu, la mariposa soñada y evocada por Víctor, el escritor que la rememora a todo lo largo del libro que nos ocupa, va a desencadenar en la vida de este hombre gris y atormentado para quien la vida nunca será igual después del breve y a la vez eterno aleteo de Lulu.

Víctor, un adolescente de diez y siete años, con baja autoestima, ya que considera que su rostro es feo y asimétrico, asiste a una excursión con su compañeros de aula para celebrar el fin de la secundaria; y la última noche, en una fiesta de disfraces, aparece Lulu, para no dejarlo nunca más, para poseerlo noche tras noche detrás de las tinieblas de su propia angustia. Los afeites, el perfume de Lulu, y sobre todo el aleteo de sus pestañas postizas, lo perseguirán durante los siguientes diez y siete años cuando finalmente se encierre en una vieja casona de los Cárpatos para exorcizar los dolores de la ausencia y traer a su olfato el olor de animal en celo de Lulu; el compañero de clase que con su parpadeo incesante y provocador lo lanzó al centro del ojo del huracán y del cual Víctor ya no supo -léase no quiso- abandonar nunca más.

Con esto puede intuirse que si bien el relato nos sumerge en una pesadilla, que el libro es onírico, surrealista, donde la realidad se mimetiza con el delirio, con los fantasmas y las voces que aturden los oídos de Víctor y del lector, que como un voyeur, sigue uno a uno sus pasos así sienta que cada uno de ellos lo amenaza a cada instante con lanzarlo al vacío; y que aunque es un relato ficcional también es un relato matemático. Como matemático es El Sur de Borges. No en vano Borges dice: “A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”.

 Recuérdese al bibliotecario Juan Dahlmann que un día cualquiera busca un viejo ejemplar de Las Mil y una Noches y al llegar a su edificio sube rápidamente las escaleras sumidas en una semipenumbra que anuncia la noche, por lo que él no ve el postigo abierto en uno de sus tramos, ¿o eran las alas de un murciélago?[1]; el resto ya lo sabemos. Algunos días después despierta en un hospital[2], luego vendrá el viaje al sur y el encuentro con los cuchilleros de una estación de tren perdida en La Pampa y su salida a ese terreno infinito con un cuchillo que alguien le ha puesto en las manos, pero que él, bibliotecario de Buenos Aires, no sabe utilizar, y al frente, dándole la espalda al horizonte, un cuchillero avezado en su uso. Y por supuesto que este final puede ser real o puede ser una imagen dantesca, igual que la máscara de Lulu que aparece y desaparece en cada puerta, en cada recodo de la casa, al final de cada tramo de las escaleras, y eso durante diez y siete años, sin dar pie a un respiro, una máscara que podría ser como el puñal que le pusieron en la mano a Dahlmann.

¿Cómo salir indemne después del horror?
¿Cómo salir indemnes después de leer esta obra magna de Cartarescu?

Lo pregunto porque esta lectura es un descenso más allá de los círculos dantescos, puesto que cada uno de ellos forma parte de una espiral que  succiona al lector-voyeur hasta el siguiente círculo; sin tocar fondo jamás y sin poder ascender de nuevo.

Víctor crea infiernos que se suceden los unos a los otros y omite perversamente crear salidas, puertas de escape, ventanas donde mirar entornos menos sórdidos, más acogedores. Y es que Víctor es un exiliado en sí mismo. Entiende que aunque crease otros mundos más afables, su tortura -la tortura de Lulu- lo precedería siempre, hasta más allá de la eternidad.



Lulu es una obra alucinante y sin lugar a dudas es un homenaje a Aurelia, de Gérard de Nerval, y a La Metamorfosis, de Kafka; y aunque el autor no nombra en ningún momento Informe sobre ciegos, de Ernesto Sábato, estoy segura que Víctor sigue uno a uno los pasos de Fernando Vidal Olmos. Lulu es una obra laberíntica que invita a un viaje donde  Ariadna no ha sido convocada. Es un relato perturbador y el lector-voyeur se pasea por escenarios oníricos, grises, turbulentos, en los que camina por terrenos poblados de  arenas movedizas que amenazan con succionarlo; y cuando logra ver un poco más allá de lo que le permite el ojo de una cerradura, es para ponerlo al frente de sus propios demonios. Y es que Cartarescu lo que en realidad hace es crear un escenario de desafíos permanentes para desestabilizar a ese lector-voyeur que busca encontrar el meollo de la tragedia; así que le pone trampas, juega con él como el gato con el ratón, borra los límites de su propia imaginación y lo amenaza con lanzarlo al más profundo de los abismos; y lo que es aún más inquietante, sin que el lector-voyeur olvide que una vez que esa caída ha comenzado el regreso es imposible.

La grieta por la que atraviesa Víctor, grieta que arrastra a su vez al lector-voyeur que lo sigue y que respira su oxigeno envenenado, se cierra a medida que ellos avanzan por el laberinto de su propio desvarío. Y mientras avanzan, guiados por la pluma de Cartarescu, van recreando una galería de espejos donde se ven multiplicados hasta el infinito; así que ¿cómo reconocerse a sí mismos? ¿cómo identificar la imagen que no es repetida ni soñada sino la verdadera?; por lo que habría que preguntarse ¿existe una imagen verdadera? ¿acaso no son todas efímeras, imaginadas y tramposas? Tal vez por ello Víctor había llevado consigo el poema Soledad de Rilke para que fuera su compañía en esa excursión donde perdería el rumbo de su vida. Lo que nos lleva a pensar que el paraíso no existe, que la adolescencia es una puerta al infierno y que una vez cruzado su umbral ya no hay marcha atrás, solo espera el juego de espejos que van a arrebatarle la cordura, y a demostrarle, una y otra vez, que él solo es una pequeña e ínfima pieza de un gran puzzle donde la tragedia es el gran titiritero que controla cada movimiento y por lo tanto es el único personaje que conoce cada milímetro del espacio donde han sido lanzados; aunque a veces imaginen que han caído por su propia voluntad.

Antes de terminar habría que recordar que en la tragedia griega no existen ni el azar ni los hechos fortuitos, simple y llanamente el hombre obedece a designios previamente trazados; y en el caso específico de Víctor, y del lector-voyeur que lo sigue,  sus pasos han sido ya esculpidos por las tres Erinias, las Furias hijas de la noche; no en vano vigilan la entrada al inframundo; incluso a veces salen para perseguir a los que huyen de sí mismos.

Por último diría que Lulu es una obra de ficción enorme; pocas veces tengo el placer estético de sumergirme en una narración que me lleva al límite de mi propia imaginación y que amenaza con lanzarme al más profundo de los abismos. 

Lulu, de Mircea Cartarescu, es una lectura altamente recomendada.



[1] Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida”. El Sur, de Jorge Luis Borges.
[2] en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno”. Idem.

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