En este blog podrán leerse artículos, poemas o cuentos sobre mujeres y hombres que han jugado un rol decisivo en la construcción de nuestro imaginario colectivo; bien sea a través de la literatura, del arte y por ende de la cultura.
martes, 12 de enero de 2016
II PARTE: EL PUZZLE DE LA HISTORIA O EL AROMA A TRÓPICO DE JORGE ELIÉCER PARDO
EL LENGUAJE :
El manejo del castellano de la parte de Jorge Eliécer Pardo es de una gran riqueza en todos los sentidos, gramatical, verbal, sintáctico. Si se habla de una fuerza descomunal en los libros de Pardo, es, precisamente, el lenguaje.
Diría que leer su obra es emprender una aventura a través del idioma; como si cada palabra, cada imagen, cada frase, fuese una nave que nos transporta al pasado, a mundos conocidos o imaginados, existentes o inexistentes, tangibles e intangibles. Pocas veces puede leerse una obra literaria con un manejo tan brillante de la lengua castellana ; al menos de la lengua que hablamos en Colombia.
Es un manejo del lenguaje como pocas veces se encuentra en la literatura.
Es impecable, limpio, rico en metáforas que nos hacen volar y caer en picada, sumergirnos en aguas turbulentas y en lagos sin olas, nos hace pisar el rocío del amanecer y viajar en el ojo del huracán.
Es avasallador por decir lo menos. Es como cabalgar en un caballo desbocado que corre por la cresta de la cordillera vadeando abismos ocultos por la bruma. Otras veces es plácido como las aguas de un lago en tiempos de verano.
Y si digo ésto es porque en la utilización de la lengua están ímplicitas múltiples características alusivas al pueblo que la habla, a su idiosincracia, a su historia, a su trayectoria sociológica y cultural. Con ésto no quiero decir que la obra de Jorge Eliécer Pardo no sea universal. Si bien parte de acontecimientos locales, éstos rápidamente se transforman en universales; por lo que todos los lectores, sin importar su lengua y cultura, pueden reconocerse a sí mismos. Su obra se convierte en una metáfora fácilmente reconocida por el lector, sin importar la situación geográfica y la cultura a la que pertenezca.
“Debajo de los cobertores Hendrik Pfalzgraf encontraba la oscuridad de su sótano en Hamburgo. El ruido del aire que entraba por los resquicios y, el insistente golpeteo de la ventana contra su marco, lo conducían al moderato del Concierto No 1 de Brahms. Tenía entre su maletín burdo las viejas partituras que conocía de memoria y que desplegaba sobre los atriles como una manera de sentirse acompañado. Pasaba las páginas en su mente buscando los mejores movimientos o escuchando, muy adentro de su laberinto, todo el concierto. (Idem, pág.” 101)
Lo que me lleva a recordar a Ernesto Sabato con una hermosa frase que Bruno le dice a Martín, si mal no recuerdo es así : -No hay nada más universal que una pareja besándose en un parque. A lo que yo agregaría : No hay nada más universal que las guerras, o el amor, o la soledad, o el delirio, o el exilio, o la evocación, o la migración. No hay nada más universal que el saudade del que hablan los portugueses y que se respira en cada página de El Pianista que llegó de Hamburgo y en La Baronesa del Circo Atayde, los libros que hacen parte de la saga El quinteto de la frágil memoria.
LA MÚSICA :
Para nadie es un secreto que el lenguaje poético es música. Y música es lo que suena en cada párrafo, en cada página de la saga de Jorge Eliécer Pardo.
Hendrik Joachim Pfalzgraf, el pianista que llegó de Hamburgo, nos lleva de la mano a través de un magnífico recorrido por la música clásica; especialmente en el triángulo en B de la música alemana: Bach, Beethoven y Brahms; como bien lo señala el autor ; pero también están los boleros de Agustín Lara. Y para Carlos Arturo Aguirre, el personaje central de La Baronesa del Circo Atayde, además de los boleros están los tangos que forman parte intrínsica de su vida.
Habría que hacer enfásis en que la música sirve como mecanismo para hacer girar la memoria, y más que memoria la evocación y la imaginación. (1)
“Creo que voy a escribirle unos versos porque la música es amor en busca de palabras… La música excava el cielo, es eco del mundo invisible” (Idem, pág. 283-284).
Leyendo la saga pensé en una idea que tuve casi a todo lo largo de la lectura de Lolita de Nabokov, no porque las obras se parezcan, sino porque para mí, por más extraño que pueda parecerles a los que han leído esta gran obra, Lolita es un personaje que solo existe en la imaginación de Humbert Humbert. Pues bien, lo mismo podría decir de Matilde Aguirre y de María Rebeca Pérez, las amadas del pianista de Hamburgo y del carpintero Aguirre. Aunque no niego la posibilidad que ellas se hayan cruzado en sus caminos en algún momento de sus vidas sin abrir las puertas a nada más.
El amor que Pfalzgraf y Aguirre construyen alrededor de ellas -sofocante, delirante-, se transforma en una pasión que las convierte en diosas, en mujeres de leyenda, en mujeres miticas; no en una sino en varias mujeres a la vez que aparecen y desaparecen en la bruma del recuerdo; que toman diferentes formas, diferentes caras, como máscaras que ocultan lo que no puede decirse, lo que no puede mostrarse, precisamente porque no hay nada que mostrar; como no sea una obsesión nacida de un ansia por encontrar a la mujer ideal, la que todo hombre desea en algún momento de su vida pero sin que ella llegue verdaderamente a compartir su lecho.
Podría enumerar mútiples parráfos que me sirvan para apuntalar esta hipótesis; pero basta con traer a colación a dos de ellos :
1. “Quiso suspender las notas en el espacio vacío de su incertidumbre, prolongarlas para que subieran por las escaleras y llegaran a ella y le dijeran cuánto la amaba. Soltó los pedales al verla en el comienzo superior de la escalera, como una aparición sagrada, transfigurada con la luz violeta que los pétalos dejaron en su entorno. Bajó sin tocar los escalones, le dio un beso en la boca, abierto y profundo. Llévame a casa. Era la primera vez que lo pedía. Siempre salía como sombra o como enamorada invisible y, una vez ganaba el andén, la ciudad era suya, sin temores. Se vistió su traje oscuro y los zapatos de charol negros con la rapidez de la nueva canción de Lara que ella adivinó en las ranuras. Parecían un daguerrotipo. Hendrik sintió que adherían en su espalda una cuerda y lo subían a una de las huellas de la pared, al clavo, para que empezara a contar su historia a los ángeles protectores o a los seres solitarios. Se agarró de Matilde y ella lo tomó por el brazo y lo llevó hasta la puerta. Cuando cerraron, aún los perseguía la voz de Agustín Lara.” (El pianista que llegó de Hamburgo, pág. 201)
2. “Creía que le agradaba. María Rebeca cerró los ojos y él supo que fingía sueño profundo. Como en los últimos años abrió una botella de aguardiente y puso la victrola en medio del patio, con los tangos que le arrancaban el alma. Deambulaba de la sala a la habitación, de la mirada insultante al disco negro y pesado de 78 rpm, de los ojos cerrados de Rebeca al amanecer colándose por la puerta abierta; los vecinos se lamentaban por el escándalo y la compasión por el hombre que se hundía en las borracheras.
El día que me quieras /la rosa que engalana,
… y la casa quedó sola. … Cerró los portones con llave y se tiró a la calle hacia la cigarrería. Mientras bajaba hasta la Carrera Séptima, el aire de la tarde y la llovizna le ayudaron a recapacitar sobre lo ocurrido. La amaba más, la deseaba más, la poseería las veces que le viniera en gana, haría valer su derecho: era su mujer. Pensó que lo recibiría sin protestas y aligeró el paso simulando sobriedad. Al regreso, el aguacero arreció y, empapado, subió hasta el barrio Egipto con la botella envuelta en una bolsa de papel. Pasó los dos portones, con erección. Al entrar en la alcoba con la imagen de Rebeca tendida boca arriba en el blanco inmaculado, encontró la cama vacía. La buscó por toda la casa golpeándose con las paredes. Miró en el interior del armario y ahí estaban sus vestidos, sus abrigos, sus capas, sus pijamas, sus calzones y brasieres, menos el sombrero de ala ancha que le regaló veintiún años antes en la sombrerería ni el abrigo de piel que jamás estrenó. Salió como demente a gritar el nombre de su fugitiva y desde las ventanas lo compadecieron aún más.” (La Baronesa del Circo Atayde, pág. 156)
Carlos Arturo Aguirre buscará a su amada María Rebeca en las letras de los boleros y del tango. Aunque sabe de antemano que su búsqueda es en vano y que su presencia es sólo una fuga permanente. Sabe también que la Baronesa del Circo Atayde es éterea y que boga gracias a los vientos y huracanes que despejan los caminos por donde transitan los hombres que la desean encerrar en una casa y ponerla al cuidado de los hijos.
PERSONAJES MÍTICOS:
María Rebeca en realidad es el origen del universo, no el del dios de los judeocristianos sino el Big-Bang, esa inmensa explosión de la que surgió la galaxia en la que habitamos:
“Se abría la caja. Emergía el primer llanto, aliento primigenio, sin aceptarlo o negarlo, la alumbre descubría, pequeña cabeza. ¿Dónde está su padre? ¿La madre asexuada? . En ese lugar y en todos destinada al ciclo perverso de la muerte… Penetró la remembranza del gran ruido…” (Idem, pág. 27).
Jorge Eliécer Pardo nos lo cuenta desde los mitos cosmogónicos, aliento primigenio, que debió haber estallado durante milenios en un ruido ensordecedor que finalmente parió el universo que habitamos y terminó creando la vida que nos rodea. Pero como toda vida, creó también la finitud, la muerte. Para que algo exista, y esté completo, obligatoriamente tiene que existir su contrario; de otra forma sería la Nada, le Néant, el vacío sideral.
María Rebeca también nos remonta a Lilith, del vocablo hebreo lil, que significa aire, viento, espíritu. Recuérdese que el aliento es aire y es viento que genera vida, su ausencia es la muerte. Posteriormente lil dio origen a Laila, la noche. Por algo Lilith es considerada en el folclor hebreo como el espíritu que copula con los súcubos y además es la causante de las poluciones nocturnas de los hombres. En realidad Lilith es una figura mítica que se remonta a la cultura mesopotámica, como lo es una gran parte del Antiguo Testamento. (2)
“El sexo los unió en profundas entregas a campo abierto mientras recorrían el nirvana. La arropaba con el cuerpo avasallante. Cuando María Rebeca quiso cubrirlo con el suyo, se lo prohibió. … Planeó su fuga. La humillación de la postura del misionero no la soportaría, así fuera su primer hombre.” (Idem, pág. 91)
Este párrafo me recuerda el libro En nombre de Lilith (Colección Las Ofrendas. Escuela de Estudios Universitarios. Universidad del Valle, 2011), de la poeta Martha Patricia Meza:
“Olvidaste que fuimos hechos de polvo cósmico, somos iguales. ¿En qué momento comenzaste a posar de pavo real, mientras la humanidad se hundía en el lodo y la guerra y la miseria?”
Lilith, movimiento perpetuo, creación perpetua, eterno devenir. Debe ser por eso que la consideran malévola, a veces es una criatura de la noche o una lechuza. Lilith la rebelde, la que no se doblega ante nadie, ni siquiera ante el amor; por eso ha sido condenada al ostracismo y al olvido. No hay que olvidar que existió antes que Eva.
Y una de las tantas hijas de Lilith es Antígona:
“… emprendió la aventura encerrada en su cofre-sarcógafo. María Rebeca, en el devenir, el silencio, encontró una manera no de morir, sino de sobrevivir.
“Al ser izada con la cuerda, en medio del aire entre la claraboya y el piso, círculo de arena sin malla protectora, supendida, antes de las miles de vueltas que la alejan del pasado odioso, se da cuenta, en el balanceo, de que su presente, el olvido y el perdón, se convertía en remolino donde sus acciones se volvían justas, repetidas. (Idem, pág. 120)
Antígona, digna hija de Lilith, antes de ser sepultada en vida, prefiere ahorcarse, tal y como lo habían hecho Artemisa y Erígone en los mitos mesopotámicos. Sin olvidar a Ariadna ahorcándose de un árbol, al menos en una de las variantes del mito.
Antígona no se arredra ante el poder de Creonte, su tío, que quiere vejarla, humillarla más allá de lo indecible.
Pero antes había logrado:
(llegar) “hasta los huesos, espina dorsal, daga dórica.” (Idem, pág. 120)
No hay que olvidar que el cuerpo de su hermano Polinices fue dejado en las afueras de Tebas, a la intemperie, para que los cuervos y los perros se dieran un festín. Y es que la mayoría de los pueblos del mundo han hecho de la muerte un ritual que incluye la sepultura de sus seres queridos. Cuando este ritual no se hace, no sólo es una afrenta al muerto sino a todo su linaje. Cuando se desconoce el lugar donde reposan el cuerpo que se ama no puede hacerse el duelo. Esa es la gran tragedia de Esquilo que sigue repitiéndose hasta el infinito. Los desaparecidos son un ejemplo de este mito. Las Madres de Mayo dicen que la peor tortura de la dictadura aún no termina; ya que cuando se levantan tienen la esperanza que en cualquier momento va a sonar el timbre y que una vez abierta la puerta van a abrazar al hijo perdido. A medida que avanza el día la esperanza comienza a diluirse y con la llegada de la noche, regresan las lágrimas nunca vertidas ante una tumba. Ese es el drama de miles de mujeres colombianas ante el horror de la guerra que hemos vivido en los últimos sesenta años. Somos eternas Antígonas en busca de los huesos a los que debemos dar sepultura.
Y luego está Medea. La que traiciona a su pueblo y huye siguiendo las huellas del amado que habrá de abandonarla cuando ya no la necesite. Recordemos que Medea aparecerá siglos después en otro territorio y hablando otra lengua, ya no griego sino náhuatl; me refiero a Malintzin, mas conocida como La Malinche o La Lengua de Cortés; al menos en la leyenda negra que se ha construído en torno a este personaje bastante controvertido.
…“te he dado más de lo que he recibido.” (Idem, pág 166)
Cuando en realidad era ella la que había dado todo, sin recibir nada a cambio.
“A pesar de que creía morir sin él, se dio cuenta de que el amor es un invento de quien lo desea.” (Idem, pág. 166)
Medea, la eterna exiliada, huye en la cresta de las centurias:
“Ella buscaría el olvido y la paz sin lograrlo. Fenecía su descendencia, libre de lazos, libre de opresiones, de amor maternal, fría para su nuevo viaje hacia la tierra que jamás la olvidó.” (idem, pág. 166)
Pero antes de La Malinche está Ariadna. En la versión más conocida del mito, ella había traicionado a su pueblo para seguir a Teseo y luego ser abandonada por él cuando ya no le era útil.
Y por supuesto está Penélope. La eterna tejedora de vocablos, de historias; no en vano Sherezada es una de sus caras pupilas.
“El ovillo retorna al arcón y la respuesta queda en el aire, allí, donde dejó las voces. Texo, tejido, textus, palabras“. (Idem, pág. 188)
Y antes puede leerse:
“Recogida, madeja humana, armada de dos agujas afiladas… Desde los trapecios, las vigas y la claraboya, bajan los hombres a asediarla para lograr sus encantos. En el descenso la ven cubierta por la urdimbre y, al llegar al círculo de arena, La Baronesa ha descosido la capa para quedar expuesta. Ellos no soportan tanta belleza… No cree en la fidelidad de los pretendientes, menos en su propia castidad. Su manta, como sus sueños e ilusiones, mueren una y mil veces en la desnudez.” (Idem, pág, 187).
La frase Ellos no soportan tanta belleza me hace pensar en uno de los juicios más famosos de la historia; el de Friné. La hermosa hetaira que sirvió de modelo para La Venus de Cnido de Praxiteles. Friné es procesada por impiedad y por haber violado los misterios eleusinos; posiblemente las dos grandes transgresiones en el mundo griego; algo parecido a la acusación que le hicieron a Sócrates. La leyenda dice que el acusador era un antiguo amante que no aceptaba que ella lo hubiese abandonado; en otras palabras no soportaba que tanta belleza ya no fuese de él. El orador Hipérides hace una defensa bastante original. En vez de utilizar su famoso verbo decide quitarle su túnica. Ante su desnudez los jueces entendieron que una belleza así era un tributo a la diosa Afrodita y que por fuerza tenía que pertenecerles a todos; a lo mejor esa fue la verdadera razón por la que no la condenaron a una muerte segura. Los ojos lascivos de esos hombres finalmente le preservaron la vida. Este episodio fue representado por Jean-Léon Gérôme, Friné ante el aerópago (1861).
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1. Recordemos que María Moliner, al hablar de evocacion, dice lo siguiente : 1. Tr. Invocar a las almas de los muertos. 2. Representarse a alguien en la imaginación para sí mismo, o describirlo o representarlo para otros, algo que ocurrió en tiempos pasados.
2. Para entender un poco más este enunciado puede leerse El Folklor en La Biblia, de Georges Frazer
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III parte: http://blogs.elespectador.com/elhilodeariadna/2016/01/12/iii-parte-el-puzzle-de-la-historia-o-el-aroma-a-tropico-de-jorge-eliecer-pardo/
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