De exilios y naufragios en la poesía de JA España Erazo
Berta Lucía Estrada Estrada
Crítica Literaria
Todo exilio es en sí mismo silencio y naufragio; y esta premisa la entiende muy bien el poeta Jonathan Alexander España Erazo cuando escribe El silencio voraz (Abisinia Editores y Editorial Avatares, 2022). Aunque este poemario, que puede leerse también como un libro de aforismos, no habla del exilio político ni del económico; habla, más bien, del exilio metafísico.
El poeta se reconoce como un exiliado en sí mismo; y por ende sabe que la salvación no existe; sabe que ese exilio -en realidad una caída donde no hay redes ni escapatoria posible- es la única certeza que tiene en su diario trasegar por el universo de las palabras.
Y las palabras no son ninguna tabla de salvación, por el contrario, son cuerdas que lo ahorcan, que lo ahogan, y que lo hacen trastrabillar en un mundo donde la “nada” es la única existencia creíble.
Por eso en El náufrago, del capítulo Las formas del fuego, nos dice:
Hoy desperté / con las raíces de la muerte.
Y en El doble
Una salamandra en el aire se agita en llamas,
abre la boca
y desaparece.
Aquel rumor no deja
de invocar nuestro exilio.
El crepitar del fuego, y la salamandra que en vez de apaciguarlo lo alienta, aturde al poeta, le quema los ojos y le corta la lengua. De ahí ese sugestivo título El silencio voraz. El poeta, para poder sobrevivir en esa tierra de nadie que es el exilio interior, sabe que la única alternativa es la de fagocitarse a sí mismo; por eso “abre la boca
/ y desaparece.”
Otro exilio que se lleva a cuestas es la casa de la infancia. Ese eterno laberinto en el que se dan vuelta y vueltas en redondo y del que no se logra salir nunca más; así se haya dejado la casa paterna desde etapas muy tempranas. Y en este caso traigo a colación otros dos poemarios que hablan de la casa a veces como un refugio, como es el caso de Casa de agua, de la poeta ecuatoriana Ivonne Gordon, donde la evocación y el dolor de su pérdida son el tema central, y el poemario El miedo de una casa inexistente de la argentina Ernestina Elorriaga donde esa casa ya no es refugio sino pesadilla y tortura. Veamos qué dice JA España Erazo:
Tu casa: paraíso que revela el desamparo después del viento. (Poema Elogios)
Hermoso aforismo en el que intuimos que Dédalo y sus alas se han ido a otra casa. Por eso el poeta descubre la ausencia y se tropieza con el desamparo. Entiende su orfandad y se sabe solo en ese laberinto que lo habita y en el que él habita. Sabe que el Minotauro le sigue los pasos, que lo acecha en cada habitación, en cada recodo; y que si antes el mismo se fagocitaba a sí mismo ahora es el próximo festín del mítico toro.
En la 2a parte, Un relámpago sepultado en un jardín, leemos:
Estoy al borde de tu cuerpo que prolonga los precipicios. (Poema Lunes)
Otra vez la sensación de vacío; y ya vimos que el cuerpo del poeta carece de alas por lo que no puede esquivar al precipicio. La caída es ineluctable y eterna, no hay fondo; entre más se cae, más hondo es el abismo.
Y como el poeta es consciente de ese juego eterno en el que siempre es un perdedor, dice:
No olvido el pozo de tu lejanía: huelo el rayo que destroza el barco, el fuego de la incertidumbre, el naufragio adentro. (Poema Viernes)
El agua que ahoga, que inunda, que borra fronteras, y que deja un paisaje anegado y destruido, es otra forma de representarse a sí mismo la desolación de la casa de su infancia. El dolor de la ausencia, y el saberse solo, inconmensurablemente solo, le recuerdan que las cuerdas lo persiguen así no le abracen el cuello roto desde siempre.
Aunque la cuerda huya de la viga, el mundo, nuestra isla, ya tiene el cuello roto. (Posdata)
Luego en Presagios dice:
Bajo la lluvia
se inunda la casona. Llora el naufragio.
Libro de niebla.
Entre palabras y agua,
emerge el poema.
Una casa que luego será solo una imagen difusa, un vestigio de un pasado que en vez de dar refugio y seguridad solo brinda huellas borrosas, ruinas, derrumbes, naufragios.
«Mi rastro es la ruina que te rodea», me escribes en este papel
y desapareces en la imagen incendiada de nuestra casa.
Y en el poema que nombra a este libro que navega entre la poesía y los aforismos, El silencio voraz, el poeta renuncia a la música, renuncia al canto; en otras palabras, renuncia a la única compañía que el Hombre tiene dentro de sí para no sucumbir a la locura; ese otro Minotauro que anida en el fondo de cada uno de nosotros y que lleva como nombre Soledad.
Una canción resplandece en la noche, su melodía cruje
entre las grietas.
… La música nace y muere en mí.
A punto de ser canto
renuncio a las siete soledades.
Y si antes he hablado de los aforismos que pueblan este hermoso poemario, ahora hago alusión a otra forma de construir un poema:
Por la puerta entreabierta
ingresa la niebla,
continuidad de la huida.
Esos tres versos son etéreos, fugaces, limpios, transparentes; yo diría que tienen el privilegio de beber en la fuente de los haikus japoneses.
Y antes de terminar con esta breve presentación de este poemario de Jonathan Alexander España Erazo quisiera resaltar que los títulos de cada capítulo son el compendio de los poemas que se van a leer a posteriori. Esta característica no siempre se encuentra en los poemarios que a diario se publican; por lo que desde ese punto de vista es un libro muy bien logrado; es decir, es un libro pensado, trabajado; donde cada palabra tiene el peso que le corresponde; donde no hay nada que sobre y nada que falte; escrito con la precisión de un reloj. La coherencia es, a mi modo de ver, el principal atributo de El silencio voraz.
Felicitaciones Jonathan Alexander España Erazo; estaremos atentos a sus otras publicaciones.
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