INCINERACIONES, DE CAROLINA SÁNCHEZ PINZÓN
Editorial El sastre de Apollinaire
Madrid, mayo de 2022
78 páginas
Este pequeño poemario titulado Incineraciones tiene la rara virtud de quemar los dedos que lo sostienen y de lanzar llamaradas de fuego a los ojos que recorren sus páginas. También hubiese podido llamarse Hambre o Hambruna o Silencio; o simplemente Muerte. Ya que el Hambre no solo corroe los huesos sino que quema las entrañas y nos recuerda que la existencia humana está llena de baches en los que danzan los fantasmas dispuestos a lanzarnos al vacío.
Incineraciones es un viaje metafísico entre Bogotá y Madrid; dos ciudades aparentemente gemelas y a la vez antagónicas. En ese viaje metafísico se respira un aire viciado; en él el oxígeno se transforma en combustión; una combustión que al producir dióxido de carbón ahoga y produce la muerte.
Incineraciones no construye puentes; o cuando lo hace es para partirlos en dos y dejar caer al abismo al lector que trata de atravesarlos. Desde el principio el lector sabe que no tiene escapatoria; sabe que el horizonte es una quimera y que nadie escapa a sus propias pesadillas:
No escuchar cómo el hambre
pule los platos.
No escuchar cómo el agua
cae tan deprisa
sobre la lava.
El cielo agoniza entre patrias y nuevos vocablos.
No escuchar cómo el hambre tartamudea. (Poema Hambrunas I)
Luego, en Hambrunas III, la poeta desmitifica la niñez y nos confronta con esa falsa idea que tenemos de los niños al imaginarlos desvalidos e inocentes:
Encontrar entre la hambruna nuevas palabras
es una misión del miedo.
Ningún soldado
ni escritor
ni mago,
puede entender lo que dice
un niño mientras imagina
cómo un pez se mueve en su boca,
habitada por los desiertos.
Luego en Otoño nos recuerda que el desierto es el único paisaje que habitamos y que nos habita.
Las casas cerradas componen las canciones
que dicen adiós al otoño.
Cada crucificado
que vive dentro de ellas,
es una nota.
Nada de tristezas
para el invierno.
Las casas cerradas son una metáfora del olvido; es decir, son la representación de la Muerte. Solo muere lo que ya no se recuerda.
Tal vez por eso en el poema XIII de Actas de Incineración leemos:
La niña es una esfera de cenizas.
Es el único ojo que le queda a la noche
para animar mis hambres.
Y en Insectos gigantes nos reitera que
El peligro parece ser la única puerta abierta.
Incineraciones es una especie de despeñadero de la condición humana. No ofrece falsas expectativas ni ilusiones vanas. Ese es su gran acierto. Y el otro gran acierto es su cohesión.
¡Un placer leerte Carolina Sánchez Pinzón!
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